LA NOSTALGIA COMO FUENTE DE LA HISTORIA. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander.

[DISCURSO DE ORDEN LEÍDO EN LA NOCHE DEL JUEVES 22 DE AGOSTO EN LA CASA DE BOLÍVAR DENTRO DE LA CEREMONIA DE ASCENSO DEL ORADOR A LA CATEGORÍA DE MIEMBRO DE NÚMERO DE LA INSTITUCIÓN].

 

 

Señores Miembros de la Mesa de Honor:
Don Miguel José Pinilla Gutiérrez, Presidente de la Academia de Historia de Santander;
Don Gustavo Pinzón González;
Don Gustavo Galvis Arenas, académico presentador;
Don Rafael Gutiérrez Solano;
Don Carlos Cortés Caballero;
Don Juvenal Fonseca Moreno;

Señores académicos;

Doña Matilde Gómez Sánchez y familia;
Doña Nylse Blackburn Moreno e hijos: Don Óscar Fernando Gómez Sandoval y señora, Doña Silvia Alejandra Torres Rincón; Doña Alejandra Estefanía Gómez Blackburn; Don Sergio Andrés Gómez Sandoval; Don Édgar Leonardo Gómez Blackburn; y Doña Paula Natalia Gómez Blackburn.

Señoras y Señores:

 

 

Adolfo Harker escribe el libro “Mis recuerdos”. Roberto Harker Valdivieso publica “…Y sucedió en Bucaramanga”, obra también cargada, como la anterior, de añoranzas personales. Daniel Florencio O´Leary, edecán del Libertador, evoca sus propias vivencias de la Guerra de Independencia y las narra en sus memorias. José Antonio Páez, el León de Apure, narra las suyas, en el “Manifiesto” de Nueva York de 1835, en el cual, dicho sea de paso, rememora a uno de los pocos presidentes de la república que ha dado Santander, el coronel patriota Fernando Serrano y Uribe, natural de Matanza y vecino de Piedecuesta, exaltando su bondad, modestia y heroísmo. Luis Perú de Lacroix escribe el “Diario de Bucaramanga” a punta de escuchar al general Simón Bolívar relatar sus memorias y añoranzas. “Golpes de bombo” es el libro de recuerdos que escribe Felipe Serpa, rememorando en él la Guerra de los Mil Días, y Enrique Otero D´Costa, recordando la misma guerra fratricida, escribe su libro “Dianas tristes”. Más atrás en el tiempo, Juan de Castellanos nos deja una descripción completa de las incidencias de la Conquista —desde el punto de vista español, por supuesto— en su monumental obra “Elegía de Varones Ilustres de Indias”, que escribe en Tunja, con su mente y su corazón cargados de recuerdos, pues él había formado parte de las tropas conquistadores. Elegías que, para acentuar más su espíritu poético, después decide pasar a versos. Desde el punto de vista contrario, el de los indígenas invadidos y arrasados, Miguel León Portilla nos permite ver la perspectiva del derrotado, obviamente cargada de recuerdos tristes y de añoranzas por el pasado que se fue, en su colosal obra “Visión de los vencidos”, y dentro de este importante libro, que es no solo mexicano, sino latinoamericano, nos posibilita una aproximación a “Los últimos días del sitio de Tenochtilán”, a través del manuscrito anónimo de Tlatelolco: “Y todo esto pasó con nosotros, / Nosotros lo vimos, / nosotros lo admiramos, / Con esta lamentosa y triste suerte / nos vimos angustiados. / En los caminos yacen dardos rotos, / los cabellos están esparcidos, / Destechadas están las casas, / enrojecidos tienen sus muros “. También hay memorias del general Francisco de Paula Santander. Las tituló “Apuntamientos” y allí evoca, por ejemplo, sus recuerdos dolorosos del desastre en Cachirí, en el fatídico 1816 cuando se derrumbó la Primera República. Y el patriota José María Espinosa, el mismo retratista del Libertador, vierte todas sus vivencias y añoranzas en su libro “Memorias de un abanderado”. Marco Fidel Suárez nos permite una aproximación a diversos escenarios de nuestra historia, como la lucha por construir el tren a Puerto Wilches, en su monumental obra “Sueños de Luciano Pulgar”. Plinio Apuleyo Mendoza relata sus propias vivencias y las de su amigo Gabriel García Márquez, allá en sus inicios de pobreza y de privaciones, en esa magistral obra que se titula “La llama y el hielo”, que es un libro de historia narrada con singular belleza literaria. El propio Gabriel García Márquez escribe “Cien años de soledad” con tan solo verter en la hoja de papel en blanco y con su máquina de escribir sus memorias, entremezclando magistralmente la historia con la literatura, la magia y la nostalgia. Y Jorge Isaacs, a punta de recuerdos y remembranzas, lega a la posteridad su novela “María”, y con ella una descripción histórica de las costumbres ancestrales del Valle del Cauca poniéndolas como marco del amor sublime que emerge entre Efraín y la hermosa e infortunada protagonista.

En fin, más allá de la dificultad que a veces surge para distinguir la línea divisoria entre la historia y la literatura histórica, lo cierto es que sin las memorias buena parte de la historia no se hubiese conocido. Y sin la nostalgia, difícilmente habría habido interés en escribir las memorias. La historia, por lo general literariamente árida, también puede escribirse con poesía. Que es como escribirla con unas buenas dosis de nostalgia.

 

 

A propósito de recuerdos y nostalgias: hoy, cuando me han asignado el sillón I, de Don Roberto Serpa Flórez, rememoro el año 1979 en el que adelantaba la investigación para mi tesis de grado, con miras a obtener, el año siguiente, uno de los últimos diplomas de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales y Políticas que otorgarían las universidades colombianas antes de que entrara a regir la Reforma Universitaria de 1980 y el Estado convirtiera la educación superior en un negocio. Tenía entonces 24 años. Era una investigación sobre la situación del indígena frente al derecho penal colombiano, tema que hoy —como tantos otros— parece obvio, pero que en aquellos tiempos distaba mucho de serlo. Como parte de esa investigación, decidí entrevistar a varios psiquiatras con el propósito de preguntarles si era científico que, tal y como se estaba haciendo, para determinar si el indígena sindicado de un delito se hallaba en estado “salvaje” o ya estaba “civilizado”, a fin de precisar si se le debía aplicar el Código Penal o no, se le sometiera a una valoración psiquiátrica. Uno de los facultativos a quienes les solicité su valioso concepto fue el doctor Roberto Serpa Flórez. Me sorprendió su sencillez y la buena voluntad que mostró en colaborarme, a pesar de que sabía que se trataba de un hombre serio, importante y distinguido, y que yo era apenas un modesto estudiante de derecho en trance de cumplir, con antelación suficiente, un requisito de grado.

 

 

Hurgando entre las brumas de la memoria, sin acudir a indagar sobre él en ninguna parte, puedo rememorar que había sido Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Industrial de Santander y Director del Hospital Psiquiátrico San Camilo de Bucaramanga, pero que además poseía vastos conocimientos en musicología. Durante mi investigación, me había topado con el nombre de su hermana, Gloria Serpa de De Francisco, una mujer culta que había escrito acerca de nuestros indígenas en las páginas de los diarios capitalinos. El galeno Serpa Flórez habría de ser después catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Bucaramanga y se convertiría en respetado tratadista de Psiquiatría Forense bajo el sello de la Editorial Temis, de Bogotá. Habría de ser, además, Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina y Magistrado del Tribunal de Ética Médica. Lo recuerdo como columnista de Vanguardia Liberal defendiendo siempre desde esa tribuna sus ideas liberales y democráticas. Cuando abrí mi blog, me hizo el honor de aceptar ser uno de mis contactos y por ello tuvo que soportar durante sus últimos años que le llegaran a su e-mail las más recientes entradas, las mismas que de buena fuente sé que siempre leía con interés y respeto. Al partir, a comienzos de este año, como bellamente dicen los masones, hacia el Oriente Eterno, dejó vacante el sillón I de los Miembros de Número de esta Academia, el mismo que me ha sido asignado, por lo cual no me queda opción distinta a la de tratar de ser digno sucesor suyo, meta que, aunque doy por descontado que no alcanzaré, trataré al menos de intentar aproximarme a ella.

 

 

Pero la nostalgia —contrariamente a lo que se cree— no es exclusiva de los viejos. También inspira a los jóvenes. Alfredo Le Pera, el poeta detrás de los tangos cuya música hizo Carlos Gardel y a quien, por ello, se le suele desconocer como el autor de sus nostálgicas letras, no era precisamente un viejo —tenía 34 años— cuando escribió “Volver”:

“Ya adivino el parpadeo
de las luces que, a lo lejos,
van marcando mi retorno;
son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor;
y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor:
la quieta calle donde el eco dijo:
“Tuya es su vida, tuyo es su querer”,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver”.

 

 

Ni Porfirio Barba-Jacob era precisamente un viejo —tenía tan solo 26 años, aunque según el texto del poema no parezca— cuando escribió los versos de La parábola del retorno:

“Señora, buenos días; señor, muy buenos días…
Decidme: ¿Es esta granja la que fue de Ricard?
¿No estuvo recatada bajo frondas umbrías,
no tuvo un naranjero, y un sauce y un palmar?

El viejo huertecillo de perfumadas grutas
donde íbamos… donde iban los niños a jugar,
¿no tiene ahora nidos y pájaros y frutas?
¿Señora, y quién recoge los gajos del pomar?

Decidme, ¿ha mucho tiempo que se arruinó el molino
y que perdió sus muros, su acequia, su pajar?
Las hierbas, ya crecidas, ocultan el camino.
¿De quién son esas fábricas? ¿Quién hizo puente real?

(…)

Señora, buenos días; señor, muy buenos días,
y adiós… Sí, es esta granja la que fue de Ricard,
y éste es el viejo huerto de avenidas umbrías
que tuvo un sauce, un roble, zuribios y pomar,
y un pobre jardincillo de tréboles y acacias…

¡Señor, muy buenos días! ¡Señora, muchas gracias!”.

 

 

De la nostalgia, en el sentido positivo de la palabra (que no siempre lo tuvo), se empezó a hablar apenas en el año 1979. Ese año, el sociólogo norteamericano Fred Davis (1925-1993) la describió como un anhelo sentimental por personas, lugares o situaciones que nos hicieron felices en el pasado. Estableció así la definición moderna del concepto. Desde entonces, muchos estudios científicos han tratado de demostrar que, lejos de ser un estado de ánimo negativo, produce bienestar y ayuda a darle significado a nuestra vida.
Antes, denotaba el sufrimiento causado por el deseo incumplido de retornar al hogar. El primer caso en la literatura lo encontramos en “La Odisea” de Homero, que narra la vuelta de Ulises a Ítaca tras la guerra de Troya. En el canto Décimo, el héroe griego, quien también prorrumpe en llanto al añorar su lejano país, le comunica a su tripulación que Circe, la diosa hechicera, no les permite cumplir con su propósito de regresar: “Seguro que pensáis que ya marchamos a casa, a la querida patria, pero Circe me ha indicado otro viaje a las mansiones de Hades y la terrible Perséfone para pedir oráculo al tebano Tiresias. Así dije, y el corazón se les quebró; sentáronse de nuevo a llorar y se mesaban los cabellos. Pero nada consiguieron con lamentarse”.

 

 

Antes, mucho antes, en 1688, el médico suizo Johannes Hofer utilizó el término para describir la añoranza por el hogar que embargaba a los soldados de su país. Entre los síntomas físicos y psicológicos que sufrían figuraban las taquicardias, los ataques de llanto, el insomnio y el miedo. Se hablaba, entonces, de la llamada psicosis del inmigrante.

La nostalgia era, entonces, un trastorno psíquico causante de una tristeza inmanejable que perturbaba el pensamiento de aquellos que deseaban regresar a casa después de un largo período de ausencia.

La nostalgia —ha detectado la neuropsicología— se produce en una glándula cerebral denominada la amígdala.

En la hermosa canción “Un canto a Galicia”, de Julio Iglesias, quien también la interpreta, se le conoce con el nombre de morriña.

 

 

Pero la nostalgia no implica, necesariamente, la ausencia del lugar añorado. Se puede haber permanecido toda la vida en el lugar donde se nació, pero, entonces, lo que se añora son las condiciones en las que ese lugar se encontraba en los tiempos en que nos proporcionaba felicidad.
Incluso felicidad en lo poco o, aun más, en la carencia.

Precisamente hoy, cuando la Academia de Historia de Santander está a punto de cometer el error de ascenderme a Miembro de Número, es inevitable que aparezca la nostalgia y que, con ella, vayan saliendo a flote los recuerdos de la ciudad donde nací y de donde nunca me he ido, de la Bucaramanga del ayer, la que los jóvenes y los niños de hoy no tuvieron la oportunidad de conocer y que solo conocerán a través de la información que les proporcionemos quienes nos hayamos preocupado un día por dejar consignada una que otra añoranza, uno que otro recuerdo, por verter en escritos personales nuestra nostalgia.

 

 

Entonces, ellos, los que no conocieron esa Bucaramanga, sabrán que esta ciudad congestionada, esta ciudad que ya no soporta los atascos, ni las bocinas estridentes, ni el humo de los tubos de escape de miles y miles de vehículos, esta ciudad donde pareciera estarse imponiendo la vulgaridad, la ordinariez y la violencia, fue una vez una ciudad pequeña, silenciosa y tranquila; que en ella funcionaba una vinería que producía un vino de naranja llamado “Oro viejo”, vinería que estaba ubicada en la carrera 12 con calles 41 y 42, ahí junto al viejo Coliseo Peralta, donde la extracción del jugo de la uva durante la vendimia se hacía con los pies; o que existió un lugar mágico llamado Luna Park, un inmenso parque natural de estanques, lanchas y patos, ubicado al occidente de las actuales instalaciones del Sena, a donde iban las familias a pasar las tardes dominicales; o sabrán que existió un médico llamado Guillermo Sorzano, distinguido dirigente conservador, que a sus escasos 40 años de edad partió, en medio de las lágrimas de su gente, la misma que se arremolinó en la Casa Conservadora, ubicada en el costado occidental de la carrera 10 con calles 42 y 41, para darle el último adiós. Alguien les contará, entonces, que el parque ubicado entre las carreras 33 y 36, y las calles 46 y 45, al que todos llaman parque San Pío, realmente fue bautizado con el nombre de ese galeno piedecuestano, el facultativo que libró las primeras luchas porque las empíricas parteras fueran reemplazadas por los obstetras; sabrán así que ese parque se llama en realidad parque Guillermo Sorzano; y sabrán que aquí, en esta urbe caótica y contaminada, cantaban las cigarras, aferradas a los árboles hasta que las sorprendía la muerte. Y sabrán acerca del olor de los sarrapios en el sector de la Cabecera del Llano, y del olor al tabaco en reposo en las tabacaleras, y del aroma del café tostado en los alrededores del Café “La constancia”, y de los aromas del pan horneado por Humberto Díaz en su panadería “La francesa”, de allá de la carrera 16 con calle 37, y del canto de los pájaros al amanecer en toda la pequeña ciudad de entonces. Nos hemos aproximado a la historia de la psiquiatría en Bucaramanga gracias a don Pedrito Rivera, quien a punta de recuerdos y de nostalgias nos ha hecho saber, por ejemplo, que en la calle 42 con carrera 14 se fundó la primera clínica psiquiátrica en esta ciudad, pero que su fundador, el doctor Ángel Octavio Villar, tuvo que cerrarla —luego de trasladarla en vano al barrio San Alonso— porque no le llegaba paciente alguno. Y así, a punta de registrar las nostalgias, se sabrá de la llegada del actor mexicano Mario Moreno Cantinflas al aeropuerto Gómez Niño en la década de los años 60 y, por ese camino, el interesado indagará, no solo cuándo exactamente vino el famoso cómico, sino quién fue ese tal Gómez Niño, y entonces sabrá que se trató de un piloto de la Fuerza Aérea Colombiana que murió en un accidente y que se llamaba Luis Francisco Gómez Niño, oriundo de aquí, de Santander, de Oiba más exactamente. Y se sabrá también, por la vía de los recuerdos, que un día, en la década de los años 60, llegó a ese mismo aeropuerto un joven sacerdote que revolucionaría para siempre la imagen del presbiterio, el padre Camilo Torres, y que la multitud frenética que fue a recibirlo, allá, en aquel aeródromo ubicado más abajo del barrio San Miguel, lo vitoreaba convencida de que con él llegaba su siempre esperada redención. Y, a propósito del nombre de este barrio, se toparán con la matrona Trinidad Parra de Orozco y sabrán que ella era la dueña de esos terrenos, y que su hijo Miguel murió, y que ella en homenaje a su memoria bautizó el sector con su nombre.

 

 

 

 

 

 

Por el devenir histórico de Bucaramanga se paseará la nostalgia y nos traerá el momento en el que timbró el primer teléfono, en el que llegó a sus calles el primer automóvil, en el que se abrió la primera librería, en el que abrió su consultorio el primer médico, y su taller el primer carpintero, y su escuela el primer educador, en el que arribó el primer abogado, en el que trajeron la primera caja de fósforos, en el que se instalaron los primeros circos, en el que se fundó este barrio o aquel otro, o cuando el agua empezó a ser surtida por los primeros acueductos naturales, Las Chorreras de Don Juan, o por el efímero acueducto Puyana, o el día en el que llegó la luz eléctrica, en el que se inauguró esta o aquella otra avenida y este o aquel otro bulevar, en el que se inauguró este o aquel otro de sus grandes centros comerciales, y, en fin, nos permitirá repasar el curso histórico que fue recorriendo esta tierra hasta su inmersión definitiva en las turbulencias de la modernidad.

 

 

Es obvio que el historiador investiga en fuentes documentales y en las fuentes reconocidas por la historiografía, tanto primarias como secundarias. Empero, me asiste la convicción de que, en el fondo, en más de un historiador se encierra un nostálgico, y, extremando el concepto, un poeta. Un poeta que, seguramente, como aconteció con los hermanos Machado en España, exalte o fustigue según cuál sea su filosofía personal o hasta su ideología política.

Esté en lo cierto o no, de todos modos quien no sea sensible a los recuerdos, a las añoranzas, a la evocación de los tiempos idos, posiblemente termine desperdiciando una fuente privilegiada de la historia.

Los que no desperdiciamos esa fuente consignamos sobre el papel, de tarde en tarde, nuestros recuerdos, nuestras evocaciones, nuestras nostalgias, y de esa manera dejamos relatados pedazos de historia a través de los relatos de nuestra propia vida.

A veces esos relatos se escriben en versos y, entonces, aparece un poema de memorias, o las memorias en un poema.

Como podría ser, por ejemplo, aquel que compartí una vez con mis amigos al publicarlo en mi blog; poema que hoy les repito, en esta Casa de Bolívar, no solo para rememorar la Bucaramanga de otros años; no solo para refrescar un segmento de la historia de esta nuestra ciudad natal; no solo para traer al presente a aquel niño que, luciendo el uniforme de dril blanco de la Concentración Escolar de Varones José Camacho Carreño, subía a pie por la nueva avenida 36 con rumbo hacia su casa, hace años, muchos años, por allá en los remotos años 60; no solo para, con este texto, seguramente deficiente, pero en todo caso bien intencionado, cerrar mi discurso, sino —tal cual lo he repetido muchas veces— para volver a utilizar astutamente la manía de escribir versos como un pretexto. El pretexto del que suelo valerme cuando deseo acercarme a ustedes y decirles cuánto los quiero.

 

 

El poema se titula “AÑORANZAS” y dice así:

Pienso en ti, ciudad querida,
Te pienso, Bucaramanga,
Recuerdo aquella avenida
Que a mi barrio me llevaba,
Y a aquel caminante alegre,
Y a aquella muchacha guapa,
(Aquel, vistiendo uniforme,
Aquella, de minifalda),
Y el trino de los canarios,
Y el olor de las sarrapias,
Y las melcochas del sábado,
Y el acueducto y sus aguas,
La campana del recreo,
Las paletas de guanábana,
El batutero que hacía
Piruetas frente a la banda,
Si la Camacho Carreño
En público desfilaba,
Y a quien “el Loco” Acevedo
Oía yo que llamaban,
Y los cuentos de vaqueros
Que doña Celia alquilaba
Allá en su tienda de barrio,
En la mitad de la cuadra,
Teatro de niños pobres,
Sin telones y sin máquinas,
Que hoy es recuerdo preciado
De nuestra preciada infancia.

 

 

Te pienso, tierra querida,
Pienso en ti, Bucaramanga,
Rememoro tus domingos
De futbol por la mañana,
Los muchachos que corrían
Si la policía llegaba,
Porque el Estado, que nunca
Por ellos se preocupaba,
Que no construía escenarios
En donde libres jugaran,
Tampoco lo que era de ellos
—Los parques— se los prestaba;
Mas hoy, a pesar de todo,
Te quiero, Bucaramanga,
Y aquellos años recuerdo
Sin rencor y con nostalgia.

 

 

Pienso en ti, ciudad querida,
Pienso en ti, Bucaramanga,
Y evoco el ayer del barrio
Donde aprendí qué era patria,
Que era patria el vecino,
El amigo de la cuadra,
Y la jovencita hermosa
Que la calle iluminaba,
La escuelita de la esquina,
De cancel en la ventana
En donde supe que Amor
Letra muda no llevaba,
Y los escaños del parque,
Aquel en que me escuchaban
Narrar por cinco centavos
Mis historietas fantásticas
Donde al final siempre el malo
Perdía, y el bien ganaba;

 

 

Y que eran patria dos patrias,
La grande, la libertada
Por hombres de charreteras
Y manos entrelazadas,
Y otra, la patria chica,
La tierra santandereana,
Y dentro de ella ibas tú,
Metida entre las entrañas;
Y que era patria ser niño,
Sin tener miedo al mañana,
Y el caminar por la acera
Sin que el alero dejara
Que la lluvia de la tarde
La ropa nos empapara,
Y ese sol de los venados
Que a las seis nos saludaba
Y se escondía entre los cerros
Que al oeste se asomaban;

 

 

Y que era patria el bambuco,
Que en todas partes sonaba,
Sin que los aires foráneos
Su voz se la silenciaran,
Y que eran patria los tiples,
Las bandolas, las guitarras,
Los cantos que por ser nuestros
No eran cultura prestada;
Y que eran patria los versos
Que la niñez declamaba
Parada sobre una mesa
Mientras las madres lloraban,
Pues nadie sentía vergüenza
De tener desnuda el alma.

 

 

Pienso en ti, ciudad querida,
Ciudad de Bucaramanga,
En tu Suratá olvidado,
El paseo a Floridablanca,
Las idas al aeropuerto
A ver volar la esperanza,
Los aviones de Taxader,
Las avionetas de Urraca,
Que el Llano de los Ordóñez
Gómez Niño ahora se llama
Y hoy anuncian que Cantinflas
Llega del aire, y su gracia
Hará nacer ilusiones
A tu gente cabizbaja,
Y anuncian hoy que Camilo,
Presbítero sin sotana,
Desciende con su evangelio
Por la escalera de Avianca,
Y unos dicen que es Jesús,
Y otros dicen que es la Parca.

 

 

 

Pienso en ti, ciudad querida,
Te evoco, Bucaramanga,
Y rememoro tus parques,
De los dulces la fragancia,
De los mangos del Romero
Su delicia y su nostalgia,
Las palmas del Politécnico,
De las Albornoz su casa,
El bus que va a Morrorrico,
Miguelito que nos carga,
La iglesia de san Laureano,
Todavía iglesia santa,
Los turrones y los millos,
El mercado de la plaza,
Los dos pasajes del centro
Que unen cuadra con cuadra,
El Aurelio Martínez Mutis
Y el Cadena a la distancia,
Donde se nos atraviesan
El fotógrafo y su cámara
Para captar nuestra imagen
Y que nos toque comprarla,
Y el vendedor de las medias
Que no se rompen con nada,
Y el que los viejos relojes
Con un ungüento restaña,
Y el payaso que te invita
A comprar saco y corbata
Para que seas caballero
Y conquistes a las damas
Y todos sepan que eres
Un lord de Bucaramanga.

 

 

Pienso en ti, ciudad querida,
Te añoro, tierra olvidada,
Recuerdo del Salesiano
Los filmes que proyectaban
Después de la catequesis
El domingo en las mañanas,
La bizcochería Tobón,
La piscina de las Navas,
Los dulces de los Mantilla,
Y el Coliseo Peralta,
El Oro Viejo en la doce
Con su sabor a naranja,
Vino dulce que en diciembre
A La Aurora acompañaba,
Igual que las panderetas
De las tapas machacadas,
Igual que los aguinaldos
Y los coros del Tutaina,
Y aquellas tiendas de pobres
Donde los pobres aún fiaban,
Y el ulular en los árboles,
El canto de las chicharras,
Y del tabaco en reposo
El mural que saludaba,
Y del Venado de Oro
Su invitación a la farra,
Con Hugo Blanco y su orquesta
En este fin de semana,
Los Golden Boys, La Chichera,
Y un joven pobre a la entrada,
Que con tambor en el hombro
Elude la vigilancia,
El mismo que ve en la Luna
A unos tales astronautas,
Mirando pantalla ajena
Por no haber una en su casa.

 

 

 

Pienso en ti, ciudad querida,
Pienso en ti, Bucaramanga,
En Margie Ojeda, vecina,
Amiga nunca igualada,
Que me regaló su risa
Sincera de colegiala,
sin esperar nada a cambio,
Pues no podía darle nada,
Excepto estimarla siempre
Y siempre rememorarla;
Y en las carpas de los circos
Que llegan y que se marchan,
Incluido el circo pobre
Que en ruidosa propaganda
Anuncia a grandes estrellas
Y al final en su programa
Presenta solo a payasos
Que no conocen la gracia,
Y a un mago que no comprende
Que su trabajo es la magia
Y al chimpancé empobrecido
Que llena el circo de lágrimas.

 

 

Te pienso, ciudad querida,
Pienso en ti, Bucaramanga,
Y en tu Teatro Garnica,
Con su diezmada elegancia,
Y en el encanto del Tía,
Donde de niño pensaba
Que todas las cosas del mundo
Allí vendían y compraban,
Y allá, en la Veracruzana,
Esa tienda abarrotada,
La del señor Gratiniano,
Que gratis nada nos daba,
Y donde supe que el piso
A los niños descalabra,
Y en las chorreras que fueron
Las proveedoras del agua
Sin que a la casa viniera
Un empleado a cortarla,
Y en las cometas de Beto,
Papalotes sin mañana,
Y en los bazares alegres,
De chicha y de carne asada,
Que a punta de complacencias
Parejas nuevas formaban.

 

 

Ya no descubro tus calles
En tus calles atestadas,
Ya no vislumbro tus casas
En tanta torre grisácea,
Ya no imagino el silencio
En el ruido que no para,
Ya no presiento el saludo
Entre tanta gente extraña,
Ya no adivino el futuro
En tu niñez marginada,
Ya no advierto a un Jaime Trillos
En estos que ahora mandan
Y no comprenden el tope
Que tienen sus propias arcas,
Ni que dineros ajenos
Las manos queman y manchan.

Ya no presiento al Supremo
Entre tanta extravagancia,
Iglesias, templos y cultos
Donde todo el mundo es papa,
Ni he vuelto a ver en tus parques
La familia congregada,
Los cánticos a la tierra,
El apoyo a quien trabaja,
El respeto a los mayores,
El silencio al que descansa,
Ni veo Estado que enseñe
Que a la tierra hay que cuidarla.

Lamento que te hayas ido.
¡Te extraño, Bucaramanga!

 

 

Señoras y señores:

Por fortuna, todavía quedan lugares como este, la Casa de Bolívar, y corporaciones como esta, la Academia de Historia de Santander, donde se nos permite viajar a través de la nostalgia y, por conducto de ella, seguir buceando en la búsqueda del conocimiento de la historia.

Pienso que el conocimiento de la historia será el que nos permita construir un futuro promisorio.

Porque es ese conocimiento del pasado el que hará que tomemos las mejores decisiones a fin de dejarles como legado a nuestros sucesores una Patria gobernada por personas honestas.

Y la honestidad en las riendas del Estado será, a su vez, la única manera como podremos garantizarles, las generaciones de hoy, a las generaciones del mañana, el legítimo derecho que tienen, como lo tuvimos nosotros, a disfrutar a plenitud de la nostalgia.

Muchas gracias.

 

¡Gracias por compartirla!
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