¡ UN MILLÓN DE GRACIAS ! Crónica de una noche iluminada. (CAPÍTULO II). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander.

ES PARENTESCO SIN SANGRE UNA AMISTAD VERDADERA”

 

CALDERÓN DE LA BARCA

 

 

Poco antes me había llamado por teléfono, para excusarse —debido a que, por hallarse en Medellín desplegando actividades propias de su trabajo como ingeniero, no podría estar en la ceremonia—, mi condiscípulo de la Concentración Escolar “Roso Cala” Manuel López, y tuvimos, entonces, la oportunidad de recordar, de aquellos remotos 1964 y 1965, cuando ambos cursamos los grados segundo y tercero de primaria, nombres como el de Zorayda C. de González, la rectora, una mujer tan severa como hermosa, cuyo apellido de soltera, es decir, el significado de la enigmática letra “C”, solamente vine a saberlo hace poco, gracias a la información privilegiada que me suministró Ramirito Colmenares, quien fue también alumno de aquella escuela, la misma de los canceles en las ventanas y del canto del “Pueblito viejo” de José A. Morales y del “Galerón llanero” de Alejandro Wills antes de entrar a clases, y que, en medio de las turbulencias de los años 60, honró la esquina suroeste de la carrera 11 con la calle 42 enseñándonos —a la par con nuestra madre— no solo a escribir con buena caligrafía y a empezar a entender el complejo mundo de los números, sino sobre todo, y lo más importante, a ser hombres de bien.

 

 

Al final de la conversación, Manuel me anunció que estaría representado en la ceremonia por dos personas de su familia, entre ellas su hija, de quien me contó que era una joven abogada y que había laborado en el Tribunal Administrativo de Santander.

Le agradezco al compañero de viejos tiempos su larga y amena llamada telefónica y las evocaciones que me permitió hacer de nuestra vieja escuela, hoy desaparecida. Indudablemente, le insufló a mi ánimo una buena dosis de nostálgica alegría.

 

 

También poco antes había recibido la grata sorpresa del precioso arreglo floral y frutal que me enviaron a mi residencia mis vecinos Wilson Mora Cadena y Glenda Cecilia Vega Maestre, santandereano el primero, guajira la segunda, además, apreciada profesional de la Odontología que ha atendido a mi familia y también a mí, con lujo de competencia y derroche de simpatía personal, y que, fuera de eso, desde que nos conocimos —por motivaciones estrictamente profesionales— siempre nos ha distinguido, primero con su amabilidad, más tarde con su amistad y, en lo que a mí respecta, con su paciencia, pues es una de las más fieles lectoras con que cuento.

Glenda —sé que Wilson no fue el de esa vaina— se cercioró de que, complementariamente a las flores y a las frutas, en la base del precioso arreglo que me iban a enviar fuesen incluidas las galletas de limón que ella sabe que me gustan, detalle que demuestra que no me he equivocado cuando experimento la personal percepción de que es, realmente, alguien que me profesa una estimación sincera. En lo que, por lo demás, dicho sea de paso, está muy bien correspondida.

 

 

Wilson y Glenda persisten, para mi incomodidad, en llamarme “doctor Óscar”, a pesar de mis reiteradas protestas y de mis repetidas exigencias para que no lo hagan. Protestas y exigencias infortunadamente menos atendidas que las de los maestros colombianos para que les suban los salarios o les paguen las primas que les adeudan. Ahí sigo, con persistencia que no claudica, elevando ante ellos, al igual que ante otros amigos, el mismo pequeño pliego de peticiones que les elevé desde un comienzo: “Exijo que me llamen, simplemente, Óscar Humberto”.

En fin, sé que cualquier día de estos accederán a mi pedido, al igual que lo harán otros como el arquitecto David Alberto Arias Mantilla, por cierto también puntual asistente a la ceremonia y de quien hablaré más adelante.

Lamento que, por los compromisos que debían atender, no hubiesen estado presentes en la Casa de Bolívar. Los recuerdo, en cambio, a ambos, en el mismo salón principal de la respetabilísima casona, durante la ceremonia en la cual la Academia de Historia me recibía como Miembro Correspondiente, hace ya nueve años, cuando el histórico inmueble no había recibido, ni por asomo, las ventajas de la restauración que por estos días exhibe orondo. Recuerdo, por cierto, que aquella noche no solo les tocó permanecer de pie, porque lamentablemente las sillas se habían agotado (como también le tocó seguir de pie aquella ceremonia a don Fernando Ardila Plata, nuestro apreciado gerente regional de RCN), sino que cuando, informalmente, los saludé a través del micrófono, Glenda mostró que le había dado pena que lo hiciera, lo cual me corroboró mi percepción inicial de que era —y sé que sigue siéndolo— una mujer sencilla. Espero que no los haya desanimado a asistir el riesgo de volver a tener que quedarse de pie durante toda la ceremonia o el temor de Glenda a que los saludara por el micrófono. De todos modos, si este temor tenía, andaba bien encaminada porque, efectivamente, lo hubiera hecho de nuevo.

 

 

Sí tuve, en cambio y para mi fortuna, la inmensa satisfacción de que, en la noche de mi ascenso a Miembro de Número, esto es, el pasado jueves 22 de agosto, me acompañara personalmente y se acercara a la mesa de honor a saludarme nada más ni nada menos que Fermín Orejarena, aquel joven y dinámico empresario que, por allá en los inolvidables años 60, junto a Pedro García —creo que así se llamaba su socio— fundó la Funeraria San Pedro en la esquina noreste de la calle 43 con carrera 12 y quien, a través de una persistente cuña radial, que habría de hacerse famosa, nos dio, en aquellos tiempos, el optimista mensaje según el cual, con tan solo contratar sus servicios, el día en que nos largáramos de este “valle de lágrimas”, como la antigua oración de la Salve llamaba a este mundo, nos iríamos derechito “de la tierra al cielo”.

Hoy ya no estoy tan seguro de la veracidad del mensaje, pero, en cambio sí lo estoy de que, cuando me embarqué en la aventura de “El campesino embejucao”, con la que llevé hasta las últimas consecuencias mi compromiso con la cultura santandereana, fue él uno de los principales “fans” que llegó a tener mi humilde personaje de sombrero, ruana, mochila y alpargatas.

 

 

También lo estoy de que en esa decisión personal de volverse embajador de buena voluntad de mi modesto y fugaz proyecto pesó, de manera contundente, el que me recordara como aquel niño vecino de barrio del que, según habría de contarle a mi esposa su colega de gremio y también vecina Nubia Suárez, hija de Don José Suárez R., fundador, gerente y propietario de la Funeraria Colombiana, y en cuyo televisor nuevo fue donde conocí a Simón Templar el Santo, “nadie esperaba nada”.

Y es que, al igual que sucedió con todos mis amigos, tengo la irreductible certeza de que el apoyo entusiasta que tan generosamente le obsequiaron Fermín y los demás de mi desperdigada patota a mi efímera vida “artística”, no estuvo determinado por mis muy dudosas calidades como “artista”, sino por las —esas sí indudables— calidades de las que me jacto como amigo.

 

 

Pero Fermín no me llegó a la ceremonia en solitario: coincidió con nuestro amigo común, vecino común y común aficionado a la música andina de Colombia Alfonsito Tarazona, el fundador, el gerente y el propietario —pero, lo más grave de todo, el que pone los precios— en la reputada litografía Iris Impresores.

Sí, Iris Impresores, la litografía donde usted o su empresa pueden mandar a hacer:

Brochures
Plegables
Calendarios
Revistas
Libros
Souvenires
Anuarios
Agendas
Cartillas
Portaperros
Bandejas
Papel parafinado
Individuales
Manteles
y, además:
Impresión digital
Gran formato
Impresión de rígidos
Corte digital
Impresos especiales personalizados
y, en fin, todo lo relacionado con las artes gráficas.

 

Sí, señoras y señores: Iris Impresores es una pujante empresa santandereana que está ubicada en la siguiente dirección:

Calle 58 No. 27 – 88, Bucaramanga

Ah: y si de experiencia se trata, ¡¡¡¡ lleva 42 años en la impresión de piezas gráficas !!!!

 

 

(De nada, Alfonsito)

 

Mesa de las Tempestades, sábado 31 de agosto de 2019

 

(CONTINUARÁ)

¡Gracias por compartirla!
Esta entrada fue publicada en Blog. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *