¡UN MILLÓN DE GRACIAS! Crónica de una noche iluminada. (CAPÍTULO III). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander.

SI NO HAS APRENDIDO EL SIGNIFICADO DE LA AMISTAD, REALMENTE NO HAS APRENDIDO NADA

 

ALÍ

 

 

Pero Alfonsito Tarazona tampoco me llegó solo; estuvo acompañado de Stella, su esposa, a quien yo llamo con el diminutivo afectuoso de “Estelita” y de quien, dicho sea de paso, pocos de mis allegados saben que tiene no solo mi mismo apellido, sino también mi misma profesión. Ah, y para más señas, como que se graduó en la misma universidad en la que me gradué yo, es decir, en la mejor universidad del mundo, o sea en la nunca suficientemente bien ponderada Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB). (Bueno, aunque aquí me están diciendo que no es egresada de allá, sino de la Universidad Santo Tomás. La próxima vez que nos veamos, le preguntaré, para salir de dudas).

 

 

Estelita es una mujer afortunada. Por ejemplo, es de las pocas que tiene varias canciones que se le pueden cantar, esto es, que hay varias canciones que se llaman como se llama ella, incluida la cumbia que por allá en 1971 lanzaron Los Black Stars, con la incomparable voz de Gabriel Romero, los coros y los gritos de su otro cantante estrella, Joe Rodríguez, y estrenando su propio sello discográfico (se llamaba Discos Sello Negro, como el nombre del famoso güisqui). Esa “Estelita” es aquella cumbia que empieza diciendo: “Ay, cómo va bailando, cómo va gozando, Stella, mi cumbia” (ahora se la subo para que la escuchen). (Y, a propósito, ayúdenme a pasar la voz de que, en oraciones como esta, no se dice, como andan diciendo ahora, que dizque “se LAS subo”, “se LOS dije”, “se LOS advertí”).

 

La cumbia Estelita la tocábamos “Los Peor es Nada”, la “orquesta” que llegué a fundar en la década de los años 80, que fue la más contratada de Bucaramanga los fines de semana (después descubrimos que el secreto de tanto trabajo era que no cobrábamos) y que contó, dentro de sus rutilantes estrellas, con Luis Carlos Pinzón Sánchez, el peor guacharaquero del país y del planeta, quien —dicho sea de paso, por ahora— también me acompañó la noche del jueves 22 de agosto, junto a su apreciada familia, en el Palacio Presidencial de 1828, al igual que lo hicieron dos de los más fieles “fans” que tuvo aquella agrupación musical (por llamarla de alguna manera), el ingeniero Robinson Rueda Prada y su esposa, Guillermina Pérez de Rueda, de quienes den por descontado que hablaré más adelante.

 

 

No la interpretábamos sola, por cierto, sino formando parte de un largo mosaico de cumbias que comenzaba, precisamente, con “Estelita” y comprendía, entre otros desdichados temas del Caribe colombiano que nosotros ejecutábamos —en el peor sentido de la palabra, claro está—, “Caminito de luna” (“Había un camino de luna sobre el río adormecido / y mi vida estaba triste, sin esperanza ninguna”), “Cumbia borracha” (“Pan, dame pan, que tus hijos no dan / pan, dame pan, que tus hijos no dan / Yo te pido luna al anochecer / dame una botella que quiero beber / y quiero una estrella / de mujer”; “Ni cuerpo ni corazón” (“Si la cumbia se vistiera de luto / solamente que se muera el cumbión”), “La pollera colorá” (“Ay, al son de los tambores / esta negra se amaña / y al sonar de la caña / va brindando sus amores. / Es la negra Soledad / la que goza mi cumbia…”) y “La negra Celina” (“Ahí viene la negra Celina, sí, la más cumbiambera”). Este mosaico le fascinaba a Luisca, entre otras razones porque talvez era lo único que se nos escuchaba bien. Al final, aquella cadeneta de cumbias enlazadas se iba acelerando y pasaba a otros ritmos; finalmente, luego de “Te olvidé” (“Yo te amé con gran delirio / con pasión desenfrenada / te reías del martirio / te reías del martirio / de mi pobre corazón. // Te pedí que volvieras a mi lado, / y sin embargo muchas veces te rogué / que por tu duda haberme ya curado / te olvidé / te olvidé, / te olvidé /te olvidé, te olvidé. // Y si yo te preguntaba / que por qué no me querías / tú sin contestarme nada, solamente te reías / solamente te reías de mi pobre corazón”), y de unos cuantos “Kikiriki”, “kikiriki”, “kikiriki”, terminaba con un desesperado —y para algunos seguramente desesperante— mapalé: “El vendaval viene tumbando palo, / el vendaval viene tumbando palo, / óyeme, mamita, dónde me agarro, / óyeme, mamita, dónde me agarro. / Dónde me agarro, mami, dónde me meto, / dónde me agarro, mami, dónde me meto, / yo lo que siento es mi sombrero, / yo lo que siento es mi sombrero. / Me tiro al suelo, que me rompa el cuero, / me tiro al suelo, que me rompa el cuero …”.

¡Ah, tiempos aquellos en los que nosotros tanto disfrutábamos, mientras la Música lloraba!

 

 

 

Pero la “Estelita” de Los Black Stars no era la única pieza con ese nombre que tocábamos y cantábamos: también corrió la misma mala suerte la “Estelita” de Leo Dan, canción de los años 60 en la que claramente se observa que el muchacho ni siquiera se atreve a tutear a la jovencita que le gusta (no como ahora, que el vendedor de zapatos o la peluquera tutea hasta al señor obispo): “Estelita, qué linda que está / Estelita, ¿podría con usted conversar?”.

 

Al igual que este, eran temas románticos los que se cantaban. Temas famosos y que sonaban en todas las emisoras, porque todavía no habíamos caído bajo el imperio del mal gusto, de la compra de las ondas hertzianas con dineros no siempre bien habidos y, por ese camino, bajo el imperio cada vez más agobiador de la vulgaridad rampante, la ordinariez desafiante y la desafinación “exitosa”.

 

 

En fin, Estelita Gómez de Tarazona fue otra de mis vecinas, amigas y colegas que me depararon la enorme alegría y el inmenso honor de acompañarme en la ceremonia.

 

 

Por cierto, fue en su empresa, Ideas Gráficas, vecina de Iris Impresores (aunque, la verdad sea dicha, para mis intereses mejor gerenciada, porque Estelita es más elástica con los precios que Alfonsito, de quien dicen por ahí que estira más una cauchera de alambre) donde diseñaron e imprimieron las tarjetas de invitación. Esta vez, por fortuna, dicho sea de paso, no se me olvidó mandar a marcar el sobre dirigido a ellos. Aunque ese olvido, hay que aclarar, no hubiese justificado su inasistencia, no solo porque, en todo caso les había remitido a sus e-mails la tarjeta virtual, sino porque mis amigos saben que para llegarme a mi casa o a donde quiera que yo esté celebrando alguna fiesta o se esté llevando a cabo algo que tenga que ver conmigo, no necesitan de tarjeta.

 

Mesa de las Tempestades, lunes 2 de setiembre de 2019.

 

(CONTINUARÁ)

 

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1 respuesta a ¡UN MILLÓN DE GRACIAS! Crónica de una noche iluminada. (CAPÍTULO III). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander.

  1. Lina Peñaranda de Villamizar dijo:

    Gracias Óscar. Sentimos en esta familia gran admiración por ti como persona, profesional, padre, esposo, hijo y amigo sin igual; todas las enseñanzas, recuerdos y despertar de nuestro amor por la lectura, por nuestra historia, por nuestro presente y futuro de nuestra historia. Gracias por permitir que se conozcan tus increíbles escritos, que nos transportan acompañados de la música del momento y del lugar con lujos de detalles. Gracias. Gracias.

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