José. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

Desde mucho antes de que Jesús naciera, los judíos esperaban la llegada del Mesías (“el Ungido”) y una de las condiciones que reuniría quien habría de ser ese Mesías era la de que sería descendiente de David.

Pues bien: a diferencia de lo que suele creerse, en la pareja conformada por María y José es José, no María, quien le da a Jesús la calidad de descendiente de David y, consiguientemente, quien posibilita el cumplimiento de este requisito.

 

 

José, sin embargo, a la luz de la Teología, no era realmente el padre de Jesús, en el sentido natural del vocablo, pero como toda la comunidad llegó a tenerlo por tal, sin serlo, terminó siendo su padre putativo y, consiguientemente, Jesús era su hijo putativo.

En el latín antiguo el verbo “putare” tenía la significación de “creer”. Todo el mundo, pues, creía que José era el padre de Jesús, tal y como lo describe el Evangelio de Lucas al referirse a “Jesús (…), hijo, como se creía, de José, (…)”. (Lucas, 3:23).

 

 

De ahí que la ilustre religiosa y poetisa bogotana Bertilda Samper Acosta (Madre María Ignacia), reformadora del texto original de la Novena de Aguinaldos, escrito por Fray Fernando de Jesús Larrea, utilizó el término preciso (“Oh, santísimo José, esposo de María y padre putativo de Jesús”). Infortunadamente, al parecer la sonoridad de esta palabra, la ignorancia sobre su significado y el deseo de modernizar la novena hicieron que se le terminara reemplazando por la errónea expresión “padre adoptivo”, cuando, entre otras cosas, de haber sido cierto que José adoptó a Jesús – y subrayo que no lo hizo – habría tenido que decirse de él que fue su “padre adoptante”.

 

 

Vamos, ahora, al soporte evangélico de la figura de José.

De los cuatro evangelios canónicos, uno de ellos, el de Marcos, no menciona en parte alguna a José mientras que otro, el de Juan, lo menciona tan solo en los siguientes pasajes: “Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y prenunciaron los profetas, a Jesús de Nazaret, el hijo de José” (Juan, 1: 45); “y decían: ¿No es éste aquel Jesús hijo de José, (…)?”. (Juan, 6: 42).

Pero sus menciones más extensas se encuentran en los de Mateo y Lucas.

 

 

Dice el evangelio de Mateo en su capítulo 1 versículo 16: “y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, por sobrenombre Cristo“.

Por su parte, el evangelio de Lucas, capítulo 3 versículo 23, dice: “Tenía Jesús al comenzar su ministerio cerca de 30 años, hijo, como se creía, de José, el cual fue hijo de Helí”.

Conforme se observa, mientras el evangelio de Mateo dice que el padre de José se llamaba Jacob, el evangelio de Lucas dice que su padre se llamaba Helí.

 

 

Como era de esperarse, de una buena vez se llegó a afirmar que había aquí una palmaria contradicción en la Biblia y se dijo, incluso, que la genealogía que en ella se presentaba para explicar la procedencia de Jesús había sido inventada para justificar a toda costa que provenía de David y de esa manera darle cumplimiento al requisito al que hemos hecho referencia atrás y según el cual el Mesías procedía de la casa de David.

Sin embargo, investigaciones posteriores llegaron a la conclusión de que no había tal contradicción.

 

 

En comentarios a la Biblia de Félix Torres Amat, la discrepancia se explica bajo el punto de vista de que en el lenguaje hebreo no existía la palabra “yerno“ y, por consiguiente, para su designación se empleaba también la de “hijo”, por lo cual al decir que José era hijo de Helí lo que se quiso significar fue que era su yerno. (La Sagrada Biblia, traducción de Félix Torres Amat. Editorial Sopena. Buenos Aires. 1959, pág. 1170, nota al pie o pie de página 22 // La Sagrada Biblia, traducción de Félix Torres Amat. Promociones Editoriales. Impreandes Presencia S.A. Bogotá. 1999, pág. 1042, nota al pie o pie de página 23.).

 

 

Pero existe otra explicación según la cual mientras Mateo presentó en su Evangelio la genealogía de Jesús desde el punto de vista natural, Lucas lo hizo desde el punto de vista legal, y desde este ángulo jurídico se tenía que tomar en cuenta lo señalado por la ley mosaica del Levirato, en virtud de la cual cuando una mujer enviudaba y su marido no había dejado descendencia estaba obligada a casarse con su hermano y a tener un hijo con este, pero legalmente ese hijo lo era del esposo fallecido. Así las cosas, se concluyó, por parte de Julio Africano, el padre de la cronología cristiana, que Jacob y Helí eran hermanos maternos, y José, de conformidad con los evangelios, era hijo de Jacob desde el punto de vista de la sangre y de Helí desde el punto de vista de la ley. Ello, por cuanto Helí habría muerto sin dejar descendencia, razón por la cual su mujer hubo de casarse con Jacob y de esta unión nació José, pero legalmente quedó como hijo de Helí, aunque naturalmente lo era de Jacob.

La Ley del Levirato se encuentra en el quinto libro del Pentateuco (primeros cinco libros del Antiguo Testamento), esto es, en Deuteronomio, capítulo 25 versículo 5:

“Si vivieren juntos dos hermanos, y uno de ellos muriere sin hijos, la mujer del difunto no se casará con ningún otro que con el hermano de su marido, el cual la tomará por mujer, y dará sucesión a su hermano”.

Lo cierto, en todo caso, es que el árbol genealógico de Jesús termina llevando a David, pero mientras en el evangelio de Mateo se llega a este a través de la línea de su hijo Salomón, en el evangelio de Lucas se le llega por la vía de su otro hijo Natán.

Así, pues, José desciende del rey David.

 

 

En los primeros tiempos del cristianismo José no fue una figura relevante. Sin embargo, empezó a serlo más tarde y fue así como a partir del siglo XVI se convirtió en figura de primer orden hasta llegar al punto de que en la Teología se abrió una rama especializada en él, esto es, la Josefología.

Para explicar la iconografía pictórica que se produjo en las tierras de la actual Colombia durante la época de la Colonia, el historiador de la Universidad Javeriana y doctor en Historia de la Universidad Iberoamericana de México Jaime Humberto Borja Gómez aborda a San José, llevado al lienzo en obras que reflejaron a un personaje representativo del hombre-padre.

 

 

“De la misma manera como las pinturas de la Virgen con el Niño tuvieron intención de generar un discurso sobre la maternidad “moderna” – escribe Borja Gómez -, este fue el mismo objetivo de estas pinturas de san José. Curiosamente, en algunas regiones americanas, como en el Nuevo Reino de Granada, tuvieron mayor proliferación que las de la Virgen. Culturalmente simboliza la individualización del sentimiento de paternidad, que incluso encontró su justificación al acuñar la fuerte imagen de ser padre en un entorno espiritual. Se trataba de espiritualizar al padre de familia como director de la casa-convento. Pero, al mismo tiempo, en el Barroco se afianzó el apelativo de “padre” para los sacerdotes, lo que reemplazaba al “cura” de almas medieval. Aquí la propuesta es complementaria a la del padre de familia. Se le proporciona cierta prestancia social al sacerdote al elevarlo a “padre” espiritual, lo que remite a la idea del sustituto de la familia nuclear, pero esta vez padre de un gran cuerpo social. Este apelativo, que hasta hoy se conserva, es un claro resultado de los efectos del Concilio de Trento, que se preocupó por la formación eclesiástica. La función del padre es hacer de su casa un pequeño monasterio, en el que rige sus destinos de manera similar a un prior conventual. Además de llevar las riendas de la administración de la casa y del orden de la misma, sobre él recae el orden moral, pues se le consideraba fundador de la “religión” en su casa, y era su obligación es (sic) mantenerla. La obligatoriedad de llamarlo “padre” tenía en esta perspectiva un sentido conventual, la forma de nombrarlo imprimía una experiencia religiosa. El poder que ejercía el padre dentro de la casa-convento estaba regulado idealmente en términos de relaciones de familiaridad, que de manera muy medieval se establecían en cinco modos: una familiaridad potestativa, sobre los hijos; la dominativa, sobre esclavos; la directiva, entendida como “corrección de las costumbres de su mujer”; la familiaridad con sirvientes libres; y, por último, “maestro en orden a sus discípulos”. De esta manera, como padre, le recaía la autoridad moral sobre su casa religiosa, no solo en relación a la educación de sus hijos, sino también en cuanto a la dirección de su esposa y la corrección de criados y esclavos”. (BORJA GÓMEZ, Jaime Humberto. Los ingenios del pincel. Geografía de la pintura y la cultura visual en la América colonial. Ediciones Uniandes. Colección Ágora. Universidad de los Andes. Facultad de Artes y Humanidades. Bogotá. 2021. Temas mariológicos. Capítulo 83. La vida de María y san José).

 

(CONTINUARÁ)

 

ILUSTRACIONES:

(1) EL SUEÑO DE JOSÉ (1620 – 1630) – Daniele Crespi. Museo de Historia del Arte de Viena.
(2) LOS DESPOSORIOS DE LA VIRGEN (1504)- Rafael. Pinacoteca de Brera. Milán.
(3) LA NATIVIDAD (1597)- Federico Barocci. Museo Nacional del Prado. Madrid.
(4) LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO (1640)- Simon Vouet. Museo del Louvre. París.
(5) HUIDA A EGIPTO (1647 – 1650)- Bartolomé Esteban Murillo. Instituto de Artes de Detroit. Detroit, Michigan (USA).
(6) EL RETORNO DE LA HUIDA A EGIPTO (1635 – 1640)- Giovanni Francesco Romanelli. Museu Nacional d’Art de Catalunya.
(7) SAN JOSÉ CON EL NIÑO (1650 aprox.) – Sebastián Martínez. Museo Nacional del Prado. Madrid.
(8) LA PÉRDIDA DE JESÚS Y SU HALLAZGO EN EL TEMPLO (fecha desconocida) – Matteo Pérez de Aleccio (1547 – 1616). Museo Nacional de Bellas Artes. Santiago de Chile.
(9) SAN JOSÉ CARPINTERO (1642) – Georges de la Tour. Museo del Louvre. París.
(10) LA MUERTE DE SAN JOSÉ (1712 aprox.) – Giuseppe María Crespi. Museo de la Ermita. San Petersburgo. Rusia.

 

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