Héctor Suárez, el talentoso compositor santandereano que los santandereanos echaron al olvido. Capítulo I. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

Lebrija es un pequeño municipio del departamento de Santander, Nororiente de Colombia. Se llama así en honor a un ilustre personaje español, don Antonio de Lebrija. Sus orígenes históricos remotos se atan a una desaparecida población que se llamaba Cantabria, estaba habitada por los indios guanes y de la cual se conservan vestigios hoy en día, tales como los restos de su templo.

 

 

De Bucaramanga, la capital del departamento, el casco urbano de Lebrija dista unos 15 Kilómetros. Dentro de su comprensión municipal se halla ubicado el aeropuerto de Bucaramanga, llamado Aeropuerto Internacional Palonegro. Se llama “Palonegro” por haber sido construido en el cerro del mismo nombre. En la década de los años 70 este aeródromo terminó reemplazando al viejo y ya insuficiente Aeropuerto Gómez Niño, que estaba situado en los terrenos donde habría de construirse la actual Ciudadela Real de Minas de Bucaramanga. Allá me llevaban de niño a disfrutar el emocionante programa dominical de ver despegar y aterrizar los aviones. Ya adulto, habría de ser yo quien llevara a mis hijos y a mis hijas a verlos en el nuevo terminal aéreo lebrijense. Hasta que un día unas vallas atravesadas nos hicieron saber que esa diversión, como muchas otras, había llegado a su fin por razones de seguridad.

Pero el símbolo más emblemático de Lebrija no es el aeropuerto, que inevitablemente se asocia a Bucaramanga, sino la piña, exquisita fruta debido a la cual este pueblecito santandereano es conocido como “La capital piñera de Colombia”.

 

 

Cuando transcurría la década de los años 60, la empresa Philips, con asiento central en Amsterdam, la capital de Países Bajos (comúnmente Holanda), mantenía en nuestro país una activa presencia, que incluía, ya no solamente el equipaje de ofertas con el que ingresó a nuestras fronteras el 30 de julio de 1940, esto es, bombillas, radios, televisores, afeitadoras y hasta neveras, sino también la profusa circulación de grabaciones fonográficas prensadas por su importante casa disquera, conocida como Discos Philips. Pero además hacía presencia a través de un programa radial diario que literalmente paralizaba el país, pues todo el mundo se volcaba sobre sus aparatos de radio a sintonizarlo.

 

 

Sí: era un espacio radiofónico que se emitía noche tras noche llamado “La Hora Philips”.

“La Hora Philips” se originaba en vivo desde el radio-teatro de Emisoras Nuevo Mundo, de Bogotá, con público presente, y tenía como presentador de planta al prestigioso locutor y maestro de ceremonias Jorge Antonio Vega, quien a lo largo de años inolvidables habría de conducir, para mi deleite cotidiano, “El Gran Show de Hebert Castro”.

 

 

Pero, además de la presentación de reputados artistas nacionales y extranjeros, en “La Hora Philips” se llevaba a cabo un concurso en búsqueda de nuevos talentos.

El galardón que otorgaba aquel certamen, el anhelado premio con el que el nuevo artista o la nueva artista salía esbozando la sonrisa del triunfo, era la “Orquídea de Plata Philips”.

Este prestigioso concurso, dicho sea de paso, posibilitó el surgimiento de estrellas de la canción nacional como la cantante Claudia Osuna, el cantante Jesús David Quintana y el dueto “Silva y Villalba”.

Ah, claro, y por supuesto “Los Brillantes”, la agrupación musical de Bucaramanga que formaban, entre otros excelentes músicos locales, Alfonso Hernández en la guitarra eléctrica, Jorge Herrera en el bajo y Raldo Rueda en la batería.

 

 

Pues bien: sucedió que en el año 1967 participó en aquella memorable competencia y ganó la tan anhelada estatuilla un humilde joven campesino que se atrevió a hacerse escuchar interpretando sus propias canciones. La Orquídea de Plata Philips la alcanzó con un bambuco titulado “Alma santandereana”.

 

 

Desde tiempos muy anteriores, eran muchas las personas – incluyendo familias enteras – que emigraban del campo al casco urbano y del casco urbano de su terruño nativo a la capital del departamento. Cada cual lo hacía por sus propios motivos, pero casi siempre esa migración interna se llevaba a cabo por motivos relacionados con la violencia política entre liberales y conservadores o simplemente en búsqueda de horizontes que a los migrantes les resultaran más atractivos, comparados con aquellas perspectivas poco halagüeñas que su pueblo natal podía brindarles dentro de sus evidentes limitaciones presupuestales.

El joven campesino lebrijense que acababa de ganar “La Orquídea de Plata Philips” había nacido en 1946 y, por lo tanto, contaba para ese momento con tan solo 21 años de edad y todo un mundo por conquistar con sus creaciones musicales.

 

 

Como es fácil suponerlo, Bogotá era entonces – y lo sigue siendo – el trampolín de cualquier artista para sobresalir nacionalmente. Por ello, aquel novel triunfador, a cuyo éxito había contribuido el impecable ropaje musical de su trío acompañante, Los Zafiros, dirigido en la parte instrumental y coral por su guitarrista puntero y tercera voz, Pedro Silva Quintero, inmediatamente comenzó a sonar en las emisoras de radio de todo el país en forma profusa y fue muy pronto que se extendió hasta los países vecinos.

 

 

Empero, curiosamente, no fue la canción con la que aquel joven ganó la que se metió en el corazón de los multitudinarios radioescuchas de entonces, sino otra: una que, a pesar de no haber sido la triunfadora, reflejaba de bella manera la difícil situación del hombre que se enamoraba de un imposible. Ya no se trataba de un bambuco: esta pegajosa canción había sido compuesta en ritmo de bolero.

Aquellos eran tiempos en los que expresiones como “pertenecerle a otro” se empleaban en forma profusa para denotar que una mujer ya estaba casada. O que, sin estarlo, de todos modos tenía su corazón puesto en otro hombre. Es decir, eran tiempos en que aún se podía decir de una mujer que era ni más ni menos que… ajena.

 

 

Mesa de las Tempestades, Área metropolitana de Bucaramanga, Santander (Colombia). Mes del Artista Nacional. Domingo 22 de octubre de 2023.

 

FOTOGRAFÍAS:

 

(1) Lebrija. Parque principal. Fuente: Pinterest. Fotografía: Cristian Torrex.

(2) Cantabria. Ruinas del templo. Fuente: Patrimonio Cultural del Municipio de Lebrija. En: patrimoniolebrija.blogspot.com

(3) La piña, fruta emblemática de Lebrija.

(4) Edificio de la empresa Philips en Bogotá. Años 60. Avenida de las Américas con carrera 50. Puente Aranda. Bogotá. Fuente: El Tiempo. Bogotá.

(5) Jorge Antonio Vega. Fuentes: Semana. El Tiempo. Bogotá.

(6) Los Brillantes de Colombia. Fuente: Discogs.com

(7) Cartel de anuncio de la gran final de la “Orquídea de Plata Philips” 1968. Fuente: José Villanueva. Twitter, hoy X. @diosesazul1946

(8) Informe de prensa sobre la gran final de la “Orquídea de Plata Philips” 1968. Fuente: José Villanueva. Twitter, hoy X. @diosesazul1946

(9) Radio Philips de los años 60. Fuente: auctionet.com

 

(CONTINUARÁ)

 

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Miembro del Colegio Nacional de Periodistas (CNP). Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.

 

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