Olga Lucía De Angulo, la sirenita de los 60. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

La promoción que se le viene haciendo por estos días a la nueva versión de la película de Disney de 1989 “La Sirenita”, filme que ya está en cartelera en los teatros de Cine Colombia y Cinemark, inevitablemente me ha transportado a mis años adolescentes y concretamente a la segunda mitad de la década de los 60 cuando me llenó la vida de alegría una jovencita nadadora oriunda de Cali, la capital del departamento del Valle del Cauca, en ese entonces una ciudad remota de la que oía únicamente cosas buenas.

Esta jovencita se llamaba Olga Lucía De Angulo y tendría quizás unos 13 años de edad en aquel entonces, pero ya figuraba en el escenario deportivo nacional e internacional cargada de medallas que colgaban de su cuello y esbozando una sonrisa tímida cuando se paraba ante las cámaras fotográficas de la prensa deportiva y de la televisión, dicho sea de paso en aquel entonces con un solo canal en blanco y negro.

 

 

Tengo claras su imagen y las primeras palabras que le escuché, reveladoras de una sólida formación familiar cristiana, y recuerdo que era todavía más grande mi admiración hacia esta niña vallecaucana por la razón de que yo no era precisamente nadador, pues por aquel entonces jamás había vivido siquiera la experiencia de meterme a una piscina. Vivía con mi familia en uno de los barrios orientales de mi ciudad natal, en una casa tipo mediagua, de patio extenso y generoso solar, cuya regadera no tenía techo y ello me permitía no sólo cantar bajos los chorros de agua fría con esa libertad plena que durante los años adolescentes me daba la creencia de que nadie lo estaba escuchando a uno, sino además disfrutar, con el cuerpo empapado en agua, las calideces del sol y el espectáculo visual del cielo celeste y de las nubes blancas, aquel firmamento donde tenía la íntima convicción de que vivía Dios, quien desde allí seguía mis pasos de monaguillo y alumno puntual de la catequesis en el templo parroquial de la Santísima Trinidad bajo la batuta orientadora del inolvidable padre Pablo Arias. Allá, en nuestra regadera descubierta, era donde los sábados por la tarde gozaba con total libertad de mis retozos acuáticos, por lo general antes de que comenzaran las “melcochas bailables”.

 

 

Nos habíamos mudado a aquel barrio en 1966, cuando cursaba el último año de mi primaria en la mejor escuela del mundo, es decir, en la Concentración Escolar de Varones José Camacho Carreño. Ese mismo año Olga Lucía se ganaba dos medallas de oro, dos de plata y una de bronce en el Primer Campeonato Suramericano Infantil y Juvenil de Natación de Lima, Perú. Al año siguiente, 1967, cuando yo me las empezaba a ver con los rigores académicos del bachillerato en las aulas y los talleres del Instituto Técnico Superior Dámaso Zapata, la joven nadadora era laureada con dos medallas de oro, cuatro de plata y una de bronce en el Cuarto Campeonato Centroamericano y del Caribe Infantil y Juvenil de Natación de San Salvador. Al año siguiente, 1968, le estaban otorgando dos medallas de oro y una de plata en el Segundo Campeonato Suramericano Infantil y Juvenil de Natación de Cali, y en el inolvidable 1969 la premiaban con dos medallas de oro, tres de plata y una de bronce en el Quinto Campeonato Centroamericano y del Caribe Infantil y Juvenil de Natación de Puerto Rico, el evento que mejor recuerdo, por cierto, pues en la primera página de los periódicos apareció la fotografía de una sonriente Olga Lucía De Angulo que era besada en la mejilla por otro nadador colombiano que se había destacado también en el certamen y el titular decía: “El delfín y la sirena”. Pero todo lo anterior se quedaría corto porque al año siguiente, en los amaneceres de la romántica década de los 70, justamente en el mismísimo 1970, ganaría la bicoca de cinco medallas de oro, una de plata y dos de bronce en el Campeonato Suramericano de Natación Categoría Mayores, de Lima, Perú; más diez medallas de oro en los Juegos Bolivarianos de Maracaibo, Venezuela; más dos medallas de oro, tres de plata y cuatro de bronce en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ciudad de Panamá. En 1971, Olga Lucía sería galardonada con las famosas seis medallas de oro y una de plata que habría de ganarse en el Sexto Campeonato Centroamericano y del Caribe Infantil y Juvenil de Natación de La Habana, Cuba, y en 1972 obtendría dos medallas de oro, una de plata y dos de bronce en el Campeonato Suramericano de Natación Categoría Mayores, de Arica, Chile. Empero, ese mismo año, cuando se encuentra en la plenitud de su gloria deportiva, la joven deportista comienza a sufrir, desgraciadamente, una terrible adversidad familiar, la grave enfermedad de su mamá, y es cuando, luego de perderla, decide retirarse de las competencias para siempre.

 

 

Chapuceando en los generosos chorros de agua fría de nuestra regadera de techo abierto, yo me imaginaba conociendo personalmente a esta joven campeona de natación que los titulares de los medios informativos ya habían comenzado a llamar con insistencia “La Sirenita”.

Nunca, finalmente, tuve oportunidad de conocerla, diferente, claro está, a las ocasiones felices en que me la encontré cara a cara durante mis sueños juveniles, sueños en los cuales me veía platicando con ella bajo la sombra protectora de una sombrilla multicolor allá en su Cali lejano y desconocido, sentados los dos alrededor de una mesa idéntica a las de la Very Good, la siempre concurrida fuente de soda que en el cruce de la calle 36 con la carrera 15 del centro de mi ciudad nativa servía de escenario para los encuentros, furtivos o no, de chicos de cabellos largos y chicas de cabellos cortos en plan de comenzar un noviazgo o de continuarlo alrededor de la rutina de fin de semana consistente en tomarse una anaranjada Club Soda con pitillo y comentar acerca de las últimas canciones del Club del Clan o Radio 15.

 

 

Le perdí el rastro cuando todavía estábamos en los albores de aquella romántica década de los años 70, casualmente la de su desconcertante retiro, y comenzaron a llegar a mi vida sueños distintos y distintas vivencias.

No hace mucho, y debido a la necesaria evocación de viejos recuerdos que he venido haciendo en mis ratos libres a raíz de mi decisión de empezar a escribir mis memorias antes de que todo se me olvide, para que no me pase lo que criticaba Gabriel García Márquez de que la gente empieza a escribir sus memorias cuando ya no se acuerda de nada, volví a rememorarla, a evocar su rostro, siempre desprovisto de maquillajes; su sonrisa limpia y tímida, su sencillez manifiesta y, por supuesto, su evidente talento como deportista, y al indagar acerca de qué había sido de ella me encontré con la triste noticia de su muerte en Canadá como consecuencia de una enfermedad que de manera inclemente, y por supuesto injusta, agredió su humanidad hasta llevársela del seno de sus seres queridos a sus 55 años. Era psicóloga de la Universidad Javeriana de Bogotá.

Escribí, entonces, para ella un soneto, el mismo con el cual cerraré estas deshilvanadas líneas.

 

 

Antes de eso, sin embargo, y a manera de una nota al margen, quisiera hacerles saber a mis lectores jóvenes y recordarles a quienes ya no lo son tanto, que la prestigiosa orquesta venezolana Billo’s Caracas Boys grabó, precisamente en los albores de los años 70, en 1971, una hermosa canción en ritmo de porro titulada “Mi Cali Bella”, obra de Carlos Vidal y Víctor Mendoza, en la cual el emblemático cantante de la agrupación Cheo García, al culminar su magistral interpretación de este tema tropical, intemporal y poético, dejó grabado para la posteridad un cálido saludo a Olga Lucía De Angulo, en esos momentos quizás la mujer más representativa de la ciudad de Cali.

Fue aquel un saludo merecido; un saludo oportuno; un saludo espontáneo de aquella orquesta no colombiana que tanto nos gustaba; un saludo que habría de hacerse inmortal, entre otras razones porque no sólo habría de hacerse inmortal la jovencita saludada en la memoria de quienes la admirábamos, sino porque fue un gesto hermosamente perdurable en estos nuevos tiempos, en esta nueva “civilización de la canalla” – para emplear la certera expresión utilizada por el poeta Aurelio Martínez Mutis en La Epopeya del Cóndor – cuando se graban saludos inmerecidos a cambio de una paga.

 

 

Olga Lucía De Angulo, por una curiosa coincidencia, nació en el mismo mes de noviembre de 1955 en que yo nací. Su nacimiento fue posterior al mío por apenas unos pocos días. Ello significa que hoy tendríamos la misma edad.

 

Ruitoque, Mesa de las Tempestades, Área metropolitana de Bucaramanga, viernes 26 de mayo de 2023

 

 

LA SIRENITA

Tú nos diste en los sesenta, Olga Lucía,
El regalo sin igual de tu sonrisa,
Hoy te evoco cual sirena entre la brisa
Y en el agua en que tu gloria florecía.

Esa niña que al hablar reconocía
Su evidente timidez, el ir a misa,
El querer poder nadar con mayor prisa
Para darle a su país más alegría,

Esa niña es hoy tan solo en mi memoria
Una mezcla de nostalgia con historia,
Un pasado en que feliz yo te soñaba,

Y en el sueño conocía tu Cali bella,
Y en el sueño, Sirenita, eras mi estrella,
Luz radiante que mi vida iluminaba.

Esa fe que me inculcaron hoy confía:
¡Que en el Cielo Dios te tenga, Olga Lucía!

 

 

FOTOGRAFÍA: Diario El País, de Cali.

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ. Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro Activo de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Miembro del Colegio Nacional de Periodistas (CNP). Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.

 

¡Gracias por compartirla!
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