Ninguno de los cuatro evangelios canónicos dice nada sobre la vida de José, ni acerca de la de Jesús, desde el episodio de la pérdida de éste durante una peregrinación a Jerusalén y su posterior hallazgo en el templo (siendo por entonces un niño de doce años) hasta cuando aparece bautizándose en el río Jordán a manos del gran predicador Juan el Bautista y da comienzo a su vida pública (contando para ese momento con “cerca de treinta años”), excepto lo que narra el de Juan en el sentido de que después del episodio del templo y su regreso junto a sus padres a Nazaret, “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lucas, 2:51), sin hacer el evangelista mención alguna de José.
En cambio, en los evangelios apócrifos se encuentran referencias expresas a José – y, por supuesto, a Jesús – que pretenden llenar ese vacío.
Pero antes de ir a este lapso de la vida de José – cuyo abordaje nos obliga a preguntarnos incluso por las circunstancias que rodearon su muerte – forzoso resulta referirnos a los evangelios apócrifos y a los relatos que en ellos han sido hallados acerca de la vida de los personajes centrales alrededor de los cuales giró el extraordinario momento histórico que vivió la humanidad con la llegada, en el sentir de los cristianos, del Mesías.
La Real Academia Española define así el vocablo “apócrifo”:
“apócrifo, fa
Del lat. tardío apocry̆phus, y este del gr. ἀπόκρυφος apókryphos ‘oculto’.
1. adj. Falso o fingido. Un conde apócrifo.
2. adj. Dicho de una obra, especialmente literaria: De dudosa autenticidad en cuanto al contenido o a la atribución. U. t. c. s. m.
3. adj. Dicho de un libro de la Biblia: Que no está aceptado en el canon de esta. Los evangelios apócrifos. U. t. c. s. m.”.
Sea lo primero, entonces, advertir que los evangelios apócrifos, aunque antiquísimos y de indudable valor como documentos históricos en sí mismos, no son aceptados por la Iglesia. Esa no aceptación obedece a razones muy serias en las que, sin embargo, no viene al caso profundizar aquí, pero que tocan, en términos generales, con su antigüedad y la confrontación de la misma con la época en que tuvieron ocurrencia los hechos bíblicos, su autoría – acerca de la cual aún no acaban las discrepancias – y las verdaderas intenciones de quienes los escribieron, mismas que unas veces se admiten como marcadas por la buena fe, especialmente surgidas de la necesidad que sus autores experimentaban de defender a María de las dudas que los enemigos de la Iglesia levantaban en contra de su virginidad y de los demás valores que la adornaban, pero otras veces se relacionan, más bien, con propósitos torvos encaminados a dañar a la Iglesia y debilitar las creencias que sustentaron, desde sus orígenes mismos, su credibilidad, respetabilidad y acatamiento.
Lo cierto es, sin embargo, que, más allá de su no aceptación oficial, de esos evangelios apócrifos se han extraído datos que hoy en día nutren las creencias de los fieles e incluso sirven de soporte a algunas celebraciones reconocidas oficialmente por la Iglesia y con base en ellos talentosos escritores han producido preciosas obras de la literatura y destacados cineastas han hecho lo propio con hermosas producciones cinematográficas alrededor de la vida de Jesús y de sus padres. Entre esos datos extraoficiales suministrados por los evangelios apócrifos podemos mencionar, a modo de ejemplo, los nombres que en el imaginario popular se les atribuyen a los padres de María (Joaquín y Ana), o los nombres de los dos ladrones crucificados junto a Jesús (Dimas y Gestas), o la presencia del buey y del asno en el sitio donde nació Jesús, o el que se afirme que Jesús nació en “una cueva”, o el hecho de que la mención bíblica de “unos magos” que van a visitar al Niño Jesús recién se ha producido su nacimiento se haya convertido en la ya arraigada referencia popular a “los tres reyes magos”, de los que incluso se dan sus nombres (Melchor, Gaspar y Baltasar); o algunos personajes que lograron un profundo arraigo popular como la Verónica, aquella mujer piadosa que cuando Jesús va camino hacia el calvario conducido por los militares romanos le sale al paso y le enjuga el rostro sudoroso y ensangrentado.
En lo que se refiere a José, personaje central de esta serie, algunos de los evangelios apócrifos pretenden suministrar datos acerca de aspectos tales como su edad al conocer a María, al casarse con ella, al nacer Jesús y, finalmente, al morir. De estos evangelios surgió la idea de que José ya era de edad avanzada cuando se casó con María y, obviamente, cuando nació Jesús, de modo que lo era aún más cuando se les perdió durante la peregrinación en Jerusalén. Ello explicaría por qué desapareció del escenario bíblico en algún momento ubicado entre los doce y los treinta años de Jesús. Por supuesto, a la luz de esta idea propagada por los evangelios apócrifos, José era un anciano de edad extrema al morir. De hecho, uno de esos evangelios apócrifos pone en boca del propio Jesús la afirmación de que su padre al morir tenía ya ciento once años.
Tal imagen de hombre viejo asignada a José trascendió al arte pictórico y escultórico. De ahí que algunos artistas hayan optado por representarlo como un viejo que alza en sus brazos al Niño Jesús, o que se encuentra de pie junto a este, o conformando la Sagrada Familia con Jesús y María.
En ninguna parte de la Biblia, en cambio, se le da edad alguna a José.
Entre los evangelios apócrifos se encuentran el Evangelio de Pedro, el Evangelio de Matías, el Evangelio de Bartolomé, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Nicodemo, el Evangelio de Judas Iscariote, la Declaración de José de Arimatea, etcétera. Empero, hay algunos en cuyo contenido sobresale la figura de José. Ellos son: el “Protoevangelio de Santiago”, el Evangelio del Pseudo Mateo, el Libro sobre la Natividad de María, el Libro sobre la Infancia del Salvador, el Evangelio del Pseudo Tomás, el Evangelio Árabe de la Infancia y, finalmente – y este sí, como su mismo nombre lo indica, dedicado por completo al padre putativo de Jesús – la “Historia de José el carpintero”.
Los expertos en esas materias han estudiado, como era natural que sucediera, la antigüedad de tales evangelios y las siguientes son, en términos generales, sus conclusiones:
El Proevangelio de Santiago data de entre los siglos II (años 101 y 200) y IV (años 301 y 400).
El Evangelio del Pseudo Mateo data del siglo VI (años 500 y 600).
El Libro sobre la Natividad de María data probablemente del siglo IX (años 800 a 900).
El Libro sobre la Infancia del Salvador data probablemente también del siglo IX (años 800 a 900).
El Evangelio del Pseudo Tomás data, en su versión original, probablemente del siglo II (años 100 a 200).
El Evangelio Árabe de la Infancia data probablemente – y con algunas precisiones que habrían que hacerse acerca de su título y sobre los manuscritos que lo integran, pero que no vienen al caso – de entre los siglos XIII (años 1200 a 1300) y XIV (años 1300 a 1400).
Y la “Historia de José el carpintero” data probablemente de entre los siglos IV (años 300 a 400) y V (años 400 a 500).
Comencemos, entonces, con lo que acerca de José se lee en el “Protoevangelio de Santiago”:
“VIII.
(…) Pubertad de María
2. Y, cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y dijeron: He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella, para que no mancille el santuario? Y dijeron al Gran Sacerdote: Tú, que estás encargado del altar, entra y ruega por María, y hagamos lo que te revele el Señor.
3. Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el Santo de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor envíe un prodigio, de aquel será María la esposa. Y los heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la
trompeta del Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada.
José, guardián de María
IX 1. Y José, abandonando sus herramientas, salió para juntarse a los demás viudos, y, todos congregados, fueron a encontrar al Gran Sacerdote. Este tomó las varas de cada cual, penetró en el templo, y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a tomar las varas, salió, se las devolvió a sus dueños respectivos, y no notó en ellas prodigio alguno. Y José tomó la última, y he aquí que una paloma salió de ella, y voló sobre la cabeza del viudo. Y el Gran Sacerdote dijo a José: Tú eres el designado por la
suerte, para tomar bajo tu guarda a la Virgen del Señor.
2. Mas José se negaba a ello, diciendo: Soy viejo, y tengo hijos, al paso que ella es una niña. No quisiera servir de irrisión a los hijos de Israel. Y el Gran Sacerdote respondió a José: Teme al Señor tu Dios, y recuerda lo que hizo con Dathan, Abiron y Coré, y cómo, entreabierta la tierra, los sumió en sus entrañas, a causa de su desobediencia.
Teme, José, que no ocurra lo mismo en tu casa.
3. Y José, lleno de temor, recibió a María bajo su guarda, diciéndole: He aquí que te he recibido del templo del Señor, y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a trabajar en mis construcciones, y después volveré cerca de ti. Entretanto, el Señor te protegerá”.
En el “Libro sobre la Natividad de María” se narra lo siguiente:
“VI.
(…)
3. Y, después de haber celebrado (se refiere a los padres de María, esto es, Joaquín y Ana) un sacrificio conforme al uso de la ley, dejaron allí a la Virgen, para ser educada en el recinto del templo, con las demás vírgenes. Y ellos regresaron a su casa.
Negativa de la virgen a contraer matrimonio ordinario
VII 1. Y la Virgen del Señor, a la vez que en edad, crecía igualmente en virtud, y, según la palabra del salmista, su padre y su madre la habían abandonado, pero Dios la había recogido. A diario, en efecto, era visitada por los ángeles, y a diario gozaba de la visión divina, que la libraba de todo mal, y que la hacía abundar en toda especie de bienes. Así llegó a los catorce años, y, no solamente los malos no podían encontrar en ella nada reprensible, sino que todos los buenos que la conocían juzgaban su vida y su
conducta dignas de admiración.
2. Entonces el Gran Sacerdote anunció en público que todas las vírgenes que habían sido educadas en el templo, y que tenían catorce años, debían volver a sus hogares, y casarse, conforme a la costumbre de su nación y a la madurez de su edad. Todas las vírgenes obedecieron con premura esta orden. Sólo María, la Virgen del Señor, declaró que no podía hacerlo. Como sus padres la habían consagrado primero a Dios,
y ella después había ofrendado su virginidad al Señor, no quería violar este voto, para unirse a un hombre, fuese el que fuese. El Gran Sacerdote quedó sumido en la mayor perplejidad. Él sabía que no era lícito violar un voto contra el mandato de la Escritura, que dice: Haced votos, y cumplidlos. Mas, por otra parte, no le placía introducir un uso extraño a la nación. Ordenó, pues, que, en la fiesta próxima, se reuniesen los notables de Jerusalén y de los lugares vecinos, por cuyo consejo podría saber cómo le convendría obrar en una causa tan incierta.
3. Y así se hizo, y fue común parecer que había que consultar sobre ese punto a Dios. Y, mientras todos se entregaban a la oración, el Gran Sacerdote avanzó para consultar al Señor, según la costumbre. Y, a poco, una voz, que todos oyeron, salió del oráculo y del lugar del propiciatorio. Y esa voz afirmaba que, de acuerdo con la profecía de Isaías, debía buscarse a quien debía desposar y guardar aquella virgen. Porque es bien sabido que Isaías vaticinó: Y saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el espíritu del Señor, espíritu de inteligencia y de sabiduría, espíritu de fortaleza y de consejo, espíritu de conocimiento y de temor del Altísimo.
4. Y, conforme a esta profecía, el Gran Sacerdote ordenó que todos los hombres de la casa y de la familia de David, aptos para el matrimonio y no casados, llevasen cada uno su vara al altar, y que debía ser confiada y casada la virgen con aquel cuya vara produjera flores, y en la extremidad de cuya vara reposase el espíritu del Señor en forma de paloma.
Recae en José la elección de esposo para la Virgen
VIII 1. Y había, entre otros, un hombre de la casa y de la familia de David, llamado José y ya avanzado en edad. Y, al paso que todos fueron ordenadamente a llevar sus varas, él omitió llevar la suya. Y, como nada apareció que correspondiese al oráculo divino, el Gran Sacerdote pensó que había que consultar de nuevo al Señor. El cual respondió que, de todos los que habían sido designados, sólo el que no había llevado su vara, era aquel con quien debía casarse la Virgen. José fue así descubierto. Y, cuando hubo llevado su vara, y en su extremidad reposé una paloma venida del cielo, todos convinieron en que a él le pertenecía el derecho de desposar con María.
2. Y, una vez celebrados los desposorios, se retiró a Bethlehem, su patria, para disponer su casa, y preparar todo lo necesario para las nupcias. Cuanto a María, la Virgen del Señor, volvió a Galilea, a casa de sus padres, con otras siete vírgenes de su edad y educadas con ella, que le había dado el Gran Sacerdote.
Revelación hecha por un ángel a la Virgen
IX 1. Y, en aquellos días, es decir, desde los primeros tiempos de su llegada a Galilea, el ángel Gabriel fue enviado a ella por Dios, para anunciarle que concebiría al Señor, y para exponerle la manera y el orden según el cual las cosas pasarían. Y, entrando en su casa, inundando con gran luz la habitación en que se encontraba, y saludándola muy graciosamente, le dijo: Salve María, virgen muy agradable a Dios, virgen llena
de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres, bendita eres por encima de todos los hombres que hasta el presente han nacido.
2. Y María, que conocía ya bien las fisonomías angélicas, y que estaba habituada a recibir la luz celeste, no se amedrentó ante la visión del enviado divino, ni quedó estupefacta ante aquella luz. Unicamente la palabra del ángel la turbó en extremo. Y se puso a reflexionar sobre lo que podía significar una salutación tan insólita, sobre lo que presagiaba, sobre el fin que tenía. Y el ángel divinamente inspirado previno estas dudas, diciéndole: No temas, María, que mi salutación oculte algo contrario a tu castidad. Has encontrado gracia ante el Señor, por haber escogido el camino de la pureza, y, permaneciendo virgen, concebirás sin pecado, y parirás un hijo.
3. Y él será grande, porque dominará de un mar a otro, y hasta las extremidades de la tierra. Y será llamado hijo del Altísimo, porque, naciendo en la humildad, reinará en las alturas de los cielos. Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y prevalecerá eternamente en la casa de Jacob, y su poder no tendrá fin. Es, en efecto, rey de reyes y señor de los señores, y su trono durará por los siglos de los siglos.
4. Y, a estas palabras del ángel, la Virgen, no por incredulidad, sino por no saber la manera como el misterio se cumpliría, repuso: ¿Cómo eso ha de ocurrir? Puesto que, según mi voto, no conozco varón, ¿cómo podré dar a luz, a pesar de ello? Y el ángel le dijo: No pienses, María, que concebirás al modo humano. Sin unión con hombre alguno, virgen concebirás, virgen parirás, virgen amamantarás. Porque el Espíritu
Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra contra todos los ardores de la pasión. El que de ti saldrá, por cuanto ha de nacer sin pecado, será el único santo y el único merecedor del nombre de hijo de Dios. Entonces, María, con las manos extendidas y los ojos elevados al cielo, dijo: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
En el apócrifo “Historia de José el carpintero” se recoge lo que habría relatado acerca de la vida y la muerte de José el propio Jesús.
De este apócrifo hay una versión copta y una árabe.
Por tal razón, debemos hacer un pequeño paréntesis para referirnos a qué es el copto.
El copto fue una lengua que se habló en Egipto hasta el siglo VII D. C. y que hoy en día solamente se mantiene como lengua empleada en la liturgia de la Iglesia Copta.
Los coptos son, en síntesis, los cristianos de Egipto. La palabra “copto” significa en griego “egipcio”.
De entre esos cristianos de Egipto, es decir, dentro de los coptos de Egipto, una rama minoritaria son católicos. Como es natural, la Iglesia Católica Copta de Egipto reconoce la autoridad del papa.
Pues bien: en el apócrifo copto “Historia de José el Carpintero” Jesús narra lo siguiente:
“II. Había un hombre llamado José, natural de la villa de Bethlehem, la de los judíos, que es la villa del rey David. Era muy instruido en la sabiduría y en el arte de la construcción”.
“IV. (…) Luego que José la hubo recibido (se refiere a María), se puso en viaje hacia el lugar en que ejercía su oficio de carpintero”.
“IX. Mi padre José, el viejo bendito, practicaba el oficio de carpintero, y vivíamos del trabajo de sus manos. Fiel observador de la ley de Moisés, nunca comió su pan gratuitamente”.
Se observa, pues, que mientras en el capítulo II dice que José era constructor, en el capítulo IX dice que era carpintero.
En el apócrifo árabe “Historia de José el Carpintero” Jesús relata lo siguiente:
“II. Había un hombre llamado José, que pertenecía al pueblo de Bethlehem, ciudad de Judá y del rey David. Estaba muy instruido en las ciencias, y fue sacerdote en el templo del Señor. Conocía el oficio de carpintero”.
(…)
“IV. (…) Y José la dejó en su casa (se refiere a María), y partió para el sitio en que desempeñaba su oficio de carpintero”.
“IX. Y cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvieron a la tierra de Israel y se establecieron en una ciudad de Galilea que se llama Nazareth. Y José, el viejo bendito, ejercía la profesión de carpintero. Vivía del trabajo de sus manos, como prescribe la ley de Moisés, y nunca comió gratis el pan ganado por otro”.
En la Biblia se identifica el oficio de José con la palabra griega “Tekton”, que ha sido traducida tradicionalmente como “carpintero”, pero a la que también – contrariamente a lo que se lee ahora en Internet, como si se tratara de un gran descubrimiento – se le ha traducido como “artesano”.
Así, en la Sagrada Biblia, traducción de Félix Torres Amat, se lee en pie de página o nota al pie al pasaje Marcos 6:3 lo siguiente:
“La palabra griega TEKTWN parece que debe traducirse aquí carpintero, como lo entendió San Justino mártir, escritor del siglo II, que pudo haberlo oído de boca de los que trataron a san Juan Evangelista, y otros discípulos del Señor”.
En cuanto a que José era “muy instruido en el arte de la construcción”, según el apócrifo, ello ha dado pie a que se concluya – como, dicho sea de paso, lo hago yo – que ejercía la carpintería no solo en su taller, sino en las obras de construcción de las casas. De hecho, es esta última imagen la que se retrata en el cine, conforme se observa en el filme italiano “José de Nazaret”.
Pero así como queda claro que José ejercía tal oficio, también queda igual de claro que el mismo oficio de José lo ejercía Jesús. Así se lee en la traducción de la Biblia hecha por Casiodoro de Reina en 1569 y complementada por Cipriano de Valera en 1602:
“Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos. Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es ésta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? ¿No es éste el carpintero, hijo de María, (…)?”. (Santa Biblia. Edición de 1961. Marcos 6:1-3. Esta Biblia, seguida por las iglesias cristianas diferentes de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fue traducida, no de la Vulgata, como lo harían Petisco y Torres Amat, sino del hebreo).
La Iglesia Católica cree que la muerte de José ocurrió dentro del lapso comprendido entre los doce años y los treinta años de Jesús, es decir, antes de que Jesús comenzara su vida pública. De hecho, en las Bodas de Caná, cuando realiza su primer milagro, esto es, la conversión del agua en vino, solamente está con él María, no así José. Tampoco aparecerá José en otros momentos en los que, en cambio, sí lo hace María, incluidos los tormentosos días de su pasión y muerte, que estamos próximos a celebrar, hallándose documentado en la Biblia que, ya desde la cruz, le encargó el cuidado de María a Juan. En cuanto a qué edad podía tener, considera la Iglesia que era un hombre en plena virilidad y, precisamente debido a ello, tuvo que proteger a María de la condena pública asumiendo ante todos que el hijo que esperaba era suyo.
En el apócrifo “Historia de José el carpintero” el propio Jesús dice que la edad de su padre José al morir era de ciento once años.
Este dato dio pie para que se afirmara que al casarse con María y al nacer Jesús era ya un hombre bastante entrado en años y para que, consiguientemente, con tal imagen talentosos artistas lo pintaran en sus lienzos o lo esculpieran en la piedra, el mármol o la madera.
Aunque es evidente que no todos los artistas se plegaron a este concepto cronológico y, por el contrario, mantuvieron una imagen sobre la edad de José totalmente distinta.
(CONTINUARÁ)
ILUSTRACIONES:
(1) El actor griego Yorgo Voyagis como José en la gran producción cinematográfica “Jesús de Nazareth”, dirigida por Franco Zeffirelli. 1977.
(2) Bautismo de Jesús. El Veronés.
(3) Portada de “Los evangelios apócrifos”, de Editorial Humanitas, España. Tomo III.
(4) Ídem. Tomo I.
(5) La Sagrada Familia del Cordero. 1507. Rafael. Museo del Prado. Madrid.
(6) San José y el Niño Jesús. Siglo XVII. Guido Reni. Museum of Fine Arts. Houston.
(7) Muerte de San José o El Tránsito de San José. 1787. Francisco de Goya y Lucientes. Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana. Valladolid.
(8) San Joaquín y Santa Ana con la Virgen niña. 1697. Luca Giordano. Iglesia de San Miguel Arcángel. Cuéllar, Segovia. España.
(9) La Anunciación.Bartolomé Esteban Murillo. Museo de la Ermita. San Petersburgo. Rusia.
(10) y (11) Imágenes icónicas coptas de José, María y Jesús, la Sagrada Familia, en El Cairo, Egipto.
(12) Santa Biblia. Traducción de Casiodoro Reina y Cipriano de Valera.
(13) Natividad Mística. 1501. Sandro Botticelli. National Gallery. Londres.
(14) San José y el Niño Jesús. Sin fecha. Bartolomé Esteban Murillo. Colección privada.