En los tiempos actuales cuando el mundo sufre la pandemia Covid 19, recordamos avances científicos como los logrados por Alexander Fleming, cuyos hallazgos cambiaron para siempre la historia de la medicina allanando el camino para el desarrollo de los antibióticos modernos.
Hacia 1939 Charles Goodyear realizaba experimentos con el caucho para hacer este material insensible a los cambios de temperatura, entonces un trozo de caucho mezclado con azufre accidentalmente cayó sobre una plancha caliente. Había descubierto el proceso de vulcanización, al que llamó así en honor al dios romano del fuego.
En 1945 el ingeniero Percy Spencer trabajaba probando un magnetrón para un radar, de repente notó que la barra de chocolate que llevaba en su bolsillo se había derretido. En lugar de ignorar aquel fenómeno puso unos granos de maíz junto al artefacto, que pronto reventaron como deliciosas palomitas. Así nació el horno microondas. En 1998 la compañía Pfizer buscaba un fármaco que permitiera relajar los vasos sanguíneos, pero las pruebas no arrojaron resultados positivos. En cambio, los que se sometieron a las pruebas comenzaron a reportar muchas erecciones dando pie al nacimiento del Viagra.
Podríamos mencionar muchas más felices casualidades que llevaron a descubrimientos históricos. Este tipo de hallazgos reciben el nombre de “serendipias”, término que se refiere al “descubrimiento realizado por accidente, casualidad o hecho inesperado y afortunado, de cosas que no se están buscando ni investigando, pero que son la solución para otro problema que se tenía”. Precisamente el descubrimiento de la Penicilina, cuyo protagonista es Alexander Fleming, se debió a una de las serendipias más importantes del siglo XX y probablemente de la historia, ya que condujo al primer antibiótico capaz de ser usado en medicina.
Pero vamos a los hechos. Para sorpresa de muchos, el precursor de la Penicilina fue el médico francés Ernest Duchesne en 1896. Se dice que Duchesne estaba dedicado a investigar sobre hongos capaces de absorber microrganismos, aunque sus trabajos pronto cayeron en el olvido. Sin embargo fue Alexander Fleming, científico nacido en Darvel Escocia en 1881, el primero en retomar los estudios de su colega y atraer la atención sobre ellos, pues su prioridad se centraba en encontrar un hongo que matara las bacterias.
Puede afirmarse que su convicción era genuina, ya que Fleming participó como capitán médico del ejército inglés, durante la Primera Guerra Mundial, en la lucha aliada contra las pretensiones imperialistas alemanas. En este sentido, sus biógrafos relatan que siempre se lamentó de la cantidad de muertes causadas por heridas infectadas, que superaban en ocasiones las muertes producidas en combate.
Llegado el final de la guerra se radicó en Londres en su pretensión de ser admitido en el Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra, pero -y esta es otra increíble coincidencia- en ausencia de una vacante, aceptó un trabajo que le habían ofrecido en el Departamento de Inoculación Sir Almroth Wright. Finalmente su carrera profesional se vinculó a la bacteriología.
En 1919 instaló su laboratorio en el Hospital de St. Mary donde se entregó por completo a sus investigaciones contra las enfermedades infecciosas, ya que una cuarta parte de los pacientes intervenidos quirúrgicamente fallecían por causa de septicemia durante el post operatorio. Además otras patologías como neumonía, meningitis, enteritis y endocarditis resultaban fatales. Incluso la herida producida por un arbusto podía ser mortal.
Parece que el doctor Fleming era un tanto desordenado, lo cual resultó ser una ventaja para su descubrimiento por cuenta de su ausencia para tomar unas vacaciones. Por obra y gracia de la serendipia, quiso el destino que una espora de la variedad de hongo Penicillium notatum se posara sobre una placa de Petri con un cultivo de estafilococos que dejó eliminar.
El 3 de septiembre de 1928, al regresar a su laboratorio, notó que un hongo había crecido espontáneamente en la placa de Petri mencionada. Fleming había sido siempre un gran observador -ese fue su gran mérito-; en lugar de tirar la placa a la basura y seguir con sus trabajos, decidió analizar aquel fenómeno. Comprobó entonces que las colonias de estafilococos que bordeaban el hongo aparecían transparentes debido a que éste las mató, lo que se conoce en términos científicos como “lisis bacteriana”.
Lo demás es historia. Fleming identificó el hongo como Penicillium notatum y confirmó que produce una sustancia natural con efectos antibacterianos que llamó Penicilina. Por último, se dedicó a perfeccionar su hallazgo y procedió inmediatamente a informar la trascendencia del hecho a sus colegas, pero inexplicablemente éstos lo subestimaron. Ante esto no se dio por vencido y publicó su descubrimiento sobre la Penicilina en el British Journal of Experimental Pathology en 1929.
Varios científicos decidieron ampliar los estudios de Alexander Fleming. Sus artículos y notas acerca del tema fueron retomados por Howard Forey y Ernst Chain quienes purificaron la Penicilina y la usaron en ratones infectados con estafilococos para salvarles la vida. Después de superar los ensayos clínicos en humanos, Howard Forey, Ernst Chain y Sir Alexander Fleming -Título de Caballero otorgado por la Corona Británica- recibieron el Premio Nobel de Medina en 1945.
Sir Alexander Fleming falleció el 6 de agosto de 1955 en Londres. Mucho le debemos las generaciones posteriores a este caballero escocés, ya que los antibióticos forman parte de nuestra vida diaria y son además esenciales para curar enfermedades causadas por bacterias y también para prevenirlas en intervenciones quirúrgicas. Pero su aporte científico es doble pues además de descubrir la Penicilina, también encontró una molécula denominada “Lisozima” que presenta también actividad antibiótica, por esta razón es considerado el primero en descubrir una enzima anti microbiana. Para ir más allá, la Lisozima ha sido una enzima esencial para estudiar y tratar enfermedades, como el ébola, mejorar el proceso de producción de alimentos, descontaminar los suelos y las aguas y producir biocombustibles, entre otras cosas.
Quiera Dios y la providencia, que por cuenta de una nueva serendipia, se pueda encontrar la vacuna que controle o erradique de la faz de la tierra la pandemia Covid 19.
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FOTOGRAFÍA: Dr. Alexander Fleming, M.D., eminente médico microbiólogo y científico escocés.
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JOSÉ FERNANDO YEPES.— Administrador de empresas de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB). Golfista y tenista. Director de la revista ‘Amigos y Socios’.
Saludamos y le damos la más cordial bienvenida a nuestro portal al señor administrador de empresas de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) José Fernando Yepes, quien de vieja data es uno de los más fieles lectores de “Santander en la Red” y ahora nos ha sorprendido gratamente con un amable mensaje en el que nos manifiesta su propósito de vincularse como colaborador de nuestra sección “La pluma ajena” haciéndonos llegar su artículo “Penicilina, el descubrimiento que cambió al mundo”.
El 20 de septiembre del año inmediatamente anterior publicamos en “Santander en la Red” una entrada en memoria de la periodista, historiadora y escritora santandereana Silvia Galvis, con ocasión de cumplirse un aniversario más de su fallecimiento, y él tuvo la gentil deferencia de publicarla en la revista que dirige, “Amigos y socios”, revista esta que, como es sabido, circula entre los socios del Club del Comercio, Ruitoque Golf Country Club, Club Campestre y Casa de Campo, e indirectamente, por supuesto, entre sus familiares, clientes, allegados y amigos. Sea la oportunidad de agradecerle aquel gesto de espontánea cordialidad y las gentiles palabras con las que se refirió —en la nota por medio de la cual solicitó nuestra autorización— a la amiga que perdimos.
Un gran abrazo, pues, para el autor de la entrada y, de nuevo, ¡Bienvenido!
Óscar Humberto Gómez Gómez
Director de ‘Santander en la Red’
Gracias por la píldora de cultura antibacteriana.
Con gusto, arquitecto Andrés. Un cálido saludo desde Santander para usted, los suyos y todo el querido pueblo de Cartagena.