MI PRIMERA IMAGEN DE LA SEMANA MAYOR.
Por Manuel Enrique Rey. (*)
Debían cumplirse 67 años de la colocación de la primera piedra en 1896 de la Catedral de la Sagrada Familia de Bucaramanga. A escasos siete años de edad y aún todavía niño sin uso de razón, tuve que presenciar uno de los espectáculos teatrales religiosos y sacros más impresionantes y que más huella dejaron, en medio de una atiborrada multitud, la mayoría de los cuales presenciaba el drama en silencio, apesadumbrados, vestidos de negro.
Quién es el señor, se me ocurrió preguntar, luego de presenciar tanto despilfarro de apesadumbramiento y solemnidad. Mi madre –mujer devota sin ser fanática- lacónicamente y en sumo recogimiento, aseveró: “es Papa Lindo”. -Lo mataron los judíos-. A partir de ese momento y sin saber quiénes fueron, empecé a temerles, a verlos donde quiera que hubiese un conflicto, olor de sahumerio, o llanto donde quiera hubiese una cruz.
Ese mismo año hice mi primera comunión. Mi tía Tita, modelo en rectitud y templanza, me instruyó sobre la importancia de tan inusitado día, explicándome con meridiana claridad y sapiencia rayana casi en la certeza absoluta, hechos del Gólgota y la institución Eucarística. Cada vez que podía recalcaba: “En la hostia que recibirás ese día de pureza y felicidad, consumirás el cuerpo de Jesús”. Tremenda angustia y compromiso me había entregado.
Ese jueves Santo, 2 del mes de abril de 1953 y durante cada magna festividad en los años posteriores, mientras me volvía adolescente, la usanza de indumentaria consistía en el estreno de saco y corbata. En medio de gran solemnidad y en grupo, haciendo fila de mayor a menor, recibíamos la eucaristía en familia. Luego –cosa rara- vino y ponqué al desayuno sobre mantel blanco bordado por mi madre. Lo único que me faltó ese día fue alas para poder volar. Luego, degustar los siete potajes. Se me agua la boca.
En la medida que fui creciendo, la enseñanza moral que dejaba año por año la muerte de Jesús conmemorada al día siguiente, se direccionaría a proteger lo sensorial proveniente del pecado proveído por el mundo y la carne, en señal de la tristeza que debería sentirse. La música radial, a no ser la clásica estaba prohibida, no podía uno bañarse y menos jugar, tampoco degustar bebidas alcohólicas. Después de la fatídica hora de las tres de la tarde y hasta el sábado siguiente, el recogimiento debería ser total. Si por casualidad un acto sexual rompía la monotonía, existía la posibilidad de quedarse uno apuntillado por siempre a su pareja.
Conclusiones: Hitler asistió de niño a las procesiones de la Semana Mayor. El día que menos niños nacen es nueve meses después de cada viernes santo.
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*: Ingeniero químico e historiador. Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander.
Considero que los comentarios de este espacio puesto a la vista de la comunidad en general, resultan ser bochornosos, viniendo de una persona preparada y quien hace alarde de ser Miembro de la Academia de Historia, como lo es el señor Manuel Enrique Rey. Pienso que más allá de la crónica personal que nos comparte, están sus miedos personales de infancia, los cuales deben ser superados y no escondidos en un evidente, sin fundamento, y falso ateísmo. Estas experiencias no superadas y dirigidas sin colador al público en general puede influir en vidas ajenas de manera negativa, por tanto, deben ser guardadas para sí mismo, y no “desapuntillarse” con sarcasmos sin sentido, que demuestran incluso la ignorancia y la falta de investigación. Se puede sanar ello sin hacer tanto alboroto y menos, burlándose de la religiosidad de su propia madre. Si tanto quiere tener sexo el Viernes Santo, y no puede aguantarse 3 días de abstinencia… hágalo, siempre y cuando no haga tanto ruido y gemido mientras pasamos con la procesión por su casa, con su señora, o con quien esté en ese momento.
bendiciones
Publicamos tu nota, Mateo, pero no vemos nada “bochornoso” en el escrito del doctor Rey, ni encontramos dentro de él lo que afirmas. Por el contrario, esas eran las creencias de entonces y el autor se limita a rememorarlas.
Te aclaramos, además, que no fue él quien anotó lo de “Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander”, por lo cual no es él quien “hace alarde” de serlo.
Cordial saludo.