¿Cuándo comenzó a celebrarse la Semana Santa y dónde?
Gracias a un antiguo manuscrito encontrado por un arqueólogo italiano en el siglo XIX (Francesco Gamurrini, 1884) y cuya autoría correcta fue precisada con posterioridad por un historiador e hispanista francés (Mario Férotin, 1903), ya que el primero lo había atribuido erróneamente a otra persona, se pudo conocer que en el año 381, esto es, en la segunda mitad del siglo IV, una mujer de nombre Egeria (o Eteria, que de ambas formas se le conoce), al parecer monja (incluso hay quienes aseveran que debió ser la abadesa de su comunidad) inició, desde Gallaecia (actualmente Galicia, León, Zamora y Asturias, en España, y norte de Portugal), un periplo por los territorios conocidos como Santos Lugares o Tierras Santas, con la particularidad de que iba escribiendo un diario de viaje y en él iba relatando, a manera de cartas, los pormenores de su itinerario a sus hermanas (seguramente de congregación religiosa, aunque hay quienes creen que se trataba de sus parientes), quienes se quedaron en el lugar donde todas vivían. En esos momentos el imperio romano dominaba todos esos territorios política y militarmente, y esta circunstancia, y el hecho de que la singular peregrina anota en su diario datos como que ha sido dotada de un salvoconducto, o que al atravesar ciertos y determinados lugares que aún se consideraban peligrosos contaba con escolta militar, o que salían a recibirla obispos y reyes, hace presumir que se trataba de una mujer importante además de adinerada. Egeria visita lugares tales como Egipto, Siria, Mesopotamia, Asia Menor y Palestina, que es como decir hoy en día Egipto, Siria, Iraq, Turquía e Israel y Palestina. Su manuscrito se interrumpe en el año 384, cuando lleva tres años de viaje, y en su última anotación hace saber que se encuentra en Constantinopla (actualmente Estambul, Turquía), y planea dirigirse a Éfeso, aquel lugar que se volverá especialmente famoso por la célebre Epístola de san Pablo a los Efesios.
Pues bien: en lo que toca con los orígenes más distantes en el tiempo de lo que hoy en día constituye la celebración de la Semana Santa, en el manuscrito de Egeria ella describe su arribo a Jerusalén y narra que allí tiene la oportunidad de presenciar la representación, a lo largo de sus calles, de lo que fue la última semana de Jesús, a partir de su llegada a esa ciudad el domingo anterior a la celebración de la Pascua Judía, esto es, que se refiere ni más ni menos que al Domingo de Ramos, así como también a la representación de los sucesos inmediatamente posteriores y de sus protagonistas. Como se sabe, en esa última semana acontecen hechos tales como la última cena, la oración en el huerto, el arresto de Jesús, su juzgamiento en el sanedrín judío, su entrega a los romanos, su enjuiciamiento por la autoridad romana, su condena a muerte, su crucifixión y su resurrección al siguiente domingo, tercer día del viernes en que agonizó en la cruz y murió.
Esto significa que la Semana Santa ya se celebraba en el siglo IV, esto es, cuando menos entre el año 381 y el 384, lapso conocido del periplo de Egeria, del que se ignora si continuó, es decir, si finalmente la ilustre viajera fue a Éfeso.
Existen diversas elucubraciones sobre que esta celebración pudo tener antecedentes anteriores a esa conmemoración jerosolimitana del siglo IV presenciada por Egeria e incluso llegar hasta el siglo I, cuando aún algunos de los apóstoles o discípulos que conocieron a Jesús vivían, pero no existe respaldo probatorio fehaciente al respecto. Lo cierto es que Egeria recibía hospedaje, a lo largo de su periplo, en monasterios que ya para entonces se habían constituido y es claro que utilizó la extensa red de comunicaciones terrestres construida por el imperio romano. Por supuesto, y dada la precariedad de los medios de transporte de aquel entonces, se ha concluido que Egeria tuvo que tener un espíritu aventurero para haber pensado adentrarse en todos esos territorios. También la favoreció el hecho de que por aquel entonces estaba en vigencia la “Pax Romana”, largo lapso en el que habían cesado las hostilidades militares entre Roma y los pueblos sometidos bajo su imperio. Aún así, y de acuerdo con el manuscrito, y como ya se dijo atrás, persistían segmentos territoriales de su desplazamiento para transitar los cuales se había considerado conveniente brindarle escolta.
No se tienen datos biográficos de Egeria. Su manuscrito fue publicado como libro bajo títulos como, entre otros, “El itinerario de Egeria”, “El itinerario de Eteria”, “El viaje de Egeria”, “El viaje de la virgen Egeria”, o “El peregrinaje de Egeria”.

El siguiente es el relato de Egeria:
Capítulo XXX
La Semana Mayor
1.- (Domingo de Pasión) Al día siguiente, domingo, en que ya entramos en la semana pascual, llamada aquí Semana Mayor, se celebran antes del canto de los gallos cuantos actos se acostumbra hacer en la Anástasis o en la Cruz, hasta el amanecer.
El domingo por la mañana se oficia, según uso tradicional, en la iglesia mayor, llamada Martyrium, porque está en el Gólgota, detrás de la Cruz, donde el Señor padeció, y por tanto en un Martyrium.
2.- Una vez acabadas las ceremonias como es costumbre en la iglesia mayor y antes del inicio de la misa, el archidiácono eleva la voz y dice primero: “Toda esta semana, o sea, desde mañana, a la hora de nona nos reuniremos todos en el Martyrium, quiero decir, en la iglesia mayor”. Igualmente vuelve a elevar la voz y dice: “Hoy estaremos todos preparados a la hora séptima en Eleona”.
3.- Finalizada la misa en la iglesia mayor, o sea, en el Martyrium, se acompaña al obispo hasta la Anástasis entre himnos y, terminado todo el ritual acostumbrado que se hace en los días dominicales en la Anástasis después de la misa del Martyrium, entonces cada uno se marcha a su casa y se da prisa en comer, a fin de estar preparados todos antes de la hora séptima en la iglesia de Eleona, esto es, en el Monte Olivete, donde está la gruta aquella en que enseñaba el Señor.
Procesión del Domingo de Ramos
1.- Así, a la hora séptima todo el pueblo sube al Monte Olivete, o sea, a Eleona, a la iglesia. Se sienta el obispo y se dicen los himnos y antífonas apropiadas al día y al lugar y de igual modo, las lecturas. Cuando comienza a ser la hora nona, se asciende con himnos hasta Imbomon, que es el lugar desde donde el Señor subió al cielo, y allí se sientan, pues todo el pueblo recibe la orden de sentarse, siempre que el obispo está presente mientras los diáconos todos están de pie. Se dicen entonces allí los himnos y antífonas propios del día, así como las lecturas intermedias y las oraciones.
2.- Y ya, cuando comienza a ser la hora undécima, se lee aquel pasaje del evangelio, cuando los niños con ramos y palmas salieron al encuentro del Señor diciendo: “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (cf. Mat. 21 9). A continuación se levanta el obispo y todo el pueblo, se va a pie desde lo alto del Monte Olivete, marchando delante con himnos y antífonas, respondiendo siempre: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
3.- Todos los niños que hay por aquellos lugares, incluso los que no saben andar por su corta edad, van sobre los hombros de sus padres, llevando ramos, unos de palmas, y otros, ramas de olivo (cf. Mat. 21, 8). De este modo es llevado el obispo de la forma que entonces fue llevado el Señor.
4.- Se baja desde el monte hasta la ciudad y de allí a la Anástasis, caminando a pie todos por la ciudad. Pero, si hay algunas señoras y señores, acompañan al obispo respondiendo y así despacio, despacio, para que no se canse la gente, se llega finalmente por la tarde a la Anástasis, donde se hacen las vísperas, aunque sea tarde. Finalmente se hace la oración en la Cruz y se despide al pueblo.
Lunes santo
1.- Al día siguiente, o sea, en la feria segunda, se hace todo como es costumbre desde que canta el gallo hasta el amanecer en la Anástasis; a la hora de tercia y la de sexta, igual que en toda la cuaresma. En cambio, a la hora de nona se reúnen todos en la iglesia mayor, esto es, en el Martyrium y allí se dicen himnos y antífonas hasta las horas primeras de la noche. Las lecturas también son las propias del día y del lugar, siempre interponiendo las oraciones.
2.- También se hacen allí las vísperas, al llegar su hora. Ya de noche, se dice misa en el Martyrium, acabada la cual, es acompañado el obispo desde allí hasta la Anástasis
Martes santo
1.- También en la feria tercera se repite todo como en la segunda. Solamente se añade que, una vez que anochece, después de haber celebrado la misa en el Martyrium, de haber ido a la Anástasis y se haya dicho allí otra misa, terminada ésta, marchan todos, ya de noche, a la iglesia que está en el monte Eleona.
2.- Una vez llegados a ella, pasa el obispo al interior de la cueva, dentro de la cual solía el Señor enseñar a sus discípulos. Toma el libro de los Evangelios y el propio obispo lee de pie las palabras del Señor, escritas en el evangelio según Mateo, donde dice: “Cuidad que nadie os engañe” (cf. Mat. 24, 4). Y toda aquella parte la lee el obispo: Cuando termina, se hace oración, se bendicen los catecúmenos y los fieles, se dice la misa y se regresa del monte y cada cual vuelve a su casa, ya de noche.
Miércoles Santo
1.- En la feria cuarta todo se realiza durante el día, desde el primer canto del gallo, como en la segunda y tercera, pero, una vez se haya dicho la misa, todavía de noche, en el Martyrium y acompañado el obispo con himnos hasta la Anástasis, directamente el obispo pasa al interior de la cueva que hay allí y se queda de pie junto al cancel. Un presbítero toma el evangelio y lee el pasaje cuando Judas Iscariote se presentó a los judíos y preguntó cuánto le darían, si les entregaba al Señor (cf. Mat. 26, 14).
Terminada la lectura, se levanta tal griterío y tales exclamaciones de todo el pueblo, que no hay quien no se conmueva con lágrimas en aquellos momentos. A continuación se hace oración, son bendecidos los catecúmenos, así como los fieles y termina la misa.
Jueves santo
1.- A partir del primer canto del gallo, comienzan las actividades en la feria quinta, según costumbre en la Anástasis, hasta el amanecer. Del mismo modo, todo el pueblo se reúne en el Martyrium, hasta la hora tercia y sexta. Pero a la octava hora, según uso, hay que hacerla bastante más temprano que los demás días, porque la misa ha de ser antes.
Por lo tanto, reunido todo el pueblo, se hace todo lo que debe hacerse. Ese día se celebra la oblación en el Martyrium y se celebra allí la misa a eso de la hora décima. Pero antes, el diácono eleva la voz diciendo: “Deberemos estar todos al anochecer en la iglesia de Eleona, porque esta noche nos aguardan grandes trabajos.
2.- Terminada la celebración de la misa en el Martyrium, se va a la iglesia detrás de la Cruz, se recita en ella un himno solamente, se hace oración y el obispo ofrece la oblación y comulgan todos. Exceptuando ese día solo, durante el resto del año nunca se hace la oblación detrás de la Cruz: solamente este día. Una vez terminada la misa, se trasladan a la Anástasis, se ora, se imparte la bendición, como siempre, a los
catecúmenos y a los fieles y termina la misa. Luego cada cual se da prisa al ir a sus casas para comer, porque, después de haber comido, acuden todos a la iglesia de Eleona, a la cueva en que el Señor ese mismo día estuvo con sus apóstoles.
3.- Allí, sobre la hora quinta de la noche, se van recitando siempre unas veces himnos, otras, las antífonas propias del día y del lugar, intercalando oraciones variadas. Se hacen las lecturas de los lugares evangélicos en que el Señor habló a sus discípulos aquel día sentado en la misma cueva en que está la iglesia.
4.- Cuando viene siendo como la hora sexta de la noche, se acude cantando himnos al Imbomon, lugar desde donde el Señor subió a los cielos. También en este sitio se hacen lecturas, se dicen himnos y antífonas apropiadas al día. Cualesquiera sean las oraciones que recite el obispo siempre son las más aptas al día y al lugar.
Getsemaní
1.- A la hora del canto de los gallos se desciende desde el Imbomon, cantando himnos, hasta donde oró el Señor, como está escrito en el evangelio: “Y se retiró como a un tiro de piedra e hizo oración”, etc. (cf. Luc. 22, 41). Hay aquí una iglesia muy bonita. El obispo pasa a su interior con todo el pueblo, dice una oración apropiada al día y al lugar, se dice un solo himno alusivo y se lee el pasaje evangélico cuando dice a sus discípulos. “Vigilad para que no entréis en tentación” (cf. Mat. 26, 41 y Marc. 14, 38). Se lee aquí el pasaje entero y de nuevo se hace oración.
2.- Luego, bajan a pie cantando himnos a Getsemaní con el obispo hasta el más pequeño de los niños, donde una gran multitud de gente, cansada de tanta vigilia y agotados por los diarios ayunos, van bajando de tan elevada montaña muy lentamente, poco a poco, cantando himnos hasta el monte Getsemaní. Se tienen encendidas muchísimas antorchas en la iglesia para iluminar al pueblo.
3.- Llegados a Getesemaní, se hace en primer lugar una oración propia y un himno. También se lee del evangelio el episodio de cuando el Señor fue apresado. Al llegar a este punto de la lectura, se produce tan estruendosos sollozos y tan agudos lamentos entre el pueblo, mezclados con llantos, que quizás llegue a oírse el griterío de la gente hasta en la propia ciudad. A partir de ahora, comienzan a descender a pie hacia la ciudad, cantando himnos, llegando a sus puertas a la hora en que un hombre comienza a reconocer a otro. Todos juntos, mayores, menores, ricos, pobres, pasando por medio de las calles, todos dispuestos, nadie se retira, especialmente ese día, de asistir a la vigilia hasta el amanecer. Se acompaña al obispo al bajar de Getsemaní hasta las puertas y por toda la ciudad hasta la Cruz.
4.- Al llegar a este punto, la luz comienza ya a clarear. Una vez más se hace lectura del evangelio en donde dice cómo el Señor es conducido ante Pilato (cf. Mat. 27, 2 y Marc. 15, 1) y todo lo relacionado con lo escrito sobre lo que dijo Pilato al Señor o a los judíos. Se lee todo completo.
5.- A continuación el obispo habla al pueblo, reconfortándolo, por todo lo que llevan soportado toda esa noche y por lo que les queda durante el resto del día. Que no desmayen, sino que tengan esperanza en Dios, que ha de concederles por sus esfuerzos mayor recompensa. Dándoles aliento, dentro de los que está a su alcance, les habla diciendo: “Id un rato ahora cada uno de vosotros a vuestras casitas, sentaos y reposad un rato y procurando estar todos aquí dispuestos a eso de la hora segunda del día, porque, a partir de esa hora, hasta la sexta, podáis contemplar el santo leño de la cruz, convencidos de que ha de servir de salvación a cada uno de nosotros. A partir de la hora sexta deberemos nuevamente concurrir a este lugar, o sea, ante la Cruz, para dedicarnos a las lecturas y oraciones hasta la noche”.
Viernes santo
1.- Una vez acabada la misa en la Cruz y antes de que el sol aparezca, seguidamente todos se encaminan animosos hasta Sion, para orar ante la columna aquella en la que fue flagelado el Señor. Van luego a sus casas a descansar un rato y pronto todos están dispuestos. Mientras, se coloca una cátedra para el obispo en el Gólgota detrás de la Cruz, levantada como está ahora. Toma asiento el obispo en esa cátedra, se pone ante él una mesa cubierta por un mantel, se colocan alrededor de ese altar los diáconos y se trae una arqueta de plata sobredorada, dentro de la cual está un trozo del madero de la santa Cruz, que se abre y se muestra, colocados encima de la mesa tanto el lignum cruciscomo el documento.
2.- Puesto sobre la mesa, el obispo desde su asiento coge con sus manos los extremos del madero santo, mientras que los diáconos que están a su alrededor lo custodian. Se vigila así porque es costumbre que, al paso del pueblo de uno en uno, tanto los fieles como los catecúmenos, se van inclinando ante la mesa, besan el santo leño de la Cruz y pasan desfilando. No sé de cuando data la historia de que uno de los que pasaban dio un mordisco a la Cruz y robó un pedazo del santo leño. Por eso ahora está vigilado por los diáconos que lo rodean, no sea que alguien, al paso, se atreva a hacerlo otra vez.
3.- Así va pasando todo el pueblo de uno en uno, inclinándose todos, tocándola con la frente y mirándola con los ojos, tanto la Cruz como el título, besándola mientras pasan, sin que nadie se decida a poner su mano encima ni tocarla. Cuando han pasado, hay un diácono sosteniendo el anillo de Salomón y el cuerno, con el óleo con que eran ungidos los reyes. Besan el cuerno y contemplan el anillo, desde la hora segunda más o menos, hasta la sexta, en que ya todo el pueblo ha pasado, entrando por una puerta y saliendo por otra, en donde el día anterior, la feria quinta, se había oficiado la oblación.
4.- Llegada la hora sexta, se trasladan ante la Cruz, con lluvia o con sol, ya que este lugar está al aire libre, a manera de atrio bastante amplio y muy hermoso, situado entre la Cruz y la Anástasis. Aquí se congrega toda la muchedumbre del pueblo, de tal modo que no se puede pasar. Al obispo se le coloca una cátedra ante la Cruz y, entre la hora sexta hasta la de nona, se hacen solamente las lecturas de este modo: primero se hace la lectura de los salmos que hace referencia a la pasión; del apóstol, de las epístolas o de los Hechos de los Apóstoles, siempre de las citas de la pasión del Señor. También se leen algunos episodios de los Evangelios relacionados con lo mismo.
También se hacen lecturas de los profetas, en que se habla de los sufrimientos del Señor, así como en los Evangelio donde se relata la pasión.
6.- Así, desde la hora sexta hasta la nona, siempre se leen las lecciones o se dicen himnos, para que vaya conociendo el pueblo cuanto dijeron los profetas que tenía que suceder sobre los padecimientos del Señor y lo vean reflejado en los Evangelios y en los escritos de los apóstoles. De este modo, durante aquellas tres horas, es adoctrinado el pueblo de que todo lo que sucedió ya había sido vaticinado antes y que así se había cumplido. Entre tanto, se van intercalando oraciones, siempre apropiadas al día.
7.- Con cada una de las lecturas y oraciones el pueblo se emociona y solloza de manera admirable. No hay uno siquiera, grande o pequeño, que no llore aquel día y durante aquellas tres horas tanto que no puede ni creerse que el Señor hubiera podido padecer aquellos sufrimientos tan grandes por nosotros. A continuación, cuando comienza a ser la hora nona, se hace lectura del pasaje del evangelio según Juan, cuando entregó el espíritu (cf. Joh. 19, 30), leído lo cual, se hace oración y la misa.
8.- Una vez acabada la misa ante la Cruz, luego marchan todos a la iglesia mayor, en el Martyrium, y se hacen las ceremonias que se acostumbra hacer en esas semanas, a la hora de nona, en que se va al Martyrium, hasta la tarde. Se dice misa junto al Martyriumy se va a la Anástasis y, cuando se llega, se hace lectura del episodio evangélico en que José pide a Pilato el cuerpo de Jesús y lo coloca en un sepulcro nuevo (cf. Joh. 19, 38).
Acabada la lectura, se hace oración, se bendicen los catecúmenos y los fieles y acaba la misa.
9.- Ese día no se avisa de que se vaya a hacer la vigilia en la Anástasis, porque se sabe que el pueblo está muy fatigado, pero no obstante, acostumbra ir la gente que quiere y puede. Los que no pueden no hacen vigilia durante la noche, sólo van los clérigos más fuertes y más jóvenes, que, durante toda la noche, dicen himnos y antífonas hasta el amanecer. Sin embargo, hay mucha gente que puede y lo hace, bien durante el día o bien durante la media noche.
Sábado santo
1.- En la mañana del sábado se hacen las horas de tercia y sexta, según costumbre. La de nona ya no se hace del sábado, sino que se prepara la vigilia pascual en la iglesia Mayor, o sea, en la del Martyrium. La vigilia de Pascua se desarrolla como la hacemos nosotros. Sólo se añade el que los niños, una vez recibido el bautismo y vestidos debidamente, tan pronto como salen de la fuente, van enseguida con el obispo a la Anástasis.
2.- Pasa el obispo hasta el cancel de ella, se recita un himno, y ora por ellos, pasando luego todos a la iglesia Mayor, donde, como siempre, el pueblo entero celebra la vigilia, del mismo modo que lo hacemos también nosotros aquí. Hecha la oblación, se dice misa. Acabada la misa de la vigilia en la iglesia Mayor, se trasladan cantando himnos a la Anástasis y allí otra vez se hace la lectura del pasaje del evangelio referido a la
Resurrección, se ora y otra vez hace las ofrendas el obispo; pero todo brevemente para que el pueblo no se retrase demasiado. Luego se le despide. La misa de la vigilia se celebra este día a la misma hora que la celebramos nosotros.
Pascua de Resurrección
1.- Los ocho días pascuales se hacen como los hacemos también entre nosotros y las misas se celebran por su orden esos ocho días, del mismo modo que se celebra la Pascua en todas partes, hasta la octava. Todo está muy adornado y ordenado durante esos ocho días, como en la Epifanía, tanto en la iglesia Mayor, como en la Anástasis, y en la Cruz, o en Eleona, lo mismo en Belén y en Lazario o en cualquier otro sitio, porque son las fiestas pascuales.
2.- Ese primer domingo se va a la iglesia Mayor, esto es, al Martyrium; así como en las ferias segunda y tercera.Una vez celebrada la misa en el Martyrium, se va, como siempre, a la Anástasis, cantando himnos. La feria cuarta se trasladan a Eleona, la quinta a la Anástasis, la sexta a Sion, el sábado ante la Cruz y el domingo de la octava, nuevamente en la iglesia Mayor del Martyrium.
3.- Durante esos ocho días pascuales, a diario, después del almuerzo, el obispo acompañado por todo el clero y todos los niños recién bautizados, así como los aputactitas, hombres y mujeres, y todos cuantos quieren asistir suben a Eleona. Se cantan himnos, se dicen oraciones tanto en la iglesia de Eleona, donde está la gruta en la que el Señor enseñaba a sus discípulos, como en Imbomon, que es el lugar desde donde el Señor subió a los cielos.
4.- Acabadas las lecturas de los salmos y hecha la oración, se baja desde allí a la Anástasis, cantando himnos, a eso de la hora de vísperas. Esto durante los ocho días. El domingo de la Pascua, después de la misa de la noche, que es en la Anástasis, todo el pueblo acompaña al obispo hasta Sion con himnos.
5.- Llegados a Sion, se entonan los himnos propios del día y del lugar, se hace oración, y se lee el pasaje evangélico (cf. Joh. 20, 19-25), en que se relata cómo el Señor aquel día y en aquel lugar, donde ahora está la iglesia de Sion, (…) Fue entonces cuando, faltando de allí uno de los discípulos, o sea, Tomás, que, al volver y decirle los demás apóstoles que habían visto al Señor, les dijo: “No lo creeré, si no lo veo” (cf. Joh. 20, 25). Acabada la lectura, se ora nuevamente, son bendecidos los catecúmenos y los fieles, regresando cada cual a sus casas a eso de la hora segunda de la noche”.

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro del Colegio Nacional de Periodistas. Credencial nro. 2014026 del CNP.
ILUSTRACIONES: (1) Manuscrito de Egeria. Biblioteca Comunal de Arezzo, Italia.
(2) Mapa que representa el itinerario de Egeria.
(3) Representación de una distinguida mujer cristiana de la época. Biblioteca Nacional de España. Madrid.
(4) Edición argentina del diario de Egeria de 1955.
(5) Edición del diario de Egeria en español y latín.