PILAR ANGARITA. (Croniquilla). CAPÍTULO I. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

Ahí te veo, Pilar, aquel lejano día. Estás llegando a mi oficina con tus compañeras, todas luciendo el uniforme del colegio de la Presentación. Mi oficina está situada en aquel entonces —sí, en aquellos años que a veces siento tan lejanos y otras veces los percibo tan cerca— en el cuarto piso del edificio Turbay, una edificación esquinera, vieja y ampliamente conocida, que se yergue airosa y desafiando el tiempo en pleno corazón del todavía no convulsionado centro de mi ciudad nativa. Tú me empiezas a contar, sin siquiera haberte sentado en una de las sillas que mantengo al frente de mi escritorio y a donde te he invitado a que lo hagas —no sin antes disculparme por no tener suficientes asientos para todas—, me empiezas a contar, digo, con tu sonrisa amplia y fresca; con ese hablar apresurado que te caracteriza y que atiza ante mis ojos la llama de una juventud fogosa y pletórica de sueños, me empiezas a contar, digo otra vez, que eres la presidenta de la junta directiva de tu undécimo grado y que el profesor de español les ha puesto como misión académica la de conseguir un conferencista que vaya al colegio a darles a los dos undécimos —al tuyo, el A, y a otro más que hay, el B— una charla sobre los géneros literarios. Me narras además, haciendo gala tanto de tu notoria fluidez verbal como de tu atrayente simpatía, que acaban de ir a la oficina del abogado Gabriel Mantilla Lozada, ubicada en el mismo piso donde se encuentra la mía, y me aclaras que han ido donde él porque es un viejo amigo de tu familia; pero agregas enseguida que cuando le explicaron el motivo de la visita, él les había manifestado que en realidad no tenía conocimiento alguno sobre ese tema, que si lo tuviese con todo gusto aceptaría la invitación, pero que “aquí, en el mismo piso hay un abogado joven” de quien él está seguro de que “sí sabe acerca de eso” y puede darles esa conferencia, y que lo dice porque sabe que ese joven abogado “escribe en el periódico”, que “habla por la radio” y que hasta en sus conversaciones cotidianas con sus vecinos de piso suele embellecer la charla trayendo a colación poemas de diversos autores, o pasajes de conocidas o desconocidas obras literarias. Tú me relatas, Pilar, que el doctor Mantilla les dio la indicación de que, una vez salieran de su oficina, giraran hacia la derecha y se fueran caminando por el pasillo, que adelante encontrarían fácilmente la oficina de aquel joven abogado de quien les acababa de hablar, y entonces les da mi nombre. Tú rematas tu apresurado relato con la pregunta inevitable que a continuación me haces: la de si yo puedo hacerles el favor de ir al colegio a dar esa conferencia. “Ay, doctor -me dices suplicante- no nos vaya a decir que no”. Y yo, mirándote a los ojos, y a través de ellos mirando por primera vez la belleza interior de tu alma, te digo que sí, que iré. Y, en efecto, voy. Tantos años después, cuando han pasado muchas cosas en tu vida y no pocas cosas en la mía, recuerdo perfectamente con qué traje llego a tu colegio: lo he comprado mucho antes en el almacén Hernando Trujillo y se compone de pantalón blanco, zapatos bancos, medias blancas, chaqueta negra cruzada y de botones dorados, camisa blanca y corbata roja. Mi pelo es negro y brillante. Suelen decir que es como un azabache. Y tengo en aquel entonces tal cantidad de pelo, que las mujeres que me conocen me increpan —por supuesto en son de broma— el que en la repartición celestial de los cabellos a mí me haya correspondido tanto. Todo es entonces para ti, Pilar, juventud, alegría y confianza total en el mañana. Ni por asomo se avizoran nubarrones ni turbulencias en tu vida.

 

(CONTINUARÁ)

 

ILUSTRACIÓN: Pedro J. Vargas (“Pietro”)

 

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro del Colegio Nacional de Periodistas. Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.

 

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