
En septiembre se llevará a cabo, como todos los años, la Feria de Bucaramanga.
Ustedes mismos, lectores de El Frente y de Vanguardia Liberal, los dos diarios bumangueses, han tenido, año tras año, la ocasión de revisar la nómina artística oficial de ese certamen. Sí, de la Feria DE BUCARAMANGA (así, “DE BUCARAMANGA”, con mayúsculas), es decir, de la capital DE SANTANDER (sí, “DE SANTANDER”, también con mayúsculas).
Repasando los periódicos correspondientes, pongamos por caso, al 2007, encontramos la nómina artística OFICIAL de ese año. Sí, la nómina OFICIAL (con mayúsculas), porque lo único que hicieron los periódicos locales fue reproducir textualmente el boletín de la entidad que la organiza, en el cual se leía que habían sido contratados “Artistas…como Jorge Celedón, Iván Villazón, Uriel Henao, Binomio de Oro, Luifer Cuello, Los Inquietos, Orquesta Bananas, Penchy Castro, Checo Acosta, Beto Zabaleta, Juan Carlos Coronel, Fabián Corrales…Como talento local Misión Secreta, Tropibanda, Rey and Rey, la Parranda es con Juancho, Lucho Zabaleta, Alfonso Guerrero y Rh Positivo”.
Esto rezaba, repito, el boletín de prensa de la Feria, que la prensa local publicó al pie de la letra.

Lo ocurrido en el 2007 sucedió, igualmente, tanto en los años inmediatamente anteriores como en los inmediatamente posteriores a él.
Pues bien: nada hay de reprochable en ello. Todos son artistas y agrupaciones de altas calidades, algunos -incluso- cercanos a nuestros gustos y afectos. Es, además, entendible que en un certamen ferial tienen que haber orquestas de música bailable. Eso nadie lo cuestiona. De hecho, nosotros también tiramos paso en la caseta Matecaña.
Pero si ustedes, haciendo abstracción del maestro Guerrero y demás grupos tropicales locales, cuentan las agrupaciones vallenatas y las de música norteña que vinieron, verán que pulularon. En cambio, si observan, no hubo una sola agrupación folclórica santandereana, es decir, no sonó en la feria de ese año ni siquiera un bambuco, ni una guabina, ni un torbellino: nada, absolutamente nada de la música santandereana, de las auténticas expresiones culturales de nuestro pueblo, de nuestros ancestros, de nuestros orígenes. Eso, a menos que el boletín oficial de la feria hubiera mentido [Porque también se miente cuando se oculta parcialmente la verdad].

FESTIVAL NACIONAL DEL BAMBUCO. NEIVA (HUILA) / COLOMBIA
La evidente y gravísima orfandad cultural que vive la Feria de Bucaramanga desde hace varios años contrasta con las noticias que uno lee, por ejemplo, en El Frente de los años 60, cuando era secretaria de educación Dorila López Mendoza y eran numerosas las presentaciones artísticas de grupos folclóricos santandereanos que abrían, en alegre y colorido desfile a lo largo de la carrera 15, el certamen ferial y, dentro de él, exaltaban, con singular hermosura, los aires típicos de nuestra tierra. Esa orfandad cultural explica por qué nombres como Luis María Carvajal, José A. Morales, Jorge Ariza, Gustavo Gómez Ardila, Lelio Olarte, Pacho Benavides o Francisco Durán Naranjo nada les dicen a las nuevas generaciones de santandereanos.

EL TIPLE, EL GRAN DISCRIMINADO EN LA FERIA DE BUCARAMANGA
Pero este proceso, que en Antropología se conoce con el nombre de aculturación o transculturación, no es inocente, ni llegó por generación espontánea. Algún día deberán responder, ante el tribunal de la Historia, ante el pueblo santandereano, ante la memoria de nuestros antepasados, ante lo que fue nuestra identidad, ante lo que era nuestra cultura, deberán responder, repetimos, la Alcaldía Municipal de Bucaramanga y el Estado en general, los medios de comunicación, los establecimientos educativos, la empresa privada y un largo etcétera, todos los cuales conforman el haz de culpables de semejante hecatombe.

Por fortuna, un comunicador santandereano logró que se incluyera dentro del certamen septembrino lo que se denomina la Feria – Bazar de Colonias. Idea que, dicho sea de paso, ya han intentado arrebatarle, como si él no hubiese sido el primero que la organizó (y no precisamente dentro de la Feria de Bucaramanga) en las instalaciones de CENFER en el año 2002, evento en el cual, justamente, nosotros tomamos parte cerrándolo.
Pero, inclusive tomando en cuenta esa feria-bazar de colonias, de todos modos, la presencia de la música andina santandereana en la Feria de Bucaramanga sigue siendo muy precaria. Una precariedad que, al cotejarse con la presencia de las demás expresiones musicales -colombianas y extranjeras- la convierte en una cifra de esas que los matemáticos llaman despreciable.
La tarea que le espera a quien pretenda recobrar la mística cultural que se perdió no va a ser sencilla. No va a ser tarea fácil recuperar, por ejemplo, el terreno que se perdió ante el desenfrenado y arrollador dominio del vallenato comercial (del comercial, subrayo, porque el folclórico desapareció hace rato y ya no lo dejan sonar ni siquiera en el festival vallenato de Valledupar, como advirtió en memorable canción, éxito de hace ya algunos lustros, un insigne compositor costeño), manifestación musical absorbente que a punta de monopolio radial, volúmenes estridentes y complicidad oficial arrasó con lo poco que quedaba de lo nuestro y condenó a nuestros artistas a morirse de hambre, a tocar gratis para que no los olviden, a ver cómo se les ignora e irrespeta en su propio terruño nativo, mientras los de afuera vienen y se van con las alforjas cargadas de millones.

LOS VOLÚMENES ALTÍSIMOS QUE DURANTE LA FERIA ENSORDECEN LA CIUDAD NO ESTÁN RELACIONADOS, PRECISAMENTE, CON LA MÚSICA AUTÓCTONA DE NUESTRA TIERRA
Apoyados en el sofístico argumento de que debemos ser universales (que es una afirmación indiscutible, como la de todo sofisma) lo que hicimos fue abrirle de par en par las puertas a lo de afuera y cerrársela en las narices a lo propio, como si la música santandereana no formara parte del universo musical (que es, precisamente, de lo que nunca se habla).
No ocurre igual en otras latitudes, desde luego. En la Feria de Cali la salsa cada vez se escucha más. En la Feria de Barranquilla cada vez suena más fuerte la cumbia y cada vez es más conocida en el mundo la guacherna. En el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto no ha dejado de sonar la guaneña. En la Feria de las Flores de Medellín el folclor andino goza del respeto, el aprecio, la admiración y la acogida popular. Y ni se hable del exterior, porque todo el mundo sabe cuánto se aprecian en México las rancheras, en Cuba los sones, en Argentina los tangos, en Austria los valses, en Chile las cuecas o en España los pasodobles. Esta -Santander- es la única tierra del mundo donde los nativos se avergüenzan de su cultura.
Preguntamos: ¿Cuándo comenzará la reconquista?
¿O será que ya jamás habrá reconquista, o ni siquiera se intentará que la haya?
¿Serán capaces nuestros dirigentes, los que tienen en sus manos el manejo de nuestra cultura, y hasta disfrutan de jugosos sueldos gracias a ella, de poner a sonar algún día los bambucos santandereanos, digamos, en las fiestas de la Costa, así como la música costeña suena aquí, y domina, y arrasa?

LA DANZA DEL CHULO, BAILE TÍPICO DEL FOLCLOR SANTANDEREANO
La reacción por la defensa de nuestra música no da espera. O el Estado y lo que llaman “las fuerzas vivas” de nuestra sociedad (que a veces parecieran estar agonizando o haber muerto definitivamente) la emprenden ya, o la cultura santandereana desaparecerá de manera irremediable.
Hay algunos ingenuos que arguyen el hecho de que todavía se hacen por ahí presentaciones de danzas y grupos folclóricos santandereanos. Pero, ¿por qué no indagan cuánto se les paga a los grupos vallenatos o norteños y a las agrupaciones extranjeras que vienen a tocar en la feria, por ejemplo, y cuánto, en cambio, se les paga a nuestros artistas locales por esas presentaciones?
¿Y por qué no preguntan si en la Costa se difunde nuestra música siquiera con la centésima parte del empuje con que aquí se difunde la de allá?

¿Y qué decir de la divulgación de nuestra música autóctona fuera de Colombia? ¿Qué han hecho a favor de ella los agregados culturales de las embajadas colombianas a lo largo y ancho del mundo?
No sigamos en esta farsa, santandereanos: fuera de Santander nuestra música, salvo una que otra aislada excepción, tiene cerradas las puertas en todas partes a lo largo y ancho de la Costa Atlántica colombiana y a lo largo y ancho del orbe.
Y si certámenes nuestros, como la Feria de Bucaramanga, siguen apagando, con todo su ensordecedor bullicio, los sonidos de nuestros requintos, de nuestros tiples y de nuestros aires autóctonos, ¿en cuáles escenarios, entonces, tendrán nuestros artistas sobrevivientes –como no la tuvieron las estirpes de Macondo según la pluma garciamarquiana– una segunda oportunidad sobre la tierra?