Murió el padre Alberto Gómez Lamus, capellán del Colegio Guanentá de San Gil

CATEDRAL DE SAN GIL

 

El sacerdote católico santandereano padre Alberto Gómez Lamus, capellán del Colegio Guanentá de San Gil, falleció en la Perla del Fonce.

Nuestro portal reproduce textualmente las palabras que su hermano Alejandro Gómez Lamus, abogado y escritor, con las dificultades propias de los quebrantos de salud que infortunadamente padece, las cuales no le impidieron trasladarse, desde luego llevado por sus seres queridos, hasta la capital guanentina, pronunció en la capilla del Seminario San Carlos Borromeo, en desarrollo de las exequias del levita desaparecido.

La santa misa de cuerpo presente se llevó a cabo en la catedral de esa ciudad santandereana. Tomaron parte en la celebración los coros del seminario, que el finado organizó. El Padre Alberto había formado parte de los coros de la Casa de la Cultura de El Socorro.

Un saludo de condolencia muy especial a la familia del distinguido presbítero fallecido. El padre Alberto y el doctor Alejandro son hijos del historiador Joaquín Gómez Prada, Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander, y sobrinos del ilustre tratadista santandereano de Derecho Penal Dr. Agustín Gómez Prada, ambos ya fallecidos.

A continuación, la elegía del doctor Alejandro Gómez Lamus:

“El 1 de mayo de 1945, la sabana vio nacer unos gemelos, Alberto y Hernando. La altiplanicie bogotana se cubrió de verdor para ver llegar a este valle de lágrimas a los primogénitos de Joaquín Gómez Prada y Matilde Lamus Correa, de estirpe de Zapatoca y bravía raza santandereana. Pasaron unos años y vemos a Alberto con su hermano Hernando correr bulliciosamente por los pasillos del Colegio Cristo Rey (hoy la Universidad Santo Tomás de Bucaramanga). La infancia se desenvolvió en el calor de El Centro, en una casa de madera, anjeo y tubos, en medio de árboles de mango resguardados por unas inquietas iguanas. Todo respiraba petróleo en ese campo de producción. El espíritu de Dios imperaba en la familia Gómez Lamus y un padre y una madre, celosos ante los mandamientos del Creador, quisieron que sus hijos varones sirvieran a la Santa Madre Iglesia, en lo posible como alter Cristus. Por eso vemos a Alberto, Hernando, Joaquín Aurelio y Alejandro, en la fría y levítica Zapatoca, en la Escuela Apostólica de los Sagrados Corazones, en la década de los 60 y, más adelante, a los gemelos, verlos en las aulas del Seminario Conciliar San Carlos Borromeo de la muy noble y leal Villa de San Gil. Pero Alberto pensaba más allá, quiso que su misión evangelizadora se extendiera más allá del Magdalena Medio y, ya sacerdote, ingresa al Seminario San Pedro Claver de la Diócesis de Barrancabermeja para dictar clases en “la obra maestra de Monseñor Bernardo Arango Henao”, según Pablo VI. Retornó a la Diócesis de Socorro y San Gil y fue designado en la Parroquia de Barbosa en reemplazo del inolvidable y jovial Padre “Mayito”, Mario Pimiento Patiño, quien murió celebrando la Santa Eucaristía.

Al Padre Alberto le fueron encomendadas varias parroquias en esta tierra de Santander, tales como la de Jesús María, El Gucamayo, Mogotes, Vélez y Barichara, e hizo parte con el Padre Mauro Serrano interpretando el violín, de los Coros de la Casa de la Cultura del Socorrro. En su actuar, él siempre se destacó por su carisma y buen humor. Hoy ante su cuerpo yerto quiero evocar “El Retorno”, poesía del sacerdote jesuita Antonio Silva Mujica, por creer ahora que encierra toda la vida de un ser inquieto y pleno del espíritu de Dios:

“Por montes y quebradas,
radiante de canciones
nuestra niñez corría bañada en luz y en aire
y al sol de los venados jubilosos volvíamos
como vuelven al nido jubilosas las aves.

Arrullando ilusiones dormimos placenteros
hasta que entraba el rayo del sol por los cristales
soñábamos ser hombres el día de mañana
sin saber que a los niños envidiaban los grandes.

Cuando el viento traía mezclado con gorjeos
el canto de la siega desde el vecino valle,
felices acudíamos a levantar manojos
cantando la festiva canción de los trigales.

Una tarde partiste, pasaron muchos años.
Hoy encuentras antiguo cuanto nuevo dejaste:
ruinosas las paredes, abrojo en los jardines,
doradas de tristeza las copas de los sauces.

En vano rueda el agua y en vano las auroras,
madrugan con sus trinos y brisas para nadie
el pino melodioso marchitose de altura
y cayó con sus nidos el trovador del valle.

En el tendido tronco, bañados por la luna,
¡ Cantamos tantas noches hasta que fuimos grandes!
¡ Cantaron otros niños y tú jamás volviste
y el tronco envejecido, cesó de oír cantares!

Crecieron las palmeras que ya te desconocen
y en tu ausencia murieron los verdes naranjales;
sin juegos ni columpios, hastiado de silencio
se secó entre sus hiedras el retorcido mangle.

Los caballos no existen, la yuntas ni el rebaño,
no ladra el fiel amigo ni viene a saludarte;
no juegan con el agua los niños en la acequia
ni el himno de las mieses invita con sus aires.

¿ ¡ A qué vienes, hermano, a recorrer tus huellas !?
barrieron ya las lluvias, la tierra que pisaste
llevó el viento las voces, nuestra niñez, el tiempo,
la guerra nuestros bienes, la muerte a nuestros padres.

Mas entremos, escucha… no hay seres, voz ni ruidos,
las tejas tienen césped y nidos los alares,
al sol de los venados ya nadie vuelve a casa
ni el canto de las niñas regresa por el valle.

De noche, solitaria, se escucha entre malezas
llorar junto a las ruinas, la fuente inconsolable
del patio en el silencio para que, afinando,
desgranen dulce arpegio las manos de mi madre.

La vida es una noche, la ruina es un preludio;
mañana empezaremos niñez que no se acabe
y aquestas ilusiones anidan en mi sueños
como duermen los trinos esperando que aclare.”

Gracias a la la familia Gómez Pinto por velar desinteresadamente frente al lecho del enfermo; sólo Dios con su infinita bondad habrá de pagarles tan abnegada labor, que desembocó en el altruismo.

Hermano Alberto: el tiempo deviene con las sombras del olvido. Tú no le debes nada a la vida y la vida tampoco te debe nada.
Dale Señor el descanso eterno y brille para él la luz perpetua.
Que el alma del padre Alberto descanse en paz, lo mismo la de todos los cristianos, por la misericordia de Dios. Amén”.

 

¡Gracias por compartirla!
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