Crónicas del ayer // PILAR ANGARITA. Capítulo I. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

Ahí te veo, Pilar, aquel lejano día. Acabas de anunciarte en la secretaría y ahora estás ingresando a mi despacho con tus compañeras de estudio, todas luciendo el uniforme del colegio de la Presentación. Mi oficina está situada en aquel entonces —sí, en aquellos años que a veces siento tan lejanos y otras veces los percibo tan cerca— en el cuarto piso del edificio Turbay, la edificación vieja y ampliamente conocida que se yergue, airosa y desafiando el tiempo, en la esquina suroeste de la carrera 16 con calle 35, en pleno corazón del todavía no tan convulsionado centro de mi ciudad nativa. Tú te has sentado frente a mí en una de las cuatro sillas que mantengo ante mi escritorio y tres de tus condiscípulas ocupan riéndose las restantes. Yo me disculpo por no tener suficientes asientos para todas. Las jóvenes que habrán de permanecer de pie también ríen y me dicen que no me preocupe, que así están bien. Tú me empiezas a contar, con tu sonrisa amplia y fresca, con ese hablar apresurado que te caracteriza y que atiza ante mis ojos la llama de una juventud fogosa y pletórica de sueños, me empiezas a contar, digo, que eres la presidenta de la junta directiva de undécimo grado y que el profesor de español les ha puesto a ti y a tus compañeras de mesa directiva, como misión académica urgente, la de conseguir un conferencista que vaya al colegio a darles a las alumnas de los undécimos una charla sobre los géneros literarios. Me narras además, haciendo gala tanto de tu notoria fluidez verbal como de tu atrayente simpatía, que acaban de ir al bufete del veterano abogado civilista Gabriel Mantilla Lozada, ubicado en el mismo piso donde se encuentra el mío, y me aclaras que han ido donde él porque es un viejo amigo de tu familia; pero agregas enseguida que cuando le explicaron el motivo de la visita, él les había manifestado que en realidad no tenía conocimiento alguno sobre ese tema, que si lo tuviese, con todo gusto aceptaría la invitación, pero que “aquí, en el mismo piso hay un abogado joven”, un abogado “dedicado al derecho administrativo”, de quien él está seguro de que “sí sabe acerca de eso” y puede darles esa conferencia, subrayándoles que si lo dice es porque sabe que ese joven abogado “escribe en el periódico”, que “habla por la radio” y que hasta en sus conversaciones cotidianas con sus vecinos de piso suele embellecer la charla trayendo a colación poemas de diversos autores, o pasajes de conocidas o desconocidas obras literarias, y entonces les da mi nombre. Tú me relatas, Pilar, que el doctor Mantilla les dio la indicación de que, una vez salieran de su oficina, giraran hacia la derecha y se fueran caminando por el pasillo, que adelante encontrarían fácilmente la de aquel joven abogado de quien les acababa de hablar. Tú rematas tu apresurado relato con la pregunta inevitable que a continuación me haces: la de si yo puedo hacerles el favor de ir al colegio a dar esa conferencia. “Ay, doctor -me dices suplicante- no nos vaya a decir que no”. Y yo, mirándote a los ojos, y a través de ellos mirando por primera vez la belleza interior de tu alma, te digo que sí, que claro, que iré, que iré con el mayor gusto. Y, en efecto, voy. Pero antes habré desempolvado y releído el tema en el viejo libro de español que conservo desde mi época de alumno de bachillerato del Instituto Tecnológico Santandereano. Se titula “Preceptiva literaria”, es de pasta verde y sus autores son dos distinguidos miembros de la comunidad de los lasallistas, el hermano Benildo Matías y el hermano Rodulfo Eloy. Es una edición del año 1960 cuyas páginas de papel de periódico he repasado tantas veces, que a ratos me da la impresión de que ya me las sé de memoria. Son tiempos en los que aún no se puede navegar a través de Internet y por ello no se cuenta todavía con ese regalo cultural que durante algunos años habrá de hacernos Microsoft y que se llamará Enciclopedia Encarta.

Hoy, tantos lustros después, cuando han sucedido muchas cosas en tu vida y no pocas en la mía, recuerdo perfectamente con qué traje estoy llegando a tu colegio: lo he comprado mucho antes en el almacén Hernando Trujillo y se compone de pantalón blanco, camisa blanca, corbata roja, chaqueta negra cruzada y con botones dorados, zapatos blancos y medias blancas. Mi pelo es intensamente negro y brillante al sol. Suelen decir mis allegados que es como un azabache. Y lo tengo en tal abundancia, que las mujeres que me conocen me increpan —por supuesto en son de broma— el que en la repartición celestial de los cabellos a mí me haya correspondido la melena que me tocó.

En cuanto a ti, Pilar, todo en aquel entonces es juventud, alegría y confianza total en el mañana. Ni por asomo se avizoran nubarrones ni turbulencias en tu agitada, pero festiva, lozana y hermosa vida de colegiala.

 

(CONTINUARÁ)

 

 

ILUSTRACIÓN: Pedro Jesús Vargas (“Pietro”)

 

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro del Colegio Nacional de Periodistas (CNP). Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.

 

¡Gracias por compartirla!
Esta entrada fue publicada en Blog. Guarda el enlace permanente.