CAPÍTULO I

En 1969 sucedieron varias cosas inolvidables en mi vida: fui monaguillo, perdí el año, creí enamorarme por primera vez (con esa candidez pura y hermosa con que se “enamora” un chico de trece años), aprendí a montar en cicla (no sin antes caerme a bordo de una bicicleta ajena y para colmo de males justamente frente a la casa de la chica de la que creí estar enamorado) y conocí a Álvaro Valencia Tovar.
El viernes 4 de abril, Viernes Santo de aquel 1969, en efecto, un joven acólito, flaco, pálido, mechudo y soñador fue encargado intempestivamente por el cura de la parroquia de la Santísima Trinidad, en el oriente bumangués, para que durante la solemne celebración religiosa tocara la matraca (Y es que el rito, según nos lo explicó el sacerdote con premura, no permite tocar ese día la campana). Ello me permitió estar muy cerca del orador que pronunciaría el Sermón de las Siete Palabras. El párroco, sacerdote Pablo Arias Delgado, había decidido que de dicha pieza sagrada se encargara ese año el ya general Álvaro Valencia Tovar. Tuve, entonces, la oportunidad de escuchar una disertación verdaderamente hermosa sobre un tema que, aunque esencialmente religioso, en el verbo de aquel culto oficial cobró una especial y atrayente dimensión sociológica y humana.
Nunca más volví a verlo. Pero no por ello dejé de seguir, así fuera de lejos, su trayectoria.
CAPÍTULO II

Tres años antes de mi abrupta incursión como intérprete de la matraca, el martes 15 de febrero de 1966, en el sitio conocido como Patio Cemento, en el Cañón del Pinar (otros dijeron que del Pilar), comprensión municipal de San Vicente de Chucurí, provincia de Mares, departamento de Santander, al nororiente de Colombia, la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) preparó una emboscada contra una patrulla militar que avanzaba a pie por la selvática zona. La patrulla, en efecto, fue atacada sorpresivamente por los rebeldes, escondidos en la tupida maraña. Uno de los emboscados era el sacerdote católico Camilo Torres Restrepo. El padre Torres había sacudido al país con las noticias de su solicitud para ser reducido al estado laico, la fundación de un movimiento político llamado Frente Unido y, finalmente, su ingreso a la guerrilla. Era en esos momentos el guerrillero más nombrado de Colombia y uno de los más famosos en América Latina, precisamente por su condición sacerdotal. En aquella terrible emboscada, la tropa perdió a varios soldados y otro tanto sucedió con los autores de la misma. El comandante Valencia Tovar, entonces coronel, recibió el informe por radio y de inmediato supuso que aquel guerrillero del cual decían que portaba una pipa era el presbítero convertido en revolucionario, lo cual resultó confirmado. La muerte del cura guerrillero causó una enorme sorpresa en el país. Pero también iría a causarla el saberse después que el coronel Valencia Tovar había sido su amigo y compañero de labores, y que ambos, el militar y el clérigo, habían sostenido no pocos paliques acerca de la problemática social, económica y política de Colombia. Quedó claro que Valencia Tovar de lo único que hablaba no era de armas, combates y estrategias castrenses.
CAPÍTULO III

Un mes después, el miércoles 16 de marzo de 1966, el ELN preparó un atentado con explosivos contra el general Valencia Tovar. El lugar escogido fue el parque de los Niños. El oficial hablaría allí durante una congregación pública con motivo de cumplirse el aniversario 185 de la Insurrección de los Comuneros. La tarima había sido instalada junto a la estatua de José Antonio Galán. La explosión de la bomba, sin embargo, ocurrió antes de que empezara la celebración del acto y cuando aún ni siquiera llegaba el primer asistente.
CAPÍTULO IV

El hoy escritor e historiador colombiano había asumido el mando de la Quinta Brigada el martes 31 de agosto de 1965. Tenía en esos momentos el rango de coronel. Apenas mes y medio después, el domingo 17 de octubre de 1965, lo “bautizó” como testigo de nuestra historia local la imborrable tragedia aérea que sacudió a Bucaramanga cuando un avión de Avianca procedente de Bogotá se estrelló, dentro de la ciudad, contra el cerro de Pan de Azúcar segundos después de impactar, encima del barrio Las Terrazas, con una avioneta que inexplicablemente surcaba el cielo bumangués en momentos en que la aeronave ya se disponía a aterrizar en el entonces aeropuerto Gómez Niño, hoy convertido en el extenso y poblado sector de conjuntos residenciales conocido como la Ciudadela Real de Minas. No creo que el general, cuya memoria es admirada por prodigiosa, haya olvidado ese mal momento del devenir histórico de mi ciudad nativa.
CAPÍTULO V

Para el viernes 15 de diciembre de 1967 se anunció que el coronel entregaría el mando de la Quinta Brigada a su sucesor. “Aquí viví los dos mejores años de mi vida”, dijo. Había sido llamado a Bogotá, para curso de ascenso a general, el viernes 24 de noviembre. Por aquellos días, Bucaramanga se agitaba de alegría porque el ciclista Severo Hernández había ganado la última etapa de la Vuelta a México y se preparaba su multitudinario recibimiento, al cual, desde luego, yo asistí. No obstante, el viernes 19 de enero de 1968, en el Club Unión, unas mil personas, encabezadas por el director del diario Vanguardia Liberal, Dr. Alejandro Galvis Galvis, lo estaban homenajeando porque se quedaba.
CAPÍTULO VI

El coronel Valencia Tovar se destacó como intelectual prácticamente desde que llegó a Bucaramanga y mantuvo esa imagen durante toda su permanencia en la ciudad, dando conferencias acerca de los asuntos más disímiles. El miércoles 8 de noviembre de 1967 a las 5:30 de la tarde, por ejemplo, dio inicio a una disertación en el Salón Cultural del Banco de la República acerca del tema “Trascendencia de las Relaciones Públicas en el desarrollo industrial y mercantil”; el miércoles 2 de agosto de 1967 había disertado en la Cámara de Comercio sobre el tema El papel de la juventud en Colombia; el jueves 16 de marzo de 1967 disertó en la Casa de Bolívar, sede de la Academia de Historia de Santander, acerca de La influencia de la tierra en el hombre. Una nueva forma de enfocar el espíritu de la Insurrección de los Comuneros; y el sábado 11 de marzo de 1967 lo había hecho en la Universidad Industrial de Santander (UIS) sobre Geopolítica, una conjunción dinámica del tiempo y el espacio.
CAPÍTULO VII

Otra preocupación del coronel Valencia Tovar en Bucaramanga fue la cultura. Fue así como el oficial tomó siempre parte activa en la programación de certámenes culturales a celebrarse en nuestra ciudad. Entre el 17 y el 24 de septiembre de 1967, por ejemplo, integró el comité organizador de las actividades culturales que debían llevarse a cabo en la Feria de Bucaramanga, entre las cuales estaba el Festival de la Canción Santandereana, la Exposición de Pintura y la Muestra de Danzas Folclóricas. Eran, claro está, los tiempos en que la Feria de Bucaramanga todavía era un pretexto anual para que a lo largo de sus engalanadas calles sonaran las guabinas y los bambucos, se rasgaran los tiples, se pulsaran las guitarras y se bailaran los aires autóctonos de nuestras montañas con los coloridos trajes típicos de la santandereanidad.
CAPÍTULO VIII

Inolvidable habría de ser para mí la iluminada y colorida representación teatral que organizó el general Valencia Tovar para recrear la gesta de nuestra Independencia. Con la participación de soldados, suboficiales, oficiales y civiles, luciendo los trajes de la época, especialmente los que vestían nuestros patriotas, y con un verdadero derroche de esfuerzo escénico y talento, el oficial, metido ahora de libretista y director de teatro, logró aglutinar alrededor del sector de Morrorrico, del acueducto y de los terrenos de la Quinta Brigada, a cerca de cincuenta mil personas, entre las cuales estaba yo. Esta obra fue presentada en la noche del miércoles 6 de agosto de 1969, se tituló “Trayectoria de Libertad” y recreó el Grito de Independencia del 20 de julio de 1810, la Batalla del Puente de Boyacá del 7 de agosto de 1819 y otros episodios históricos. El montaje y presentación de la obra contó con el patrocinio de la Empresa Colombiana de Petróleos (ECOPETROL). Aún rememoro en las tertulias a un soldado “actor” que formaba parte del “ejército patriota”: aquel “artista”, talvez queriendo lucirse ante el numeroso público femenino, se salió por completo del libreto y se dedicó a repartir “puñetazos” a diestra y siniestra, pero, como si semejante desafuero histriónico no le resultara suficiente, se negó a caerse al piso pese a los insistentes “disparos” que fingían hacerle los “realistas”. Supuse que esa misma noche, por desobediente, lo habían enviado al calabozo.
CAPÍTULO IX

Pero también sobresalió el coronel Valencia Tovar por su carácter de hombre recto, que lo llevó, por ejemplo, a protestar pública y enérgicamente contra la decisión del Juez Superior de Aduanas de Bucaramanga por medio de la cual decretó la libertad del más reconocido traficante de café en los años 60, “Don Néfer”.
En efecto, el miércoles 15 de junio de 1966 estalló un grave escándalo al saberse que desde Bucaramanga estaba saliendo un gigantesco contrabando continuado de café hacia la Costa Atlántica y de ahí al exterior, cuyo cerebro visible era Raúl Ariza, conocido como “Don Néfer”, quien contaba con la complicidad de personal del DAS, del Ejército Nacional y del Resguardo de Aduanas. Cuarenta personas fueron a parar a la cárcel, número que pronto se incrementó a cincuenta y dos. El coronel Valencia Tovar era el juez de primera instancia en su condición de comandante de la Quinta Brigada y dado que el juzgamiento de los implicados estaba a cargo de la justicia penal militar. El consejo de guerra comenzó, pero cuando la opinión pública estaba más pendiente de su resultado, el Juez Superior de Aduanas planteó un conflicto de jurisdicción al solicitar que se le enviara a él el expediente. La Corte Suprema de Justicia le dio la razón y el proceso fue a parar a sus manos. En una polémica decisión, el nuevo juez de la causa ordenó la libertad de “Don Néfer”. La reacción del coronel Valencia Tovar no se hizo esperar.
CAPÍTULO X

Sus relaciones con los medios fueron cordiales. No obstante, el sábado 8 de julio de 1967 en horas de la noche se desató un incendio dentro de las instalaciones de la Quinta Brigada. La conflagración hizo necesaria la presencia de cuatro máquinas de bomberos, pese a lo cual el fuego consumió el almacén de provisiones y otras instalaciones castrenses. En aquella ocasión hubo gran molestia en la prensa local porque el coronel Valencia Tovar prohibió el acceso de periodistas y fotógrafos.
CAPÍTULO XI

El sábado 11 de octubre de 1969 se informa a los bumangueses que el general ha sido designado director de la Escuela Militar en Bogotá. Y el viernes 9 de enero de 1970, en el campo de paradas de la Quinta Brigada, se realiza la ceremonia por medio de la cual, ahora sí, entrega el mando el brigadier general Álvaro Valencia Tovar.
CAPÍTULO XII

Apenas al año siguiente, el 7 de octubre de 1971, el general será herido en un atentado. Los hechos ocurrirán a las 7 de la mañana de ese jueves a la altura de la calle 100 con carrera 15 de Bogotá cuando el oficial se dirija hacia la Escuela Militar de Cadetes, donde ocupa el cargo de director, a bordo de un automóvil Mercedes Benz. Al general le dispararán varias ráfagas desde un vehículo Zastava color azul. El militar, historiador, escritor y político colombiano será conducido al Hospital Militar Central. Los autores del ataque serán miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
CAPÍTULO XIII

Para el año 1978, el general ® Valencia Tovar era candidato a la presidencia de la República. Su movimiento se llamaba Movimiento de Renovación Nacional. Para que lo dejaran hablar por televisión, se requerían no recuerdo cuántas firmas. Una tarde cualquiera, un grupo de universitarios descendíamos por la calle 36 entre las carreras 15 y 16 cuando observamos una pequeña mesa donde se estaban recogiendo las firmas con el fin de que le permitieran al oficial, ya en uso de buen retiro, hablarle al país ante las cámaras de televisión. La frase que yo pronuncié era fiel reflejo de mi desinformación sobre el tema político. La reacción del grupo, fiel reflejo de que yo no era el único desinformado. En todo caso, tuvo la virtualidad de sacudir nuestro espíritu de rebeldía en pro del candidato que percibíamos como el más desfavorecido: “Vean: están recogiendo firmas porque no quieren dejar a Valencia Tovar hablar por televisión”. “No, ¡cómo así!”, se escuchó en seguida. “La televisión es de todos”, también se oyó. Y de inmediato nos acercamos a firmar.
El general obtuvo un poco más de sesenta y cinco mil votos.
CAPÍTULO XIV

Después supe que el general padecía de daltonismo y que, debido a ello, a lo largo de su vida militar hubo de afrontar la paradoja de no haber podido conocer jamás los verdaderos colores de la bandera.
CAPÍTULO XV

Años más tarde, terminó de columnista de EL TIEMPO, escribiendo una columna que bautizó “Clepsidra”, nombre dado a un reloj de agua. No puedo decir que normalmente esté de acuerdo con él, pero admiro la lucidez y el valor civil con que expresa lo que piensa, aun en un país donde decir lo que se piensa pareciera estar prohibido.
CAPÍTULO XVI

Hace unos años el general se involucró en una disputa pública con los constructores que pretendían edificar unas torres en un sector que el general consideraba estaba vedado para esa clase de obras civiles, y con el curador urbano que les dio la licencia. La polémica se extendió luego a la figura misma del curador urbano, que el general presentó como una rueda suelta que debía ser puesta en cintura, luego de que Planeación Distrital se negara a intervenir al declararse carente de competencia.
El 15 de octubre de 2004, en efecto, el general ® publicó en EL TIEMPO una columna contra el proyecto de construir seis torres de diecisiete pisos cada una sobre la calle 106 con carrera 9a, sector aledaño al antiguo Colegio Caldas, en el norte de Bogotá, columna a partir de la cual se produjeron pliegos de cargos en la Procuraduría General de la Nación, apertura de investigaciones penales en la Fiscalía General de la Nación y hasta un auto en el Tribunal Administrativo de Cundinamarca en el que se decretó la suspensión provisional de la licencia de urbanismo expedida para tal obra. La Curaduría 4ª de Bogotá fue la dependencia que resultó involucrada. El Curador 4º tildó al general ® de “ignorante en materia de urbanismo” y se armó un debate público acerca del tema, debate en el cual salió a relucir, incluso, el tema de la seguridad nacional, pues el columnista sostenía que desde aquellas futuras torres podría observarse hacia el interior del Cantón Norte y que, además, las mismas interferirían en las rutas de los helicópteros militares.
CAPÍTULO XVII

Siempre ha sido muy alto el grado de confianza que inspira este oficial e intelectual colombiano como hombre recto. Cuando la recién creada Unidad Investigativa de EL TIEMPO, conformada por los periodistas Daniel Samper Pizano y Alberto Donadío Copello, desde su primer informe, aparecido el 30 de diciembre de 1977, empezó a denunciar algunas conductas poco claras del ministro de Obras Públicas Humberto Salcedo Collante (a quien Lucas Caballero “Klim” llamaba “Icollantas”), el alto funcionario barranquillero, recogiendo una idea propuesta por el propio presidente de la República, Alfonso López Michelsen, planteó un insólito desafío: que se conformara un Tribunal de Honor y que fuera éste el que definiera quiénes tenían que irse, si Samper y Donadío del periodismo o él del ministerio. Cada uno de los bandos contendientes debía designar a un miembro del tribunal, el otro designaría al siguiente y así sucesivamente hasta que quedara conformado. “Klim” se opuso por considerar que la sanción no era proporcional: una cosa –adujo- era irse de una carrera como el periodismo, de la que Samper era en ese momento el máximo exponente en Colombia, y otra irse de un cargo público, que en este país no pocas veces se obtenía a punta de intrigas y, lo peor, sin que en este caso Salcedo “Icollantas” quedara inhabilitado para que lo nombraran en otro. Daniel Samper, en nombre propio y de su compañero, aceptó y de una vez propuso como miembro del Tribunal de Honor al general Álvaro Valencia Tovar.
CAPÍTULO XVIII

La carrera militar del general terminó en 1975, en circunstancias turbulentas que la revista de izquierda “Alternativa” denunció públicamente. Según la revista, el presidente Alfonso López Michelsen mantuvo en el cargo de ministro de Defensa Nacional al general Abraham Varón Valencia, a pesar de haber llegado a la edad y al tiempo de servicio en que debía pasar a reserva. El general Valencia Tovar era en ese momento el comandante general del Ejército Nacional. Lo ocurrido molestó de manera enorme a los sectores del país que propugnaban por un manejo ético de esa cartera, empezando por sus nombramientos. Se divulgó, entonces, la especie de un supuesto golpe de Estado que se estaría fraguando, y se mencionó al general Valencia Tovar como la cabeza visible del mismo. Nadie sostiene hoy en día que eso fuera cierto. Sí lo fue, en cambio, que el más prestigioso jefe militar de Colombia en aquel momento fue llamado a calificar servicios.
CAPÍTULO XIX

Como escritor, Álvaro Valencia Tovar ha publicado, además de otros en coautoría, los siguientes libros: General de División José María Córdova (Imprenta y Litografía de las Fuerzas Militares, 1974), El final de Camilo (Ediciones Tercer Mundo, 1976), El ser guerrero del Libertador (Instituto Colombiano de Cultura. 1980), Colombia en la guerra de Corea: La historia secreta (Editorial Planeta), Conflicto amazónico (Villegas Editores), Inseguridad y violencia en Colombia (Universidad Sergio Arboleda), Testimonio de una época (Editorial Planeta), Uisheda (Editorial Planeta), Historia de las fuerzas militares de Colombia (Editorial Planeta) y Mis adversarios guerrilleros (Editorial Planeta). El último apareció el año pasado, 2009, y en él no sólo cuestiona el vocablo “enemigos” para referirse a los guerrilleros, sino que, además, resalta que como militar siempre trató a sus adversarios con respeto.
Acerca de esta última obra escribió Enrique Santos Calderón:
“No deja dudas sobre sus capacidades y logros (…). Pero tampoco sobre las resistencias y resquemores que despertaba dentro de los altos mandos una línea que consideraban demasiado dialoguista y humanista”.
CAPÍTULO XX

Acaba de decir el general que quiere dialogar con “Alfonso Cano”, el jefe de las FARC. Lo acaba de decir a sus casi ochenta y siete años de edad.
Definitivamente, equivocado o no, Álvaro Valencia Tovar jamás dejó de creer en el poder de la palabra y, por ello, nunca desistió de su convicción personal de que la guerra siempre es posible terminarla con el diálogo entre los adversarios.
