
ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ [Fotografía: Fernando Rueda Villamizar]
El juez no es un cazador de errores; el juez no es un concursante que compite con el abogado litigante para demostrar que él, y no este, es el que más sabe de derecho; la administración de justicia no es el escenario para una competencia tan estúpida; el juez, simplemente, es el juez; el juez es la encarnación de lo justo; el juez, a los ojos de la sociedad, es el símbolo humano y la materialización misma del ideal de justicia. Por eso, nadie debe ser investido de la dignidad de juez mientras no haya puesto en evidencia que es una persona justa. Y el juez que ponga en evidencia lo contrario, vale decir, que es una persona injusta, debe ser separado de la judicatura. Nadie debe llegar a la carrera judicial si es injusto, ni escudarse detrás de su pertenencia a ella para dar rienda suelta a toda su capacidad de injusticia.
El poder penal y disciplinario del Estado no deben respaldar a los jueces injustos. Si lo hacen, le estarán causando a la sociedad un daño tan grave como irremediable.
Grave e irremediable, como el que ya antes había causado el juez cuya conducta no sancionaron.
Con un juez haciendo estragos —por dolo, culpa o ignorancia— y un poder penal y un poder disciplinario haciéndose los de la vista gorda, toda la sociedad —incluido usted, lector— está en gravísimo peligro.
Porque, como dijo Francisco de Quevedo, “Menos mal hacen los delincuentes que un mal juez”.