Hoy se conmemora el comienzo de la Insurrección de los Comuneros. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander.

MANUELA BELTRÁN. Alberto Urdaneta. Bogotá. 16 de marzo de 1881. Museo Nacional de Colombia.

 

NOTA DEL PORTAL: Si no es porque un viajero, don Manuel Ancízar, quien venía recorriendo el país y anotando sus vivencias en un diario, llega al Socorro / Santander en 1850, veinte años después de muerto El Libertador Simón Bolívar, y entrevista a personas residentes en el lugar, y recauda datos y documentos de la época, y plasma lo que encontró en el capítulo XV del que sería su libro de crónicas, al que llamó Peregrinación de Alpha, no se hubiese sabido que había habido, en 1781, una colosal revolución social en la Nueva Granada, la hoy conocida por algunos como la Insurrección de los Comuneros y por otros como la Revolución de los Comuneros.

Conforme lo subrayamos en la ceremonia de nuestro ingreso a la Academia de Historia de Santander, hace ocho años, ningún patriota de la Guerra de Independencia, desde Bolívar hasta el más modesto de los próceres que escribieron acerca de los antecedentes de la misma, hicieron mención alguna de los Comuneros. Nadie nombró siquiera a José Antonio Galán, ni a Manuela Beltrán, ni a Juan Francisco Berbeo, ni a ninguno, absolutamente a ninguno de los protagonistas de aquella gesta.

Larga y ardorosa sería la discusión acerca del por qué los próceres de 1810 y de 1819 literalmente desconocieron la importancia histórica de Galán y sus compañeros. No la vamos a abordar hoy aquí. Baste con señalar que no es cierto, entonces, la cándida aseveración que nos hicieron nuestros despistados profesores de Historia según la cual los Comuneros inspiraron a los patriotas en su guerra por la independencia de España.

Cuál fue, en realidad, la importancia histórica de los Comuneros no es, tampoco, punto de reflexión hoy.

Este portal, simplemente, y como homenaje a la memoria de los Comuneros, reproduce a continuación aquel memorable capítulo XV en el que don Manuel Ancízar rescató del olvido el gigantesco levantamiento social de 1781. Cabe anotar que en Bucaramanga, la insurrección fue liderada por el Capitán Comunero Manuel Mutis Bosio.

A continuación del aparte del libro de don Manuel Ancízar gracias al cual se supo que había sucedido la revuelta comunera, insertamos un poema del rapsoda santandereano Ramiro Lagos Castro titulado “COMUNERO”, versos con los cuales el destacado bardo de Zapatoca exaltó a la figura principal de esta gesta heroica.

Bienvenidos, pues, a este reecuentro con la Historia y con la Poesía.

PEREGRINACIÓN DE ALPHA [CAPÍTULO XV]

Por Manuel Ancízar.

 

ORIGINALES DEL LIBRO “PEREGRINACIÓN DE ALPHA” DE DON MANUEL ANCÍZAR, GRACIAS AL CUAL SE SUPO DE LA REVOLUCIÓN DE LOS COMUNEROS, GESTA HEROICA QUE HABÍA SIDO SEPULTADA EN EL OLVIDO.

RETRATO DE DON MANUEL ANCÍZAR. / BANCO DE LA REPÚBLICA. BIBLIOTECA LUIS ÁNGEL ARANGO. BOGOTÁ (D.C.).

 

“Entre las noticias y particularidades relativas al Socorro, que con patriótica solicitud me comunicó el señor Francisco Vega, se hallaba una sentencia pronunciada en 1782 por la Real Audiencia de Santafé, condenando a José Antonio Galán, Pedro (sic) Molina, Lorenzo Alcantus (sic) y Manuel Ortiz, a diversas penas atroces, por traidores al rey, malhechores famosos y reos de crímenes tan exagerados, que claramente se columbran cosas políticas debajo de aquel fárrago de acusaciones forenses. La tradición popular no da explicaciones satisfactorias de este suceso; recuérdase que el alzamiento, capitaneado en parte por Galán, era encaminado a obtener por fuerza de armas la supresión de un impuesto recientemente echado, con el nombre de “Armada de Barlovento”, y que en la plaza del Socorro se juntaron más de diez mil hombres amotinados; pero de ahí en adelante se pierde el rastro de los acontecimientos hasta encontrar con el sangriento desenlace que les da la sentencia ya mencionada. Parecióme que habría en esto un precioso antecedente histórico, pues bien pudiera suceder que la sublevación de Galán demostrara una disposición de ánimos favorable a la independencia, en cuyo caso no se diría que la revolución de 1810 fue hija de los sucesos de España en esta época, y en cierta manera improvisada. Con este pensamiento no cesé de hacer diligencias, hasta que mi buena suerte me deparó un manuscrito fechado en 1781, que precisamente trata de los alborotos del Socorro, pintando, sin quererlo, el estado de la tierra, con tal ingenuidad, que no he podido resistir la tentación de transcribir lo sustancial del relato. Espero que se me perdonará este episodio, en gracia del interés que bajo muchos respectos ofrece.

“A principios de abril del presente año de 1781, amanecieron fijados en distintos parajes de esta capital varios pasquines, los más en verso, en que reprobaban y se oponían a las providencias dadas por el señor regente visitador general, y como dictadas por don Francisco Antonio Moreno, fiscal de la Audiencia de Santafé, y provisto a la de Lima, sobre los cuales, y aunque para indagar su autor se hizo la más exacta indagación, practicándose las más vivas diligencias, no surtieron el efecto que se apetecía.

“En el entretanto fueron llegando avisos de varios pueblos, especialmente de las villas de San Gil y Socorro, ciudad de Tunja y Sogamoso, pueblos y parroquias de sus demarcaciones, comunicados por los cabildos, justicias y regimientos, administradores y recaudadores de rentas reales, en que daban parte de la novedad ocurrida sucesivamente, de que unos pocos hombres que se creían ser de las citadas villas y sus parroquias, se iban apoderando de los tabacos y aguardientes que eran de S. M., quemando los primeros y derramando los segundos, lanzando los administradores y guardas, removiéndolos de su custodia y manejo, y publicando bandos contra el mal gobierno, providencias y reglamentos de visita, sin que en estos movimientos hubiesen inferido el más leve daño a persona alguna, respecto a no haber encontrado oposición.

“Estos desórdenes se fueron progresivamente extendiendo, de suerte que los más días se recibían chasquis con noticias de los quebrantos que sufría la real hacienda en sus ramos, lo que obligó al señor regente visitador a dar parte al Real Acuerdo, para acordar con los señores ministros las diligencias que deberla practicar para sostener su comisión.

“Nombró el señor regente visitador al señor oidor don José Osorio, a quien se auxilió con 50 soldados de la compañía de Alabarderos, de los 75 de que se componía, dejando para custodia de la capital los 25 restantes, y a que después se agregó la compañía de Corazas, que recibió con este motivo, compuesta de unos 40 vecinos, como también la de Milicias, en que se incluyen de todas clases y estados, creando nuevos empleos para la dirección y manejo, incluyendo en su formación mercaderes, relatores, abogados y empleados en los demás tribunales, y para soldados toda clase de artesanos, ya fuesen españoles o naturales, aunque el número completo de todas las compañías, con las de los voluntarios, no excedía de 200, y entre todos se hallaban muy pocas armas de que poder usar en el caso de defensa.

“Salió el señor oidor Osorio de la capital de Santafé para las villas de San Gil y Socorro el día 16 de abril, llevando los 50 soldados que iban al mando del capitán que fue de la guardia del virrey, don Joaquín de la Barrera, y por ayudante a don Francisco Ponce, teniente y ayudante que había sido de la misma compañía, y que estaba separado, al cual se convidó para ir a dicha expedición, y el señor regente visitador admitió gustoso, porque confiaba de su valor el buen éxito de la empresa; para auxiliar esta expedición iba también don Antonio Arjona, administrador de tabacos de la capital, con 22 guardas, empleados los más en los pueblos de afuera, de donde los removieron los mismos rebelados, y a que se agregaron unos cuatro voluntarios, que por todos componían unos 80 hombres; se les anticiparon sus pagas y se les entregaron hasta unos 20.000 cartuchos con bala, según se decía, llevando a prevención algunos quintales de pólvora y balas y un fuerte acopio de bastimentos y equipaje, con sus tiendas de campaña y 80.000 pesos en plata para lo que pudiera ocurrir, con más, cien fusiles para los que quisieran alistarse.

“La expedición llegó el 22, y el 26 de abril al Puente Real de Vélez, distancia cuatro jornadas de Santafé, donde se mantuvo por las continuas lluvias, y habiendo ocupado los soldados con el señor oidor y sus criados y algunos de los voluntarios, una casa grande de tapia y teja que está a la caída del pueblo, contigua a la iglesia, inmediata a ésta por un costado, ocupó otra el administrador Arjona con sus guardas para custodiar los caudales y pólvora, y obrar de común acuerdo.

“En este estado y para emplear los cien fusiles que iban a prevención, mandó el señor oidor que saliera el ayudante Ponce con unos ocho soldados para Vélez, con el fin de alistar gente, comisionando otros varios que se dirigieron a Tunja y otros pueblos con el mismo objeto. El ayudante Ponce volvió aceleradamente con muy poca gente, toda de desecho, y los otros encontraron iguales dificultades, de modo que se vinieron a quedar los mismos que salieron de Santafé, pues ni aun del Puente Real se les quisieron unir.

“Con este motivo, y desconfianza ya de todos los pueblos, resolvieron no pasar de allí, por tener noticia que los sublevados venían a buscarlos, y así acordaron atrincherarse, como lo hicieron, poniendo parapetos y estacadas, y colocando la tropa en sus respectivos lugares.

“En esta situación se mantenían el día 6 de mayo por la mañana, en que se comenzaron a descubrir algunos pelotones de gente por los cerros, de los cuales se desprendían en cuadrillas para el pueblo con el fin de insultarles y ver si por este medio se les obligaba a salir del paraje donde estaban atrincherados, que era la dicha casa de teja que tenía comunicación con la iglesia, la que miraban con respeto, y por lo tanto no querían que en ella hubiese efusión de sangre.

“Al siguiente día 7 de mayo, en aquella tarde, se acercó uno, en calidad de embajador de los sublevados, los cuales, según se dijo, no pasaban de 200 hombres, sin otras armas que las de 3 o 4 escopetas, algunas lanzas, palos y hondas, el cual manifestó al señor oidor que el objeto de los pueblos y la venida de aquellas gentes se dirigía a que se les aliviase de los pechos y contribuciones impuestos por el señor regente visitador, respecto a no poder soportarlos, según la miseria del común, que eran los más recargados y que si su señoría se hallaba con facultades, pasase al campo con él y oiría sus gentes sin riesgo de mayor insulto.

“El señor oidor pasó en aquella tarde, asociado del citado embajador, del cura y otro eclesiástico, y habiendo oído los clamores de aquellas gentes, que decían querían más bien morir que ver perecer de hambre a sus mujeres e hijos, les significó que para acceder a sus ruegos y acomodar las providencias era forzoso acordarlo con el señor regente visitador, porque para ello se hallaba sin las precisas facultades.

“Con este razonamiento se despidió el señor oidor y se volvió al pueblo, confiado en el esfuerzo de su tropa auxiliativa, que se mantenía atrincherada y llena de sobresaltos por los insultos que sufrían de los sublevados.

“Amaneció el día 8 y como a las siete de la mañana les despacharon los sublevados otro embajador, como de unos 74 o 78 años, andrajoso y de pobre traje, para que les dijera al señor oidor y al comandante Barrera que si no entregaban las armas, en breve reducirían la casa a cenizas, y por tener su mediación a la iglesia, previnieron al cura consumiese las especies sacramentales, removiera las alhajas y reliquias, y que de no, de cualquier falta de veneración se hiciese responsable.

“Este embajador repitió por dos o tres veces su embajada, y en la última, sin que se hubiese hecho la menor demostración de defensa, se le rindieron las armas con tanta precipitación y terror que por el balcón de la casa se le arrojaban atropelladamente los fusiles cargados; y a este mismo tiempo el administrador Arjona con sus guardas y los voluntarios abandonaron el puesto, olvidándose de los trabucos y pistolas y poniéndose en fuga, se fueron acogiendo en las casas de los vecinos, especialmente de eclesiásticos, que conociendo su timidez y de caridad quisieron alojarlos: el capitán Barrera se mantuvo en el cuarto del señor oidor, viendo entregar ignominiosamente las armas, y con este motivo pusieron guardia de los mismos sublevados al citado señor oidor, a fin de que no se le insultase. El ayudante Ponce saltó las tapias de la iglesia, donde se introdujo hasta la habitación del cura, llorando como un niño, quien le tapó (según se dijo), con unas mantas o frazadas, y así se mantuvo toda la noche hasta el siguiente día, que se ocultó en el camarín de la Virgen, por más seguridad.

“En este estado, como los sublevados se hubiesen apoderado de todas las armas, pólvora, dinero y equipaje, al abrir uno de los cajones, pareciéndoles era pólvora, reconocieron ser plata de los 80.000 pesos que conducían para gastos extraordinarios, y aunque algunos de la plebe baja solicitaron tomar algo, y de hecho lo tomaron, lo volvieron diciendo que ellos no habían venido a robar ni a ofender a nadie, sí solo a destruir los estancos, por considerar ser providencias gravosas y establecidas por el regente visitador.

“Finalmente, apoderados los sublevados de las armas, que se componían de los 50 fusiles de los soldados, 22 trabucos de los guardas y los 100 fusiles que llevaban de más para habilitar otros en auxilio de la expedición, recogiendo también los 20.000 cartuchos con bala, las dos cargas de pólvora, balas sueltas, pistolas, sables, espadines, dinero y equipaje, y entregando únicamente el dinero al señor oidor Osorio para que lo custodiase dejándole guardia de ellos, fueron dando licencia a los soldados para que regresasen a la capital de Santafé, o adonde quisieran, y mientras estas disposiciones, el ayudante Ponce, que estaba oculto, pudo escapar con el silencio de la noche auxiliado de un vecino, y se regresó a Santafé en el traje de fraile franciscano a dar las primeras noticias de lo actuado.

“Entró en esta ciudad el 12 de mayo a las dos de la tarde, atravesando las calles en el mismo traje hasta llegar a su casa, donde fue desconocido aun de su propia mujer, quien inmediatamente le pasó noticia al señor regente visitador que le envió a llamar, y habiéndose mudado de traje le informó a boca todo lo hasta aquí relacionado y mucho más que se omite, dándole a entender que los sublevados por él y por su director, don Francisco Moreno, y que el número de tropas que se les iba aumentando por instantes se hallaría ya cerca de esta capital con el objeto de saquearla y de pasar tal vez a otras ideas y a mayores insultos.

“Con esta novedad no esperada, lleno de pavor el señor regente visitador, convocó a junta de ministros y tribunales y habiéndose presentado en ella el mismo don Francisco Ponce, informó a boca segunda vez de lo acaecido. Con cuya noticia y teniendo el mismo señor regente anticipada desde aquella tarde su salida, la verificó en aquella noche después de concluida la junta, abandonando su comisión, considerando ya destruidas por todas partes las rentas y botados los caudales del rey, y acordando en ella antes de su partida y con el común acuerdo de todos los vocales, el que con respecto a que en la capital solo había 25 hombres, resto de los 50 que se perdieron en la expedición, y que los sublevados se hallaban tan inmediatos, les salieron al encuentro uno de los señores ministros con el alcalde ordinario más antiguo, y que respecto a que el ilustrísimo señor arzobispo se ofrecía, acordase el modo de impedir la entrada, por cuantos medios dictase la prudencia, a fin de embarazar los insultos y contener a una numerosa plebe tumultuaria.

“Con esta resolución, que quedó acordada en la citada noche del día 12 de mayo, como a las 12 de ella, a poco rato salió el señor regente visitador precipitadamente, con solo dos criados, para la villa de Honda, garganta del río de la Magdalena, y pasaje proporcionado, en el que pudiese libertar la vida entregado a sus rápidas corrientes, a la menor novedad, y como después lo hizo, cuando se vio obligado.

“En la citada junta fue acordado que saliera el señor oidor don Joaquín Vasco y Vargas, y el alcalde ordinario más antiguo, doctor don Eustaquio Galavis, los que salieron de la capital de Santafé en la siguiente mañana del día 13, en compañía del ilustrísimo señor arzobispo don Antonio Caballero y Góngora, quienes llegaron en aquella noche a la parroquia de Zipaquirá, distante una jornada corta de la capital de Santafé, adonde los sublevados venían a reunir sus fuerzas para entrar en dicha capital, los cuales, como se tuviese noticia de hallarse más distantes de lo que se creía, y que venían divididos en trozos por distintos parajes, al siguiente día, 14 de mayo, resolvieron los dichos señores comisionados despachar varios chasquis con cartas misibles a los principales jefes o capitanes de los Comunes, dándoles a entender su comisión, y que los oirían gratos luego que les avisaran el paraje de la reunión.

“Mas como la principal fermentación estaba dentro de la capital, donde se cree que formaron los pasquines, y se comunicaban frecuentemente los avisos al cuerpo de los sublevados, sin que esto pudiera impedirse por las pocas fuerzas, para calmar en parte y aquietar los ánimos de los moradores de Santafé, en una junta de los tribunales que se celebró en ella, el día 15 de mayo, después de la salida de los señores comisionados y aun sin noticia de éstos, fue acordado por prudente medio, según se consideró, la rebaja de los ramos y efectos de la real hacienda, extinción de la Armada de Barlovento, guías y tornaguías establecidas por el señor regente visitador, que se publicó por bando inmediatamente en la capital de Santafé, expidiendo orden para que los señores comisionados lo hicieran también publicar en la parroquia de Zipaquirá y su jurisdicción, como lo hicieron practicar en cumplimiento de ella.

“Desde el día 16 hasta el 25 de mayo se mantuvieron los señores comisionados en Zipaquirá, dando otras disposiciones, aunque sin noticias del paradero de las tropas de los sublevados, hasta que el citado 25 se recibió carta de don Juan Francisco Berbeo, comandante en jefe de los Comunes, en que daba noticia de la reunión de sus tropas en los campos de Nemocón, por donde salieron dichos señores comisionados al siguiente día 26, y habiendo llegado como a las 11 del día, y hospedados en la casa del administrador de salinas, que tiene varias ventanas con vista a la plaza, contigua a la iglesia, se dejaron venir a ella como unos 500 hombres armados, mandados por sus capitanes, y estando formados, el que hacía de jefe, habiéndose desmontado del caballo y hecho genuflexión a la iglesia, en voz alta y perceptible dijo: “¡ Viva nuestra santa fe católica, viva nuestro católico monarca el señor don Carlos III, viva el ilustrísimo señor arzobispo, vivan todos los señores jueces y ministros de S. M., y muera el mal gobierno! “, y concluido, se fueron desfilando para el campo. En aquella tarde se les fueron reuniendo varias tropas de afuera y en la misma entró don Juan Francisco Berbeo, con un grueso trozo de las suyas, y habiendo trasladado su campamento al Mortiño, paraje más inmediato a Zipaquirá, los señores comisionados se regresaron a dicho pueblo para embarazar que se fuera acercando, y observarle su movimiento.

“Desde el 26 hasta el 31 de mayo sostuvieron los señores comisionados, en consorcio del ilustrísimo señor arzobispo, el numeroso ejército de los sublevados, que se componía de más de 15.000 hombres armados, metidos en unos pantanos por las continuas lluvias y mala situación del paraje, sin dar lugar a que se adelantasen, conteniéndolos con solo su prudencia y las repetidas sesiones que se tuvieron al efecto, y finalmente, en el citado día 31 pidieron los sublevados el que, para acomodar sus capitulaciones, viniera a Zipaquirá el Cabildo secular de Santafé, con cuatro sujetos distinguidos, a quienes nombraron e hicieron capitanes, por considerarse ellos (según se decía) que les convenía incluir a la capital en la sublevación.

“Ultimamente llegó el día 5 de junio, en el que remitió don Juan Berbeo, comandante en jefe que se decía ser de los Comunes, sus capitulaciones extensivas a 35 capítulos, hablando todos con el Real Acuerdo”.

Tenían resabios de política, y manifestaban la disposición de los ánimos, pues en ellas, que originales con la firma de Berbeo me comunicó el señor doctor E. Vergara, se lee: “El capitán general comandante de las ciudades, villas, parroquias y pueblos que por comunidades componen la mayor parte de este reino, y en nombre de los demás restantes, por los cuales presto voz y caución, mediante la inteligencia en que me hallo de su concurrencia…

“17a-Que el Común del Socorro pide que en aquellas villas haya un corregidor justicia mayor, al cual se le ponga el sueldo de un mil pesos en cada año, y que en éste no haya de haber jurisdicción la capital de Tunja, con tal que quienes ejerzan este empleo deban ser criollos nacidos en este reino…” “22a-Que en los empleos de primera, segunda y tercera plana hayan de ser antepuestos y privilegiados los nacionales de esta América a los europeos, por cuanto diariamente manifiestan la antipatía que contra la gente de acá conservan, sin que basten conciliarles correspondida voluntad; pues están creyendo ignorantemente que ellos son los amos, y los americanos todos sin distinción sus inferiores y criados. Y para que no se perpetúe este ciego discurso, solo en caso de necesidad según su habilidad, buena fe, inclinación y adherencia a los americanos podrán ser igualmente ocupados, como todos los que estamos sujetos a un mismo rey y señor debemos vivir hermanablemente; y el que intentare señorearse y adelantarse a más de lo que corresponda a la igualdad, por el mismo hecho sea separado de nuestra sociabilidad”.

“Los señores comisionados recibieron las capitulaciones a las 10 de la noche, y no obstante que sobre ellas tenían hechas varias reflexiones en las muchas juntas y sesiones que mantuvieron con los capitanes, que les proponían de palabra y aun en un mal formado borrador que pocos días antes pasaron, conociendo que la idea de los sublevados era el que se remitieran a Santafé para que las aprobara el Real Acuerdo, con quien hablaban, y por no tener en aquella hora con quién contestar, resolvieron el dirigirlas con un chasqui, que practicó activamente la diligencia, el cual las condujo en el 6 y al siguiente día 7 las volvió a regresar con oficio, para que se aceptaran por los señores comisionados, haciendo antes sobre cada una las reflexiones. Los señores comisionados convocaron en la mañana del mismo 7 a todos los capitanes, que pasaban de 200, y a don Juan Berbeo, comandante en jefe, para tratar del asunto.

“Se vinieron los más y se juntaron en la habitación del ilustrísimo señor arzobispo, y con la novedad se juntó la mayor parte del acampamento, y se vio en pocos minutos ocupada de gente armada la plaza de dicha Zipaquirá. El ilustrísimo señor arzobispo tenía su habitación en la casa del cura, que está en uno de los ángulos de la plaza, en salas bajas, y con ventanas a ella. Comenzóse la sesión como a las once del día porque no pudo ser antes, y habiendo los señores comisionados dado principio a las reflexiones que anteriormente tenían hechas, capitulación por capitulación, al llegar a la 14, viéndose los Comunes convencidos, se suscitó entre ellos tal confusión y alboroto que comunicada a los de fuera comenzaron todos a decir: ” ¡traición, traición, a Santafé, a Santafé!” Con esta novedad se sorprendió el ilustrísimo señor arzobispo, y más viendo que ni aun los capitanes, ni el jefe, eran bastantes a contener a sus gentes, y pidió a los señores comisionados omitiesen ya más reflexiones, y que respecto a que los Comunes insistían en que las aprobase el Real Acuerdo, se remitiesen a él, para no aventurarlo todo, y que si se cedía era a la fuerza. Los señores comisionados vistieron la diligencia y las aceptaron a nombre de dicho Real Acuerdo, como se les prevenía en el oficio que se les pasó de Santafé, adonde las devolvieron inmediatamente para su aprobación.

“Al siguiente día 8 las devolvió el Real Acuerdo y Junta Superior aprobadas, y habiéndose recibido en Zipaquirá como a las 8 del día, celebró misa su ilustrísima, patente el Santísimo Sacramento, y concluida con las solemnidades acostumbradas, y como se pedía en las mismas capitulaciones, ratificaron los señores comisionados el juramento. Concluído este solemne acto se cantó el Tedéum, hubo repique de campanas, y los sublevados tendieron bandera blanca con las armas reales, que fijaron en una de las ventanas de la habitación de su ilustrísima, con muchos vítores al rey.

“El ilustrísimo señor arzobispo y señores comisionados de la capital se mantuvieron el siguiente día 9 en Zipaquirá, haciendo retirar las gentes a sus respectivos pueblos, suministrándoles dinero para que lo verificasen, como lo consiguieron, siendo bien de extrañar que en solo aquel día se disipó todo el numeroso concurso de gente armada, a excepción de unos pocos que quedaron con don Juan Berbeo.

“El día siguiente se regresaron el ilustrísimo señor arzobispo y señores comisionados a la capital, la que les salió al encuentro de todas clases, en señal de reconocimiento, y aplaudiéndolos como verdaderos libertadores de la patria y del reino. En estas demostraciones se señalaron las comunidades religiosas, especialmente los cuatro conventos de monjas, que con su virtud supieron más bien guardar el peligro en que se vieron inmediatas. El ilustrísimo señor arzobispo, a los ocho días de haber llegado, volvió a emprender su marcha para el Socorro, distante doce jornadas de Santafé, en prosecución de su pastoral visita, donde se halla tranquilizando los ánimos de aquellas gentes y de todos los pueblos del tránsito.

“Hasta aquí el derrotero que se hizo en la pacificación de los pueblos, mas por que se pueda hacer concepto del origen de estos movimientos, del gran trastorno que amenazaba al reino y de las simuladas ideas con que se encaminaban algunas gentes, promoviendo pueblos enteros y alegando causa común para sacudir el peso de las citadas contribuciones, y la poca seguridad que con este pretexto se podía tener, aun de aquellos de quienes se esperaba, se expresarán sucintamente varios pasajes que acaecieron en el intermedio.

“El 12 de mayo como a la media noche, como se ha dicho, salió el señor regente visitador precipitadamente de la capital, y llegó a la villa de Honda, garganta del río de la Magdalena. El 16 del mismo encontró en ella unos 200 fusiles y 2 cañones de batir, que con anticipación había remitido el señor virrey, habilitó con ellos y con otras armas, hasta el número de unos 400 hombres, para su custodia, y dispuso él que los cañones se enviasen a la capital, adonde se persuadió podrían ser más útiles. Con esta noticia se destacaron de la capital 25 hombres de a caballo, armados de medias lunas, puestas en un palo, al mando de un vecino honrado y algunos otros, en quienes se tenía alguna confianza. Los sublevados, que venían marchando para Nemocón, tuvieron esta misma noticia y adelantaron unos 16 hombres, armados de lanzas y algunas pistolas, para el mismo paraje, aunque todos a pie; encontráronse los unos y los otros en la medianía del camino y a dos jornadas de la capital, y sin haberse causado el mayor daño de una a otra parte, desarmaron los 16 hombres del Socorro a los 25 de Santafé, despojándoles de cuatro pares de pistolas, dos espadines, un sable, siete espadas de estoque y de veintidós medias lunas o desgarraderas, las que pusieron en depósito en el pueblo inmediato, manteniendo prisioneros a los principales, y al siguiente día dejaron a todos en libertad y sin ofenderles, dándoles pasaportes para Santafé, de donde se destinaron otros 50 hombres, que fueron rechazados por los mismos sin la menor desgracia. Estas dos funciones vergonzosas llegaron inmediatamente a oídos del señor regente visitador, que se hallaba a dos jornadas cortas del paraje donde acaecieron estos dos sucesos, con especialidad el primero, por su mayor cercanía a la villa de Honda, y lleno de valor escribió quejándose del poco espíritu de la capital y que en cierto modo celebraría que los del Socorro se acercaran a la villa de Honda, sin acordarse ya de que pocos días antes salió huyendo precipitadamente de la capital.

“Los 16 hombres del Socorro se fueron lentamente acercando, y al paso sublevaron los tres pueblos inmediatos de Guaduas, Piedras y Villeta, y avisaron a Honda el día de la entrada; con este motivo y conociendo el señor regente que los 400 hombres que tenía armados para su defensa serían del partido de los sublevados, a excepción de unos pocos europeos vecinos del pueblo, les mandó recoger cautelosamente las armas, y con la mayor precipitación se echó río abajo en una barqueta de a doce, gobernada por tres o cuatro bogas, con solo dos criados, navegando día y noche sin hacer mansión, de suerte que en menos de cinco días se puso en Cartagena. Siendo lo más extraño que habiendo encontrado al paso parte del destacamento de 500 hombres que mandaba el señor virrey desde aquella plaza, compuesta en la mayor parte del regimiento fijo, no se consideró seguro en el paraje donde le encontró, y así siguió rápidamente creyendo que aun los caimanes y peces del río se habían vuelto socorreños, con lo que acreditó su valor que solo tuvo en apariencias mientras tuvo el mando a la sombra de tanta adulación que ha sido la causa de toda su desgracia.

“Los pocos vecinos honrados de la villa de Honda, compuesta en la mayor parte de europeos, que por todos no llegaran a 30 o 40, según las noticias que dieron a la capital, luego que vieron la precipitada salida del señor regente, que la ejecutó el 11 de junio, procuraron poner en defensa su persona y bienes, temiéndose algún insulto de los sublevados que se hallaban cerca; éstos, antes de entrar en ella resolvieron conmover la plebe y hacerla a su partido, como lo consiguieron, nombrando de ellos dos capitanes para su dirección. A los dos o tres días los sublevados encaminaron sus ideas a la ciudad de Mariquita, inmediata a Honda, por ser pueblo de minas y algunos caudales que intentaron robar. Mientras tanto, la plebe de Honda, impaciente de la retardación, acometió la noche del 15 a la casa del alcalde ordinario y de otros vecinos para que se les franqueasen las llaves de la administración de aguardiente y tabaco para repartir entre ellos y disponer de los citados efectos a su arbitrio. Esto lo ejecutaron la noche del citado día como a las ocho de ella, en que los pocos europeos y algunos otros vecinos honrados, los recibieron con algunas descargas, de modo que con la confusión y oscuridad de la noche e inmediación al río, no pudo saberse a punto fijo el número de muertos, pues solo se encontraron tres por la mañana y ocho heridos, retirándose los demás prófugos a los montes, y sobre que recae la reflexión de que si en el Puente Real se hubiera hecho la más leve demostración de defensa, a las primeras descargas de los 80 hombres con 20.000 cartuchos con bala, no hubiera quedado ni aun el más leve indicio de los sublevados, y cómo escarmentados en su temeridad, hubieran desistido de hacer la guerra con las mismas armas, pólvora y dinero de que se apoderaron.

“Mientras tanto acaecieron estas desgracias en la villa de Honda, de los 16 hombres del Socorro que se hallaban en Guaduas pasaron unos 8 o 10 de ellos a la ciudad de Mariquita, gobernados por un cabo llamado Galán; estos se dirigieron inmediatamente a la casa y mina de un vecino rico de la villa de Honda, que por hallarse con los demás conteniendo la plebe no pudo pasar a defender su hacienda ni caudales, de que le despojaron, llevándose el dinero y alhajas que tenía de mucho valor, como también los papeles de su correspondencia, que después le devolvieron los mismos sublevados, aunque no el todo de los efectos que le habían robado.

“Encamináronse estos pocos a Ambalema y dispusieron igualmente de los tabacos del rey, continuando en dar otras disposiciones y arbitrando a su modo de los bienes de particulares, hasta que poco a poco se fueron disipando y separándose de la plebe que se les agregó, cargados de riquezas, de alhajas y dinero que tenían robado y siguiendo su camino para el Socorro, según las noticias que fueron llegando.

“Como la fermentación se había hecho general, y los pueblos se veían propensos, en Neiva mataron al gobernador, porque quiso impedirla; lo mismo ejecutaron en la provincia de Pasto con el teniente de Popayán, auditor de guerra que fue de la plaza de Cartagena, don José Ignacio Peredo, por haberse opuesto uno y otro a la resolución de los sublevados, intentando sostener las providencias del regente visitador.

“En la parroquia que llaman el Pie de la Cuesta encontraron los del Socorro alguna resistencia por los de Girón, que está contiguo a ella, donde mataron dos de los tumultuados, y con cuya noticia despacharon del Socorro y sus parroquias unos 500 hombres, que cuando llegaron a la ciudad de San Juan de Girón a vindicar el agravio que suponían les habían inferido, no tuvieron con quién contestar, por hallarla desierta.

“En la provincia de los Llanos, compuesta de muchas poblaciones contiguas a los indios bravos, y cuyos parajes por lo montuosos y dilatados se hacen de difícil penetración, se sublevaron por orden de un vecino de los más caudalosos, no sólo los indios ya civilizados sino también los de la parte de afuera que se les reunían, suponiendo órdenes del rebelde Tapamaro (Tupac-Amaro) (1) y queriéndoles dar a entender que todos se hallaban exentos de tributos y que habían cesado las contribuciones de diezmos y obligación de cumplir con los preceptos eclesiásticos; para esto, y como el principal motor y cabeza fue un vecino llamado don Francisco Javier de Mendoza, éste por particulares resentimientos con el gobernador, se apoderó de todos sus caudales, le embargó sus haciendas publicando que los esclavos de ellas habían quedado libres, y manteniendo como en depósito las mujeres de algunos vecinos, haciéndose absoluto y dando otras providencias relativas a negar el debido homenaje.

“Es fuera de toda exageración el terror pánico que se infundió en todas aquellas gentes que no eran del partido de los sublevados, y el desenfado y valentía comunicado a éstos, a quienes miraban con la mayor veneración y respeto, de modo que uno solo que entrase en un pueblo, manifestando ser del Socorro, bastaba para que se le reuniesen todos, y los administradores y recaudadores públicos de rentas reales pusieran a su disposición los efectos.

“Ultimamente, aunque también se han tenido noticias de varios pueblos distantes, que aun subsisten algunos alborotos, con especialidad en la ciudad de Pamplona y Cúcuta, valle muy dilatado, no se sabe haya sucedido desgracia; y habiendo llegado a ésta el destacamento de los 500 hombres el día 15 de agosto al mando del coronel don José Berbeo, se ve la plebe más contenida”.

Cuarenta y tres ciudades y pueblos del norte, además del Socorro y San Gil, adhirieron al movimiento, alzando todos por “Comandante General de las Comunidades” a don Juan Francisco Berbeo, natural y vecino de la villa del Socorro. La conducta de estos comuneros y los sucesivos pronunciamientos de Neiva y Casanare demostraron sobrada disposición a “negar el debido homenaje” como dice nuestro narrador. Faltóles un buen jefe, y hasta el pretexto para mantenerse armados desde que el gobierno suscribió las 35 capitulaciones de Berbeo, y éste disolvió su ejército retirándose. De lo contrario, el incendio habría tomado cuerpo y consistencia, pues no era un hombre común el caudillo socorrano, como lo prueba la conducta posterior de la Real Audiencia, que, sin embargo de verse apoyada por las tropas de línea que mandó el virrey desde Cartagena, no se atrevió a castigar sino a los subalternos Galán, Molina, Alcantus (sic) y Ortiz”.

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COMUNERO

 

GALÁN COMUNERO. Carlos Gómez Castro. Bucaramanga. 1949.

 

Este es Galán, erguido comunero,
que armó de picas su primer guerrilla,
desfile de machetes en que brilla
la reivindicación como un lucero.

Este es Galán abriendo el derrotero
de aldea a capital, milla tras milla,
y frente a frente desafía a Castilla,
cristo con cristo, espada con acero.

Allí Galán, de frente al antiplano,
pactado el juramento mano a mano
bajo gris palio de solemne rito.

Mas, roto el pacto se trunca su cabeza,
sin advertir que con Galán empieza
la protesta de América y su grito.

RAMIRO LAGOS CASTRO.

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NOTA DEL PORTAL: El nombre de Molina no era “Pedro”, sino Isidro. En cuanto al apellido de Lorenzo, generalmente se escribe “Alcantuz”, pero hay quienes sostienen que era “Alcantús”. De los tres líderes comuneros ejecutados, era el único no nacido en Santander. Lorenzo nació en Sogamoso (Boyacá), pero era vecino de San Gil cuando estalló la protesta y fue él quien pisoteó y rompió las armas reales, símbolo del poder español.

Nótese que a Manuela Beltrán no la menciona don Manuel Ancízar. De ella prácticamente no hay información. Se dice apenas que tendría unos 57 años y que era cigarrera. Ese vacío ha hecho que se digan cosas como: 1) que realmente no existió; 2) que tenía otro nombre; 3) que murió ese mismo día, asesinada por las tropas españolas, y ello explica el por qué no vuelve a aparecer más adelante durante el desarrollo de los hechos; 4) que huyó del Socorro; 5) que sí tomó parte en los hechos posteriores, pero sin desempeñar un papel relevante. En todo caso, fuera de que rompió el edicto, nada se sabe de ella.

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