Cómo capturar un pájaro cantor. Por Manuel Enrique Rey Sanmiguel.

 

 

En algún momento de tu vida podrás capturar un pájaro cantor, dijo un día mi madre. Sabia mujer que, oyendo su canto, sabía a cabalidad sus momentos de ira, de amor, del triste momento cuando se aproximaba el día de la muerte.
Desde su tierna edad componía acordes en el pentagrama de su alma siguiendo la melodía al parecer celestial que permanentemente le enviaba la maravillosa pléyade de pajaritos sopranos. Hazlo, dijo, de esa forma nunca te han de faltar suaves y melodiosos arpegios cuando llegues a la vejez.

Para el logro, deberás seguir algunas instrucciones.

Debes irte temprano cuando despunte al alba a la solitaria orilla del cristalino riachuelo, en el lugar exacto donde crecen exuberantes caracolíes, frondosos guayabos, magníficos papayos y naranjales. No te ha de faltar un bastidor, y una camba blanca, y una variada gama de temperas, que sean de vívidos colores.

Has de subirte a la cima, entre todos los árboles, del más frondoso. Pintas, entonces, una jaula. Tan pronto la hayas terminado, dentro has de colocar frutas dulces maduras prefiriendo los tonos rojos y los amarillentos que te habrán de inspirar las huellas dejadas por el amanecer; si se te hace tarde, has de copiar, entre difuminados y oscuros, los arreboles del poniente.

No has de pintarle barrotes a la parte frontal de tu magnífica jaula, de esa manera los pajaritos podrán entrar y salir libremente cada que vez que deseen saciar su apetito. Aléjate a una distancia prudencial. Los pajaritos les tienen miedo a los humanos. Obsérvalos, date cuenta cómo revolotean en busca de comida, aprende con ellos a disfrutar como si se tratase de una ensoñación, de esas que raras veces llegan fugaces, y aprécialos, en especial en sus sublimes cantos de amor, que son alabanzas a Dios; gózalos como si fueses a oírlos por última vez y podrás apreciar en sus notas agudas el engranaje de los cuerpos celestes.

Al cabo de algunos días notarás cómo revolotean miles dispuestos a construir nidos de amor, desde donde aman sus hijuelos, observarás con que afán buscan por doquier comida que luego con ternura les entregan. Sin embargo, pinta comida, que tendrás que dibujar en abundancia por los alrededores del lienzo.

Entonces, sin que te impacientes, y ensimismado, habrás de esperar el momento preciso en que tu imaginación pueda capturarlos. Es necesario que lo hagas con arte y de esa forma se te facilitará.

¡Ojo! No has de pintar barrotes que sean del mismo color del lienzo, ya que podrían estropearse el pico, dañando de paso su preciado instrumento musical.

Cuando se encuentren dentro de tu magnífica jaula mental, inmediata y rápidamente dibuja miles de barrotes, aquellos que has dejado de pintar de la parte frontal de tu jaula y mantenlos solo unos instantes presos. Aprenderás a distinguir aquellos lastimeros gorjeos que casi nunca emiten, por ser esta la primera vez que muchos de ellos han perdido su libertad.

Cuando empiece a despuntar el alba, con premura apresúrate a borrar los barrotes; verás cuán dichosos vuelan, cómo con sus frágiles y delicadas alitas componen cánticos de salutación a Dios, cómo existen hermosos acordes y melodías que nunca antes habías oído por ser de alabanza a la libertad.

Cuando al final se acostumbren a los fugaces instantes en que se sienten prisioneros a sabiendas de que pronto habrán de ser libres, entonces irán perdiendo paulatinamente el miedo a estar confinados. Verás de esa forma y en toda ocasión cómo es de fácil capturar lo que apetezcas con facilidad; sobre todo, aprenderás a saber cómo es y en qué consiste la tan anhelada, preciada y a veces tan abstrusa libertad.

La felicidad –dijo mi madre, con rostro de bondades no austero y, por la edad, ceñudo-, consiste en saber romper a tiempo los barrotes de quienes pretenden hacernos prisioneros. Sabrás qué es sentirnos verdaderamente libres. Me lo dijo un día ella, quien se llenaba de alegría viéndolos volar y… , desde luego, siempre en absoluta libertad.

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MANUEL ENRIQUE REY SANMIGUEL.— Ingeniero químico de la Universidad Nacional, historiador y escritor santandereano. Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander.

 

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