UN HOMBRE DE CIENCIA Y DE FE. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

Corría el año 2017 y el 10 de marzo, que era viernes, la niña Yaxury Solórzano Ortega, de 10 años, viajaba a bordo de una motocicleta conducida por su papá. Se desplazaban por el caserío Mangas Coveras, ubicado en el estado Guárico, en Venezuela. Allí era donde vivía la humilde familia. Lamentablemente, les salieron al paso unos vulgares delincuentes con el propósito de apropiarse del vehículo, pero para consumar su fechoría los malandrines no tuvieron reparo moral alguno en disparar en contra de sus indefensas víctimas y una bala dio en la cabeza de la menor.

Así comenzó la historia que por estos días se está comentando a lo largo y ancho del planeta.

 

 

Yaxury fue llevada de urgencia en busca de atención médica, pero la lejanía del lugar de los hechos obligó a recorrer caminos tan intransitables como interminables hasta llegar a la localidad más próxima, donde la pasaron a una lancha y fue así que navegando por las aguas del río llegaron con ella a San Fernando de Apure, donde se hallaba el hospital. Habían transcurrido ya cuatro horas y la niña ya estaba desangrada y presentaba pérdida de masa encefálica por lo cual su pronóstico era pésimo. Mientras que arribó el neurocirujano pasaron otras cuarenta y ocho horas.

 

 

Lo primero que advirtió el neurocirujano fue que era muy improbable que la paciente sobreviviera, pero que, de todas maneras, si sobrevivía, era claro que quedaría con gravísimas secuelas, incluidas la pérdida de la visión y una seria afectación del habla, de la memoria y de la motricidad.

De aquí en adelante la historia se adentra en lo sobrenatural: la madre de la víctima, desesperada, acude a sus creencias; es devota convencida de aquel médico del que se relata que iba a atender a los pobres en sus humildes casas y hasta les compraba los medicamentos de su propio bolsillo y que un día cualquiera de 1919, por estar en esa actividad, fue atropellado por un automotor cuando cruzaba la calle y al parecer, ensimismado, vio el tranvía, pero no el vehículo que en esos instantes también estaba circulando por allí; entonces se dirige a él, con todas las fuerzas de su fe, y le suplica que salve a su niña. Ella narra que el médico invocado le dijo: “No te preocupes, que tu hija va a salir bien” y que a partir de ese instante se le desapareció por completo su terrible angustia y afrontó la espera de la inminente intervención quirúrgica con una total tranquilidad, con una paz que jamás en la vida había sentido.

Cierto o no lo que narró la madre de Yaxury, lo que sucedió después de la intervención quirúrgica dejó asombrada a toda Venezuela.

Y es que, contra todos los pronósticos, días después Yaxury estaba saliendo del hospital caminando, y hablando, y viendo con total plenitud. Los médicos no entendían qué había sucedido y así lo manifestaron de manera expresa limitándose a señalar que era inexplicable. La tomografía mostraba claramente la lesión cerebral, pero la paciente no presentaba absolutamente ningún síntoma, ni secuela alguna siquiera mínima.

 

 

Poco se sabe de él, de aquel médico al que acudió la mamá de Yaxury, fallecido casi un siglo antes, excepto que era un hombre de gran sensibilidad humana y social, que practicaba la caridad y que, precisamente, por estar haciéndolo un día cualquiera de aquel fatídico año 1919 sufrió el accidente de tránsito a raíz del cual perdió la vida cuando contaba con cincuenta y tantos años de edad.

Y es que prácticamente todo el mundo habla, sobre todo por estos días, acerca de la santidad de aquel varón, pero también todo el mundo pone de presente un total desconocimiento de su valía científica.

¿O acaso saben quienes por estos días hablan de él que fue él quien introdujo a su país natal el microscopio? ¿Saben que fue el primer catedrático de Bacteriología que hubo en América? Saben que era políglota, pues hablaba, aparte del español, su idioma nativo, el alemán, el portugués, el francés, el inglés y el italiano, además del latín? ¿Saben que era un exquisito músico? ¿Saben que además de médico era filósofo y teólogo? ¿Sabrán, por casualidad, que trabajó en París en el laboratorio del premio Nobel de Medicina en 1913 Charles Robert Richet?

 

 

Sí, este médico ilustre no fue tan solo “el médico de los pobres”, como lo he oído decir desde que era un niño, aunque eso en sí mismo encierra, desde mi perspectiva personal, un gran valor, un mérito enorme que sería suficiente para que ocupase lugar de privilegio como uno de los latinoamericanos más ilustres, sobre todo en respuesta a estos tiempos canallas en los que ponerse de parte de los humildes dejó de ser una virtud y se convirtió en un defecto: fue también un reputado fisiólogo y un amplio conocedor de la Física, la Química, la Biología y las Matemáticas, universalidad del conocimiento que le permitió el abordaje también universal de los temas médicos acerca de los cuales investigó y escribió.

En 1906 publicó el libro “Elementos de Bacteriología”, en 1912 publicó la obra “Elementos de Filosofía” y en la Gaceta Médica de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela, entidad de la cual fue cofundador y al morir seguía siendo Miembro de Número porque no le habían aceptado la renuncia, publicó artículos científicos de singular importancia acerca de diversas enfermedades.

Su sólida formación científica la compaginaba con su profunda creencia en Dios y su concepción creacionista sobre el origen del mundo, de la vida y del ser humano, aunque terminó aceptando que si bien indudablemente Dios creó al hombre, este evolucionó.

 

 

Aquel galeno se llamaba José Gregorio Hernández Cisneros y ahora el papa Francisco, desde su lecho de enfermo, acaba de poner punto final a su proceso de canonización aprobándola, por lo cual, como se dice en el argot canónico, será elevado a los altares como santo.

José Gregorio era, sin embargo, santo desde antes de que siquiera iniciara su proceso de canonización en El Vaticano. Según las imágenes difuminadas de mi memoria, los primeros que lo elevaron a tal dignidad fueron los hermanos Norberto y Cayetano Rugeles Mantilla quienes nos sorprendieron a sus amigos cercanos cuando resultaron cualquier día al frente de la Droguería san Gregorio en el barrio Lagos II, de Floridablanca, una diminuta farmacia cuyo aviso mostraba la emblemática imagen de José Gregorio Hernández con aureola en la cabeza. Más tarde habría de saber que ya existía la “Novena a san Gregorio”. También llegaron a mis oídos diversas leyendas acerca de él y vi muchas veces su figura, de bigote, saco, corbata y sombrero, en cuadros de diversos tamaños frente a los cuales titilaban cirios, velas y veladoras.

Sé que su consultorio lo tenía en su casa.

Y sé también que cada cual creerá sobre él lo que quiera creer, según las dimensiones personales de su fe.

En lo que a mí respecta, tan solo he querido con esta entrada de mi blog rendirle un sencillo homenaje a un hombre brillante, que precisamente por serlo nunca se dejó seducir por los oropeles de la fama y del dinero; un latinoamericano culto que supo honrar su talante de varón con el valeroso ejercicio de su profesión médica en lugares a donde nadie iba, quizás ni siquiera los políticos en busca de votos durante las elecciones; me produce admiración su vida meritoria, su entrega, su apostolado, su alto sentido de responsabilidad, su ética profesional, su hombría de bien.

Hoy por hoy, cuando los “famosos” se la pasan presumiendo de lo que tienen y de lo que saben (aunque el que presume de lo que tiene y de lo que sabe finalmente no tiene nada ni nada sabe), reconforta el espíritu volver a recordar a este personaje, que de inmediato trae paz espiritual con que tan solo se rememore lo que hacía.

Acaso esa misma paz espiritual que dice haber sentido la madre de Yaxury después de acudir a él con desesperación.

Esa paz espiritual sin precedentes que experimentó durante la delicada intervención quirúrgica a la que estaba siendo sometida su hija, por tener el pleno convencimiento de que aquel santo aún no canonizado se encontraba también presente en el quirófano.

 

 

AGRADECIMIENTOS: Al doctor LEOPOLDO BRICEÑO IRAGORRY, Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela, por las valiosas enseñanzas de su artículo “Contribuciones históricas. José Gregorio Hernández: su faceta médica (1864 – 1919)”, publicado en la Gaceta Médica de Caracas, volumen 113 número 4, diciembre de 2005.

 

¡Gracias por compartirla!
Esta entrada fue publicada en Medicina. Guarda el enlace permanente.