Los librepensadores. Por: Leonardo Rodríguez V.

 

 

Hace algunos días en medio de una conversación informal con uno de esos personajes devotos de las ideas de ‘izquierda’ (hoy se dividen en izquierda y derecha los partidarios de ideas que para un católico son sencillamente liberales todas), autodeclarado socialista, ateo, etc., se enorgullecía de ser un librepensador, al paso que los demás, todo el que no comulgara con sus ideas, tenían de una u otra forma cautivo su pensamiento, encadenado, impedido.

La expresión ‘librepensador’ se popularizó en los círculos revolucionarios del siglo XVIII y se consolidó durante el siglo XIX a causa de los triunfos que el liberalismo cosechó por todas partes y en todos los frentes de batalla: político, religioso, moral. En un principio significaba que el ‘librepensador’ era una persona que, libre de los errores de la teología y de la religión, ejercitaba su pensamiento con libertad y con ello haría avanzar inimaginablemente a las ciencias y a la sociedad en general. Era el mito del progreso indefinido, según el cual la humanidad entraba en una época de avances generalizados en la cual se lograrían grandes cuotas de felicidad para todos y de progreso ilimitado.

Detrás de ese discurso tan atractivo se escondía el deseo de liberarse de los frenos morales que la influencia del catolicismo había extendido en la sociedad. Porque a decir verdad nada en la doctrina católica se oponía al avance de las ciencias y de la técnica, ni una sola de las enseñanzas del catolicismo puede ser esgrimida como ejemplo de doctrina opuesta al progreso científico. Todo lo contrario, durante la Edad Media fue precisamente la iglesia la encargada de fundar innumerables universidades por todos los países europeos, universidades que aún hoy perviven y son de las más prestigiosas a nivel mundial.

Y si revisamos a los grandes filósofos y teólogos medievales, como un santo Tomás de Aquino por ejemplo, encontraremos una devoción inquebrantable por el poder de la razón humana y un deseo de ciencia que es la marca específica de su huella en la historia.

Por lo tanto el discurso de los ‘librepensadores’ del XVIII no era sino fruto de un prejuicio hacia el universo católico, a la vez que una excusa para romper ciertos diques morales que les resultaban insoportables a los ‘vanguardistas’ de aquella época.

Pero obviamente nada de esto es conocido para el personaje ‘izquierdista’, ‘socialista’, ‘ateo’, ‘librepensador’, que mencionaba más arriba. Al él proclamarse librepensador quería decir sencillamente que pensar libremente, según él, es tener ideas de eso que hoy llaman izquierda. Todos los demás no piensan libremente, solo ellos.

Curiosa forma de definir lo que es el pensamiento libre, o el librepensamiento.

El pensamiento, entendido como ejercicio de la facultad intelectiva, como ejercicio de la inteligencia, es la actividad por medio de la cual conocemos la realidad, toda la realidad y a nosotros mismos como parte de lo real. De tal manera que cuando conocemos lo que las cosas son, estamos conociendo la verdad, puesto que verdad y realidad son desde cierto punto de vista una y la misma cosa: la verdad es la realidad en cuanto presente en la inteligencia en un juicio intelectivo del tipo ‘S es P’.

Si esto es así, ¿qué viene siendo un pensamiento libre? La única forma de entender sanamente esa expresión es decir que el pensamiento libre es aquél que no encuentra obstáculos que le impidan la captación de lo real, de la verdad de lo real. De tal manera que entre mejores sean las condiciones para la captación de lo real, más libre se puede decir que sería ese pensamiento.

Sin embargo, lo que vemos hoy en día es una tendencia a identificar el ‘librepensamiento’ con todo conjunto de ideas que se opongan a las propuestas antropológicas, morales, sociales o políticas que surgen de la cosmovisión católica de la vida. Así las cosas el solo hecho de oponerse a alguna de esas propuestas sería suficiente para graduar a alguien de ‘librepensador’. Pero uno se pregunta de inmediato ¿y qué pasa si la cosmovisión católica de la vida, su antropología, su moral, sus tesis sociales y políticas, son las correctas? En dicho caso rechazarlas sería rechazar la realidad, la verdad de las cosas, y en ese caso no estaríamos ni por error ante un pensamiento libre, ya que hemos aclarado arriba que el pensamiento libre es el que mejor se amolda a la realidad.

Pero nada de esto le importa a nuestro ingenuo interlocutor, su preocupación no está en averiguar qué ideas son correctas y qué ideas no, cuáles se amoldan a lo real y cuáles no. Su preocupación está en ser un ‘librepensaor’, lo cual significa para él decir y opinar en todo contrariamente a lo que los pensadores católicos han pensado y opinado. Y eso es simplemente un prejuicio, un nudo en la razón, una ceguera voluntaria. Porque lo importante no es si esta o aquella idea la propone un pensador católico o no, sino si es cierta, es decir, si responde a la realidad de las cosas.

Nuestro moderno ‘librepensador’ nada de esto tiene en cuenta, nada de esto le interesa, él está cómodo en su burbuja de ‘librepensamiento’, y es un recluso que se cree libre, porque, como decía Gómez Dávila, se abstiene de palpar los muros de su calabozo.

Seamos librepensadores, pensemos la realidad sin ataduras, fieles a su voz que es la misma voz de su Hacedor. La voz de la realidad es la voz de Dios.

_______

 

LEONARDO RODRÍGUEZ V.— Psicólogo, filósofo, teólogo y educador santandereano. Autor de varios libros, entre ellos “Amor a la sabiduría”.

 

¡Gracias por compartirla!
Deja un comentario