EL EXILIADO (X). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander.

[En memoria de László Majthényi]

 

 

Cuando László Majthényi abandonó su natal Europa con destino a América confiaba, como era obvio, en que podría volver. Así piensa siempre quien parte de su tierra. Las canciones que se han escrito y cantado sobre el drama de los exiliados coinciden en que ese anhelo bulle siempre dentro del corazón de los que se van del lugar donde nacieron, crecieron y construyeron sus sueños. Luis Aguilé lo sintetiza magistralmente en su famosa canción. Aunque no era cubano, sino argentino, el artista se sumó a la legión de estrellas que había tenido que partir de la isla por su oposición a la dictadura castrista. En sus dos primeros versos, tan desgarrados como hermosos, hace la observación poética de que para morirse se necesita, lógicamente, el corazón —pues será el órgano que se detendrá y entonces se paralizará la vida— y por lo tanto él nunca podrá morirse porque el corazón se le quedó en Cuba.

 

 

En el caso del Barón Majthényi estaba, además, la situación de sus hijos. Nunca ha sido sencillo —ni siquiera hoy en día, y ni siquiera con todos los papeles en regla— sacar niños de un país y viajar con ellos al extranjero.

Por eso, cuando en 1957 László Majthényi llega a Colombia, por el puerto de Santa Marta, aspira a que sucedan varias cosas felices: que pueda levantarse de nuevo económicamente, que caiga el comunismo en Hungría y que su país vuelva a ser una nación libre; entonces retornará a Hungría y allí se restablecerá con su gran familia en las mismas condiciones de holgura en las que se acostumbró a vivir desde niño. Acaso, incluso, vuelva a ser el Barón Majthenyi.

 

 

Había estudiado Leyes, Idiomas y Agronomía. Nunca ejerció el Derecho. Por razones desconocidas, negó incluso —en declaración notarial a la que tuvimos acceso— que hubiese terminado la carrera, aunque otras fuentes señalan lo contrario. Es comprensible que para un jurista el desencanto sea irreparable cuando descubre que la solución civilizada de los conflictos no existe sino de palabra, porque es la violencia la que define fronteras, es la violencia la que otorga nacionalidades, es la violencia la que determina quién muere y quién puede seguir viviendo, es la violencia la que decide si las personas son dueñas de lo que consiguieron gracias a su trabajo o heredado de sus mayores y es la violencia la que puntualiza hasta en dónde pueden vivir los seres humanos: si en la tierra de sus antepasados o en países extraños que jamás imaginaron que existían y a los que nunca se preocuparon antes por buscar en los mapas.

En cambio, László Majthényi fue un fluido políglota que no solo conservó hasta el final de sus días la vigencia del idioma húngaro —hablándolo siempre que conversaba con su compatriota el médico Carl Schmidt—, sino que hablaba cada vez que podía en varias lenguas más.

 

ALFABETO HÚNGARO

 

Pero fue el campo el que siempre lo atrajo y aunque no se graduó en Veterinaria, terminó en Colombia dedicado a las vacas.

 

 

Y fue en el mundo de la ganadería y de la vacunación de las reses donde terminó conociendo a la dama colombiana doña Silvia Rangel.

 

[CONTINUARÁ…]

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