Aunque la historia oficial lo mantuvo por años y años relegado al más completo olvido, y ni en las escuelas, ni en los colegios se enseñó absolutamente nada acerca de él en las clases de Historia Patria, el prócer bogotano José María Carbonell fue sin duda el verdadero protagonista central de aquel 20 de julio de 1810 que hoy celebramos como el Día de la Independencia.
Y es que lo que vino a saberse con el paso del tiempo fue que aquel tumultuoso levantamiento del mediodía que habían desencadenado los del florero de Llorente (que, dicho sea de paso, tampoco ha debido llamarse así, sino el florero de González) ya agonizaba cuando caía la tarde, pues la inmensa mayoría de los presentes se había marchado para sus lugares de residencia o se aprestaban a hacerlo mientras que los dirigentes criollos trataban infructuosamente de disuadirlos para que se quedaran.
Fue, entonces, cuando hacia las siete de la noche, hora para la cual el levantamiento ya iba encaminado hacia el fracaso, hizo su aparición Carbonell.
El joven bogotano se había dedicado durante la tarde a un intenso trabajo político en los barrios San Victorino, Egipto, Belén y Las Cruces, actividad gracias a la cual había convencido al pueblo de todos aquellos sectores humildes de que había llegado para ellos la hora de la Independencia.
Cuando se aproximaban las siete de la noche, pues, Carbonell, al frente de una multitud proveniente de esos barrios, calculada en casi la mitad de la población de la Bogotá de entonces, revivió el movimiento popular ya moribundo y, entonces, se empezó a exigir a gritos lo que hasta ese momento los dirigentes criollos no habían exigido: “¡Cabildo abierto!”, el desconocimiento del rey Fernando VII, la independencia total respecto de España, la creación de una Junta Popular – que equivalía al que sería el primer Gobierno independiente -, la rendición inmediata de las tropas y la entrega de las armas, y en fin, el inicio de una nueva República.
No era a eso a lo que aspiraban los dirigentes criollos, ni fue eso lo que buscaron, ni lo que obtuvieron, ni lo que convinieron con el virrey y las autoridades españolas. Ellos lo que querían era que se les reconocieran a los españoles de la España de ultramar los mismos derechos políticos que tenían los españoles de la España peninsular. Por ello, lo que hicieron fue crear una Junta presidida por el propio virrey y con la vicepresidencia, nada más ni nada menos, que del hijo de quien había sido el ponente de la sentencia contra José Antonio Galán, redactar un acta en la que se reconocía a Fernando VII y al virrey, y poner a salvo los intereses de España y, por supuesto, los propios.
Después de aquella noche del 20 de julio de 1810 y de la madrugada del 21, vendrá en los días siguientes la insistencia de Carbonell en su lucha (algo parecido a lo sucedido con Galán luego de las Capitulaciones y de su incumplimiento por parte de España), su persecución y encarcelamiento por parte de quienes habían sido los líderes del movimiento el 20 de julio (algo similar a lo acontecido con Galán) y, finalmente, ya con el Pacificador Pablo Morillo en el poder, su apresamiento definitivo, su condena a la horca y su ejecución (19 de junio de 1816) en la Huerta de Jaime, hoy en día Plaza de los Mártires (algo parecido a lo ocurrido con Galán).
Había nacido en 1779 y cursado sus estudios en el Colegio San Bartolomé.
A su muerte tenía 37 años.
ILUSTRACIÓN: Carbonell. Retrato de José María Espinosa. 1845.