Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO).
El gran ciclista antioqueño Martín Emilio “Cochise” Rodríguez dijo en una turbulenta ocasión que en Colombia la mayoría de la gente no se moría de cáncer, sino de envidia.
No le faltaba razón al estupendo deportista.
Y es que cegados por la envidia, los colombianos son capaces de destruir lo que sea y al que sea.
Eso ya lo sabía yo cuando, ante la descontrolada piratería de que fue víctima mi disco “El campesino embejucao” en el año en que salió al mercado, esto es, en el 2002, decidí —dada mi formación de hombre de leyes— demandar al Estado por su condescendencia con un fenómeno violatorio de los derechos de autor y consumado a plena luz del día y en las propias narices de las autoridades.
En esta oportunidad la envidia no es contra un antioqueño, sino contra un santandereano. Lo curioso es que procede ¡vaya paradoja! de la tierra de “Cochise”.
Y es que la casa disquera Discos Fuentes, de Medellín, con el claro propósito de dar al traste con mi reclamación, y solo porque “El Campesino Embejucao” no fue un “producto” suyo (y no lo fue porque esa disquera me cerró la puerta cuando le toqué en ella en aquellos momentos iniciales en que, totalmente desorientado por hallarme inmerso en un mundo para mí totalmente desconocido, indagaba con el uno y con el otro a ver quién se interesaba en mi disco), le envió al Tribunal Administrativo de Santander una carta en la que, en dos renglones, le dice —con una aspereza digna de mejor causa— que “no tiene conocimiento alguno del disco llamado “El campesino embejucao” del señor Oscar Humberto Gómez Gómez”.
El Barón húngaro László Majthényi —sobre cuyo exilio, precisamente, estoy escribiendo y publicando por estos días una crónica— solía decir que “A uno no lo ofende quien quiere, sino quien puede“.
La persona que a nombre de la otrora gran casa disquera antioqueña escribió esos renglones cargados de mala leche contra un proyecto artístico y cultural santandereano que, muy a su pesar, tuvo un éxito con alcance nacional que las gentes de alma grande nunca han negado, acaso quiso con ello desquitarse por el comentario que alguna vez hice en los medios de comunicación de que cuando nadie conocía “El campesino embejucao”, la disquera Fuentes no quiso tomar el disco porque la música colombiana no se vendía.
Yo no tengo la culpa de que el sombrío vaticinio de Discos Fuentes haya resultado errado y que, muy a su pesar, “El campesino embejucao” sí se haya vendido como pan caliente, así lo haya sido en forma abrumadoramente mayoritaria a través de sus versiones piratas.
Sinceramente, aspiraba a que Discos Fuentes apoyara este primer esfuerzo, sin antecedentes en Colombia, de llevar a los estrados judiciales el problema de la piratería musical. Discos Fuentes no ignora que debido a él se cerró la inolvidable y también antioqueña casa disquera SONOLUX, “la marca de las estrellas” —tan próspera como lo fue Discos Fuentes—, ni desconoce que también debido a él tuvo que empezar a cerrar sus tiendas de discos en Bucaramanga el apreciado empresario —también antioqueño— don Humberto Mesa, cuya memoria evoqué, con cariño y respeto, en mi libro Historia de Bucaramanga.
No imaginaba que, en vez de darme una manita, Discos Fuentes me daría una bofetada.
¡Qué lástima!