Bolívar en Zipaquirá. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

Hemos tenido conocimiento de que, con ocasión del Bicentenario de la Independencia Nacional, Zipaquirá rendirá homenaje al Libertador de Colombia, general Simón Bolívar, con una escultura o monumento a través del cual se perpetuará la presencia del ilustre prócer latinoamericano en aquella ciudad.

 

La noticia tiene una especial significación también para los santandereanos, no solo por los naturales lazos de fraternidad que deben existir siempre entre todas las regiones y entre todos los municipios de nuestro país, porque en últimas Colombia es una sola, sino porque el artista que está esculpiendo aquella obra es el escultor bumangués Antonio Frío, desde hace muchos años huésped ilustre de esa ciudad cundinamarquesa, que por estos días tanto nos alegró a los colombianos con el resonante triunfo de uno de sus hijos en las carreteras de Europa.

Antonio Frío, en efecto, nació en Bucaramanga, la capital del departamento de Santander, en el seno de la familia Adarme. Bautizado con el nombre de Édgar, fue alumno del Instituto Técnico Superior Dámaso Zapata (Instituto Tecnológico Santandereano) y de la Universidad Industrial de Santander (UIS). Finalmente se inclinó por la vida artística a través de la música, la pintura y la escultura, y adoptó el pseudónimo con el cual se le terminó identificando en todas partes y en todas las circunstancias, no solamente las artísticas.

En la música, descolló con la grabación y profusa difusión radial que tuvo su canción “Pistolero siglo XX” en los años 70, tema prensado en un disco de 45 revoluciones por minuto, típicos de la época, que enseguida pasó a formar parte de un acetato de larga duración, esto es, de un “long play”, como se les denominaba a los discos de 33 1/3 revoluciones por minuto.

En la pintura, se especializó en el dibujo de una imagen humana y sencilla del Libertador Simón Bolívar, a quien llama simplemente “Don Simón”, aunque también ha producido hermosos retratos y otra clase de obras pictóricas.

Y en la escultura, también se ha orientado hacia los personajes y hechos históricos.

 

 

El que sea Antonio Frío el escultor de la obra con la que Zipaquirá rendirá tributo al Libertador —y a través suyo, a nuestros patriotas de la Guerra de Independencia Nacional— tiene, de inmediato, una consecuencia: la de que, de seguro, en esta oportunidad no se perpetuará con el arte escultórico la memoria del Simón Bolívar de uniforme de gala, el Bolívar de las charreteras en los hombros, de la casaca reluciente y de la espada refulgente que adorna las oficinas públicas —en muchas de las cuales, por cierto, los burócratas olvidan la conducta ética que el gran patriota que está a sus espaldas espera de todo funcionario—, sino la del otro Bolívar, el hombre sencillo, el de traje campesino, el de sombrero y ruana, que se aproxima más, en su calidez, al pueblo colombiano que lo tiene como su Libertador, así se hayan arreciado los dardos venenosos en contra de su papel colosal en la formación de esta nación dentro de la cual nacimos.

 

 

Lamentablemente, el sentido de pertenencia, el espíritu patriótico, el sentimiento nacionalista, el compromiso que como colombiano se tiene para con Colombia, en fin, las virtudes cívicas que enaltecían al ciudadano de esta república y de las cuales se honraban los hombres y las mujeres decentes de este país, se han ido difuminando —para utilizar una expresión pictórica—y hoy por hoy ya ni siquiera sabemos quiénes somos, ni de dónde vinimos, ni hacia dónde vamos.

Si lo supiéramos, si tuviésemos una conciencia diáfana de nuestra identidad nacional, de nuestra historia y de nuestras metas, haría rato que hubiésemos desterrado las vergüenzas que nos agobian, sobre todo la vergüenza y la desvergüenza de la corrupción en el Estado.

Porque una nación que es consciente del sacrificio de sus próceres por construirla, de su origen histórico y de toda la lucha, de toda la sangre y todas las lágrimas que costó el que naciera, no elegiría a pícaros redomados y cínicos para ocupar los cargos públicos, ni mucho menos las altas dignidades del Estado, porque sentiría, desde el fondo de su corazón, hacia todo empleo público y hacia toda dignidad pública el inmenso respeto que se deriva de conocer su procedencia.

Por ello, tenemos que registrar con alegría que, de tarde en tarde, o, como se dice más comúnmente, que de vez en cuando, una que otra noticia como esta venga a reconfortar nuestro espíritu y a indicarnos que no todo está perdido y que todavía quedan por ahí retazos de esperanza.

 

 

Pues bien; adentrándonos en el contexto fáctico e histórico, hemos de rememorar que, después de la Batalla de Boyacá, las tropas del Ejército Libertador se encaminaron hacia la capital del reino, o sea hacia Santafé, a donde, efectivamente, ingresaron el día 11, día en que también ingresó el general Francisco de Paula Santander (el general Bolívar había hecho lo propio el día inmediatamente anterior, esto es, el 10) y, entonces, los comandantes militares victoriosos procedieron —como decían en el colegio y en la universidad nuestros líderes estudiantiles— a la toma del poder.

Pero fue hasta el día 20 del mes siguiente, esto es, hasta el día 20 de septiembre, que se llevó a cabo la apoteósica manifestación popular de congratulación a las tropas patriotas por la espléndida victoria militar obtenida. Homenaje al que se procedió luego de haberse verificado sobre el terreno las consecuencias liberadoras de aquel combate, empezando por la huida del virrey hacia la Costa Atlántica, tierras donde todavía se mantenía vigente el dominio de autoridades españolas y de las que solamente se obtendría la Independencia unos años después, gracias, entre otros, al patriota colombiano José Prudencio Padilla, oriundo de La Guajira y , por cierto, al que menos se le ha dado el crédito.

 

 

Retomando el hilo, las tropas libertadoras llegaron, pues, a Santafé el 11 de agosto y el 15 se celebró una misa cantada y un Te Deum en acción de gracias al Supremo Hacedor por la libertad alcanzada en los campos de batalla.

El 21 de agosto se cumplió la ceremonia de ascenso de los generales patriotas Francisco de Paula Santander, granadino, y José Antonio Anzoátegui, venezolano, a generales de división.

El 24 de agosto se llevó a cabo la ceremonia de exequias solemnes en memoria de todos los patriotas muertos en los combates.

El 26 de agosto el pueblo zipaquireño recibió a su prócer, el coronel Camilo Peña, patriota que regresaba a casa después de mucho tiempo de ausencia debido a la guerra.

El 20 de septiembre se llevó a cabo en la capital el apoteósico homenaje a los héroes de la Batalla de Boyacá.

Pues bien: al día siguiente, esto es, el 21 de setiembre de 1819, el Presidente de la República, general Simón Bolívar, ya estaba en Zipaquirá y allí expidió el decreto por medio del cual removía de su cargo al fiel de las salinas. (“Fiel” era el “empleado público que contrastaba pesos y medidas”, nos recuerda el DRAE, advirtiendo que hoy en día es una palabra en desuso).

 

Sobre si llegó a Zipaquirá el mismo 21 o si ya había llegado desde el día inmediatamente anterior, esto es, el 20, no hay unificación de criterio.

 

Leamos al connotado historiador y sacerdote antioqueño Roberto María Tisnés en su famosa obra Capítulos de Historia Zipaquireña:

“El 10 de agosto llegó a Santafé sin pasar por Zipaquirá, “pues siguió el camino recto hacia la capital (la actual carretera central”, relata Tisnés.

“(…), mas no pasó por Zipaquirá”, dice textualmente enseguida. [Recordemos que la palabra “mas” sin tilde significa “pero”. Por eso, si se quiere indicar el signo de suma o adición o la agregación de una cantidad, se le debe poner la tilde). Lo que dice Tisnés es, entonces, que Bolívar “siguió el camino (…) hacia la capital, pero no pasó por Zipaquirá”.

 

Leamos a Tisnés:

“El 20 salió Bolívar hacia el Norte (…). En este viaje, el 21 estaba Bolívar en Zipaquirá (…)”.

O sea, que salió de Santafé el día 20 de septiembre y estaba en Zipaquirá al día siguiente.

 

Ese mismo día 21 ocurrieron dos cosas: Francisco de Paula Santander comenzó a ejercer la Vicepresidencia y Simón Bolívar revocó el nombramiento de Francisco Benito como fiel de las minas de Zipaquirá y dictó el nombramiento, en su reemplazo, de Francisco Fernández.

El documento que lo prueba es la comunicación dirigida al Vicepresidente Francisco de Paula Santander haciéndole saber la remoción del fiel y el nombramiento de su reemplazo, documento que aparece fechado en Zipaquirá el 21 de septiembre de 1819 y cuyo encabezamiento es el siguiente:

 

Cuartel General de Zipaquirá, a 21 de septiembre de 1819 (…)”.

 

Simón Bolívar estuvo en Zipaquirá doce (12) veces. Su presencia en Zipaquirá se dio entre los años 1819 y 1828. “En varias ocasiones se demoró algunos días”, precisa Tisnés.

Infortunadamente, las placas conmemorativas que recordaban a la posteridad el paso del Libertador por Zipaquirá, como suele ocurrir en un país donde se da silvestre, además de la envidia, el vandalismo, desaparecieron.

No obstante, queda el testimonio de la Historia, que da fe de su existencia:

“Decíamos —se lee, en efecto, en la obra de Tisnés— que desde el 21 se hallaba Bolívar en Zipaquirá.
Existen en esta ciudad tres piedras conmemorativas de los diversos tránsitos del Libertador por la ciudad.
Una está situada en la calle 8a con carrera 10a, inmediatamente antes del paso-nivel y frente al Liceo Nacional de Varones y tiene la siguiente inscripción:
PASO EL LIBERTADOR
SEPTIEMBRE 22 DE 1819
MARZO 22 DE 1820
ZIPAQUIRA A LA MEMORIA DEL LIBERTADOR
DICIEMBRE 17 DE 1830”.

Y continúa Tisnés:

“Otra se halla en la carretera que lleva a la población de Cogua, poco antes del retén y en la actualidad a mano derecha (antes lo estaba a la izquierda) según se sube. La leyenda de la misma dice así:

“PASO EL LIBERTADOR
ENERO 4 DE 1821
SEPTIEMBRE 9 DE 1827
JUNIO 21 DE 1828
ZIPAQUIRA A LA MEMORIA DEL LIBERTADOR
DICIEMBRE 17 DE 1830”.

Y remata Tisnés:

“La tercera piedra conmemorativa se halla junto al retén a la salida para Bogotá. En ella se lee lo siguiente:

“PASO EL LIBERTADOR
SEPTIEMBRE 20 DE 1819
MARZO 21 1820
ENERO 5 1821
SEPTIEMBRE 10 1827
DICIEMBRE 26 1827
DICIEMBRE 31 1827
JUNIO 23 1827
ZIPAQUIRA A LA MEMORIA DEL LIBERTADOR
DICIEMBRE 17 DE 1830”.

 

En las desaparecidas piedras conmemorativas estaba indicado con flechas el sentido en que el Libertador se dirigía, hacia el Norte o hacia Bogotá, según el caso.

 

Como se observa, en cuanto a la primera llegada a Zipaquirá del general Bolívar con posterioridad a la Batalla de Boyacá, cada una de las piedras conmemorativas da una fecha que difiere por un día. Por ello, queda la duda de si llegó el mismo día 21 en que decretó la remoción del fiel, o había llegado el día inmediatamente anterior, esto es, el 20. En todo caso, salió de Santafé el 20 y el 21 se encontraba en Zipaquirá, por la fecha en que está datada la comunicación al Vicepresidente Santander.

 

 

Ineludible, dentro del contexto histórico de la lucha por la Independencia Nacional de Colombia, resulta hacer referencia a la importancia que las minas de sal de Zipaquirá tuvieron, por supuesto desde el punto de vista económico.

En este punto debemos remontarnos a los antecedentes mediatos de la llegada del ya Presidente Bolívar a Zipaquirá con posterioridad a la Batalla de Boyacá. Y en esos antecedentes nos encontramos con la figura del precursor Antonio Nariño y del ciudadano alemán Jacobo Benjamín Wiesner. Nariño era el Presidente del Estado Soberano de Cundinamarca.

 

 

“Estaba convencido Nariño —escribe Alberto Corradine Angulo— de que la conservación de la libertad no se podía sostener, dejando trascurrir la vida nacional sin el apropiado control del territorio y la adopción de serias medidas dirigidas a organizar el país, bajo un gobierno central, de manera que se pudiera establecer el dominio real del territorio con posibilidades de defensa de eventuales enemigos.

Pero el principal interés del Precursor era contar principalmente con abastecimientos propios de plomo, indispensable en toda lucha armada, como poco tiempo después se pudo apreciar por la sociedad neogranadina, al sufrir el proceso doloroso de la reconquista, con todas sus amargas consecuencias. Para satisfacer esa previsible necesidad hizo bien en encargar al mineralogista alemán Jacobo Benjamín Wiesner, radicado por entonces en Zipaquirá, para que emprendiera la búsqueda de ese importante mineral, puesto que deseaba comenzar una campaña contra los realistas que rodeaban a Cundinamarca, sobre todo los situados al sur del país. Jacobo Benjamín inició la búsqueda por los alrededores de Pacho y encontró minas de ese mineral, pero adicionalmente halló valiosas formaciones de mineral de hierro, para lo cual construyó una forja de medianas dimensiones con piedra donde realizó sus primeros ensayos con las muestras de los minerales que había encontrado. Esa primera forja, de rancia tradición medieval, es del tipo de la denominada forja catalana , la cual aún subsiste totalmente abandonada y sin que amerite ningún interés para su adecuada conservación”. (Alberto Corradine Angulo. De las ferreterías a la siderurgia. Banrepcultural, Red Cultural del Banco de la República en Colombia).

 

Concretamente, “En 1814, Wiesner descubrió grandes yacimientos no sólo de plomo, sino de hierro y cobre, cerca de los sectores de Algodonales y San Miguel, donde fue creada la primera fábrica siderúrgica del país y una de las más importantes de Latinoamérica en el siglo XIX: la Ferrería de Pacho”. (Javier González Penagos. Una industria de hierro. El Espectador. Bogotá, 8 de mayo de 2014).

 

Pues bien: Wiesner había nacido el 20 de junio de 1763 en Freiberg, Sajonia, y en Girón, la hermosa villa colonial de Santander, se había casado con Juana Dorotea Hacker.

 

Pero, y ¿cómo llegó al país este ciudadano alemán experto en mineralogía?

 

En 1874, “España decide enviar hacia la Nueva Granada dos ingenieros de minas para evaluar el potencial económico y técnico de dos yacimientos de plata en la provincia de Mariquita.
Estas minas eran las de Manta y Santa Ana, localizadas entre la ciudad de Mariquita y la villa de Honda. Los ingenieros encargados de estimar el potencial económico de estos yacimientos no eran simples funcionarios de la corona o aventureros que venían a probar suerte. Ellos eran Don Juan José D’Elhuyar y Don Angel Díaz”. (Diego Escobar Díaz. Los trabajadores del metal en Colombia. Revista Colombiana de Sociología, vol. 3, No. 2, 1997, p. 52.).

 

D’Elhuyar había estudiado en el Instituto Metalúrgico de Freiberg, Sajonia. Esto es, en la ciudad natal de Wiesner.

 

Después de intentar poner en marcha sus planes con grandes adversidades, determinadas por el hecho de no encontrar personal comprometido con el trabajo que se requería para poner a producir las minas, “D’Elhuyar hace venir por cuenta y costo de la real hacienda a ocho mineralogistas alemanes, entre ellos Jacobo Benjamín Wiesner. Todos los ocho “eran alemanes y de religión protestante”. (Diego Escobar Díaz, loc. cit., p. 54).

 

“Jacobo Benjamín Wiesner tendría posteriormente una influencia preponderante en los orígenes de los talleres metalmecánicos colombianos del siglo XIX, primero trabajando en las minas de Mariquita, después en las de Pamplona, posteriormente en las salinas de Zipaquirá, para luego ser comisionado hacia 1814 por Antonio Nariño para buscar plomo cerca de Pacho, donde no solo encuentra plomo sino que por primera vez se encuentran ricos yacimientos de hierro.
Allí mismo en Pacho hacia 1822, Wiesner emprendería la explotación del mineral, instalando un mediano taller donde a la postre iniciaría la Ferrería de Pacho.
Con la creación de este taller se daría un nuevo rumbo a la historia de los trabajadores del metal en Colombia”. (Diego Escobar Díaz, loc. cit., ibídem).

 

Zipaquirá resultaba de capital importancia para quienes ejercieran el poder político y militar, por el poder económico que giraba alrededor de las minas de sal.

Leamos a Arthur von Scott:

“La villa de Zipaquirá mostraba una importancia regional notable por la posesión que tenía de los manantiales salinos, los que además de representar la principal fuente de riqueza del lugar, le confería cierta particularidad a su organización social.
Con una fuente de recursos tan notable, es lógico que la corona se preocupara por su correcta administración, por lo que desde comienzos del siglo XVIII se creó el cargo de Administrador de Salinas, funcionario que dependía directamente de la Real Hacienda y quien debía encargarse de la correcta asignación de los hornos para la cocción de la sal, así como de los turnos para la explotación de los manantiales salinos . Como es de suponerse, con un control tan amplio sobre los recursos de la villa, las autoridades locales sentían que este funcionario poseía mas facultades de las que debía, malestar que se deriva a no dudarlo, del hecho de que con la presencia del administrador de las salinas, la capacidad que tenían tanto el corregidor como los alcaldes de intervenir en los negocios relacionados con la explotación de la sal se veía recortada drásticamente, entre otras cosas, porque con el precio de la sal fijado por orden del administrador, la posibilidad de especular con el precio era mucho menor.
No es de extrañar entonces que todo el vecindario de Zipaquirá estuviera involucrado directa o indirectamente en el proceso de extracción y elaboración de la sal, pues incluso aquellos que no contaban con los medios para poseer hornos, sí laboraban en
las minas como jornaleros, tal es el caso de los indios”. (Arthur von Scott. Historia de una independencia. Sociedad y poder local, Zipaquirá 1810 – 1826, p. 8).

Y prosigue von Scott:

“Es lógico pensar que en una población que cuenta con un elemento que produce grandes riquezas, las disputas por el dominio político son tan intensas como las que se llevan a cabo por el predominio económico y a no dudarlo, en Zipaquirá los dos poderes están
tan estrechamente relacionados que es lógico suponer que quien domina (o quienes dominan) las fuentes de producción de capitales sean los mismos que aspiren a apoderarse de la administración pública del lugar. De la explotación de la sal se derivan no solo las condiciones económicas del lugar, sino también la enmarañada red
de relaciones sociales que se presentan entre lo que podemos entender aquí como una élite (con control político) y un sector de la población o subalterno, que a pesar de no contar con el dominio administrativo de la élite, es el grupo más numeroso de la
comunidad y el que puede alterar el orden establecido desde arriba a través de su movilización.
En Zipaquirá, como en muchas otras poblaciones de Colombia, la independencia es mucho mas compleja de lo que se suele pensar. Además de la presencia de blancos e indios, no podemos olvidarnos de ese enorme elemento mestizo que, aunque sea difícil de precisar, no puede ni debe obviarse. Dentro de esos grupos subalternos que
encontramos en Zipaquirá se hallan también cientos de mestizos que no aceptan del todo el dominio absoluto de las élites y que aunque no entienden su ideología política, tratan de movilizarse a favor de su tradición y su propio beneficio. En esta villa, los sectores subalternos de la población se vieron sometidos y aislados del juego político por corregidores y alcaldes que con sus decisiones y manejo de los manantiales salines, relegaron a los individuos dedicados a las labores de extracción y producción a ser agentes pasivos de sus actuaciones. Sin embargo, esta situación estallaría en 1810, momento en el que las diferencias entre grupos alcanzaron un punto tal, que la relativa quietud que había mantenido el pueblo desde la revuelta de los comuneros en 1781 se derrumbaría en cuestión de meses”. (loc. cit., p. 9).

“En lo que se refiere a Zipaquirá los sucesos de 1810 constituyeron esa chispa que el pueblo necesitaba para explotar. Las agrias confrontaciones entre los diversos grupos de la población, que se
venían gestando desde tiempo atrás no pudieron sostenerse ante un hecho que marcaría el rumbo del acontecer zipaquireño en los años de la independencia que fue, a no dudarlo, la creación del cabildo”. (loc. cit., ibídem).

“Los documentos aquí citados son una muestra de lo que era la cultura política zipaquireña para esos años. A través de ellos hemos podido establecer que en esta sociedad la posición social tiene una relación directa con el papel que un individuo desempeña en el proceso de producción de la sal y que no hay suceso en Zipaquirá
que no involucre directa o indirectamente el manejo o la apropiación de los recursos derivados de la explotación salinera. Elites y subalternos se ven envueltos en esa interminable lucha por el control político y el poder económico de la villa. Sumado a
esto, se encuentra la tradición de enfrentamientos personales entre sujetos que han tenido disputas en el pasado y que sin importar la causa de estas se van mezclando con las luchas políticas del momento, lo que va haciendo cada vez más compleja la situación.
En medio de todo este enmarañado escenario la villa de Zipaquirá se encuentra de cara con la guerra civil de 1812, un momento en la historia de Colombia que si se estudia desde una perspectiva local, puede resultar revelador por cuento demuestra que más allá de la trillada retahíla de la lucha entre centralistas y federalistas hay una serie de hechos que dejan ver como vivió la sociedad de la época la primera de tantas guerras civiles que ha vivido nuestro país”. (loc. cit., p. 16).

 

Zipaquirá ha sido y seguirá siendo una de los principales abastecedores de sal de nuestro país por lo que ha sido llamada Capital Salinera de Colombia. En esta ciudad se puso en marcha la primera explotación minera de las salinas en 1817 en cabeza del sabio Alexander Von Humboldt, convirtiéndose en el lugar y año en el que se empezó a ver la transformación de la sal como un proceso industrial.

Una vez se conoce el triunfo patriota en Boyacá, las autoridades españolas dan apresurado inicio a su fuga. Y, como era natural que ocurriera, la huida comienza con el propio virrey y se prolonga rápidamente a quienes detentan el poder, no solo político y militar, sino económico: el inmenso poder del manejo de las astronómicas finanzas derivadas de la explotación de las minas, y particularmente de las minas de sal; en otras palabras, huyen de Zipaquirá las autoridades españolas.

Y, ¿a quién le dejan las minas tiradas y, con ellas, las cuentas y colosales dineros producto de su administración? Al minerólogo alemán Wiesner, precisamente.

Leamos a Tisnés:

“En 1819 al vencer Bolívar en Boyacá, los españoles que tenían a su cargo las salinas zipaquireñas, huyeron dejando en poder de Wiesner las oficinas y dineros de la salina, junto con otros enseres, armas y objetos valiosos. El honrado alemán los entregó a Bolívar a su paso por Zipaquirá. Bello rasgo de honradez éste, justamente recordado por los historiadores Scarpetta y Vergara y por su biógrafo D. Domingo Peña.

El Libertador recibió, como no podía ser menos, los mejores informes acerca de la conducta y cualidades de Wiesner, por lo que el 17 de septiembre de 1819 le nombró director general de minas. Años después Santander le nombró para el mismo puesto en Zipaquirá.

La vida de Wiesner transcurrió en lo que a lo material se refiere, en una áurea mediocritas. Lo que le sobraba lo daba a los pobres. A quienes le indicaban que debía ahorrar por si llegaba cualquiera acontecimiento imprevisto, les recordaba que no falta la Providencia, a quienes en ella esperan. Termina su biógrafo diciendo que la ancianidad de Wiesner fue una de aquellas que pudiéramos llamar envidiables: aunque octogenario, reunía en su casa a sus amistades con las que conversaba y a las que atendía. No faltaban los cantos y bailes: uno de los músicos era el propio Wiesner quien manejaba diestramente la guitarra.
Murió el 12 de agosto de 1842 en Zipaquirá, a los 84 años de su edad”. (Tisnés, ob. cit., p. 217. Ver: Domingo Peña, Biografía de don Jacob Benjamín Wiesner. Boletín de Historia y Antigüedades. Tomo XV, p. 733. Leonidas Scarpetta y Saturnino Vergara. Diccionario biográfico de los héroes de la libertad. Bogotá. 1879).

 

Áurea mediocritas quiere decir —no sobra aclararlo— dorado término medio o dorada medianía. “El que se contenta con su dorada medianía —dice Horacio en sus Odas— no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona, ni habita palacios fastuosos que provoquen la envidia”.

 

Scarpetta y Vergara dicen lo que copiamos a continuación, tomado de manera directa y reproducido textualmente de la edición de su libro del año 1879, con la ortografía de la época y de los autores:

“WIESNER, JACOBO— Miembro de una familia notable, nació en Freiberg, Alemania. Hábil mineralojista, injeniero y personificación de muchas virtudes. Vino a Nueva Granada en 1788 i dirijió con acierto admirable los trabajos de las minas de oro, plata y fierro en Santana, Pamplona, Jiron y Pacho. Sus trabajos en las salinas de Cipaquirá fueron tan acertados que mereció honrosísimas recomendaciones de Humbold; Wiesner se hallaba en aquellas salinas cuando llegó a Cipaquirá la noticia del triunfo de Bolívar en Boyacá (1819). Los españoles que estaban empleados en ellas abandonaron sus puestos, dejando en poder de Wiesner la oficina de venta de sales con la caja fuerte llena de dinero, varios enseres, algunas armas i objetos mui valiosos. El acrisolado aleman conservó intacto aquel tesoro i se lo presentó al Libertador a su paso por Cipaquirá”. (Diccionario biográfico de los campeones de la libertad de Nueva Granada, Venezuela, Ecuador i Perú, que comprende sus servicios, hazañas i virtudes. Por M. Leonidas Scarpetta i Saturnino Vergara. Publicado con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos de Colombia, siendo Presidente el Jeneral Julián Trujillo. Bogotá. 1879. Imprenta de Zalamea, por M. Díaz, p. 705. NOTA: El título anotado antes es el que Tisnés da en la bibliografía de su libro. Es posible que haya tomado el dato de la tapa de la obra y que en esta estuviese resumido, como suele ocurrir. Suele suceder también que a las obras de título largo —lo cual era lo acostumbrado antiguamente—, se les terminara editando con uno abreviado, tal y como sucedió, por ejemplo, con el famoso libro de Luis Perú de Lacroix, que terminó titulándose “Diario de Bucaramanga” cuando, realmente, su título era mucho más largo).

 

“Jacobo Wiesner —escriben Lars Scharnholz y Alexandra Toro— fue un mineralogista e ingeniero alemán que estudió Minas y Metalurgia en la escuela de Minas de Freiberg. Descubrió minerales de hierro en Pacho y por orden de Antonio Nariño buscó y encontró allí mismo una mina de plomo.
Construyó túneles subterráneos para conseguir el mineral más puro en las salinas de Zipaquirá; también hizo la cartografía de la mina de sal de Sesquilé, por lo que Bolívar lo nombró Director General de Salinas (Valencia, 2010, p. 4). Es también conocido por dirigir entre 1822 y el 1823 los trabajos de ingeniería para desaguar la laguna de Guatavita (Valencia, 2010, p. 4).
En 1824 montó la ferrería de Pacho. Años más tarde el vicepresidente Santander le confirió el cargo de director de mina y fábrica de sal de Zipaquirá, donde se mantuvo hasta su jubilación.
En la ferrería de Pacho y luego en las de Pradera, Samacá y Amagá los técnicos colombianos tomaron contacto con la Revolución Industrial. Esta ferrería, con Jacobo Wiesner y los ingenieros franceses que lo sucedieron, fue escuela práctica de siderurgia, química férrea, mineralogía y técnicas de combustión (Valencia, 2010, p. 4)”.(Lars Scharnholz y Alexandra Toro. La influencia alemana en el proceso de industrialización en Colombia”. Universidad Javeriana. Apuntes. Vol. 27. No. 2. Bogotá. Julio – diciembre de 2014).

 

Y es que, como explican los mismos autores, “Con el proceso de independencia de Colombia, iniciado en 1810, y con la autonomía en aumento de otros países latinoamericanos, las relaciones comerciales con Alemania ganaban un nuevo significado. Los derechos especiales españoles ya no determinaban el mercado y las corrientes económicas liberales posibilitaban nuevas sociedades de comercio exterior con Europa y los Estados Unidos. La flexibilización de la libertad de opinión, la liberalización de los mercados y las atractivas oportunidades económicas fomentaron el movimiento migratorio (Véase, por ejemplo, Fischer, 2007, p. 167). En este contexto los empresarios alemanes pudieron ampliar en Colombia su propia presencia económica. El historiador Thomas Fischer reconoce en este desarrollo, el cual se mantuvo hasta los años 1930, “un papel sobresaliente (de los alemanes) en el negocio de las importaciones y exportaciones” (Fischer, 1997 pp. 52-53 y 206). Por lo visto, los alemanes pudieron utilizar a su favor el reconocible atraso de Colombia”.(Lars Scharnholz y Alexandra Toro, loc. cit.).

 

Obsérvese que mientras Scarpetta y Vergara no dan fecha exacta alguna, Tisnés da la del día 17 de septiembre como aquella en el cual Bolívar designó a Wiesner director de las minas de sal zipaquireñas y la del día 21 como aquel en el que removió al fiel para designar su reemplazo. Esta diferencia de fechas podría interpretarse como que existe una contradicción en cuanto a la fecha en que Bolívar por primera vez llegó a Zipaquirá después de la Batalla de Boyacá, pues no se sabría si fue el 17 o el 21 (o el 20, incluso, si es que desde el día anterior había llegado, como sugiere una de las piedras conmemorativas).

Mas, si repasamos desprevenidamente el texto, es probable que esa aparente contradicción desaparezca. Dice, en efecto, Tisnés que “El Libertador recibió, como no podía ser menos, los mejores informes acerca de la conducta y cualidades de Wiesner, por lo que el 17 de septiembre de 1819 le nombró director general de minas”.

Ello significa que bien pudo recibir los informes en la Presidencia de la República, esto es, en Santafé, y que, basado en esos informes, desde allí, desde la capital, hizo la designación. Ello permitiría concluir que el 21 recibió, ya personalmente en Zipaquirá, los elementos que Wiesner le entregaba, ya investido de su condición de director de las minas.

Otra lectura es la de que si Wiesner le entregó al Libertador esos elementos en Zipaquirá, y además allí mismo, en Zipaquirá, Bolívar recibió los elogiosos informes sobre este ciudadano alemán, haya procedido a hacer el nombramiento en esa misma ciudad, caso en el cual habría que concluir que el 17 de septiembre el Libertador estuvo en Zipaquirá, y esta sería, entonces, la primera fecha inmediatamente posterior a la Batalla de Boyacá en la que estuvo.

Ninguna de las piedras conmemorativas —lamentablemente desaparecidas— da el 17 de septiembre de 1819 como fecha en la que el Libertador hubiese pasado por Zipaquirá.

Lo que sí queda claro es que los cargos de fiel y de director de las minas eran diferentes y que este era de mayor categoría que aquel.

Y obsérvese también que el que hubiese elaborado los planos cartográficos de las minas de Sesquilé determinó el nombramiento de Wiesner, por parte de Bolívar, como Director General de Salinas.

 

En fin, lo importante es que, al igual que en las grandes naciones del mundo civilizado, en Colombia, y concretamente en Zipaquirá, se exaltan los hechos y los personajes históricos en el bronce, siempre más perdurable que la frágil memoria humana.

De esa manera, gracias al cincel, al martillo y al talento escultórico, las nuevas generaciones de colombianos no perderán su sentido de identidad y de pertenencia.

Total, hay sentimientos colectivos que, en últimas, como anota Ernest Renán en su célebre conferencia de La Sorbona (París, 11 de marzo de 1882), constituyen los elementos que hacen que una nación exista: la conciencia de un pasado histórico común es uno de ellos.

 

¡Que le quede bien linda, maestro!

Y ¡Felicitaciones, Zipaquirá!

 

 

Mesa de las Tempestades, Área Metropolitana de Bucaramanga, martes 13 de agosto de 2019.

 

FOTOGRAFÍAS: (1) Zipaquirá. Centro de Negocios Casa de los virreyes.

(2) Retrato. Antonio Frío.

(3) Don Simón después de la guerra. Antonio Frío.

(4) Bandera nacional de Colombia.

(5) Batalla de Boyacá. Tríptico al óleo. Andrés de Santa María. 1926. Casa de Nariño. Bogotá.

(6) Bolívar y Santander en los llanos. Jesús María Zamora. Museo Nacional. Bogotá.

(7) Antonio Nariño. José María Espinosa. Museo Nacional. Bogotá.

(8) Antonio Frío.

 

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ. Miembro de la Academia de Historia de Santander, del Colegio Nacional de Periodistas, de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia, y del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander

 

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