A la memoria de Carlos Gabriel Acevedo Álvarez. Por Manuel Enrique Rey.

INGENIERO CARLOS GABRIEL ACEVEDO ÁLVAREZ, MÚSICO Y MECENAS SANTANDEREANO VINCULADO A LA ORGANIZACIÓN DEL FESTIVALITO RUITOQUEÑO DE MÚSICA COLOMBIANA.

Existen fechas o lapsos que lo marcan a uno durante la cortedad ontológica, como aquellas memorables realizadas en torno a músicos y música, llenas de recordaciones, cargadas de preparativos celestiales consistentes todos ellos de afinaciones, partituras y silencios. Culturales diría yo, y casi que por símil coloratura emocional, hasta genéticas, debidas a cercanía familiar que el tiempo engrandece, tan solo para brindarnos felicidad y amistad, llenando nuestra memoria de recuerdos dulces, los más. Incluso cuando entre lamentos y lágrimas, difícilmente hemos de aceptar la existencia de imprescindibles rumores oficiantes con afilada guadaña que pretende destruir nuestras más caras afectaciones. Calculablemente estricto su mandato, periódicamente invita como oficiante predilecta a cruel damisela malvada vestida de negro, que acostumbra enviar impensables truculencias que entristecen. Y mucho más, cuando obligados hemos de presenciar su trajeado atuendo harapiento y grotesco, para alejarnos de esos imprescindibles y epónimos mecenas, haciendo que mantengamos mente y corazón aferrados tan solo al recuerdo. El altísimo tiene un bien organizado mecanismo ingenioso y a la vez sombrío, tendiente a evitar que pueda investirse el mundo terrenal con permanentes momentos gratos y gentes virtuosas, de amorosos padres, de esforzados y consagrados profesionales. Tal vez y con cierto egoísmo de su parte, y sin importar que pudiera potenciarse de agobios la vida terrenal, ha de llamar al lado de su trono, a una pléyade virtuosa para que en el cielo organice periódicos festivales de música, enseñe a párvulos celestiales con atuendo de alitas y aureolas, la ciencia del movimiento de los electrones productores de electricidad, servir de secretario en múltiples eventos gremiales de santos, beatos y arrepentidos; y, hasta permitir montar en el abstruso cielo, una que otra distribuidora comercial donde se provean las jaculatorias y las indulgencias, los responsos y las misas, aguas benditas y cirios pascuales, etc. Como no todo han de ser inculpaciones, qué mejor que estar al lado de Juan de Dios, su padre, él al tiple y Carlitos al piano. Estoy seguro de que eso de estar al lado de gente que poco ruido hace y que verdaderamente sí tiene oído musical, que serán los potenciales asistentes al concierto paterno, ha de ser mucho más placentero, que estar rodeados de terrícolas borrachos, de agrupaciones inconformes porque anualmente no quedan en los CD promocionales, de reclamaciones por los espacios que se quedaron cortos por tanta gente que pretende a un mismo tiempo tener ratos de solaz y esparcimiento en el Festivalito Ruitoqueño -hechura de su cuerpo y alma- de cada año en Villa Leo. Paz en su tumba. Le deseamos quienes hace más de una veintena de años asistimos al primer encuentro regional de la música santandereana. Entre ellos: Luis Carlos y Cocha; Henry, Alonso y Aristóbulo; Silvia Juliana Rey, Germán Guevara; Marila y Leonor; Ernesto Pérez, Sol Núñez, Alfonso Oviedo; Pedro y Olga; Iván Hurtado, Fernando Remolina; Manuela y Enrique; Jesús Villamizar; y otros que hoy la memoria envejecida olvida, pero que el festivalito, creado a imagen y semejanza suya, unió.

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