LA BATALLA DEL PIENTA. CHARALÁ, 4 DE AGOSTO DE 1819. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

Puente sobre el río Pienta. Fotografía de 1885. Alcaldía Municipal de Charalá.

 

El día 4 de agosto de 1819, a escasos tres días de la batalla de Boyacá, sucedieron en Charalá unos hechos de particular gravedad que de unos años para acá comenzaron a conocerse como “la batalla del Pienta”.

Las fuentes documentales históricas que permiten la reconstrucción de lo acaecido son: i.) la carta de denuncia de los hechos que le dirigió al ya presidente de la República Simón Bolívar el padre párroco de Charalá para el día de los hechos, presbítero Pedro José de Vargas; ii.) el sermón que el mismo sacerdote pronunció en el templo de Charalá un año después de los sucesos; iii.) el informe dirigido al presidente Bolívar por el abogado Diego Fernando Gómez, el investigador que el propio Libertador designó para que indagara lo sucedido; iv.) el informe militar dirigido por el coronel Lucas González, gobernador de la provincia del Socorro y comandante de las tropas realistas en el área, al virrey Juan Sámano; y v.) la carta dirigida por el patriota Fernando Arias Nieto, partícipe en el combate y sobreviviente de los hechos, a su amigo Joaquín Gómez, documento cuyo casual hallazgo se produjo recientemente, convirtiéndose en el detonante de la actual celebración que se lleva a cabo anualmente en Charalá.

 

Río Pienta. Charalá, Santander.

 

Más allá de la calificación que merezcan los acontecimientos, esto es, si lo acaecido se puede denominar batalla o no (ilustres historiadores como Armando Martínez Garnica han concluido que no fue una batalla, sino una masacre), y si realmente la ocurrencia de los mismos incidió en la batalla de Boyacá o, por el contrario, fue un acontecer local sin conexión con esta (respetados historiadores, entre ellos el mismo Armando Martínez Garnica, han concluido lo último), lo cierto es que sí hubo un combate armado a orillas del río Pienta y posterior a él una horrorosa matanza dentro del casco urbano de la población.

 

Y es que el mismo día en que culminaron los hechos, el coronel Lucas González le remitió un informe al virrey Juan Sámano, todavía con asiento en Santafé, de donde ya era inminente que lo sacaran corriendo las tropas del Ejército Libertador.

En su relato el coronel español le cuenta al virrey que

“(…) sin demorar la marcha logré caer a las cuatro de la mañana a la inmediación del puente de este pueblo [Charalá]. La oscuridad y ningún conocimiento del terreno para conseguir una sorpresa, me hizo adoptar la medida de apostar al frente del indicado puente una guerrilla de 30 hombres al mando del subteniente (…) y el resto de las dos compañías del mismo cuerpo, con 48 soldados (…) y cinco voluntarios (…) al de los capitanes (…) cubriendo en batalla el camino real, (…). En esta disposición permanecí hasta aclarar el día, (…). (PLATA RODRÍGUEZ, Horacio. La antigua provincia del Socorro y la Independencia. Academia Colombiana de Historia. Bogotá. 1963. p.p. 454 – 455. En: MARTÍNEZ GARNICA, Armando. Interpretaciones sobre los sucesos del 4 de agosto en Charalá. Revista Estudio. No. 346. Academia de Historia de Santander. p. 111).

A continuación, el coronel realista dice que las tropas charaleñas reconocieron su posición y, entonces,

“(…) dieron principio a un fuego vivísimo, pero en vano sus ideas, porque al cuarto de hora después de observárseles su cobardía, hice romper un fuego graneado lento y (…) ordené (…) se dirigieran a la bayoneta a desalojarlos de sus fuertes. Este movimiento se verificó con la mayor celeridad e intrepidez por nuestros valientes soldados que (…) los pusieron en completa dispersión en menos de 10 minutos (…)”. (loc. cit., p. 112).

En seguida, Lucas González relata que sus enemigos la emprendieron “por todas las calles en unión del indecible número de habitantes lanceros, que unos y otros, enteramente derrotados (…) en esta jornada perdieron más de cien hombres muertos (sic), (…) 26 armas de fuego con sus trabucos, 40 lanzas, 8 espadas y sables, una bandera, un estandarte, una caja de guerra, cajón y medio de municiones,(…). De nuestra parte tuvimos cinco heridos y un contuso (…), contribuyendo mucho a esta gloria los señores oficiales y el teniente (…), que con su buen acierto, valor y serenidad, condujeron los bizarros soldados a la victoria.
(…)

Este pueblo, que conoció su desastre y ha experimentado parte del rigor de la ley, a las tres horas de la acción se ha presentado más de la mitad implorando perdón (…), y animado de los sentimientos de la humanidad lo he indultado, exceptuando únicamente los caudillos (sic) (que) servirán de arrepentimiento a los demás que han gritado la independencia.

(…)

Dios guarde a V.E. muchos años.

Charalá, 4 de agosto de 1819.

Excelentísimo señor,

Lucas González” (ob. cit., p. 112).

(…)”.

 

Puente sobre el río Pienta. Fotografía de 1885. Alcaldía Municipal de Charalá.

 

La carta de Fernando Arias Nieto a Joaquín Gómez está calendada en la Capellanía de Riachuelo el 29 de agosto de 1819 y dice en lo pertinente así:

“Al aclarar el día 4 de agosto, permitiendo la luz la vista del enemigo, rompimos fuego sobre ellos, produciéndoles las primeras muertes. Igualmente las tropas de Lucas González prorrumpieron en fuego vivo y sostenido contra nosotros (…). Así permanecimos un buen rato, pero ocurrió que (…) doce o quince lanceros de la tropa de Coromoro (…) quisieron atacar de frente tratando de pasar el puente a la carrera (…). Los desgraciados cayeron a la poca distancia de nuestra posición bajo el fuego nutrido y certero de las balas enemigas (…). Don Fernando Santos rompía su garganta a gritos, dando órdenes, tratando de mantener la disciplina para dirigir a sus hombres con orden y poder tener fuego preciso contra las tropas realistas; igual lo hacía el coronel Morales y los demás comandantes.

En tanto se venían movimientos de tropa al otro lado y se previno a los nuestros de una arremetida para atacarnos cruzando el puente, eso en opinión del coronel Morales iba a ocurrir a fuego y a la bayoneta, por lo que se extremaron precauciones y se daban órdenes para su contención”.

(…)

“Tal era el estado de malestar y alteración de algunos comandantes, como don Juan Martín de Amaya y don Tadeo Rojas, que le reclamaron al coronel Morales la decisión de no haber tomado las medidas y precauciones necesarias que se le dijeron, sabiendo de la gravedad que precisaba con anterioridad la venida de Lucas González a Charalá, pues en ocasiones se le vio más plácidamente con una fulana en galanterías y ofrecimientos a su persona, dejando en manos de sus subalternos las decisiones que le eran consultadas, que enfrentar las circunstancias con la seriedad inevitable, (…) en la hora verdadera del enfrentamiento se le vio un poco indeciso (…), y así fue que una vez vino la arremetida de las tropas españolas, que arreciaron sus disparos en forma nutrida contra nuestras posiciones, mientras un buen número de sus soldados con sus fusiles prestos y a la bayoneta, abocó el puente, logrando cruzarlo, aunque con algunas bajas que se les causaron, no siendo suficiente para atajarlos, (…) muchos de los nuestros cayeron en el camino y en los montes donde se atrincheraban, defendiendo su posición, logrando por momentos contener la arremetida, a pesar del fuego graneado y vivo del enemigo en nuestra contra. La indecisión del coronel Morales arrastró a los hombres, pues viendo que este apresuró su regreso al pueblo, los demás (…) lo siguieron enseguida (…). Los únicos que resistieron fueron los de Ocamonte, Encino y Riachuelo, mientras que los demás pasaban y se reagrupaban en las primeras casas. Estos bizarros disparaban desde los altos y laderas con sus escopetas, lanzando piedras con la mano y con las hondas, y algunas que vi tenían y se fabricaron por algún diestro artesano, pero muy pocas y que se disparaban sin ningún tino; estos, que estaban a descubierto, caían atravesados inmisericordemente por las balas, a la bayoneta y por los sables y las espadas. Supe, porque me lo contó después don Fernando Santos, que el coronel Morales había manifestado realizar la nueva defensa en las primeras casas a la entrada del pueblo para emboscar y contener a los godos (…), se parapetaron en la boca calle real, y aguantaron hasta donde más pudieron, logrando parar un buen rato a los soldados (…), decidí volver a mi hogar y prevenir a mi familia, logré llegar presuroso a mi casa y dispuse sin demora alguna que mis hijos y mi adorada Elvira (…) salieran en sus monturas al instante rumbo a Riachuelo (…), me volví y me apresté a la defensa, llamando al orden y la disciplina a los hombres (…), de inmediato acudimos por las calles sobre la salida del camino real y apoyamos a aquellos que defendían con su vida sus posiciones, deteniendo por momentos semejante embestida (…), los godos se nos metían por las casas, los costados y los solares aledaños, haciéndonos retroceder cuadra por cuadra; así como matábamos cada soldado, eran más los que caían de los nuestros por la falta de armas de fuego, la pericia en su manejo, la diligencia y la rapidez en cargar los fusiles, pistolas, escopetas y trabucos, la falta de disciplina, el orden y el oído para acatar las órdenes. Vi que algunos de los paisanos que se rendían eran de inmediato atravesados sus cuerpos a bayoneta o espada sin misericordia, no hubo piedad con mujeres y (sic) niños, pues estas pobres desgraciadas eran atropelladas en su dignidad y luego asesinadas; (…) unos jóvenes valerosos que no pasaban de los dieciséis años, que defendían con bizarría su posición con sus lanzas, fueron apresados y de inmediato sin miramiento alguno decapitados; en definitiva, el desorden para la defensa era uno solo, cada quien atacaba de puro corazón (…). Quise saber sobre el coronel Morales y me fue informado que había recogido a la fulana y junto con sus soldados ganaban la vía presurosos hacia Cincelada”.

(…)

“Mientras tanto los que quedamos quisimos enfrentar a los enemigos de donde fuera, desde los balcones, ventanas, esquinas, quicios, detrás de los árboles, y desde allí se hacía fuego contra los godos, se les enfrentaba con las lanzas, se les arrojaba piedra, palos, cada vez más nuestra defensa era destrozada y los hombres caían por doquier, (…) solo escuchábamos gritos y llanto desgarradores de hombres, mujeres y jóvenes, que eran inmediatamente asesinados. Paramos, y lo que vi desde la esquina de la calle del cementerio fue a los soldados entrar por la fuerza a la iglesia y casa del cura; habían dejado tras de sí gran cantidad de muertos.

Los soldados estaban por todas partes y se acercaban a donde yo estaba con unos diez más, escuché unos disparos de nuestro lado que mataron dos de los que venían hacia nosotros (…). Apenas dimos la vuelta a la esquina, fui a dar (…) por el impulso que llevaba, contra las puertas del cementerio que estaban entreabiertas; sin pensarlo seguí corriendo hacia adentro y sin que los demás se vinieran conmigo, (…) y no supe más de ellos. No sé qué ángel me protegió, porque los soldados continuaron detrás de mis compañeros y no se percataron más de mí; (…); tan solo escuchaba gritos y disparos lejanos. (…) allí permanecí el resto del día escuchando disparos a lo lejos (…); llegó la noche y no me atreví a salir por temor (…)”. (CANO AMAYA, Édgar. En nombre de la libertad. Charalá: la batalla del 4 de agosto de 1819. Testimonio de un sobreviviente. 2008. Anexo).

 

Río Pienta. Charalá, Santander.

 

El cura de Charalá, presbítero Pedro José de Vargas, hablando desde el púlpito, dirigió un extenso sermón a su feligresía, al año siguiente de los hechos (6 de febrero de 1820), y en lo pertinente dijo lo que a continuación copio de manera literal:

(…)

“Me parece en vano cansar vuestra atención en repetiros los horrores que vosotros mismos fuisteis espectadores y testigos oculares, de los asesinatos y robos generales que los decantados pacificadores de nuestro suelo cometieron el aciago 4 de agosto último [1819]. Acordaos de más de cincuenta asesinatos de infelices inocentes que cometieron en este santo templo. Aquel día aquella tropa de peninsulares, africanos y esclavos de nuestro suelo, estimulados con el sebo y licencia del saqueo, estupro, adulterio, fornicación y asesinatos, sin respetar lo más sagrado, ni al individuo más inocente. (sic) Acordaos de todos los que asesinaban en este santo templo. El delito que cometieron fue estar oyendo misa, cumpliendo con el precepto de la santificación del día de fiesta. Fuera de que los que asesinaron por las calles, casas, arrabales y plaza, fue sin excepción de sexo, edad, e incapaces de opinión. Todo el empeño de estos tigres fue concluir con la humanidad y robarse no solo las propiedades de sus habitantes, sino también los bienes y alhajas destinadas y consagradas para el servicio y culto de Dios”.

(Archivo General de la Nación. Colección Enrique Ortega Ricaurte. Serie Oratoria Sagrada. Caja 184, carpeta 675, folios 129r – 134v. En: MARTÍNEZ GARNICA, Armando, loc. cit., p.p. 143 – 144. Negrita y cursiva fuera de texto).

 

Puente sobre el río Pienta. Fotografía de 1885. Alcaldía Municipal de Charalá.

 

El siguiente es, en lo pertinente, el texto del informe del doctor Diego Fernando Gómez al Libertador Simón Bolívar, una vez realizó las correspondientes pesquisas:

“Excelentísimo señor presidente de la República.

La representación del Doctor Pedro José de Vargas, cura de Charalá, que devuelvo y sobre que paso a informar, en cumplimiento del superior decreto de V.E. fecha 9 del corriente [septiembre], se reduce a tres puntos esenciales: 1º Sobre la conducta militar y política del señor coronel Morales, comandante general de esta provincia; 2º Sobre los excesos, robos y asesinatos cometidos en aquella población por la ferocidad del caudillo González y sus tropas, después de la jornada del 4 de agosto; y 3º Sobre la dilapidación que se supone del botín aprehendido a los enemigos.

Respecto del primer punto (…) he procurado informarme de los mismos oficiales, y personas particulares que pudieron hallarse en Charalá, y resultan contestes en que se tomaron todas las medidas y precauciones posibles para defender aquel pueblo, y que solo la superioridad de disciplina en las tropas veteranas del enemigo, pudieron hacerles ganar una ventaja sobre las nuestras, compuestas casi en su totalidad de las guerrillas y gente colecticia. (…)”.

.

(Archivo General de la Nación. Sección Archivo Anexo. Fondo Historia. Tomo 26, folios 590r a 593v. En: MARTÍNEZ GARNICA, Armando. Interpretaciones sobre los sucesos del 4 de agosto en Charalá. Revista Estudio. No. 346. Academia de Historia de Santander, p. 137 – 139. Negrita y subrayado fuera de texto)

 

El sacerdote Pedro José de Vargas, cura párroco de Charalá —quien, conforme se observará enseguida, por infortunio no gozaba precisamente de una muy buena redacción, por lo cual entender lo que escribe se torna un tanto difícil—, en su carta al general Simón Bolívar, para ese momento ya presidente de la República, le relató lo sucedido en los siguientes términos:

(…)

“Excelentísimo señor.

(…) dirijo el presente informe de lo acaecido en este infeliz pueblo el 4 del último agosto. El veinte y siete del último julio se presentaron en esta los ciudadanos coronel Antonio Morales, y comandante de guerrilla Fernando Santos, con cosa de 100 hombres de pelotón, que traerían como 50 fusiles, como 40 lanzas y chuzos de caña brava. Convocaron todo el vecindario y los demás pueblos que la rodean, se juntaron como 800 hombres desarmados. No dieron medidas ningunas de defensa en los ocho días que mediaron hasta el 4 de agosto (…), hasta que se aproximaron las tropas del coronel Carrillo, las que habiendo tomado la capital del Socorro y cortado la correspondencia del gobernador González, y la guarnición y capuchinos que había dejado en Simacota custodiando el botín, o saqueo de este pueblo, que hizo el 4 de agosto, no dejando ni aún el relicario de administrar el viático, ni las ropas, ni joyas de los santos, ni aun siquiera mi sotana, después de matar dentro de la iglesia, en el altozano, sacristía y cementerio, a más de 50 infelices que estaban en misa, fuera de varias mujeres y niños, que llegarían por todos al número de 300, poco más o menos, pues las calles y casas quedaron cubiertas de cadáveres despedazados, que fueron todos pasto de los cerdos y perros, por haber prohibido se sepultaran. (…)”.

(Archivo General de la Nación. Sección Archivo Anexo. Fondo Historia. Tomo 26, folios 589 r-v y 594 r-v. En: MARTÍNEZ GARNICA, Armando, loc. cit., p. 135 – 136. Negrita y cursiva fuera de texto)

 

Río Pienta. Charalá, Santander.

 

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander.

 

¡Gracias por compartirla!
Publicado en Blog | Comentarios desactivados en LA BATALLA DEL PIENTA. CHARALÁ, 4 DE AGOSTO DE 1819. Por Óscar Humberto Gómez Gómez