La paila gocha // LA NUEVA LINTERNA DE DIÓGENES. Por: El Diablillo del Parnaso.

Lo mínimo con que debería contar quien participa en un concurso, en una licitación, en una elección, en un sorteo, en una rifa o, en fin, en una competencia cualquiera es con que las reglas de juego se cumplirán y todos tendrán la misma oportunidad de ganar.

Sin embargo, es tan generalizada la situación contraria, esto es, la de que ya se sabe de antemano quién ganará, que nadie debería volver a tomar parte en ningún certamen donde se esté detrás de un premio.

Y es que un certamen competitivo que no esté previamente adjudicado toca salir a buscarlo con la linterna de Diógenes. El famoso filósofo griego de la escuela de los Cínicos salía a recorrer las calles de Atenas en busca de un hombre honesto; con la linterna de Diógenes hoy tocaría salir a recorrer las calles de las ciudades y pueblos de Colombia en busca de un concurso honesto.

La corrupción en las competencias, en efecto, ha penetrado todo: desde los reinados de belleza hasta los partidos de fútbol, desde las peleas de boxeo hasta la adjudicación de casas gratuitas, desde los bingos bailables hasta las grandes licitaciones públicas, desde los concursos de méritos hasta los concursos de baile, desde las ternas para altos cargos oficiales hasta las elecciones para el cargo de personero de un colegio, desde el juego del chance hasta las elecciones para presidente de la república, desde los sorteos de la lotería hasta los festivales vallenatos, desde los concursos de literatura hasta las rifas de un televisor de 32 pulgadas o de un viaje a Cancún para dos personas, desde los sorteos que se realizan en los centros comerciales hasta la adjudicación de las frecuencias para fundar emisoras de radio y, en fin, hay un etcétera tan extremadamente largo, que le toca a uno, más bien, no entrar a detallarlo de a mucho so pena de que termine escribiendo la historia reciente de Colombia.

Claro está que la falta de pulcritud en todo lo que huela a concurso, competencia o similares no es solamente cosa de este país, como creen algunos. En los Estados Unidos nunca se aclaró, pongamos por caso, la elección de G.W. Bush; el deshonesto dirigente de la FIFA que encabezó la más pestilente corrupción en ese deporte, Joseph Blatter, es suizo; y el escándalo de Odebrecht, para no citar sino el más reciente, comenzó en Brasil y se extendió al Perú y a otros países latinoamericanos.

Hay corrupción en la derecha, como es el caso de algún exministro de Estado que lucha para que no lo extraditen de Estados Unidos a Colombia porque aquí lo que le espera como comité de recepción en el aeropuerto Eldorado es un piquete de guardias del INPEC o de agentes de la Policía listo a conducirlo a la cárcel; y hay corrupción en la izquierda, como es el caso de cierta pareja de hermanos “revolucionarios”, siempre preocupada por la desdicha de los pobres, que calmaba sus angustias sociales exigiendo coimas y cogiéndose los recursos públicos hasta que un día los pescaron -como decía el bobo del pueblo- “a todos dos”, gracias a una interceptación telefónica y a eso que, cuando existía Derecho Penal, la doctrina italiana denominaba chiamata di correo.

Ya es hora de que a esta enfermedad social le pongan nombre.

¿Por qué no Síndrome de Odebrecht?

Hasta suena.

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