NINGÚN ESTUDIANTE UNIVERSITARIO DEBE SENTIRSE ATRAPADO SIN SALIDA. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

En la entrada pasada y a propósito de lo sucedido con la joven médica caldense y residente de Cirugía Dra. CATALINA GUTIÉRREZ ZULUAGA y el trato que recibía dentro de la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana, de Bogotá, y en el Hospital San Ignacio, también de Bogotá, donde llevaba a cabo su residencia como alumna de ese posgrado, decía que dicha situación no era exclusiva de esa alma mater, ni de la profesión médica, sino que, sencilla y llanamente, nos hallábamos inmersos, como sociedad, en una CRISIS GENERAL DEL AMOR A LOS DEMÁS.

Y decía que era una crisis que se traducía en el ejercicio de la violencia física y de la violencia moral en contra del otro y, particularmente, en el abuso por parte del que se sentía más fuerte en contra de aquel al que percibía más débil.

 

 

Hoy, en esta nueva entrada acerca del tema, he de recalcar que se trata, además, de una crisis que se traduce también en la perpetuación de modelos altamente inconvenientes que deberían ser superados.

Y es que parece increíble, pero donde menos se piensa en la salud es en las facultades de Medicina.

Hablo del tema por experiencia propia.

 

 

En efecto, en la que era la primera reunión de padres de familia de otra reputada universidad bogotana a la que asistía personalmente, luego de viajar desde Bucaramanga a la capital de la República, reunión convocada supuestamente para darnos la bienvenida, me sentí impulsado a hacer uso de la palabra para manifestar mi total desacuerdo con lo que acababan de exponer el decano de Medicina y la secretaria general de la facultad, ambos médicos, en el sentido de que nuestras hijas y nuestros hijos debían irse despidiendo “de eso de dormir en la noche” y “de eso de ver a la familia en vacaciones”, porque a partir de ahora “van a tener que acostumbrarse a pasar días sin dormir” y “años sin ver a la familia”. La secretaria general dijo que “a todos nos tocó trasnochar, y no un día, sino pasar hasta varios días sin dormir”, y en cuanto a eso de “pasar con la familia, que la Navidad, que el Año Nuevo, que la Semana Santa”, que fuéramos entendiendo que eso de aquí en adelante jamás volvería a suceder porque el tiempo de las vacaciones los estudiantes tendrían que dedicarlo a estudiar, a preparar trabajos, a tomar cursos de vacaciones, etcétera.

De manera que, según estos dos directivos universitarios, el estudiar Medicina significaba el fin de la familia, del sueño nocturno y de la posibilidad de disfrutar un período de vacaciones. Y eso no sería solamente mientras duraba la carrera, sino para el resto de la vida.

 

 

Yo, hablando de pie, les dije que me parecía un contrasentido que en una facultad nada más ni nada menos que de Medicina, cuando la Psiquiatría y la Neurología venían enseñando acerca de la enorme importancia que tiene el sueño nocturno, al menos regular, y la Psicología Clínica venía insistiendo en la imperiosa necesidad de luchar contra el estrés, la ansiedad y la depresión fortaleciendo los lazos familiares, se estuviese diciendo esto respecto de jóvenes que hasta ahora estaban atravesando sus años de juventud y prácticamente encontrándose hasta ahora con el mundo y con la vida.

 

 

La reunión fue bastante tensa. No solo por lo anterior. También lo fue porque yo volví a hablar para cuestionar a “ese modelo de profesor con el que se raja todo el mundo y a quien por esa razón se le teme y se le tiene como lo máximo, cuando en realidad si yo fuera profesor y todos mis alumnos se rajaran en mi materia me preocuparía por analizar a conciencia en qué estoy fallando, o si es el método pedagógico el que no sirve”. Como yo hablé apoyándome en el lenguaje de gestos y de mímica, con el que suelo tratar de ilustrar con mayor claridad a quien me escucha lo que estoy diciendo, el decano me subrayó que esa clase de profesor “al que usted caricaturiza” no lo había en esa universidad, que todo el profesorado estaba conformado por médicos eminentes. Yo dije que “hay que acabar con la creencia de que en la educación superior basta con ser una eminencia para ser profesor, porque alguien puede saber mucho sobre un tema, pero no saber transmitir el conocimiento a quienes carecen de él, y si ello es así esa persona, por brillante que sea, será un mal profesor universitario, o un mal profesor de bachillerato, o un mal profesor de cualquier nivel”.

 

 

Otro tema que surgió fue el de la enseñanza de valores. Dijeron que eso era “asunto de la familia” y “por ahí si acaso” de la educación preescolar, de la primaria y hasta de pronto del bachillerato, pero que la universidad no se metía en eso. Yo volví a intervenir para discrepar. Dije que eso de creer que en el nivel superior no se requería la enseñanza de valores era un gravísimo error, porque la formación sí empezaba en el hogar, pero proseguía en los establecimientos educativos, y no solamente en la escuela y en el colegio, sino también en la universidad; que era fundamental formar profesionales con valores.

De esa primera reunión con los padres de familia, que fue bastante agitada y por momentos tensa, surgió como posibilidad la de que nuestra hija se retirara de esa carrera, como en efecto habría de terminar haciéndolo, a la altura de su tercer semestre, cuando era más que evidente que la universidad, invocando la “autonomía”, permitía que ciertos profesores, de cuyos nombres como escribiría Cervantes no quiero acordarme, calificaran literalmente como les daba la gana.

Hoy en día nuestra hija es odontóloga especialista en Periodoncia de otra alma mater y, que yo sepa, el mundo siguió girando alrededor de su eje, el sol siguió saliendo por el oriente en las mañanas y la vida ha continuado.

 

 

Es importante que en los momentos de oscuridad e incertidumbre las personas, incluidos los estudiantes de Medicina que adelantan su internado y los médicos que hacen su residencia, dejen de creer que no tienen más opciones.

 

ILUSTRACIÓN: Fotografía tomada de Eje 21. Manizales, Caldas.

 

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