Todos hablan del 7 de agosto, pero nadie habla del 8.
Inaceptable, claro está, en los colombianos, que no deberían ignorar a sus próceres. Pero más, en los oriundos de Bucaramanga, porque él lo era.
Y es que el 8 de agosto de cada año —sí, al día siguiente de la conmemoración de la Batalla de Boyacá— se cumple el aniversario del fusilamiento del ilustre bumangués que fuera presidente de la República, durante la Primera República, Custodio García Rovira.
Había sido llevado hasta la capital en condiciones humillantes – a pie, descalzo, amarrado de pies y manos, y atado con una correa de la cintura al cuello – desde el sur del país, desde el Caquetá, donde había sido capturado cuando trataba de huir hacia el Brasil, a través de la selva, de las tropas españolas que ensangrentaban el suelo nacional. En esos momentos era el presidente de la República, pues el Congreso lo había elegido luego de quedar vacante el cargo ante la renuncia de José Fernández Madrid. Ya lo había sido en los dos años anteriores, en 1814 y 1815. El Pacificador español Pablo Morillo ya estaba dentro del país con sus tropas imponiendo el Régimen del Terror. La represión era espantosa.
Apenas dos semanas antes de su fusilamiento, el presidente se había casado en el Páramo de Guanacas, ante el sacerdote capellán del Ejército, en medio del frío y de la soledad, con la joven María Josefa Piedrahita. Quince días duraría el matrimonio. Su esposa tendría que seguir de lejos el cortejo triste del prócer arrestado con rumbo hacia Santa Fe.
En la Huerta de Jaime, hoy Plaza de los Mártires, fue llevado al paredón en medio de un cortejo sombrío. Iba rezando en latín, cabizbajo, vencido, sabedor de que su muerte se produciría en cuestión de minutos, y con ella se esfumarían sus sueños por una Nación libre. Libre, al menos, del oprobio de unas autoridades españolas gobernando estas tierras como si aquí no hubiera gente capaz de hacerlo, que a eso se circunscribía hasta ese momento el concepto de la Independencia Nacional.
Había nacido en Bucaramanga. Sí: nació en una casa que, debiendo ser un museo y un sitio de visita obligada de los extranjeros y de los turistas todos, se convirtió en un inmueble ruinoso.
Nació, sí, en Bucaramanga, en la actual calle 35 con carrera 9a esquina. No nació en Cartagena, como decían todavía en el año 2007 las dos únicas biografías publicadas sobre él en Internet, las mismas que me animaron a escribir mi libro “Historia de Bucaramanga”, que habría de llevarme a ser recibido en la Academia de Historia de Santander como Miembro Correspondiente gracias a la generosidad de su presidente, el ingeniero y ex rector de la Universidad Industrial de Santander (UIS) Miguel José Pinilla Gutiérrez.
Sí: el mártir de la Independencia nació ahí, en esa casa, por entonces distinguida y señorial, el día 2 de marzo de 1780.
De él solo resaltan sus detractores la imagen del militar vencido. Incluso hay quienes abogan por que se retire la estatua del parque que lleva su nombre. No faltarán quienes pidan luego que se le cambie el nombre al parque. Y que se lo cambien al barrio. Y al colegio. Y a la provincia santandereana. Y al batallón.
Pero no; a los hombres no se les puede juzgar con semejante sesgo, aunque en la dureza de la guerra, la grandeza suela medirse, entre otras frías estadísticas, por el número de combates ganados y los muertos que se le hayan causado al enemigo.
Custodio García Rovira era abogado, teólogo, músico culto, pintor, polígloto (o políglota, como me corrigieron el otro día, aunque la verdad sea dicha ambas formas están autorizadas por la Real Academia Española), y catedrático del Colegio de San Bartolomé. Uno de sus alumnos era Francisco de Paula Santander, futuro prócer nacional. Con este, el desdichado general santandereano habría de compartir las amarguras de la desastrosa derrota en Cachirí.
El 23 de setiembre (déjamelo así, sin la letra “p”, mi estimado corrector) de 1814 será designado por el Congreso miembro del triunvirato que gobernará el país. Solo puede posesionarse como presidente el día 28 de noviembre de 1814. El 11 de julio de 1815 renunciará al cargo.
En 1816 recibirá el rango de general y será nombrado Jefe Militar de la Provincia del Socorro.
Entonces, el Gobierno Nacional le ordena que se dirija a cortar el avance de las tropas españolas que, al mando del coronel Sebastián de la Calzada, amenazan con penetrar al territorio nacional desde el oriente. España está invadiendo el país con un poderoso ejército, porque está decidida a echar para atrás su Independencia.
Él moviliza sus tropas, junto al coronel Francisco de Paula Santander, su alumno, y sobreviene el combate en el páramo de Cachirí.
Realmente son dos. El primero se lleva a cabo el 8 de febrero de 1816. Las huestes españolas se retiran. El general, entusiasta, escribe y le envía al Gobierno el parte de victoria.
Catorce días después, sin embargo, se desencadena la espantosa catástrofe. Es 22 de febrero de 1816 y, en pleno fragor de la batalla, las tropas del coronel Calzada, que están apostadas en las agrestes montañas santandereanas, utilizan, por primera vez en la historia de la Nueva Granada, el toque de corneta. Los soldados del general García Rovira y del coronel Francisco de Paula Santander, confundidos por el eco que el sonido de los instrumentos genera en las montañas, y pensando que están rodeados, se desbandan en medio del más absoluto caos, razón por la cual el comandante, desesperado, habría lanzado su famoso grito de “¡Firmes, Cachirí!”, según la versión del monumento al prócer en el hoy parque García Rovira, de Bucaramanga, aunque el periodista Pastor Virviescas asegura que el desesperado general no lanzó, en realidad, ese grito (Del grito victorioso de “¡Firmes Cachirí!” a la caída estrepitosa de un mito santandereano), mientras que el historiador Antonio Cacua Prada señala que lo que gritó fue “¡Firmes, carajos!” (Custodio García Rovira, el estudiante mártir), y, en cambio, el escritor Jaime Álvarez Gutiérrez asevera que gritó “¡Firmes, hijos de puta!” (Carta al Rey). En todo caso, la desorganizada tropa, presa del terror, no obedece a su jefe y prosigue su huída, perseguida por el ejército español. Las tropas del coronel Calzada despedazan el ejército patriota y producen la peor mortandad en la historia de la guerra de Independencia. García Rovira y Santander logran escapar hacia el Socorro.
En un documento muy posterior, escrito después de la Guerra de Independencia, el general Francisco de Paula Santander atribuye la debacle militar en Cachirí al hecho de haber diseñado el general García Rovira una estrategia inapropiada, no porque lo fuera en sí misma, sino por la inexperiencia de los soldados patriotas, y, además, al error de no haber ordenado la retirada inmediata hacia Bucaramanga.
Con la espantosa derrota de Cachirí prácticamente comienza el hundimiento de la Primera República.
Ese mismo año el presidente José Fernández Madrid renuncia y el Congreso designa al general García Rovira presidente de la ya tambaleante República. Tan solo cinco días después, se produce la derrota patriota en la Cuchilla del Tambo (27 de junio de 1816).
En aquellos días aciagos se pasa de la guerra al amor en cuestión de nada: cuatro días después, el 1 de julio de 1816, ante el padre capellán del ejército, en presencia de las diezmadas tropas, y del vicepresidente, Liborio Mejía, el general se casa con María Josefa Piedrahita Sáenz.
Nueve días después, el 10 de julio siguiente, nueva derrota patriota, esta vez sobre el río de La Plata, Huila. Y dos días después, en las selvas del Caquetá, fugitivo, es atrapado por los españoles (12 de julio de 1816).
Entonces, el presidente de la República Custodio García Rovira es conducido, en condiciones indignas, hambriento, sediento y desmoralizado, a Santa Fe, donde es juzgado, sentenciado a muerte y fusilado (jueves 8 de agosto de 1816).
Honran su memoria la provincia santandereana de García Rovira, el parque García Rovira y el barrio García Rovira, de Bucaramanga; el Batallón Custodio García Rovira del Ejército Nacional, con sede en Pamplona; el Instituto Nacional de Enseñanza Media (INEM) Custodio García Rovira, reputado plantel educativo con asiento en suelo bumangués, y la Casa de la Cultura Custodio García Rovira, también ubicada en la capital santandereana.
Sus sucesores en el cargo, sin embargo, permitieron que muchos años después el sitio donde nació se convirtiera en una casa que amenaza ruina y que el entorno donde murió se transformara —eso me dicen— en uno de los lugares más sórdidos y peligrosos de Bogotá.