Se luchó por ocho horas de trabajo,
ocho horas de descanso, ocho de sueño,
porque no se le aceptara a ningún dueño
al obrero tratar como a un andrajo.
Lo logrado se abrogó con desparpajo,
el pobre se quedó frunciendo el ceño,
el derecho laboral se volvió ensueño
y ahora rige la cultura del atajo.
Hoy el pueblo se pregunta cabizbajo
si algún día volverán cepo y vergajo,
si fue inútil la matanza de Chicago,
si es que todo ha de lograrse con cascajo,
si la ley la volverán un estropajo,
o si pronto pasará este tiempo aciago.