El saludo a la bandera. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

BANDERA NACIONAL DE COLOMBIA

 

La bandera es uno de los símbolos de la Patria. Los otros dos son el escudo y el himno nacional. Nuestra bandera fue diseñada por el Precursor Francisco Miranda, patriota íntegro que, infortunadamente, terminó preso y muerto en Cádiz (España) como consecuencia de una situación lamentable desencadenada en el interior de las fuerzas independentistas y que no es el caso entrar a analizar aquí.

 

BANDERA DE FRANCISCO MIRANDA

 

Nuestro tricolor, amarillo, azul y rojo, se agitó en las batallas que se dieron en 1819 y que sellaron nuestra independencia de España, entre ellas las de Gámeza, Tópaga, Corrales de Bonza, Pantano de Vargas y, por supuesto, la del Puente de Boyacá, en realidad un pequeño puente sobre el precario río Teatinos.

 

 

LA BANDERA A MEDIA ASTA SIGNIFICA DUELO O LUTO. SE DEBE IZAR HASTA ARRIBA Y LUEGO DEJARLA DESCENDER HASTA SU POSICIÓN DEFINITIVA. NO SE TRATA DE DEJARLA A LA MITAD DEL MÁSTIL, SINO A UNA DISTANCIA RESPECTO DEL TOPE SUPERIOR EQUIVALENTE AL ANCHO DE LA BANDERA IZADA. ESE ESPACIO SIMBOLIZA LA “BANDERA INVISIBLE DE LA MUERTE”.

 

Nuestra bandera encierra un especial significado y, precisamente debido a él, debe ser tratada con singular respeto. La Urbanidad enseña que, por ejemplo, la bandera nacional jamás debe quedar más baja que cualquiera otra y ha de estar siempre colocada a la derecha. Izar la bandera es hacer que ascienda por un mástil. No es ponerla de cualquier manera y ni siquiera en forma de mariposa encima de una ventana. Tampoco es correcto vestirla como pantaloneta, tal y como lo hizo el boxeador “Kid Pambelé” en la década de los años 70.

Cuando éramos niños, la jornada escolar se iniciaba con una oración, una canción colombiana y el saludo a la bandera. Las tres cosas, por desgracia, entraron en decadencia en estos tiempos de turbulencia en los que no se respeta a nadie ni a nada, renegamos de nuestras más caras creencias y marginamos al olvido las más representativas expresiones de nuestra cultura.

La bandera encarna nuestros aciertos y nuestros errores como una nación que trata de labrar su propia historia. Encarna, además, nuestros sueños, esperanzas, reveses, metas, amores y desamores, la luz o la sombra de nuestro porvenir, las lágrimas de nuestro pueblo que se siente sin mañana o la fuerza vital y el optimismo de los que creemos que, a pesar de todo, el mañana de Colombia sí existe. En fin, la bandera de Colombia lo encarna todo.

Los señores de antes se quitaban el sombrero cuando pasaban frente a la bandera. En las tropas siempre hay un abanderado, vale decir, quien porta la bandera. Al coronel antioqueño Atanasio Girardot se le representa cayendo baleado envuelto por el tricolor nacional en Bárbula.

 

ATANASIO GIRARDOT EN BÁRBULA

 

No se trata de ningún espíritu patriotero, como dicen con desprecio algunos. Es que ninguna nación del mundo desprecia su bandera. En los códigos penales de la Tierra se consagran normas punitivas que castigan el agravio a la bandera de otro país.

Pues bien:

Se volvió costumbre de un tiempo para acá hablar de “un saludo a la bandera” para denotar algo carente de la más mínima importancia, acaso algo sin valor práctico de ninguna naturaleza, algo inane. Se dice, en efecto, hoy en día con inocultable desprecio: “Eso no es más que un saludo a la bandera”. “Esa decisión del gobierno no va a terminar siendo sino un saludo a la bandera”.

No nos parece, sin embargo, que semejante asimilación resulte correcta. Cuando menos, se nos hace un tanto irrespetuosa. Innecesariamente irrespetuosa, además.

Se ha vuelto algo así como una moda la actitud iconoclasta de ofender -por el mero capricho de ofender- símbolos que debieran estar ajenos a la discusión sobre lo respetable y lo no respetable. La bandera nacional debe estar al margen de esta clase de polémicas bizantinas. Sencillamente, lo que simboliza a un país, con todo y la carga de problemas que éste tenga, debe ser terreno vedado al manoseo.

Infortunadamente, irrespetar los símbolos de un pueblo, de una cultura, de una religión, amenaza con extenderse como plaga. Nunca hemos podido entender, pongamos por caso, por qué habiendo tantos nombres para denominar a un perro se emplea el de Mahoma, tal y como lo hizo aquella profesora inglesa que en un país musulmán fue condenada a muerte por ese hecho y, finalmente, acabó expulsada.  Más allá de que nos guste o no nos guste la religión musulmana, lo mínimo que podemos hacer es dejar quieto a su máximo profeta. Esa clase de actitudes innecesariamente ofensivas equivalen a que en el Medio Oriente bautizaran a un perro con el nombre de Jesucristo o de San Juan Bautista.

De la misma manera, seguimos sin entender por qué ahora cogieron la bandera nacional para esa clase de dichos.

Si quieren un ejemplo de algo inane, de algo que a la postre no sirva para nada, ahí están, pongamos por caso, las vallas publicitarias de las campañas políticas. No conocemos el primer caso de alguien que haya votado por un candidato sólo porque lo vio en una valla. Y sí, en cambio, como lo expresamos a propósito de la propuesta que hace algunos meses nos hicieron para una candidatura a la Gobernación de Santander, en esas vallas se gastan enormes sumas de dinero, lo que resulta ofensivo en una sociedad tan llena de hambre y de desesperanza. Podríamos decir, entonces, para indicar que algo no tendrá efectos prácticos: “Eso no va a terminar siendo más que un mensaje político de valla publicitaria”.

Existen muchos otros ejemplos de cosas sin importancia práctica alguna. A la bandera nacional deberíamos dejar de manosearla utilizándola para esos menesteres.

 

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