La muerte de un hijo. Por Héctor Hernández Mateus (*)

“Hicimos la paz para que los padres no siguieran enterrando a sus hijos y no pude evitar que me pasara. Estoy aplastado…,” palabras de Antonio Navarro Wolff a raíz de la muerte de su hijo Gabriel, adolescente, quien supuestamente agobiado por una pena de amor, se suicidó; su padre se le había dedicado por años en la orientación de sus tareas académicas.

Corta frase que resume el sentimiento y dolor más humano del hombre que sobrevivió a un atentado, que se expuso a la confrontación armada, que ha liderado procesos, donde el carácter y convicción de su ideal han persuadido a unos y otros.

Sin entrar a juzgar o calificar este tipo de sucesos es bueno hacer reflexión de lo que acontece con nuestra sociedad, llena de perjuicios y donde la imposición de criterios personalistas aísla a muchos del contenido real de lo que debe de ser una vida mentalmente saludable.

El desequilibrio emocional es una de las afectaciones a las que más propenso se encuentra el ser humano y por ello la tutoría de padres y familia es indispensablemente necesaria. La juventud está encauzada por un sendero peligroso, lo manifiesta en su vestir, su vocabulario y, en muchas ocasiones, los gustos de estímulo mediante el licor o drogas psicoactivas; la demasía tolerancia, que no es más que un libertinaje alcahueta, les lleva a tener experiencias que rayan en el delito, infringen el código de convivencia, alteran la tranquilidad y exponen su vida y la de los demás en osadas acciones, como los piques y carreras nocturnas.

Un desenlace tan doloroso como el acaecido al honorable senador Navarro debe de servir para que muchos padres y madres de familia se autoanalicen en lo que su hijo o hija pueda estar incubando en su mente, la calidad y cualidad de sus amigos, el aprovechamiento del tiempo libre y las alternativas de recreación. Cuestionarse cuánto tiempo dialogamos con nuestros hijos de manera personal, si solamente nos dedicamos al cuido material y abandonamos la formación de valores; no debe de entenderse religioso, no: el ser humano tiene un complejo espacio en su mente que es ilimitado.

La tecnología lleva al aislamiento de conversar directamente, en ella no se encuentra el calor o dulzura de la mirada, el cambio de tono de la voz cuando nuestras emociones se alteran, mucho menos el temblor de las manos o los movimientos nerviosos, cuando una situación es apremiante; no, los fríos sistemas de comunicación además de dañar la posibilidad del diálogo personalizado nos ensimisman en nuestras inquietudes, que se pueden volver problemas y llevar a desenlaces mortales.

El fervor de la juventud no es capaz de asumir muchas de las situaciones que se presentan en el discurrir de su naciente vida; solo el faro de quien en experiencia y afecto puede guiar, ayuda a una orientación válida, y qué mejor que la de los padres y familia.

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* HÉCTOR HERNÁNDEZ MATEUS.— Reportero gráfico, columnista de prensa, conciliador en equidad y dirigente cívico y deportivo santandereano.

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