Nos cuenta don Fernando Ardila Plata, gerente regional de RCN, en su columna de EL FRENTE (no del FRENTE, como se lee por ahí), que antes del actual “Bronx”, ese sector era un barrio respetable.
“Donde actualmente existe ese siniestro territorio —escribe don Fernando—, en una época anterior, comenzando el siglo 20, era un excelente barrio que se llamaba Santa Inés; era ocupado por gentes de bien de la ciudad, especialmente extranjeros que fijaron sus sitios de residencia en esas calles. Adornaban los balcones de sus casas con flores, especialmente las llamadas «cartuchos», flores blancas, grandes y bonitas, nombre que después recibió el barrio cuando fue destruido por los asaltantes en los días tenebrosos de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, caudillo liberal de la época. ¿Usted sabía ese dato? Todo lo quemaron. Asaltaron las residencias y convirtieron el barrio en el hospedaje de drogadictos, malandrines, asesinos y cuanta desviación humana pueda existir. Había una bonita iglesia, que fue destruida y demolida hasta el punto de creer que de ese acto viene una maldición, y convirtieron un sector residencial agradable en el muladar en que se ha convertido hoy en día”. (EL FRENTE, Bucaramanga, sábado 21 de mayo de 2016).
Conversando con el Dr. Hugo Cadena Angarita, M.D. gastroenterólogo santandereano, coincidimos en que el “Bronx” no es sino el país condensado en un microcosmos. Sí: ese país revuelto que se fue formando (será que “¿La patria así se forma”, como escribió Rafael Núñez en nuestro Himno Nacional?) a partir de los rezagos que dejaron tanto la sangrienta Conquista española, con su impune despojo de los más débiles por los más fuertes, como la Guerra de Independencia. Sí: los rezagos dejados por el asesinato del Mariscal Sucre en Berruecos, o la infame acusación contra el Precursor Nariño en el Senado, de la que salió airoso para, ese mismo año, irse airoso al sepulcro; o la conspiración para matar al Libertador Bolívar; o el asesinato del General Córdova (con “v”, no con “b”, señores del Instituto Geográfico Agustín Codazzi y autoridades de Montería), o, en fin, los rezagos dejados por todas las guerras civiles que estallaron después, hasta la brutalidad de Palonegro, donde el machete fue utilizado, no para el trabajo agrícola y el progreso nacional, sino para cortarles las piernas o la cabeza a otros colombianos. Sí: el país que de ahí para adelante se siguió formando, siempre alrededor de la violencia: de la Violencia con “V” mayúscula, en la que liberales y conservadores se mataron sin saber exactamente por qué; de la violencia que estalló en los años 60 con el nacimiento de las FARC y del ELN, para tratar de que Colombia fuera tan libre como la URSS o como Cuba; de la violencia desatada por ese gran colombiano al que ahora la televisión —la nacional y la extranjera— no hallan cómo exaltar; de la violencia de los paramilitares, que se propusieron acabar con las guerrillas para luego hacer nunca supimos qué; en fin, de la violencia de todas las bandas violentas habidas y por haber.
Sí: el “Bronx” es un microcosmos del país. Pero no el único: porque también les tenemos, señoras y señores, el de las cárceles colombianas, manejadas por un INPEC al que nadie sabe quién maneja; o el de “El Tierrero”, aquí no más en Bucaramanga, donde si a usted le roban los espejos de su automóvil se los venden por un precio más barato que aquel que le cobrarían en el almacén por unos nuevos (así que, mejor, damas y caballeros, compren los suyos, o sea los que les robaron, porque les salen más baratos); o el del sicariato —que está a punto de acabar con la libertad de expresión y con el valor civil, porque ya nadie se atreve a nada por temor a que lo maten; o el del fútbol (que cada vez deja más muertos que goles); o, en fin, el del interior de las cada vez más despedazadas familias, donde un dictador disfrazado de jefe de hogar golpea a la segunda de a bordo cada vez que le da la gana, y esta se desquita golpeando a sus hijos, y estos se desquitan golpeando a sus compañeros más frágiles en la escuela o en el colegio donde dizque estudian; y los golpeados se desquitan golpeando a otros más pequeños; y estos se desquitan torturando a los insectos, o a los pájaros, o a las ranas, o lo que sea, porque la cadena de la patología mental en la que nos sumergió la violencia no puede romperse así porque sí, sino que debe continuar, ojalá y si se pudiera, hasta el infinito.
A la violencia nos acostumbramos hace ya mucho tiempo. Si no, que lo diga el hecho elocuente, no de los juegos de video más exitosos, sino de que el “Bronx” queda a apenas unas pocas cuadras del palacio donde vive el Jefe de Estado, y del palacio donde sobrevive el Alcalde Mayor, y del palacio donde ya ni vive ni sobrevive la Justicia.
Muy buena crónica Dr. Óscar Humberto, como nos tiene acostumbrados. El sector del “Bronx”, en el corazón de Bogotá, en el meollo de la administración pública, es una “vergüenza”, para todos los colombianos.