Ahí pasan otra vez con sus escoltas,
las miradas asombradas atrayendo:
gafas oscuras, mirar de desconfianza,
armas al aire, chirriando los camperos.
¡Qué vida triste, qué vida sin sentido!
¡qué falta de confianza y de sosiego!
todo el día esperando al enemigo,
y las balas, y la muerte, y el tiberio!
Yo ando sin escoltas por la vida,
pues al final de nada tengo miedo,
excepto de que tu amor y tu sonrisa
me quites, y de que en lugar de eso
me asalten tus palabras de rechazo
y me fusile tu mirada de desprecio.
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Mesa de las Tempestades, martes 20 de febrero de 2001.
(Tomado del libro Versos del desorden, [Sic] Editorial, Bucaramanga, 2001, p. 113).