EL “CHE CHE COLÉ” DE WILLIE COLÓN Y HÉCTOR LAVOE, Y LOS ALBORES DE LA SALSA. Notas y memorias de Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y Miembro del Colegio Nacional de Periodistas

 

Transcurría el año 1962 y a la oficina del abogado Genaro Masucci, en Nueva York, llegó un hombre que había pedido cita porque quería que le tramitara su divorcio. El abogado, nacido en el mismo Nueva York, pero de ascendencia italiana y judía, había estado prestando sus servicios en la base militar de Guantánamo, la posesión territorial de los Estados Unidos en la isla de Cuba, y allí había conocido de cerca los ritmos cubanos, de los cuales se había enamorado.

El hombre en trance de divorcio, por su parte, se desempeñaba como músico y su especialidad eran los aires afro-cubanos. No era cubano, sino dominicano de nacimiento, pero curiosamente los nativos de la isla de Borinquen que, como él, habían emigrado a Nueva York en busca de mejores perspectivas se habían fascinado con los aires musicales de Cuba y por ello, en vez de promover las expresiones nativas de la tierra del poeta José Gautier Benítez, “el gran Gautier” del que hablara el maestro Rafael Hernández en su inmortal Lamento Borincano, habían optado más bien por los sones que brotaban a raudales en la tierra del también poeta José Martí.

El músico que se quería divorciar se llamaba Juan Pacheco, reconocido en el mundo de la noche y de la diversión como Johnny Pacheco.

La conversación entre los dos hombres derivó hacia el tema de la música y fue así como aquella relación inicial de abogado-cliente se transformó muy pronto en una relación de socios.

Al año siguiente, Johhny Pacheco y Genaro Masucci —quien habría de ser conocido como Jerry Masucci— fundaban en Nueva York la casa disquera Fania Records y con ella empezaban a traer al universo de la música latina una nueva expresión: la salsa.

 

 

Se ha dicho que fueron muchos los ritmos que se entremezclaron para que ella naciera. Pero hubo dos ingredientes principales en ese nuevo plato musical: el mambo y el son montuno.

Por la nueva casa discográfica empezaron a pasar los más representativos exponentes del novedoso género. Habrían de grabar allí, además del propio Johnny Pacheco —que fue quien inició las grabaciones disqueras— estrellas como Andy Montañez, Richie Ray, Bobby Cruz, Celia Cruz, Cheo Feliciano, La Sonora Matancera, Joe Arroyo, Óscar D’ León, Rubén Blades y Tito Puente.

 

 

En 1966, Johhny Pacheco relacionó a dos artistas: uno era William Colón, de Nueva York, músico ejecutante del trombón con ascendientes puertorriqueños; el otro se llamaba Héctor Pérez Martínez, de origen y ancestros puertorriqueños y quien se había ido a Nueva York en busca de mejores horizontes. El primero habría de ser conocido en el mundo musical como Willie Colón y el segundo, como Héctor Lavoe.

Grabaron tres discos L.P. entre 1967, 1968 y 1969.

Pero fue en 1970 cuando dieron el gran cañonazo con una canción que, definitivamente, popularizó la salsa. La canción formaba parte de su cuarto disco long play. La carátula de este nuevo trabajo discográfico no podía ser más elocuente sobre la verdadera procedencia de la nueva tromba musical que irrumpía: Willie Colón aparecía vistiendo un traje de matón de la mafia y en el piso se hallaba tendido el cadáver de un hombre que acababa de ser acribillado a tiros por la Cosa Nostra. Después habría de saberse que la relación con la mafia en los orígenes de la salsa no se reducía a esa fotografía macabra que ilustraba la carátula del disco de 1970. El profesor de la Universidad de Loyola, de Nueva Orleans (Estados Unidos), Leopoldo Tablante publicaría el libro El dólar de la salsa. Del barrio latino a la industria global de fonogramas y en él denunciaría que el admirado y querido Jerry Masucci —fallecido en Argentina a los 63 años de edad— tenía una relación plena con la mafia y que, incluso, su socio en una casa disquera anterior, Tommy Eboli, había sido asesinado a balazos en una calle de Nueva York en 1972 por pistoleros de un clan rival del clan Genovese, al que pertenecía. El Genovese era uno de los cinco clanes criminales que conformaban La Cosa Nostra en los bajos fondos de Nueva York.

 

 

Pero la polémica sobre el empresario no se reducía a su real o supuesta relación con el crimen organizado neoyorquino de la época; también se refería al tratamiento económico que les daba a sus artistas. Una de las grandes estrellas que grabaron para su famoso sello disquero, Rubén Blades, por ejemplo, lo demandó ante los estrados judiciales por esquilmarle sus derechos de autor. Tablante sostiene que esa conducta en contra de los artistas a quienes Masucci catapultaba a la fama era la habitual en él. No obstante, algo bueno tendría que tener porque cuando se supo la noticia de su fallecimiento en Buenos Aires, artistas de la Fania Records como Cheo Feliciano no pudieron expresar palabra alguna debido a la profunda conmoción y a la inmensa tristeza que los embargaba.

 

 

En todo caso, la salsa en su concepción original les cantará a las realidades de los barrios bajos de Nueva York, a los asentamientos de inmigrantes latinos pobres en los que la vida se tiene que conquistar abriéndose paso entre toda suerte de adversidades, entre ellas la droga, la prostitución y la violencia.

La letra de Juanito Alimaña, uno de los éxitos de Héctor Lavoe, permite una aproximación a esa dura realidad:

 

 

“La calle es una selva de cemento;
Y de fieras salvajes, cómo no;
Ya no hay quién salga loco de contento;
Donde quiera te espera lo peor.
Donde quiera te espera lo peor.

Juanito Alimaña, con mucha maña llega al mostrador;
Saca su cuchillo, sin preocupación;
Dice que le entreguen la registradora;
Saca los billetes, saca un pistolón;

Sale como el viento, en su disparada;
Y aunque ya lo vieron, nadie ha visto nada;
Juanito Alimaña va a la fechoría;
Se toma su caña, fabrica su orgía.

La gente le teme, porque es de cuidado;
Pa’ meterle mano, hay que ser un bravo;
Si lo meten preso, sale al otro día;
Porque un primo suyo ‘tá en la policía.

Juanito Alimaña sí tiene maña, es malicia viva;
Y siempre se alinea, con el que está arriba;
Y aunque a medio mundo le robó su plata,
Todos lo comentan, nadie lo delata;
Y aunque a todo el mundo, le robó la plata;
Todos lo comentan, nadie lo delata.

A, la, la, le, le, le, le, le.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña.

Cuando él era muchachito, las cositas que pedía;
Y si tú no se las dabas, las mangaba, como quiera las cogía;

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña.

Ese, ese tumba lo que ve, si lo ve mal puesto;
Anda, cuida tu cartera, ese sí que sabe de eso.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, atracando, atracando, vive Juanito Alimaña.

Si el otro día lo encontré, y guiao él me decía:
Tumba aquí lo que tú quieras, pues mi primo es policía.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Ese es, atracando, ese es, vive Juanito Alimaña.

Oyeee como alma que lleva el diablo, se tira su disparada;
Y aunque la gente lo vieron, no lo ratean porque nadie ha visto nada.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña.

El rey de las fechorías, ayer me dijo Facundo,
Todo el mundo lo conoce, óyeme, en el bajo mundo.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña.

Mira, mírale las manos, en ella no tiene un callito;
Ese nunca ha trabaja’o, y siempre anda bien bonito.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña.

Oyeee ayer él iba muy triste, y llorando así bajaba;
Vengo de un velorio brother, el de Pedrito Navaja.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña.

Mira la gente, le teme al tipo, porque el hombre es de cuidado;
Díganme a quien en el barrio lo ha echa’o, él no le ha tumba’o.

En su mundo, mujeres, fumada y caña;
Atracando, vive Juanito Alimaña”.

 

 

La letra de Pedro Navaja, éxito de Willie Colón y Rubén Blades, corrobora ese ambiente sórdido de donde emergió la salsa original:

 

 

“Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
Con el tumbao’ que tienen los guapos al caminar,
Las manos siempre en los bolsillos de su gabán,
Pa’ que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal,
Usa un sombrero de ala ancha de medio lao,
Y zapatillas por si hay problemas salir volao’,
Lentes oscuros pa’ que no sepan qué está mirando,
Y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando.
Como a tres cuadras de aquella esquina una mujer
Va recorriendo la acera entera por quinta vez
Y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
Que el día está flojo y no hay clientes pa’ trabajar.
Un carro pasa muy despacito por la avenida,
No tiene marcas, pero toos’ saben ques’ policía, uhm,
Pedro Navaja las manos siempre dentro ‘el gabán,
Mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar.
Mientras camina pasa la vista de esquina a esquina,
No se ve un alma, está desierta toa’ la avenida,
Cuando de pronto esa mujer sale del zaguán
Y Pedro Navaja aprieta un puño dentro ‘el gabán.
Mira pa’ un lado, mira pal’ otro y no ve a nadie
Y a la carrera, pero sin ruido cruza la calle,
Y mientras tanto en la otra acera va esa mujer
Refunfuñando pues no hizo pesos con qué comer.
Mientras camina, del viejo abrigo saca un revólver, esa mujer
Iba a guardarlo en su cartera pa’ que no estorbe,
Un treinta y ocho Smith and Wesson, del especial,
Que carga encima pa’ que la libre de todo mal,
Y Pedro Navaja puñal en mano le fue pa’ encima,
El diente de oro iba alumbrando Toa’ la avenida,
Se le hizo fácil, mientras reía el puñal le hundía sin compasión,
Cuando de pronto sonó un disparo como un cañón
Y Pedro Navaja cayó en la acera mientras veía, a esa mujer
Que revólver en mano y de muerte herida ahí le decía:
Yo que pensaba hoy no es mi día estoy salá
Pero Pedro Navaja tú estás peor, no estás en ná,
Y créanme, gente, que aunque hubo ruido “nadien” salió,
No hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró,
Sólo un borracho con los dos cuerpos se tropezó,
Cogió el revólver, el puñal, los pesos y se marchó,
Y tropezando se fue cantando desafinao’
El coro que aquí les traje y da el mensaje de mi canción
La vida te da sorpresas. sorpresas te da la vida, ay Dios,
Pedro Navaja, matón de esquina,
Quien a hierro mata, a hierro termina.
La vida te da sorpresas,
Sorpresas te da la vida, ay Dios,
Valiente pescador, al anzuelo que tiraste
En vez de una sardina, un tiburón enganchaste.
La vida te da sorpresas,
Sorpresas te da la vida, ay Dios,
Ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York,
La vida te da sorpresas,
Sorpresas te da la vida, ay Dios,
Como decía mi abuelita,
El que último ríe, se ríe mejor,
La vida te da sorpresas,
Sorpresas te da la vida, ay Dios,
Cuando lo manda el destino,
No lo cambia ni el más bravo,
Si necesitas un martillo, del cielo te caen los clavos,
La vida te da sorpresas,
Sorpresas te da la vida, ay Dios,
Barrio de guapos cuida´o en la acera, cuida´o camará
que el que no corre vuela.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ¡ay, Dios!
Como en una novela de Kafka, el borracho dobló por el callejón.
La vida te da…

En la ciudad de Nueva York, dos personas fueron encontradas muertas.
Esta madrugada los cuerpos sin vida de Pedro Barrios
y Josefina Wilson fueron hallados en una de las calles
adyacentes a la autopista New York Inside,
en el bajo Manhattan, entre las avenidas A y B…

 

 

Hay quienes aseguran que la salsa habrá de perder su esencia cuando sus exponentes comiencen a cantarles a cosas mucho más románticas y dulces. En Colombia aparecerá Julio César Estrada, más conocido como Fruko, quien de ser el timbalero de Los Corraleros de Majagual pasará a ser el fundador y director de Fruko y sus Tesos, y lo será también de ese experimento bellísimo de reencuentro con las raíces africanas que se llamará Wganda Kenya, cuyo bombazo nacional e internacional será el largo y sabroso tema Homenaje a los embajadores.

Se empezará a cantarles a las cosas sencillas del barrio, pero desde una óptica más coloquial y simpática, como, por ejemplo, a lo que acontece con los charcos del mercado.

 

 

Y en Cali emergerá el músico chocoano —que no valluno, como creen algunos despistados por los lados de Youtube— Jairo Varela. El maestro Varela fundará y estará al frente de su Grupo Niche, con el cual también traspasará las fronteras y pondrá la salsa colombiana en un punto muy alto. Entonces se le cantará a Cali Pachanguero con el mismo amor con que se le cantará a Quibdó —que no a Cali, como creen algunos despistados por los lados de Youtube— con esa pieza hermosa que se titulará Mi pueblo natal.

 

 

En fin, sea lo que fuere, en decadencia o en ascenso la salsa cuando los temas se hagan menos escabrosos que los del principio, lo cierto es que el año 1970 marcó el nacimiento e irrupción en el mundo discográfico salsero de una pegajosa canción que formaba parte de aquel long play de carátula tenebrosa. Ni siquiera era el primer tema del acetato, sino, por el contrario, estaba de último en el listado del nuevo trabajo discográfico que acababa de sacar al mercado la pareja conformada por Willie Colón y Héctor Lavoe.

La canción se llamaba Che che colé y su aceptación popular traspasó de inmediato las fronteras de los Estados Unidos para colarse en países tan distantes como Francia y Colombia.

La verdad sea dicha, los muchachos de entonces por estos contornos bumangueses no reparábamos en las carátulas. La razón era muy simple: éramos estudiantes de bachillerato sin más dinero en el bolsillo que el que nos permitía subirnos a un bus urbano con destino al colegio o a la casa y no teníamos dinero, por lo tanto, para comprar discos. Nos limitábamos por ello a oír las novedades discográficas en las emisoras de radio donde las molían todo el día y a salir dizque a bailar cuando escuchábamos sus primeros acordes en la fiesta casera de turno.

Quienes compraban los discos eran otros. Los compraba, por ejemplo, don Álvaro Cruz, el popular “Chato”, dueño y tendero de la abarrotada tienda de la carrera 12 con calle 42, esquina del Coliseo Peralta, quien jamás nos negó la entrada a las concurridas fiestas con orquesta y con radiola que celebraba en su anchurosa casa solariega, donde siempre fuimos atendidos con generosidad proverbial y un sentido de la vecindad y de la amistad que bastante escasea por estos días.

 

 

A la pista salían parejas de excelentes salseros, que literalmente se desbarataban danzando al son de aquel nuevo tema musical llegado de Norteamérica. Nosotros, los que siempre hemos bailado más con entusiasmo que con talento, no lo disfrutábamos menos. El Che che colé fue trillado, pues, durante aquel año —y en los siguientes— dentro de las fiestas nocturnas que ya por entonces habíamos comenzado a frecuentar, fiestas que terminarían reemplazando aquellas tardes sabatinas de las melcochas bailables en los anchurosos patios de las casas solariegas donde vivíamos nosotros, menos bonitas que la de don Álvaro Cruz, pero no menos llenas de alegría.

En la interpretación del nuevo Che che colé se unieron, pues, la voz de Héctor Lavoe y el trombón de Willie Colón. Y, por supuesto, el talento inmenso de sus músicos.

 

 

Lo que nadie sabe, sin embargo, es que en el Che che colé se hace expresa alusión a una costumbre que tuvo gran arraigo popular en Puerto Rico, el baquiné, y que esta costumbre también tuvo enorme y larga popularidad en nuestra Bucaramanga durante el siglo XIX.

En efecto, bajo el nombre de El baile del angelito, la historia de nuestra ciudad registra la costumbre que en Puerto Rico se llamaba baquiné, consistente en que cuando moría un niño recién nacido o no mayor de 7 años, se le acostaba sobre una mesa, se le rodeaba de flores y la gente se reunía a su alrededor para cantar, bailar, comer y beber, pues “existía la creencia popular de que el alma del chico no iría al cielo si sus papás no celebraban fiesta en presencia de su cuerpo”. (GARCÍA, José Joaquín. Crónicas de Bucaramanga. Alcaldía de Bucaramanga. Instituto Municipal de Cultura. (Sic) Editorial. Bucaramanga. 2000, p. 94. GÓMEZ GÓMEZ, Óscar Humberto. Historia de Bucaramanga. (Sic) Editorial. – Casa Editora Los Hermanos Gómez. Bucaramanga. 2009, p. 71).

En Bucaramanga, esa costumbre tuvo la férrea oposición del cura Eloy Valenzuela, párroco de Bucaramanga, miembro de la Expedición Botánica y a cuyas misas, celebradas en la Capilla de los Dolores, asistía el Libertador Simón Bolívar con su Estado Mayor y sus edecanes, entre ellos aquel gracias a cuya pluma pudimos conocer ese detalle, el coronel francés Luis Perú de Lacroix.

 

 

Aquí están, pues, Willie Colón y Héctor Lavoe, secundados por una constelación de excelentes músicos, en aquel inolvidable tema con el que empezamos a creernos el cuento de que sabíamos bailar salsa solamente porque al finalizar sus notas terminábamos tan sudorosos como si hubiésemos corrido la Maratón de San Silvestre y tan felices como si la hubiéramos ganado.

¡Bienvenidos!

 

ILUSTRACIONES:

1. Carátula del disco Cosa nuestra, de Willie Colón y Héctor Lavoe, que contenía la canción Che che colé (1970).
2. Johnny Pacheco.
3. Jerry Masucci.
4. Willie Colón y Héctor Lavoe.
5. Rubén Blades.
6. Cheo Feliciano.
7. Cartel de “Juanito Alimaña” diseñado por Desmotivaciones.es
8. Willie Colón y Héctor Lavoe, la dupla que posibilitó el éxito de Juanito Alimaña, a pesar de la oposición de Jerry Masucci y la Fania Records.
9. Willie Colón y Rubén Blades, la nueva dupla que hizo posible el éxito de Pedro Navaja.
10. Cartel de “Pedro Navaja”. Revista Orbe. Ilustraciones del artículo “Pedro Navaja”, de Charly Morales Valido, reproducido por operamundi.
11. Julio César Estrada (Fruko).
12. Carátula del disco de Wganda Kenya que contenía el Homenaje a los embajadores. La gente pensaba, en Colombia y en el exterior, al oír aquella salsa antillana, que se trataba de un grupo africano, neoyorquino o de otro lugar, menos de Colombia.
13. Jairo Varela.
14. Esquina de la carrera 12 y la calle 42, donde aún subsiste el Coliseo Peralta, una de las pocas edificaciones históricas del centro de Bucaramanga que no han sido derribadas.
15. Póster del Che che colé. Oneup events.com.
16. El velorio. 1893. Francisco Oller (Bayamón, Puerto Rico, 17 de junio de 1833 – San Juan, Puerto Rico, 17 de mayo de 1917). Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico. Río Piedras.

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8 respuestas a EL “CHE CHE COLÉ” DE WILLIE COLÓN Y HÉCTOR LAVOE, Y LOS ALBORES DE LA SALSA. Notas y memorias de Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y Miembro del Colegio Nacional de Periodistas

  1. EDDY GUERRERO DÍAZ dijo:

    Distinguido señor Oscar H. Gómez G.
    Saludos cordiales.
    Excelente aporte a la música afroantillana. Gracias por toda la información.
    Hay algo que ando buscando y no encuentro: la letra y traducción de la introducción en una lengua africana de la canción Che che Colé. Le agradecería mucho ese dato.
    Del mismo modo agradecería corrigiese usted un error sobre la nacionalidad del señor Juan Pacheco (Johnny Pacheco). Johnny Pacheco no es boricua; es dominicano, nacido en la ciudad de Santiago de los Treinta Caballeros, en el barrio Los Pepines. Llegó a N.Y. como intérprete de merengue y luego pasó a incursionar en los ritmos afrocubanos.
    Gracias anticipadas.
    Desde la República Dominicana
    Eddy Guerrero Díaz.

    • Óscar Humberto Gómez Gómez dijo:

      Tienes toda la razón, Eddy, el gazapo era evidente y ya fue corregido.

      Si consigo lo de la traducción a la que te refieres, con gusto te lo haré saber.

      Un abrazo grande desde Colombia para ti y todos los tuyos, y, por supuesto, para todo el gran pueblo dominicano, cuyos artistas tanta alegría nos han deparado con su talento.

  2. Mery Torres dijo:

    Pasión por la historia y el ritmo de la salsa. Excelente.

  3. Héctor Hernández Mateus dijo:

    Bailar salsa…..lo disfruté, gracias a Dios, de manera sana, en sitio no tan sano. Se llamaba El Carrusel, ubicado en la zona rosa de la época. Claro, antes de mi accidente, “salir al ruedo” era reto de saber bailar. Gracias por su ilustrativa y buena pedagogía.

  4. Juan Carlos Suárez Sarmiento dijo:

    Gracias doctor Oscar, por tan excelente ilustración y también por su detalle de haber tenido en cuenta el género salsero.

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