Burlarse de las adversidades de los demás es propio de almas ruines. Por el contrario, los espíritus superiores casi que sienten como propios los infortunios de sus semejantes.
Las anteriores palabras, para referirnos a las mofas de las que, de un tiempo acá, son objeto en las llamadas redes “sociales” las personas con alguna discapacidad o que acaban de sufrir un infortunio.
Incluso, hay mofas en tales redes “sociales” contra aquellos seres que se han suicidado o que, incluso, han sido asesinados.
Aquí en Colombia, para no ir tan lejos, hace algunos meses el matemático, filósofo y político bogotano Antanas Mockus, luego de que, ante la carencia de argumentos para refutar los suyos, sus detractores dieran inicio a una cascada de burlas por sus involuntarios movimientos corporales, producto del Mal de Parkinson que padece, solicitó, en hermosa frase de respuesta: “Apiadémonos un poco unos de otros”.
Hace pocos días, también aquí en Colombia, se supo que el reconocido periodista Guillermo Prieto (conocido como “Pirry”) se había internado en un establecimiento de salud de Tunja por estar sufriendo una crisis de ansiedad y depresión. No faltaron, entonces, los detractores suyos que, exhibiendo de bulto su alma de canallas, hicieron circular en las redes “sociales” una imagen del comunicador junto con un texto de burla en el cual atribuían sus quebrantos de salud a sus supuestas o reales tendencias políticas, las que, en lo que a nosotros concierne, no nos interesaron en absoluto frente a nuestros votos por su recuperación.
Burlarse del niño ciego, del miope, del cojo, del manco, del gordo, en fin, burlarse del compañerito que no se ubica dentro de los estándares que el burlón considera —desde su pedestal de dios de pacotilla— como “normales”, ha sido la constante en los jardines escolares, en las escuelas, en los colegios y, por extensión, en los lugares donde se aglutina nuestra niñez para jugar.
De estas burlas, que lesionan —a veces para siempre— la autoestima de las personas, fácilmente se pasa a la agresión física, a la humillación, a eso que se llama hoy el “bullying” o matoneo escolar.
“Bullying” o matoneo escolar que ha conducido al suicidio de no pocas de sus víctimas.
Está en mora el ministro de educación de Colombia en salir a los medios —a la televisión, por ejemplo— a hablarle a la niñez acerca de esto, y el sistema educativo está en mora de abordar a fondo esta problemática.
Pero no son solo los defectos físicos los que originan esa conducta morbosa, ni el ambiente de matoneo es exclusivo del mundo de la niñez. También la desencadenan los hechos que tienen que ver con la vida sexual de los adultos. Cuando el año pasado me encontraba en España, leí en la prensa de ese país la noticia del suicidio de una humilde trabajadora de una multinacional con asiento en Madrid. Se trataba de una mujer que venía siendo víctima de la irresponsabilidad y la bajeza de un oscuro sinvergüenza que subió a Internet un video, filmado cinco años atrás, en el que ella aparecía teniendo relaciones sexuales con él, su novio de entonces. Vino a saberse que con aquel miserable ella, en efecto, no solo había tenido relaciones sexuales, sino que además había consentido que las mismas se filmaran, en la equivocada convicción de que esto lo estaba haciendo un verdadero varón. A partir de la publicación de ese video, sus compañeros y compañeras de trabajo (por llamarlos de alguna manera) dieron inicio a la circulación del mismo a través de WhatsApp y a una sucesión de preguntas, todas cargadas de burla y formuladas directamente a la afectada fingiendo un supuesto interés en saber si era ella la que aparecía en las imágenes que estaban circulando, desde luego con el infame aporte de un granito de arena por parte de quienes hacían la pregunta. De esta forma le hicieron la vida imposible hasta que supo que su marido se había enterado —cosa que a ella la preocupaba y que era lo que, precisamente, no quería que sucediera—, por lo cual decidió quitarse la vida.
Infortunadamente, el sistema educativo nos enseña de todo, menos el arte de cultivar valores tan importantes como el de la franqueza y el de la fortaleza, que son nuestro antídoto frente a esta maraña de insensibilidad humana en la que ha caído el mundo. Vino a saberse, en efecto, que el video había sido filmado mucho antes de que la trabajadora se casara y, por lo tanto, ni siquiera se trataba de que le hubiese sido infiel a su esposo.
Se está demorando la comunidad internacional en abordar con decisión este tema del mal uso de las redes “sociales” —cuyo alcance no conoce fronteras— y de establecer severas normas con rango internacional que protejan a las víctimas de cualquier país del mundo frente a unas conductas que las pone en las más evidentes condiciones de indefensión y por las cuales los culpables deben ser perseguidos sin contemplaciones y castigados con las más drásticas penas.
También es hora de que se desempolve en todos los países civilizados de la tierra la norma que consagra el delito de inducción al suicidio y que este hecho punible se reformule en su descripción típica para que la pena, cuando la divulgación de estos videos, o el matoneo, o, en fin, este clase de procederes repugnantes conduzca al suicidio de la indefensa víctima, no la olvide jamás el delincuente.