LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y LOS ALBORES DE LA PSICOLOGÍA EN COLOMBIA [Crónica preparatoria de la celebración del Día Nacional del Psicólogo en Colombia] [Capítulo IV] Por Óscar Humberto Gómez Gómez

A Alejandra Estefanía, con mis felicitaciones por la hermosa carrera que escogió y que ejerce con igual belleza

 

 

Volvamos a Psique. Es decir, reabramos el libro Las metamorfosis o El Asno de Oro de Apuleyo y sigamos escuchando a aquella vieja madre de los ladrones que le está contando a una doncella cautiva la novela de una princesa desdichada y envidiada.

“Capítulo III

Cómo Cupido avisa a su mujer, Psique, que en ninguna manera descubra a sus hermanas de quién está preñada, ni las crea a cuanto le dijeren, porque se perderá.

-Entre tanto, el marido de Psique, al cual ella no conocía, la tornó a amonestar otra vez con aquellas sus palabras de noche, diciendo: «¿No ves cuánto peligro te ordena la fortuna? Pues si tú, de lejos, antes que venga, no te apartas y provees, ella será contigo de cerca. Aquellas lobas sin fe ordenan cuanto pueden contra ti muy malas asechanzas, de las cuales la suma es ésta: ellas te quieren persuadir que tú veas mi cara, la cual, como muchas veces te he dicho, tú no la verás más, si la ves. Así que si después de esto aquellas malas brujas vinieren armadas con sus malignos corazones, que bien sé que vendrán, no hables con ellas ni te pongas a razones; y si por tu mocedad y por el amor que les tienes no te pudieres sufrir, al menos de cosa que toque a tu marido ni las oigas ni respondas a ella; porque acrecentaremos nuestro linaje, que aun este tu vientre niño otro niño trae ya dentro, y si tú encubrieres este secreto, yo te digo que será divino, y si lo descubrieres, desde ahora te certifico que será mortal.»

[12] Psique, cuando esto oyó, gozose mucho y hubo placer con la divina generación. Alegrábase con la gloria de lo que había de parir, y gozándose con la dignidad de ser madre, con mucha ansia contaba los días y meses cuando entraban y cuando salían. Y como era nueva, en los comienzos de la preñez, maravillábase de un punto y toque tan sutil crecer en tan abundancia su vientre. Pero aquellas furias espantables y pestíferas ya deseaban lanzar el veneno de serpientes, y con esta prisa aceleraban su camino por la mar cuanto podían. En esto, el marido tornó a amonestar a Psique de esta manera: «Ya se te llega el último día y la caída postrimera, porque tu linaje y la sangre tu enemiga ya ha tomado armas contra ti, y mueve su real y compone sus batallas y hace tocar las trompetas, y diciéndolo más claro, las malvadas de tus hermanas, con la espada sacada te quieren degollar. ¡Oh cuántas fatigas nos atormentan! Por eso tú, muy dulce señora, ten merced de ti y de mí, y con grande continencia, callando lo que te he dicho, libra a tu casa y marido y este nuestro hijo de la caída de la Fortuna que te amenaza; y a estas falsas y engañosas mujeres, las cuales según el odio mortal te tienen, y el vínculo de la hermandad ya está quebrantado y roto, no te conviene llamar hermanas, ni las veas ni las oigas, porque ellas vendrán a tentarte encima de aquel risco como las sirenas de la mar, y harán sonar todos estos montes y valles con sus voces y llantos.»

[13] Entonces Psique, llorando, le dijo: «Bien sabes tú, señor, que yo no soy parlera, y ya el otro día me enseñaste la fe que había de guardar y lo que había de callar; así, que ahora tú no verás que yo mude de la constancia y firmeza de mi ánimo; solamente te ruego que mandes otra vez al viento que haga su oficio y que sirva en lo que le mandare, y en lugar de tu vista, pues me la niegas, al menos consiente que yo goce de la vista de mis hermanas: esto, señor, te suplico por estos tus cabellos lindos y olorosos, y por este tu rostro, semejante al mío, y por el amor que te tengo, aunque no te conozco de vista: así conozca yo tu cara en este niño que traigo en el vientre: que tú, señor, concedas a mis ruegos, haciendo que yo goce de ver y hablar a mis hermanas, y de aquí adelante no curaré más de querer conocer tu cara; y no me curo que las tinieblas de la noche me quiten tu vista, pues yo tengo a ti, que eres mi lumbre.»

Con estas blandas palabras, abrazando a su marido y llorando, limpiaba las lágrimas con sus cabellos, tanto, que él fue vencido y prometió de hacer todo lo que ella quería, y luego, antes que amaneciese, se partió de ella como él acostumbraba.

[14] Las hermanas, con su mal propósito, en llegando, no curaron de ver a sus padres, sino, en saliendo de las naos, derechas se fueron corriendo cuanto pudieron a aquel risco, adonde, con el ansia que tenían, no esperaron que el viento las ayudase, antes, con temeridad y audacia, se lanzaron de allí abajo. Pero el viento, recordándose de lo que su señor le había mandado, recibiolas en sus alas contra su voluntad, y púsolas muy mansamente en el suelo; ellas, sin ninguna tardanza, lánzanse luego en casa; iban a abrazar a la que querían perder, y mintiendo el nombre de hermanas, encubrieron con sus caras alegres el tesoro de su escondido engaño, y comenzáronle a lisonjear de esta manera: -Hermana Psique, ya no eres niña como solías: ya nos parece que eres madre. ¿Cuánto bien piensas que nos traes en este tu vientre? ¿Cuánto gozo piensas que darás a toda tu casa? ¡Oh cuán bienaventuradas somos nosotras, que tenemos linaje en tantas riquezas! Que si el niño pareciere a sus padres, como es razón, cierto él será el dios Cupido, que nacerá.

[15] Con este amor y afición fingido comienzan poco a poco a ganar la voluntad de su hermana. Ella las mandó asentar a sus sillas para que descansasen, y luego las hizo lavar en el baño; y después de lavadas sentáronse a la mesa, donde les fueron dados manjares reales en abundancia; y luego vino la música y comenzaron a cantar y a tañer muy suavemente: lo cual, aunque no veían quién lo hacía, era tan dulcísima música que parecía cosa celestial; pero con todo esto no se amansaba la maldad de las falsas mujeres, ni pudieron tomar espacio ni holganza con todo aquello: antes, procuraban de armar su lazo de engaños que traían pensado. Y comenzaron disimuladamente a meter palabras, preguntándole qué tal era su marido y de qué nación o ley venía. Psique, con su simpleza, habiéndosele olvidado lo que su marido le encomendara, comenzó a fingir una nueva razón, diciendo que su marido era de una gran provincia, y que era mercader que trataba en grandes mercadurías, y que era hombre de más de media edad, que ya le comenzaban a nacer canas. No tardó mucho en esta habla, que luego las cargó de joyas y ricos dones, y mandó al viento que las llevase:

[16] después que el viento las puso en aquel risco, tornáronse a casa altercando entre sí de esta manera: «¿Qué podemos decir de una tan gran mentira como nos dijo aquella loca? Una vez nos dijo que era su marido un mancebo que entonces le apuntaban las barbas; ahora dice que es de más de media edad y ya tiene canas: ¿quién puede ser aquel que en tan poco espacio de tiempo le vino la vejez? Cierto, hermana, tú hallarás que esta mala hembra nos miente, o ella no conoce quién es su marido; y cualquier cosa de éstas que sea nos conviene que la echemos de estas riquezas; y si, por ventura, no conoce a su marido, cierto por eso se casó ella, y nos trae algún dios en su vientre; y así fuese lo que nunca Dios quiera, que ésta oyese ser madre de niño divino: luego me ahorcaría con una soga; así que tornemos a nuestros padres y callemos esto, encubriéndolo con el mejor color que podremos.»

[17] En esta manera, inflamadas de la envidia, tornáronse a casa y hablaron a sus padres, aunque de mala gana.

Capítulo IV

Cómo venidas las hermanas a visitar a Psique le aconsejan que trabaje por ver quién es aquel con quien tiene acceso, fingiéndole que sea un dragón: y ella, convencida del consejo, le ve viniendo a dormir, e indignado Cupido nunca más la vio.

-Aquella noche, sin poder dormir sueño, turbadas de la pena y fatiga que tenían, luego como amanecía corrieron cuanto pudieron hasta el risco, de donde, con la ayuda del viento acostumbrado, volaron hasta casa de Psique; y con unas pocas de lágrimas que, por fuerza y apretando los ojos, sacaron, comenzaron a hablar a su hermana de esta manera: «Tú piensas que eres bienaventurada, y estás muy segura y sin ningún cuidado, no sabiendo cuánto mal y peligro tienes. Pero nosotras, que con grandísimo cuidado velamos sobre lo que te cumple, mucho somos fatigadas con tu daño: porque has de saber que hemos hallado por verdad que este tu marido que se echa contigo es una serpiente grande y venenosa; lo cual, con el dolor y pena que de tu mal tenemos, no te podemos encubrir, y ahora se nos recuerda de lo que el dios Apolo respondió cuando le consultaron sobre tu casamiento, diciendo que tú eras señalada para casarte con una cruel bestia. Y muchos de los vecinos de estos linajes que andan a cazar por estas montañas, y otros labradores, dicen que han visto este dragón cuando a la tarde torna de buscar de comer, que se echa a nadar por este río para pasar acá;

[18] y todos afirman que te quiere engordar con estos regalos y manjares que te da, y cuando esta tu preñez estuviere más crecida y tú estuvieres bien llena, por gozar de más hartura que te ha de tragar; así que en esto está ahora tu estimación y juicio. Si por ventura quieres más o creer a tus hermanas que por tu salud andan solícitas y que vivas con nosotras segura de peligro huyendo de la muerte, o si quieres quizá ser enterrada en las entrañas de esta cruelísima bestia. Porque si las voces solas que en este campo oís, o el escondido placer y peligroso dormir juntándote con este dragón te deleitan, sea como tú quisieres, que nosotras con esto cumplimos, y ya habemos hecho oficio de buenas hermanas.»

Entonces, la mezquina* de Psique, como era muchacha y de noble condición, creyó lo que le dijeron, y con palabras tan espantables salió de sí fuera de seso: por lo cual se le olvidó los amonestamientos de su marido y de todos los prometimientos que ella le hizo, y lánzase en el profundo de su desdicha y desventura; y temblando, la color amarilla, no pudiendo cuasi hablar, cortándosele las palabras y medio hablando, como mejor pudo, les dijo de esta manera:

[19] «Vosotras, señoras hermanas, hacéis oficio de piedad y virtud como es razón: y creo yo muy bien que aquellos que tales cosas os dijeron no fingieron mentira, porque yo hasta hoy nunca pude ver la cara de mi marido ni supe de dónde se es. Solamente lo oigo hablar de noche, y con esto paso y sufro marido incierto y que huye de la luz; y de esta manera consiento que digáis que tengo una gran bestia por marido, y que me espanta diciendo que no lo puedo ver: y siempre me amenaza que me vendrá gran mal si porfío en querer ver su cara. Y pues que así es, si ahora podéis socorrer al peligro de vuestra hermana con alguna ayuda y favor saludable, hacedlo y socorrerme, porque si no lo hacéis podré muy bien decir que la negligencia siguiente corrompe el beneficio de la providencia pasada.» Cuando las dos malas mujeres hallaron el corazón y voluntad de Psique descubierto para recibir lo que le dijeren, dejados los engaños secretos, comenzaron con las espadas descubiertas públicamente a combatir el pensamiento temeroso de la simple mujer,

[20] y la una de ellas dijo de esta manera: «Porque el vínculo de nuestra hermandad nos compele por tu salud a quitarte delante los ojos cualquier peligro, te mostraremos un camino que días ha habemos pensado, el cual sólo te sacará a puerto de salud, y es éste: Tú has de esconder secretamente en la parte de la cama donde te sueles acostar una navaja bien aguda, que en la palma de la mano se aguzó, y pondrás un candil lleno de aceite bien aparejado y encendido debajo de alguna cobertura al canto de la sala: y con todo este aparejo, muy bien disimulado, cuando viniere aquella serpiente y subiese en la cama como suele, desde que ya tú veas que él comienza a dormir y con el gran sueño comienza a resollar, salta de la cama y descalza muy paso, y saca el candil debajo de donde está escondido, y toma de consejo del candil oportunidad para la hazaña que quieres hacer; y con aquella navaja, alzada primeramente la mano derecha con el mayor esfuerzo que pudieres, da en el nudo de la cerviz de aquel serpiente venenoso, y córtale la cabeza: y no pienses que te faltará nuestra ayuda, porque luego que tú con su muerte hayas traído vida para ti, estaremos esperándote con mucha ansia, para que llevándote aquí con todos estos tus servidores y riquezas que aquí tienes, te casaremos como deseamos con hombre humano, siendo tú mujer humana.»

[21] Con estas palabras encendieron tanto las entrañas de su hermana, que la dejaron cuasi del todo ardiendo. Y ellas, temiendo del mal consejo que daban a la otra no les viniese algún gran mal por ello, se partieron, y con el viento acostumbrado se fueron hasta encima del risco, de donde huyeron lo más presto que pudieron, y entráronse en sus naos y fuéronse a sus tierras.

Psique quedó sola: aunque quedando fatigada de aquellas furias no estaba sola, pero llorando fluctuaba su corazón como la mar cuando anda con tormenta; y como quiera que ella tenía deliberado con voluntad muy obstinada el consejo que le habían dado, pensando como había de hacer aquel negocio, pero todavía titubeaba y estaba incierta del consejo, pensando en el mal que le podía venir; y de esta manera ya lo quería hacer, ya lo quería dilatar: ahora osaba, ahora temía: ya desconfiaba, ya se enojaba. En fin, lo que más le fatigaba era que en un mismo cuerpo aborrecía a la serpiente y amaba a su marido. Cuando ya fue tarde que la noche se venía, ella comenzó a aparejar con mucha prisa aquel aparato de su mala hazaña; y siendo de noche vino el marido a la cama, el cual, de que hubo burlado con ella, comenzó a dormir con gran sueño.

[22] Entonces, Psique, como quiera que era delicada del cuerpo y del ánimo, pero ayudándole la crueldad de su hado se esforzó, y sacando el candil debajo de donde estaba, tomó la navaja en la mano, y su osadía venció y mudó la flaqueza de su género.

Como ella alumbrase con el candil y pareciese todo el secreto de la cama, vido una bestia, la más mansa y dulcísima de todas las fieras: digo que era aquel hermoso dios del amor que se llama Cupido, el cual estaba acostado muy hermosamente; y con su vista alegrándose, la lumbre de la candela creció, y la sacrílega y aguda navaja resplandeció. Cuando Psique vio tal vista, espantada y puesta fuera de sí, desfallecida, con la color amarilla, temblando, se cortó y cayó sobre las rodillas, y quiso esconder la navaja en su seno, e hiciéralo, salvo por el temor de tan gran mal como quería hacer se le cayó la navaja de la mano. Estando así fatigada y desfallecida, cuanto más miraba la cara divina de Cupido tanto más recreaba con su hermosura. Ella le veía los cabellos como hebras de oro, llenos de olor divino; el cuello, blanco como la leche; la cara, blanca y roja como rosas coloradas, y los cabellos de oro colgando por todas partes, que resplandecían como el Sol y vencían a la lumbre del candil. Tenía asimismo en los hombros péñolas de color de rosas y flores; y como quiera que las alas estaban quedas, pero las otras plumas debajo de las alas tiernas y delicadas estaban temblando muy gallardamente; y todo lo otro del cuerpo estaba hermoso y sin plumas, como convenía a hijo de la diosa Venus, que lo parió sin arrepentirse por ello. Estaba ante los pies de la cama el arco y las saetas, que son armas del dios de amor;

[23] lo cual todo estando mirando Psique no se hartaba de mirarlo, maravillándose de las armas de su marido, sacó del carcaj una saeta, y estándola tentando con el dedo a ver si era aguda como decían, hincósele un poco de la saeta, de manera que le comenzaron a salir unas gotas de sangre de color de rosas, y de esta manera, Psique, no sabiendo, cayó y fue presa de amor del dios de amor: entonces, con mucho mayor ardor de amor, se abajó sobre él y le comenzó a besar con tan gran placer, que temía no despertase tan presto. Estando ella en este placer herida del amor, el candil que tenía en la mano, o por no ser fiel, o de envidia mortal, o que por ventura él también quiso tocar el cuerpo de Cupido, o quizá besarlo, lanzó de sí una gota de aceite hirviendo, y cayó sobre el hombro derecho de Cupido. ¡Oh candil osado y temerario y vil servidor del amor! Tú quemas al dios de todo el fuego; y porque tú para esto no eras menester, sino que algún enamorado te halló primeramente para gozar en la obscuridad de la noche de lo que bien querría. De esta manera el dios Cupido, quemado, saltó de la cama, y conociendo que su secreto era descubierto, callando desapareció y huyó de los ojos de la desdichada de su mujer.

[24] Psique arrebató con ambas manos la pierna derecha de Cupido, que se levantaba, y así fue colgando de sus pies por las nubes del cielo hasta tanto que cayó en el suelo. Pero el dios del amor no la quiso desamparar caída en tierra, y vino volando a sentarse en un ciprés que allí estaba cerca, de donde con enojo gravemente la comenzó a increpar diciendo de esta manera:

«¡Oh Psique, mujer simple: yo, no recordando de los mandamientos de mi madre Venus, la cual me había mandado que te hiciese enamorada de un hombre muy miserable de bajo linaje, te quise bien y fui tu enamorado; pero esto que hice bien sé que fue hecho livianamente! Y yo mismo, que soy ballestero para los otros, me herí con mis saetas y te tomé por mujer. Parece que lo hice yo por parecerte serpiente y porque tú cortases esta cabeza que trae los ojos que bien te quisieron. No sabes tú cuántas veces te decía que te guardases de eso, y benignamente te avisaba por que te apartases de ello. Pero aquellas buenas mujeres tus consejeras prestamente me pagarán el consejo que te dieron; y a ti, con mi ausencia, huyendo de ti, te castigaré.» Diciendo esto, levantose con sus alas y voló en alto hacia el cielo.

[25] Psique, cuando echada en tierra y cuanto podía con la vista, miraba cómo su marido iba volando, y afligido su corazón con muchos lloros y angustias. Después que su marido desapareció volando por las alturas del cielo, ella, desesperada, estando en la ribera de un río, lanzose de cabeza dentro; pero el río se tornó manso por honra y servicio del dios del amor, cuya mujer era ella, el cual suele inflamar de amor a las mismas aguas y a las ninfas de ellas. Así, que temiendo de sí mismo, tomola con las ondas, sin hacerle mal, y púsola sobre las flores y hierbas de su ribera. Acaso el dios Pan, que es dios de las montañas, estaba asentado en un altozano cerca del río: el cual estaba tañendo con una flauta y enseñando a tañer a la ninfa Caña. Estaban asimismo alrededor de él una manada de cabras, que andaban paciendo los árboles y matas que estaban sobre el río. Cuando el dios peloso vio a Psique tan desmayada y así herida de dolor, que ya él bien sabía su desdicha y pena, llamola y comenzó a halagarla y consolar con blandas palabras, diciendo de esta manera: «Doncella sabida y hermosa: como quiera que soy pastor y rústico, pero por ser viejo soy instruido de muchos experimentos; de manera que, si bien conjeturo aquello que los prudentes varones llaman adivinanza, yo conozco de este tu andar titubeando con los pies, y de la color amarilla de tu cara, y de tus grandes suspiros y lágrimas de los ojos, bien creo cierto que tú andas fatigada y muerta de gran dolor; pues que así es, tú escúchame y no tornes a lanzarte dentro en el río ni te mates con ningún otro género de muerte; quita de ti el luto y deja de llorar. Antes procura aplacar con plegarias al dios Cupido, que es mayor de los dioses, y trabaja por merecer su amor con servicios y halagos, porque es mancebo delicado y muy regalado.» (N. del A.: La palabra “mezquina” significaba “desdichada”).

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De los orígenes mitológicos de la Psicología -la de Colombia y la de todo el orbe- retornemos una vez más al mundo agitado y triste de la dura realidad: a la vida azarosa de quien, en medio de las adversidades, trata de sembrar en nuestro país la semilla que permitirá el nacimiento de una nueva profesión, aquella que se dedicará al estudio de la psique, a la comprensión del alma humana.

Tal y como acontecía por lo general con los exiliados españoles, durante su permanencia en Bogotá, al parecer Mercedes Rodrigo y su hermana María compartieron casa no solo con su compañero de viaje José María García Madrid, sino también con otros compatriotas suyos, igualmente expulsados por la Guerra Civil Española, dado que así les era más llevadera la pesada carga del arriendo y de los gastos. El primer piso lo aprovecharon para poner a funcionar el que se llamó Instituto García Madrid para Niños Anormales, donde no solo dictaban clase ellos tres, sino también otros exiliados, probablemente residentes allí.

En efecto, “A través de fuentes orales, como Ramón González (1998), pudimos saber que Mercedes Rodrigo había conocido en Suiza a Agustín Nieto Caballero, Rector de la Universidad Nacional de Colombia, quien contribuyó a facilitar su viaje a Bogotá, conocedor de la preparación profesional y el gran prestigio que ya tenía Mercedes en los sectores especializados. A la llegada a aquel exilio, Ramón González había tenido la oportunidad de convivir como el miembro más pequeño de la familia Prat García con las hermanas Rodrigo y con José García Madrid, compartiendo vivienda por las dificultades económicas que padecieron. Con el tiempo Ramón González cursó en Bogotá estudios de Medicina en la Universidad Nacional y colaboró con Mercedes Rodrigo como ayudante” (MARTÍNEZ GORROÑO, María Eugenia. HERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Juan Luis. El impulso que significó el exilio español republicano. Una significativa aportación al progreso. ARBOR Ciencia, pensamiento y cultura. CLXXXV, 739. Madrid, Septiembre – octubre 2009, p.p. 1049 – 1050).

Como ya se anotó, su condición de exiliada española por sí misma la tenía en la mira de quienes veían en los fugitivos de la guerra que habían arribado a Colombia a una partida de comunistas en huída ante la perspectiva nada halagüeña que les esperaba en España a partir del ascenso al poder de los que habían obtenido la victoria.

Pero ella misma se encargó de proporcionarles un argumento más, y este sí decisivo.

En la década de los años 40, en efecto, el solo hecho de viajar a la Unión Soviética era, no indicio, sino plena prueba de que se era comunista. En estas tierras latinoamericanas, la interpretación sesgada de cualquier viaje hacia territorio norteamericano o hacia suelo moscovita era previsible. Por eso, aunque Mercedes Rodrigo también había viajado a los Estados Unidos, nadie sugirió siquiera que le estuviese sirviendo al “imperialismo yanqui”, a pesar de tratarse del mismo poderoso país del norte que a comienzos de siglo había impuesto su poderío militar para patrocinar la consumación del hecho más doloroso que la República de Colombia habría de sufrir en su historia: la desmembración del departamento de Panamá (3 de noviembre de 1903) y respecto del cual se guardaban por ello recelos y rencores muy en el fondo del alma nacional. En cambio, el saberse que estuvo en Moscú no pasó inadvertido para sus cada vez más numerosos y hostiles detractores.

 

 

Pero además de hacer crecer las sospechas sobre su ideología política, sus malquerientes también echaron a rodar bolas tendientes a desacreditar y ridiculizar su tarea. Comenzaron, entonces, a circular en Bogotá chismes de costurero, especies sin el más mínimo fundamento, todo ello con el fin de cercenarle cualquier seriedad científica a su labor como psicóloga y, específicamente, a sus tests psicotécnicos. Fue así como se empezó a irrigar dentro de los círculos sociales capitalinos que a los aspirantes a ingresar a la Universidad Nacional les estaban preguntando, por ejemplo, dizque cuántas gradas tenía el Capitolio Nacional. (MARTÍNEZ GORROÑO, María Eugenia, Españoles en Colombia. La huella cultural de mujeres exiliadas tras la guerra civil. Madrid. 1999, p. 17).

A mediados de 1949, en medio de un ambiente insoportable, Mercedes Rodrigo, apoyada por la Universidad Nacional, ya había solicitado y obtenido el pasaporte. Sin embargo, ese año no se fue. Tampoco se marchó su hermana María, a pesar de que ella también lo había tramitado y obtenido.

Sobre su partida en sí difieren las fuentes. Difieren no solo en cuanto al momento en que se marchó de Colombia, sino también en cuanto a las circunstancias precisas que rodearon su salida.

 

 

Así, mientras unas fuentes aseguran que fue expulsada por el gobierno colombiano, otras aseveran que ella misma optó por irse ante lo insostenible que se había vuelto su permanencia en el país. No hemos tenido acceso a ningún documento oficial que compruebe que haya ocurrido lo primero. En cambio, sí está comprobado documentalmente que -como ya se dijo- solicitó y obtuvo, con la colaboración de la Universidad Nacional, el pasaporte en 1949.

Acerca de cuándo se fue, unas fuentes dicen que se marchó en enero; otras aseguran que lo hizo a principios de año, sin especificar el mes; otras afirman genéricamente que ello acaeció dentro del año 1950; y no faltan las que aseveran que su salida del país ocurrió ya bajo el gobierno de Laureano Gómez e incluso llegan a decir que la orden de su expulsión provino de este o cuando menos de sus asesores. Esto último, por supuesto, haría suponer que Mercedes Rodrigo se fue del país después del 7 de agosto o, lo que es lo mismo, a finales de aquel año, pues la posesión del presidente Gómez fue el 7 de agosto de 1950, cosa que no parece haber ocurrido. No obstante, los tozudos en sostener que fue Laureano Gómez quien la expulsó parten de la base de que desde antes de su posesión, obviamente ya era presidente electo y tenía una enorme influencia sobre el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez, al que incluso había ayudado a elegir. Hay fuentes que llegan a sostener que Gómez tenía un enorme poder inclusive desde mucho antes de ser elegido presidente. Se recuerda incluso que si Laureano Gómez no fue el candidato del Partido Conservador a la presidencia en los comicios en los que se elegiría al presidente de la República para el período 1946 – 1950 y en los que resultó elegido Ospina Pérez fue porque no quiso serlo debido a que su olfato político le indicó que su candidatura uniría inmediatamente a los liberales, que se encontraban divididos entre los seguidores de Gabriel Turbay y los seguidores de Jorge Eliécer Gaitán, por lo cual el triunfo conservador estaba garantizado con tan solo escoger un candidato conservador que no despertara reticencia alguna. Por eso -puntualizan las fuentes- se escogió a Ospina.

En todo caso, lo que sí es cierto es que Mercedes Rodrigo se fue de Colombia en 1950.

Su destino era la isla de Puerto Rico, en el Mar Caribe.

Al igual que cuando salió de España en 1939 con destino a Suiza, y que cuando salió de Suiza con rumbo a Colombia, la prominente psicóloga iba acompañada por su hermana, la compositora y pianista de música clásica María Rodrigo, y por su amigo común José María García Madrid. Este último ya no era ahora solamente el auxiliar suyo que salió de la tierra española para jamás volver, sino el médico y psiquiatra que había obtenido sus diplomas en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, en Bogotá.

Allá en Puerto Rico, los tres habrían de volverse cuatro.

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Para 1950, Puerto Rico no era el Estado Libre Asociado de los Estados Unidos que es hoy. Esa condición política solo habría de adquirirla dos años después, en 1952. La pionera de la Psicología en Colombia llegó, pues, a un Puerto Rico tercermundista, lleno de pobreza, desempleo y desesperanza.

En Puerto Rico la situación política y social estaba convulsionada. Para entender la tensión que se vivía hemos de hacer un poco de historia.

En 1898, en el contexto de la guerra entre Estados Unidos y España, las tropas norteamericanas invadieron a Puerto Rico, que era en aquel entonces, y desde 1493, colonia española. Era entonces presidente de los Estados Unidos William McKinley, aquel que le dirigió una carta al general revolucionario cubano Calixto García y la envió, sin dirección alguna, con el estafeta Rowan, quien después de una travesía se la entregó a su destinatario, dando origen a la famosa Carta a García de Elbert Hubbard (1899). (No sobra anotar que MacKinley es, junto con Abraham Lincoln, James Garfield y John F. Kennedy, uno de los cuatro presidentes estadounidenses asesinados en pleno ejercicio de sus funciones).

Apoderados de la isla, durante los años 10 y 20 del siglo XX, los Estados Unidos se propusieron la “americanización” del que antes era territorio español.

Ese proceso se adelantó sobre cuatro estrategias: una, el abandono del idioma español y la acogida del idioma inglés; dos, el abandono de la religión católica y la acogida de las religiones protestantes; tres, el abandono del nombre castellano de la isla (Puerto Rico) y la adopción de su nombre en inglés (Porto Rico), así como el cambio del gentilicio “puertorriqueño” por el de “portorriqueño”; y, cuatro, el proceso de transculturación a través de aspectos como el abandono de la celebración de las fiestas puertorriqueñas y españolas (el descubrimiento de Puerto Rico, por ejemplo) y la imposición de la celebración de las fiestas estadounidenses (el natalicio de George Washington, por ejemplo). (ACOSTA LESPIERE, Ivonne. La invasión de Estados Unidos a Puerto Rico).

Inicialmente, al final de la guerra entre Estados Unidos y España, los puertorriqueños habían percibido a los norteamericanos como sus liberadores del yugo español. Más tarde, sin embargo, empezarían a cuestionarse si, en realidad, habían sido liberados de un yugo para obtener su libertad o, más bien, habían cambiado de dueño y pasado de ser una colonia de España a una colonia de Norteamérica.

Mercedes Rodrigo llega, pues, a un Puerto Rico paupérrimo, un Puerto Rico al que nadie habrá de describir mejor que la sensible letra de la primera canción protesta compuesta y grabada en América Latina: Lamento borincano.

El ilustre compositor puertorriqueño Rafael Hernández escribió esta bella canción a partir de la imagen de un campesino de su país que llega a San Juan, la capital, con la ilusión de vender su carga, pero debido a la terrible situación social de Puerto Rico, nadie se la compra. Para la cabal comprensión de la letra, conviene advertir que el nombre aborigen de Puerto Rico era Borinquen; de ahí el título de la canción; que al campesino montañero se le llama allí “jíbaro”, y para referirse a él con cariño se le dice “jibarito”, que equivaldría a “campesinito”; que es, por lo tanto, este “jibarito” el que sale con su yegua hacia la ciudad en busca de solución a sus apremiantes necesidades; y que hay dos magníficos poetas de apellido Gautier: el francés Teófilo Gautier y el puertorriqueño José Gautier Benítez, y era este el poeta que había llamado a Puerto Rico “La perla de los mares”.

 

 

De entre las numerosas interpretaciones grabadas del bellísimo Lamento borincano, que incluyen a artistas tan  diversos como Alfonso Ortiz Tirado, Caetano Veloso, Javier Solís, Facundo Cabral, Plácido Domingo, Chavela Vargas, Víctor Jara, Pedro Infante, Toña la Negra, Leo Marini, Marco Antonio Muñiz, Marc Anthony, Pedro Vargas, Los Panchos, José Feliciano, Gilberto Santa Rosa o Cuco Sánchez, se destaca la de Daniel Santos, figura estelar del canto caribeño, no solo por su peculiar estilo, sino por tratarse de un artista oriundo de aquel país.

Nacido en Puerto Rico en 1916, Santos fue desde 1948 y hasta 1953 el cantante estrella de la célebre orquesta La Sonora Matancera, agrupación que dejó una huella indeleble en el historial de la música latinoamericana. Fue él, como era obvio que sucediera, el intérprete del tema con mayor arraigo popular, cuya sin igual interpretación se convertiría de inmediato en un éxito continental, que pulverizó todos los pronósticos en ventas. Ello, a pesar de que el tema había sido originalmente grabado por Alfonso Ortiz Tirado, también con apoteósica acogida. Lamentablemente, igual que sucedería con otros intérpretes, el destacado cantor mexicano confunde al poeta puertorriqueño José Gautier Benítez con el poeta francés Teófilo Gautier y debido a ello pronuncia el apellido Gautier en forma afrancesada (“Gotié“) restándole a la canción su esencia y espíritu eminentemente puertorriqueños.

El éxito absoluto de aquella singular canción haría que su compositor fuese bautizado con el apodo de “El jibarito”.

Aquí está, pues, Daniel Santos y el inmortal Lamento borincano de Rafael Hernández:

 

 

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ILUSTRACIONES:

 

(1) Psique reanimada por el beso del amor (1793). Antonio Canova, pintor italiano (1757 – 1822). Museo del Louvre, París.

(2) El rapto de Psique (1895). William-Adolphe Bouguereau. Colección privada.

(3) Mercedes Rodrigo. Ilustración de Pedro Jesús Vargas Cordero.

(4) Estados Unidos y Unión Soviética se pelean América Latina (1947). Coke (Jorge Délano). Santiago, Chile. El Esfuerzo, julio -diciembre 1947. Biblioteca Nacional de Chile.

(5) La viajera (1928). Camilo Mori (1886 – 1973). Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, Chile. Biblioteca Nacional de Chile.

(6) Guánica, Puerto Rico. Freight train used in hauling cane to the sugar mills from loading stations. (Tren de carga utilizado en el transporte de caña a los ingenios azucareros desde las estaciones de carga) (1942). Jack Delano. Biblioteca del Congreso. Centro de Investigaciones Históricas.

(7) Jibarito puertorriqueño. Miguel Pou Becerra.

(8) Rafael Hernández.

(9) Daniel Santos.

 

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