En una de esas lúdicas e intrascendentes reuniones con añosos compañeros de estudio, que se vuelven fascinantes por cuestión de la edad y el trasiego, además de esos consabidos gracejos y chascarrillos que nunca faltan, el aquelarre fue aprovechado por expositores que jamás mostraron capacidad de demostrar antaño el más mínimo atisbo de sabiduría política para terminar, al unísono, y coincidiendo con el primer rubor etílico, despotricando contra la gestión y la falta de autoridad del presidente Santos.
Como era de esperarse, el tema giró alrededor de la guerrilla, en menor extensión sobre la corruptela, que cada vez que suceden reuniones a ritmo de fiesta y pasarela pareciera tocase fondo, sin olvidar el preocupante tema, desconocido para muchos, que tiene que ver con la aspiración nicaragüense de pretender mover hacia oriente el soberano y caribeño meridiano 82.
Aprovecho la oportunidad para informar que aproximadamente el 95% de los contertulios aún estaba lúcido; que sin excepción, debido a mejoras en estilo de vida y atención medico-sanitaria, el grupo considerado de la tercera edad ostentaba plenitud de facultades mentales, que no físicas; que todos sobrepasábamos los 65; y que nadie acumulaba patologías degenerativas, a no ser aquellas asociadas al sexo, que lamentablemente algunos teníamos por crónicas.
“Si mal no recuerdo, -dijo quien minutos antes había hecho enérgica apología en defensa de las bondades que en personas como él producía la absoluta falta del Alzhéimer- este presidente, cosa que por nadie es bien vista, le gusta como buen liberal camandulero, fungir de tolerante. Lamentablemente a los grupos extremistas, a no ser que uno sea de los mismos, hay que darles igual tratamiento plúmbico. Su calidad radical nunca permitirá que sean tolerantes; y cada paso que con ellos quisiera darse, creyendo que con ello se alcanza un peldaño más hacia la consecución de la paz, es un paso que se da en falso, pudiendo aprovecharse por ellos en la intransigente búsqueda del poder totalitario, el cual es considerado en las sociedades modernas, opuesto a la evolutiva concepción de un Estado Social de Derecho, donde sin excepción, se disfrutan derechos y deberes, consagrados y promulgados constitucionalmente”.
La discusión fue subiendo de tono y calor, cuando algunos ya pensábamos en acostarnos. Eran las 7 P.M. y el tema viró hacia la falta de autoridad y proclama que Santos como presidente consentía con nuestros vecinos, los nicaragüenses. Debo aclarar que al mencionar las paradisiacas islas de San Andrés y Providencia con sus cayos adyacentes, igual que debe sucederle a cuanto lagarto político llega al senado, sólo se recordaba como importante paraíso que fue de contrabandistas en época de Rojas Pinilla, o que en el mejor de los casos y al amparo del timbal acucioso de la lejanía, servía de alcahueta consentidora de nuestros primeros pasos infieles.
“Militarice y asuma la función social que le corresponde con esa olvidada porción de Colombia antes que pueda repetirse lo de Panamá”, fue voz unánime que asumimos, antes que, de continuar con el tema, pudiese aumentar la impopularidad del presidente, considerado por los viejitos como mediocre.