El 20 de julio 1810 se produjo el nacimiento de la Primera República. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

El 20 de julio de 1810 comienza la alborada, el despertar, el embrión, los que fueron los primeros atisbos de una nueva patria.
El 20 de julio de 1810 nace, entonces, un sueño: el sueño de ser libres, de ser independientes, de ser distintos en el concierto mundial de las naciones.
Sea que haya sido de la manera imperfecta con que lo subrayan unos o con la perfección con que lo exaltan otros, lo cierto es que, cuando menos indirectamente, cuando menos a largo plazo, cuando menos a la postre, el 20 de julio de 1810 marca el principio de una gesta histórica: el origen de una nueva nación.

 

 

Si, claro: posiblemente se concluya, al revisar el texto del acta suscrita ese día, que la nación colombiana no nació precisamente en aquella fecha, pues lo primero que allí se advierte es el reconocimiento de la autoridad del rey de España, Fernando VII, en aquellos momentos prisionero de Napoleón Bonaparte y de las tropas francesas que ocupaban el territorio español.
Es más: a quien se designa como presidente de la Junta Suprema, como reemplazo del virrey, es al propio virrey. Consiguientemente, habría que afirmarse que la idea de la independencia nacional necesariamente aparece con posterioridad, pues lo único que se quería en esos momentos era compartir el poder con los españoles acabando con la exclusión en el acceso a los altos cargos públicos a la que España tenía sometidos a los americanos.

Empero, tal conclusión ignora que el universo de lo ocurrido en esa fecha no se circunscribe a la redacción y firma de la precitada acta, ni a la creación de la susodicha Junta Suprema, puesto que, más allá de dicha acta, y más allá de la designación de dicha Junta Suprema, el mismo 20 de julio de 1810 un sector patriota decisivo, liderado por José María Carbonell, Emigdio Benítez, Ignacio de Herrera y Pedro Groot, firmantes todos de la famosa acta, planteó con claridad meridiana la posición radical de declarar de una vez la independencia y, lejos de apoyar la idea de que el virrey presidiera la Junta, lo que hicieron fue abogar por su inmediato apresamiento.

 

 

Si se observan, pues, los hechos en contexto, que es como se deben observar siempre los hechos, es decir, en toda la universalidad de sus circunstancias antecedentes, concomitantes y subsiguientes, no es, entonces, ni mucho menos, un disparate afirmar que allí mismo, el 20 de julio de 1810, comenzó a nacer Colombia.

Una nación que viene a consolidarse como tal, es cierto, tiempo después. Hay quienes dicen, incluso, que solo hasta 1886 se concreta la nación colombiana, pues antes solo hubo caos y puja de poderes regionales y locales, sin una verdadera conciencia nacional. Otros aseveran que esa concreción ocurrió antes, mucho antes, acaso –dicen unos- a partir del 7 de agosto de 1819, o, más bien –dicen otros-, a partir de la disolución de la primera Colombia, la grande, la que también comprendía a Venezuela y al hoy Ecuador, o sea después de 1830, concretamente en 1831, cuando, conscientes de su soledad, los de aquí se ven abocados a dictar su propia Constitución.

De todos modos, hoy por hoy somos nacionales de Colombia, es decir, colombianos. Y si lo somos fue porque hombres y mujeres que nos antecedieron se negaron a resignarse a ser súbditos de segunda clase; porque hombres y mujeres que nos antecedieron no aceptaron ser vasallos ni de un imperio abusivo, ni de una monarquía en decadencia – ni de Napoleón Bonaparte, ni de Fernando Séptimo -, y se propusieron sentar las bases de una patria independiente, soberana y libre.

 

 

Podemos decir, entonces, que existe –ciertamente- un espíritu que anima, determina y a la vez emerge airoso de la contienda del 20 de julio de 1810 y de la secuencia de hechos subsiguientes, esto es, de la Primera República, aplastada y anegada en sangre por los ejércitos de Pablo Morillo; de la Guerra de Independencia, que culmina en el interior el 7 de agosto de 1819 con el triunfo militar patriota en el puente sobre el río Teatinos (puente de Boyacá en la lengua indígena), aunque prosigue en el mar, donde habrá de brillar con luz propia el general guajiro José Padilla; y de la disolución de la Gran Colombia en 1830, cuando este país se queda solo y, en solitario, comienza a asumir los avatares de su vida republicana independiente. Ese espíritu que comienza a animar a esta tierra desde aquellos años y que se ve precisado a avanzar en medio de las contradicciones internas que generan quienes lo único que buscaban era la satisfacción de sus propios intereses, es, entonces, un espíritu independentista, libertario y nacionalista.

Con necesarias salvedades y precisiones, claro; porque, por ejemplo, faltó pensar más en los humildes, en los indígenas, en los negros y en las mujeres. Eran, desde luego, otros tiempos. De los humildes se resaltaba su ignorancia y su consiguiente escasez de luces para el manejo de la cosa pública. De los indígenas y de los negros se daba por descontado que debían seguir en la condición que tenían, y ello explica el por qué, de un lado, los indígenas se aferraron a la causa del rey de España, a quien percibían como su defensor frente a los malos tratos que recibían de los que para ellos no eran más que los descendientes de los conquistadores y de los encomenderos, y, de otro lado, los negros se fueron, como dice la sabiduría popular, al sol que más les alumbrara, es decir, guiados por los vaivenes desencadenados por el ofrecimiento que se les hiciera, desde un bando o del otro, del don inapreciable de su libertad. En cuanto a las mujeres, no solo ninguna aparece mencionada siquiera en el acta del 20 de julio de 1810, sino que, además, a pesar de su inmenso papel protagónico durante la Resistencia al Régimen del Terror, a pesar de su inmenso papel protagónico durante la Resistencia al restablecido gobierno español, y a pesar de su no menos inmenso papel durante la Guerra de Independencia, solo hasta mediados del siglo siguiente les empezarán a reconocer sus derechos políticos.

Con todo y estas contradicciones interiores que registra el movimiento emancipador y que saltan a la vista desde el mismo 20 de julio de 1810, resulta innegable que a partir de esta fecha memorable se pone en evidencia en esta tierra un espíritu nuevo.

 

(Apartes del discurso de orden titulado “El espíritu del 20 de julio de 1810 en la Colombia actual”, pronunciado en la Casa de Bolívar, de Bucaramanga, el día 20 de julio de 2017, por Óscar Humberto Gómez Gómez, para entonces Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander).

 

¡Gracias por compartirla!
Esta entrada fue publicada en Blog. Guarda el enlace permanente.