
De Emigdio Benítez escuché hablar por primera vez cuando era niño a raíz de que mis hermanos mayores mencionaban una escuela pública que tenía ese nombre y quedaba ubicada en algún lugar de nuestra Bucaramanga natal, la misma donde se hallaba el barrio en el cual vivíamos.
Yo no tenía la más mínima idea de quién era este personaje, ni del por qué a una de las escuelas públicas situadas en esa todavía romántica, sencilla y amable capital santandereana donde jugábamos pepas, bailábamos el trompo, leíamos cuentos de vaqueros, comíamos melcochas y asistíamos a clases le habían puesto su nombre. Tan solo posteriormente, muchos años después, vine a saber que se trataba de uno de los protagonistas del llamado “Grito de Independencia” del 20 de julio de 1810 y firmante de la llamada “Acta de Independencia”, suscrita, según me decían, luego de un turbulento levantamiento popular que había estallado al mediodía en la plaza principal de Santafé ante la negativa de un español de nombre José González Llorente a prestar un florero que adornaría la mesa principal del agasajo que se le iba a brindar a un visitador que llegaba y que se llamaba Antonio Villavicencio.
Finalmente me enteré de que Emigdio Benítez, cuyo segundo apellido era Plata, había llegado a la lejana, gélida, brumosa y lluviosa capital del país proveniente de su distante pueblo natal, una viceparroquia cercana al cálido y arisco Socorro, aquel Socorro que más tarde será capital del Estado Soberano de Santander cuando este país adopte el sistema federal; aquel Socorro que posteriormente se convertirá en municipio del departamento de Santander cuando se creen los departamentos; aquel Socorro que será capital de la provincia Comunera, cuando aún existan las seis provincias de Santander (no “las ocho”, como a cierto sector político se le ocurrió empezar a decir hace algunos años, con bandera de ocho estrellas incluida y que todavía ondea por ahí en ciertos clubes, en uno que otro edificio público y en el entorno de algunos despistados); aquel mismo Socorro donde diez días antes del 20 de julio de 1810 ya había estallado un levantamiento popular contra los abusos españoles y se había suscrito un Acta de Independencia de la que nunca se habla. Levantamiento en el cual tomó parte, por supuesto, el joven revolucionario Emigdio Benítez.
En memorable discurso pronunciado en la sede de la Academia Colombiana de Historia el 19 de julio de 1956, el respetado historiador socorrano Horacio Rodríguez Plata rememoraba que el patriota Benítez, a quien llama “maestro de próceres”, “Nació en la viceparroquia de Nuestra Señora de la Salud del Páramo, cercana a la ciudad del Socorro, en enero de 1766, y fue el segundo de los hijos del matrimonio del doctor José Antonio Benitez y Uribe v de doña Teresa Plata y Alvarez, ambos descendientes de gentes hidalgas avecindadas en tierras de Girón y del Socorro y vinculadas a la fundación de aquellas dos históricas y populosas villas en los tiempos del virreinato de la Nueva Granada” (“Emigdio Benítez, maestro de próceres”. En: Boletín de Historia y Antigüedades. Volumen XLIII. Bogotá. 1956. pág. 422).
Empero, si se pretende abordar la vida del prócer paramuno Emigdio Benítez Plata hay que subrayar de entrada cuál fue su posición política durante los hechos del 20 de julio de 1810 en Santafé.
Y es que al relatar los sucesos que dieron nacimiento a la Primera República (despectivamente llamada la Patria Boba) suele confundirse el papel de unos con el de otros y entremezclar a todos los personajes involucrados en los acontecimientos como si hubiesen tenido una idéntica postura ideológica. Pero no: en el contexto fáctico de lo ocurrido, el cual debe incluir no sólo el 20 de julio como tal, sino también los días subsiguientes, la historia oculta pone de presente a quien hurga dentro de ella que en realidad desde el primer día, esto es, desde el 20 de julio mismo, hubo dos posiciones claramente antagónicas.
Una postura, la conservadora, entendió el movimiento como algo exclusivo de la élite criolla en defensa de sus intereses. Esta postura en ningún momento pretendió desconocer al virrey. Fue esta la posición que terminó imponiéndose y ello explica el por qué no solo en ninguna parte de la famosa acta se habló de independizarse, y antes por el contrario expresamente se reconoció la autoridad de Fernando Séptimo, el rey de España (en aquellos momentos prisionero de las tropas francesas que bajo Napoleón Bonaparte habían invadido el territorio español), sino que además como presidente de la Junta Suprema finalmente elegida fue designado nada más ni nada menos que el mismísimo virrey.
Otra muy distinta, en cambio, fue la posición asumida por un sector radical. Este sector abogó desde el comienzo por la independencia y consiguientemente por el derrocamiento y encarcelamiento del virrey. Pues bien: de este sector radical formó parte Emigdio Benítez.
La celebración oficial del 20 de julio se ha centrado siempre tan solo en ese día, en el 20 de julio de 1810, desechando los significativos hechos acaecidos en los días posteriores, principalmente el encarcelamiento del virrey y el confinamiento de la virreina. Pero no: la confrontación entre las dos posiciones extremas que surgieron aquel mismo día del estallido se hará tan fuerte durante los días subsiguientes, que terminará hasta con el encarcelamiento del mismísimo José María Carbonell, nada menos que el prócer bogotano que prácticamente salvó del fracaso el levantamiento popular del 20 de julio gracias al entusiasta trabajo político que realizó en los barrios humildes de Bogotá, como San Victorino, y a su irrupción, al frente de la multitud que había logrado aglutinar en esos sectores populares, en la plaza principal santafereña, una plaza donde el fervor inicial del mediodía, cuando se suscitó la premeditada revuelta frente a la casa de José González Llorente, ya hacia el anochecer había decaído de manera ostensible, pese a los llamados del orador charaleño José Acevedo y Gómez a no desfallecer. Valga subrayar que a Carbonell no lo mandan a la cárcel las autoridades españolas, sino ¡vaya paradoja! las propias autoridades criollas que se han tomado el poder, dicho sea de paso gracias a él.
Pero volviendo a nuestro prócer paramuno, hemos de decir que su existencia terminará en el fatídico 1816, cuando será fusilado en la Huerta de Jaime (hoy en día Plaza de los Mártires), en una Santafé otra vez bajo el dominio español y sujeta a lo que se conocerá en la historia como el Régimen del Terror, aquel tenebroso estado de cosas impuesto por el general español Pablo Morillo, quien llegará a estas tierras con las claras instrucciones de recuperar la autoridad del rey Fernando Séptimo sobre ellas e imponer de nuevo, y por consiguiente, la presencia de las severas autoridades virreinales provenientes de la metrópoli.
Emigdio Benítez habrá sido hasta entonces, entre otras cosas, bachiller del Colegio San Bartolomé, abogado de la Real Audiencia, profesor en el mismo Colegio San Bartolomé de próceres como el general Francisco de Paula Santander, miembro del Congreso de las Provincias Unidas, firmante de la Constitución de Cundinamarca de 1812, gobernador del Socorro y coronel de los ejércitos patriotas.
Cuando esté parado frente al pelotón de fusilamiento próximo a recibir la mortal descarga, tendrá 50 años de edad.
Hay quienes dicen, sin embargo, que en realidad nació mucho después de 1766 y que por consiguiente en esos momentos tenía muchos menos.
Área metropolitana de Bucaramanga, miércoles 23 de julio de 2025

AGRADECIMIENTOS : El autor expresa sus agradecimientos al talentoso ilustrador y caricaturista santandereano Pedro Jesús Vargas Cordero (“Pietro”) y al Dr. Adrián Serrano Prada, joven y distinguido abogado rosarista santandereano, por su amable y valiosa colaboración.
ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro del Colegio Nacional de Periodistas. Credencial nro. 2014026 del CNP. Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.