“Nos tratan de ignorantes y subdesarrollados
porque nos destruyeron.
Arrasaron las raíces
y los frutos de la cultura de América
(El Dorado en sabiduría), y nos negamos
a sobrevivir con la cultura del asesino:
la razón y el fusil.
Fundieron nuestros dioses en monedas de oro.
Nuestros templos los convirtieron en bancos.
Nuestros palacios en burdeles del poder tirano.
¡Monstruosa iniquidad!
Los blancos dominadores forjaron las cadenas,
silenciaron nuestros cantos cósmicos
y condenaron al fuego del olvido la deidad
que custodiaba el destino
y guiaba nuestros pasos por el astro: ¡la esperanza!
En su avasallamiento salvaje nos secaron
las fuentes de la tradición y la trascendencia,
y nos forzaron a sangre y fuego
a la deserción de nuestro ser. Mutilaron nuestros sueños.
Cuando aullábamos de sed,
se nos dio a beber en los cántaros secos del código penal y el evangelio romano:
el saqueo de los vándalos del alma, la feroz
Inquisición, teología de bárbaros.
Éramos reyes y nos volvieron esclavos.
Éramos hijos del Sol y nos consolaron
con medallas de lata.
Éramos poetas y nos pusieron a recitar
oraciones pordioseras.
¡Éramos felices y nos civilizaron!
¿Quién refrescará la memoria de la tribu?
¿Quién revivirá nuestros dioses?
¡Que la salvaje esperanza siempre sea tuya,
querida alma inamansable!”.
‘Éramos felices y nos civilizaron’. El eterno Aliocha, a quien leía en ‘Última página’, su columna en la revista Cromos, cuando yo tenía 10 añicos de edad; gonzaloarango con su buen fundamentado nihilismo.