Acerca del mal vecino y de otras fuentes generadoras de violencia. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

Definitivamente, en este país nunca habrá paz mientras no se solucionen tres problemas cada vez más crecientes: primero, el fenómeno social del mal vecino; segundo, el abuso de la posición dominante; y tercero, la percepción social de falta de autoridad.

Y es que basta observar los últimos hechos de sangre para concluir que detrás de ellos lo que hay es una constante actitud hostil hacia el otro y una permanente búsqueda de la supremacía sobre los demás a través de la agresividad, la amenaza y la violencia.  Pero también, la asombrosa inercia del Estado.

EL MAL VECINO

No debe creerse que el problema del mal vecino es exclusivo de las comunas pobres, de los barrios marginados, de aquellos asentamientos subnormales donde los desposeídos, en lugar de unirse con civismo y solidaridad para entre todos luchar por salir adelante, lo que hacen es matarse unos con otros por estupideces como la de que alguno se pasó una cuadra de la zona hasta la cual podía llegar. Porque ese es, en el fondo, dicho sea de paso, el problema actual en los sectores más empobrecidos: que en lugar de concebir el mundo como algo anchuroso, ilimitado y repleto de oportunidades para todos, se le percibe parcelado en zonas diminutas más allá de las cuales lo único que hay son las profundidades insondables del infierno.

No. El fenómeno del mal vecino también se da silvestre en sectores urbanos aparentemente privilegiados, donde uno supondría que viven o se desenvuelven laboralmente, con sus negocios, tiendas, almacenes u oficinas personas de alto o de mediano nivel cultural, económico y social.

Asómense ustedes, pongamos por caso, a una de esas llamadas “asambleas de copropietarios” en cualquier conjunto residencial o en cualquier condominio comercial  y podrá apreciar cómo no han transcurrido dos minutos de iniciada la sesión cuando ya comienza a sentirse en el aire un perturbador olor a tormenta.

EL ABUSO DE LA POSICIÓN DOMINANTE

Por todos los lados crecen los casos de abuso de la posición dominante: el que está en mejor posición abusa del que está en una posición de desventaja. Por ejemplo, el arrendador abusa de la posición desventajosa de sus inquilinos para hacer con ellos lo que le viene en gana. Por ejemplo, el que tiene un potente equipo de sonido abusa de sus vecinos aturdiéndolos y obligándolos a escuchar lo que a él se le antoje escuchar. Por ejemplo, el conductor de vehículo automotor abusa de la posición desventajosa y frágil del peatón para reventarle los tímpanos con la bocina y obligarlo a correr con prontitud de atleta si no quiere sufrir las consecuencias de que le eche el carro encima.

LA INERCIA DEL ESTADO

El Estado, llamado constitucionalmente a poner el orden, a desarmar los espíritus, a cortar de raíz todo conato de injusticia, de abuso o de violencia, a preservar la paz y, por ende, a precaver cualquier asomo de guerra, a apoyar a quien está ganándose el pan con honradez, a poner en cintura al agresivo, al desafiante, al patán, al abusador, lo que exhibe es un lamentable movimiento de paquidermo, incompatible con la agilidad y energía con que debe actuar siempre la autoridad en pos de evitar la perturbación del orden público o de restablecerlo donde aparezca turbado.

Quizás las autoridades de policía, que son a las que acude, obviamente, el ciudadano que ve agredidos sus derechos, pongamos por caso, un sábado en la noche, sabedor, como es natural, de que ese día y a esa hora ya están cerradas las dependencias de la Alcaldía Municipal y los juzgados, no son debidamente preparadas por sus superiores acerca de cuáles son sus verdaderas facultades y cuáles son los límites de su misión, y entonces uno observa a los agentes de la institución dudar tanto y demorarse tanto en actuar, que ahora sí entiende por qué hizo carrera aquella vieja convicción de que la policía solamente llega cuando ya se han ido los ladrones o cuando lo único que puede hacerse ya es proceder a recoger los cadáveres.

Claro que como hoy en día, dicha tarea no es del resorte policial, la policía llega cuando lo único que puede hacer es llamar a la Fiscalía para que venga a hacer las diligencias con base en las cuales abrirá una investigación. Posiblemente, otro sumario más, de los millones y millones de sumarios inútiles que atestan las atiborradas dependencias de ese ente oficial y que casi siempre terminan en un mohoso archivo, al que conduce esa confusa y dañina mezcla de la prescripción y la negligencia.

LA CRECIENTE PATANERÍA COLECTIVA: ¿QUIÉNES TIENEN LA CULPA?

Para comprender lo que está ocurriendo hoy, es decir, en pleno siglo XXI, cuando uno supone que ya hace mucho tiempo el ser humano dejó la oscuridad de la caverna y la definición de sus diferencias a punta de mazazos y gruñidos, debe reflexionarse acerca del papel que vienen cumpliendo en este grave proceso de degradación social quienes están llamados a servir como faros orientadores de la opinión pública y como instrumentos al servicio del proceso educativo que necesita toda sociedad.

Reflexionarse acerca del papel, pongamos por caso, de los medios de comunicación.

No es sino escuchar el lenguaje que utilizan al aire los locutores de emisoras con profundo arraigo popular, esas que uno se ve sometido a escuchar cuando el infortunio lo obliga a subirse a un taxi al mando de algún maleducado, de los muchos que se tomaron un gremio que otrora era decente y respetable. O no es sino sentarse unos minutos frente a esa escuela de violencia, delincuencia, ordinariez y patanería en que se convirtió nuestra televisión nacional, conducida ahora por enfermos morales que en seguida de un noticiero en el cual muestran las imágenes de colombianos asesinados y de familias sumidas en el llanto, dan inicio a la última telenovela dedicada a exaltar lo peor de esta sociedad desbarajustada. O no es sino ojear la primera página de esos diarios escabrosos que se venden y se compran como pan caliente y que nuestro pueblo consume con la misma avidez con que consume el aguardiente y el chisme.

Empero, tampoco son solo los medios de comunicación los culpables. La falta de urbanidad (una asignatura que a algún cerebro fugado de la NASA y al servicio de nuestro Ministerio de Educación se le ocurrió suprimir) se pone en evidencia con los vallenatos o las rancheras a todo volumen en pleno Viernes Santo o a la hora en que el desgraciado vecino, acaso enfermo de migraña, trata de conciliar el sueño.

Claro que capítulo especial merecen otras muestras de la patanería generalizada que se está apoderando de Colombia. Patanería generalizada que es hoy en día la principal fuente de violencia, pero de la que, infortunadamente, nunca se habla en los llamados procesos de paz.  En efecto, fenómenos crecientes como el hecho de que los dueños de perros hayan cogido los parques, las zonas verdes y hasta los andenes para que sus mascotas defequen; o como el exceso de velocidad en las vías urbanas y aun dentro de los condominios por parte de automovilistas y motociclistas; o como la contaminación por humo que, con el mayor desparpajo, generan conductores de automotores y motocicletas; o como la desafiante apropiación de lo ajeno,  son agresiones constantes a la paciencia de una ciudadanía que, debido a la indiferencia que percibe en el Estado ante sus clamores, cada vez se siente más esquilmada cuando tiene que pagarle impuestos.

Por supuesto, todo no puede imputársele a Policía. Ni siquiera al Estado. No, al menos en su integridad. Mucho menos en su génesis.

Y es que hechos como los que vienen sacudiendo el alma atribulada de nuestra gente tienen su origen en la familia y en la escuela.

Desde luego, tanto va al cántaro el agua, que al fin se rompe. Cuando después de un abuso, y de otro, y de otro más, se desencadena, finalmente, la violencia, y con ella la sangre, la muerte, la viudez y la orfandad, ello no es sino el detonante final del calvario que han padecido quienes, por fin, reaccionan.

Ojalá el Estado colombiano y la sociedad colombiana entiendan algún día que la rama del derecho más importante de un país es, precisamente, la que aquí es tenida como la menos importante: el Derecho de Policía.

 

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