
Con la llegada del mes de diciembre retorna la proximidad de las festividades asociadas a las postrimerías del año.

En primer lugar, viene en camino la tradicional víspera de la fiesta de la Inmaculada Concepción, esto es, la “Noche de las velitas”.
En efecto, en la noche del 7 de diciembre, y como homenaje a María, figura excelsa de la cristiandad (en la medida en que fue nada más ni nada menos que la madre terrenal de Dios-hecho-hombre), el pueblo católico de Colombia prende frente a sus hogares velitas y faroles para iluminar la noche y hacer que las luces le sirvan de mágico marco a su respetuosa y cariñosa devoción mariana, a sus oraciones, a sus manifestaciones de gratitud y a las peticiones que a Ella se le hacen.
Al día siguiente, 8 de diciembre, que es propiamente el día de la festividad, se enarbola en las casas de las familias católicas la bandera blanca y celeste de la Inmaculada Concepción.
Hasta hace unos años esos dos eran exclusivamente los colores de la bandera mariana, pues la bandera como tal era blanca y la engalanaban unas cintas de color celeste. De un tiempo para acá, sin embargo, a la bandera original se le empezaron a imprimir imágenes multicolores representativas de María hasta que finalmente desapareció casi por completo la tradicional bandera blanca y celeste, que durante años, lustros y décadas fue el símbolo de la devoción mariana en esta particular festividad.
La mayoría de la gente ignora por qué se habla de la Inmaculada Concepción de María. En términos sencillos, se tiene como dogma de la Iglesia católica, apostólica y romana el que María fue concebida sin la mancha del pecado original. Es decir, para los católicos María fue inmaculada desde su concepción misma.

Después de esta tradicional y hermosa festividad, el pueblo católico colombiano da inicio, el 16 de diciembre, a la tradicional “Novena de aguinaldos”.
Durante esos nueve días rememoramos inevitablemente la época de nuestra infancia y de nuestra adolescencia, pues en aquellos años existía la para nosotros emocionante costumbre de llevar a cabo el rezo de la novena cada día en una casa distinta, aunque en ocasiones todas las nueve noches se hacía la novena en la misma casa, que bien podía ser la nuestra, o la de una familia allegada a nuestros afectos. Sea donde fuere, al final de cada jornada los anfitriones servían una merienda muy sencilla consistente en una copa de vino (que podía ser Oro Viejo, Martini, Cinzano, Sansón, Gancia o Moscatel Llanero) y unas galletas (que podían ser La Rosa, Noel o La Aurora). Ello, excepto para los niños, a quienes en lugar de la copa de vino se les daba un vasito de gaseosa. (Hipinto, por supuesto).
La novena terminaba el 24 de diciembre en la noche y al finalizar el rezo correspondiente a ese día nuestra madre, o la persona anfitriona donde se estuviese celebrando, ponía en el pesebre la figura representativa del Niño Dios. En los días anteriores, si bien se había elaborado el pesebre, el Niño Dios aún no era ubicado en este, porque con su ausencia se representaba la expectativa por su nacimiento. Hoy en día se coloca el Niño Dios en el pesebre desde el momento mismo en que este se elabora, por consideraciones de carácter artístico, pues se dice que lo que se quiere hacer es una representación del nacimiento de Jesús. Cualquiera de las dos opciones nos merece el mismo respeto. Lo importante es que, más allá del también tradicional arbolito de Navidad, de los renos, del Papá Noel, de las luces, etc., los católicos elaboren el pesebre. Es una tradición latina iniciada por san Francisco de Asís y que debemos preservar.

Simultáneamente con la celebración de la novena, durante esos nueve días, se jugaban entre los amigos y vecinos los aguinaldos.
Uno de los juegos de aguinaldos más recordados consistía en “preguntar y no contestar”: los participantes se formulaban entre sí preguntas sin que el interrogado pudiera responder, pues si lo hacía perdía y entonces el interrogador le reclamaba de inmediato “mis aguinaldos“.
Otro de los juegos de aguinaldos memorables era el de jugar al “sí” y al “no”. En este juego el participante sorprendía al otro descuidado y le hacía una pregunta que obviamente tenía que responder con un “sí” o un “no”, según el caso, y si el despistado participante caía en la “trampa” y respondía “sí”, o respondía “no”, cuando lo que tenía que responder era lo contrario, perdía y el otro le reclamaba “mis aguinaldos”.
Por ejemplo, Juan y Luis estaban jugando al “sí” y al “no”, de modo que Juan tenía que responder siempre “sí”, mientras que, en cambio, Luis siempre tenía que responder “no”. La “trampa” consistía en que Juan le preguntaba a Luis, por ejemplo, si acababa de pasar el bus, cuando en efecto había pasado, y Luis obviamente contestaba que “sí”, cuando lo que tenía que contestar era que “no”. Por el contrario, Luis trataba de hacer caer en la “trampa” a Juan preguntándole lo mismo, a sabiendas de que el bus no había pasado, y este respondía que “no”, cuando debía contestar que “sí”.
Además de preguntar y no contestar, o de responder “sí” o “no”, se jugaba otra modalidad de los aguinaldos consistente en sorprender al jugador contrario con una suave palmada en la espalda, por supuesto si se le cogía descuidado.
Había otros juegos de aguinaldos como la “pajita en boca”, los “tres pies” y el “dar y no recibir”. En el primero, los participantes tenían que mantener dentro de su boca una pajita, pues en cualquier momento alguno de los jugadores lo podía sorprender diciéndole “pajita en boca” y el sorprendido tenía que sacar la lengua y exhibir la pajita sobre ella o de lo contrario perdía y el otro le reclamaba “mis aguinaldos”. El “tres pies” consistía en que a alguno de los jugadores, que estuviese de pie con las piernas ligeramente separadas (lo cual era prácticamente inevitable), lo sorprendía otro llegándole por detrás y metiendo uno de sus pies a ras de piso en el espacio de separación de las dos piernas del jugador desprevenido. Si lograba hacerlo le decía “mis aguinaldos”. En el de “dar y no recibir” cada jugador trataba de sorprender a otro entregándole alguna cosa y este debía negarse a recibirla. Era frecuente que un jugador bajara la guardia y que, olvidándose de que estaba participando en el juego de los aguinaldos, recibiera las llaves, o los vueltos, o una carta. Los premios eran sencillos: un helado, una invitación a cine (por lo general al Teatro Unión), o una suma muy pequeña de dinero, generalmente en monedas.

El 24 de diciembre en las horas de la noche salíamos a lucir nuestro estreno, si era que lo había. Era seguro que se adquiría en alguno de los almacenes del pasaje Cadena, o del pasaje Aurelio Martínez Mutis, ambos ubicados en el centro de la ciudad. Recorríamos entonces las calles del barrio, donde se estaban quemando martinicas, volcanes o fósforos de luces, obviamente con el cuidado necesario para no resultar quemados con pólvora.
En las casas se ponían a sonar los correspondientes discos navideños, con música de villancicos o canciones tropicales. Particularmente recordamos el coro “La Pandilla Navideña”, de Lía y Amparo Molina, una agrupación antioqueña de niños cantores a quienes les escuchamos cantar por primera vez en la vida los emblemáticos villancicos, entre ellos la popular canción “Tutaina”. En cuanto a las agrupaciones tropicales, evocamos a Los Caporales del Magdalena, Los Corraleros de Majagual, Los Golden Boys, Los Teen Agers, Los Ocho de Colombia, Hugo Blanco, Los Hispanos, Los Graduados, Los Black Stars, Los Melódicos, la Billo’s Caracas Boys, Los Blanco, Los Univox, Orlando y su Combo, Los Éxitos, La Playa, Los Hermanos Martelo, Los Claves, etc.
El 25 de diciembre, por supuesto, sacábamos a relucir el regalo que nos había traído el Niño Dios. Lo de Papa Noel, o Santa Claus, o simplemente Santa, fue una importación cultural que llegó después.

Posteriormente venía, el 28 de diciembre, la celebración del “Día de los inocentes”.
Esta festividad, que en realidad rememoraba la horrorosa matanza de niños ejecutada por orden del rey Herodes, de la que se salvó el Niño Jesús, porque un ángel le avisó a José que debía emigrar junto con su familia a Egipto, terminó convertida en un día de chanzas, en desarrollo de las cuales quien le quería gastar una broma a su vecino, o amigo, o compañero de estudios, le daba una noticia, buena o mala, pero en todo caso generadora de gran sorpresa, y cuando el otro daba señales de haberse afectado, positiva o negativamente, con la buena nueva o la mala noticia, se le decía entre risas “páselo por inocente“.

Días más tarde venía la víspera de Año Nuevo, y entonces otra vez había estreno, aunque no siempre, y la inevitable cena con tamal, chocolate, queso, pan, y eso sí, las habituales doce uvas que le ponían a uno en un plato pequeño para que se las comiera, con la advertencia de que dizque por cada uva tenía el derecho a pedir un deseo para el año venidero.
Una costumbre que empecé a observar años más tarde fue la de algunos vecinos que a la medianoche del 31 de diciembre le daban la vuelta a la manzana portando una maleta dizque porque de esa manera se aseguraban de que el año venidero viajarían, por lo general al exterior.

El primero de enero era un día más bien aburrido, en el que algunos vecinos todavía daban un trasnochado saludo de Año Nuevo, saludo que, entre otras cosas, se prolongaba a lo largo de los días subsiguientes, al punto de que no faltaba el despistado que todavía en febrero estaba deseándole a uno “feliz año”.

El 6 de enero era el “Seis de Reyes” y entonces había por lo general un paseo al río. En aquel entonces aún íbamos al río Suratá, que muchos ignoran que realmente es el río de Bucaramanga. Y es que todavía hay uno que otro despistado que se sorprende cuando uno le dice que Bucaramanga tiene río.
Otro río al cual se hacía el respectivo paseo del “Seis de Reyes” era, obviamente, el río de Oro, en el por entonces colonial, apacible y hermoso Girón.
(CONTINUARÁ)

ILUSTRACIÓN: La adoración de los pastores. Óleo sobre lienzo. Pieter Paul Rubens. 1608.
ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander. Miembro del Colegio Nacional de Periodistas. Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Miembro del Colegio Nacional de Abogados. Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.