Nuestro portal publicó tres entregas sobre el poeta santandereano Aurelio Martínez Mutis, dentro de la serie titulada “Los Mutis”. Accediendo a las sugerencias y solicitudes que nos han hecho sobre la conveniencia de facilitar su búsqueda en Google por parte de quienes estén interesados en conocer acerca de su vida y obra, hemos decidido reunir aquí las tres entradas bajo el nombre completo del poeta. ¡Bienvenidos!
NOTA DEL PORTAL: José Celestino Mutis Bosio, sacerdote, médico, astrónomo, botánico, geógrafo y matemático, director de la Expedición Botánica, fue el primer Mutis que llegó de España a estas tierras. Vale la pena anotar que vino traído como médico personal del virrey.
José Celestino convenció a su hermano Manuel para que también se radicara aquí.
Manuel Mutis Bosio se casó en Girón con María Ignacia Consuegra.
Además de Sinforoso y Micaela, y de otros hijos más, en el seno del hogar conformado por Manuel Mutis Bosio y María Ignacia Consuegra nació Facundo Mutis Consuegra.
Facundo se casó con Antonia Amaya Castillo, unión de la cual nació en Bucaramanga, el 12 de marzo de 1807, Manuel Mutis Amaya.
Manuel contrajo matrimonio, en segundas nupcias, con Dolores Villafrades Vega.
De la unión entre los dos anteriores, nació Elena Mutis Villafrades.
Elena Mutis Villafrades se casó con Pedro Martínez Ordóñez.
Y fue de este matrimonio, el de Pedro Martínez Ordóñez con Elena Mutis Villafrades, que nació, en Bucaramanga, el 7 de setiembre de 1884, Aurelio Martínez Mutis.
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LOS MUTIS (II). El Poeta (I)
Por Óscar Humberto Gómez Gómez.
Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander.
[A Clarita y Robertico Villamizar Mutis, con afecto]
Para el año 1913, en París, la luminosa capital de Francia, la revista “Mundial” irradiaba por Europa la luz de la poesía y la literatura bajo la dirección del excelso y famoso poeta nicaragüense Rubén Darío.
La revista convocó a un concurso internacional de poesía. Lo que se buscaba era encontrar la mejor poesía escrita en lengua castellana. El exigente jurado calificador lo integraban el propio Rubén Darío, el eximio poeta mexicano Amado Nervo, el gran cronista, novelista, crítico literario y periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, el preclaro poeta y novelista español Ricardo León y Román, quien el año inmediatamente anterior había sido elegido nuevo Miembro de Número de la Real Academia Española de la Lengua, y el insigne catedrático de Literatura Española de la Universidad de La Sorbona Ernest Martinenche.
Cuando se esperaba que el triunfador fuera quizás algún rapsoda europeo, de entre los más de quinientos participantes, quien resultó premiado con el primer puesto fue un joven colombiano de 29 años llamado Aurelio Martínez Mutis, quien a pesar de que ya venía destacándose en su tierra natal como hacedor de hermosos versos y había ganado otros importantes concursos de poesía, vivía en la más absoluta pobreza en una pieza de inquilinato ubicada en la actual calle 15 entre carreras 12 y 13 del centro de Bogotá, en ese entonces llamada Calle del Carnero.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS. Diez años atrás, es decir, para el año 1903, Colombia era un país arruinado por la reciente Guerra de los Mil Días. Estados Unidos, presidido en esos momentos por Teodoro Roosevelt, estaba vivamente interesado en la construcción de un canal en el istmo de Panamá que uniera los océanos Atlántico y Pacífico y les ahorrara a sus barcos la vuelta que tenían que dar hasta el sur del continente para poder pasar de las aguas de un océano a las del otro. Con tal fin, se celebró un tratado, el Herrán-Hay, pero el Senado colombiano no lo ratificó por considerarlo lesivo para los intereses nacionales. Entonces, los norteamericanos atizaron una idea perversa, que ya germinaba en algunos dirigentes del departamento del istmo: la de que Panamá se separara de Colombia y ya como país independiente firmara el tratado y lo ratificara. Así, Norteamérica podría construir tranquilamente el canal y beneficiarse de él de manera indefinida y en condiciones altamente ventajosas. Se fraguó, entonces, una conspiración contra nuestro país, que culminó en noviembre de 1903 cuando el departamento de Panamá sorprendió al gobierno nacional, presidido por José Manuel Marroquín, con el anuncio de que se separaba de Colombia. El gobierno nacional, tratando de controlar la situación, que se le salía de las manos, envió a Panamá a los generales Juan B. Tovar y Ramón G. Amaya, al mando del Batallón Tiradores, conformado por 400 hombres, para reforzar las tropas colombianas acantonadas en Panamá bajo el mando del general boyacense Esteban Huertas, a quien pensaba relevar del cargo por sospechas sobre su lealtad. El batallón llegó a tierra panameña el 3 de noviembre, justamente el día para el cual estaba programada la revuelta separatista. Pero el general Huertas ya para entonces se había vendido a los conspiradores por 25.000 dólares. La compañía del ferrocarril, igualmente, estaba involucrada. Por ello, esta se negó a transportar a las tropas desde Colón a Panamá, por lo cual se decidió que los generales Tovar y Amaya viajarían solos y las tropas quedarían al mando de un coronel. El traidor general Huertas hizo arrestar a los dos generales. Conocido el arresto de los oficiales colombianos, estallaron los motines callejeros. Estados Unidos fondeó ocho naves de guerra en las costas panameñas. La superioridad militar de Estados Unidos, país que advirtió que atacaría al nuestro si intentaba someter con el Ejército a los sublevados, hizo que a Colombia no le quedara más opción que aceptar la pérdida de su preciado departamento y que sus tropas regresaran a Bogotá. El 18 del mismo mes de noviembre de 1903 se firmó entre Estados Unidos y Panamá el tratado Hay-Buneau Varilla que posibilitó la ansiada construcción del canal por los norteamericanos.
La separación de Panamá, tan pronto se produjo, generó en Colombia un fuerte sentimiento nacionalista y una gran hostilidad contra los Estados Unidos.
EL POEMA. Conforme hemos anotado, el joven poeta santandereano Aurelio Martínez Mutis sorprendió a propios y extraños cuando en aquel 1913, apenas diez años después de la dolorosa desmembración territorial sufrida por el suelo patrio, participó en el importante concurso internacional de poesía organizado en París, como queda dicho, por la prestigiosa revista “Mundial”. Pero los sorprendió más cuando fue proclamado ganador absoluto del concurso. Y los sorprendió todavía más cuando se supo que el poema con el que había ganado el certamen era uno titulado “La epopeya del cóndor” y que constituía una voz de protesta latinoamericana precisamente contra la descarada intervención de los Estados Unidos en la separación de Panamá una década antes. Sorpresa aun más grande, si se tiene en cuenta que aquel joven y rebelde poeta era un distinguido militante del Partido Conservador.
El fuerte sentimiento antinorteamericano, nacionalista y latinoamericano que bullía a lo largo y ancho del país hizo que esta poesía se convirtiera en la más popular del momento, fama que habría de acompañarla durante los años venideros.
Nuestro portal, comprometido en la recuperación de la memoria histórica y del legado cultural santandereano, no puede menos que exaltar la obra literaria que fue, a lo largo de muchos años, bandera del arte poético en Santander y en Colombia, emergida de la pluma de un Mutis, de nuestro hoy olvidado Aurelio Martínez Mutis. Por eso, forzoso resulta insertar aquí el texto completo de “La epopeya del cóndor”.
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VOCABULARIO:
Como se trata de una poesía antigua, pues data de hace un siglo, y el poeta manejaba un lenguaje de refinada exquisitez, consideramos conveniente insertar antes un pequeño lexicón que precise el significado de algunos de los vocablos empleados en ese entonces por el vate santandereano.
Epopeya: poema extenso que narra hechos heroicos, históricos o legendarios. Conjunto de poemas que constituyen la tradición épica de un país o de una época. Conjunto de esos hechos gloriosos. Acción que se lleva a cabo con grandes dificultades y padecimientos. Cimera: que remata por lo alto una elevación. Umbría: lugar que, por su orientación, siempre permanece en la sombra. Columbrar: atisbar, vislumbrar, ver de lejos. Amianto: silicato de contextura fibrosa. Doblón: moneda de oro española. Inmoble: inmóvil. Vestiglo: monstruo horrible creado por la imaginación. Ingente: muy grande. Histrión: actor, farsante. Veste: vestidura, vestido, traje. La Idea: la unidad política latinoamericana, idea atribuida generalmente a Simón Bolívar, aunque su precursor fue Francisco Miranda. Oceano: licencia poética por “océano”. Molicie: blandura, comodidad excesiva en la manera de vivir. Cármenes: versos, especialmente los latinos. Opimos: ricos, fértiles, abundantes. “Quizá por influencia de “óptimo”, palabra con la que “opimo” no tiene ninguna relación, es frecuente la falta de ortografía de acentuar esta palabra en la “o” inicial”. (Moliner). Cohorte: Unidad del ejército romano base de las legiones. Luisiana y La Florida: estados norteamericanos que fueron adquiridos por Estados Unidos a Francia y España mediante el pago de dinero. Lexington: Lugar donde se inició, con la Batalla de Lexington, la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Epinicio: Himno triunfal o canto de victoria. Eclosión: Abrirse un capullo, una crisálida o un huevo para dar paso a la flor, a la mariposa o al ave. Landa: Llanura extensa de tierra no apta para el cultivo. Doctrina Monroe: “América para los americanos”. Granítico: de granito o semejante a esa roca. Bastión: Baluarte, fortaleza. Momotombo: volcán nicaragüense. Rodrigo de Triana: Marino de La Pinta que primero avistó tierra el 12 de octubre de 1492 y lanzó el consiguiente grito de”¡Tierra! ¡Tierra!”.
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LA EPOPEYA DEL CÓNDOR
Por Aurelio Martínez Mutis
“¡Oh, Tiro, orgullosa, con tanta gloria y riquezas:
tus navegantes han tocado en todas las costas,
y ahora las olas del mar van a alzarse contra ti;
un viento impetuoso te precipitará en medio del abismo.
En el día de tu ruina, tus riquezas, tu comercio,
tus negociantes, tus marineros, tus pilotos,
tus hombres de guerra y ese pueblo que llena
tus asambleas, caerán contigo”.
Ezequiel, XXVII, 1-8.
Sobre el flanco del monte
meridional, cuya cimera umbría
parece que interroga al horizonte,
ensayaba un polluelo
el plumón de sus alas, para el vuelo
débiles e inexpertas todavía.
Brisas recién despiertas
llegaban hasta él; por la rosada
inmensidad que se abre en lejanía,
como enorme y sangrienta llamarada,
la aurora en el Oriente aparecía.
Ansiosa de pillaje,
un águila llegó; batió en la roca
el ébano ruidoso del plumaje
e hincó la garra en la inviolada y fina
carne de aquella juventud; inerte
la víctima cayó. La niebla andina
cubrió el horror de la tragedia.
Mudo pasó el tiempo después, pero la muerte
vencer la sangre juvenil no pudo.
Fue propicia espera. Aquel polluelo
era un cóndor, en su pupila ardía,
como un gran cofre millonario el cielo,
blanca gorguera en derredor bordaba
su cuello, cual blasón en que se veía
la estirpe regia, prestigiosa y brava,
y aptos eran sus músculos de bronce
para romper en la serena altura,
a golpes de ala el huracán. Entonces,
surgió el recuerdo rojo de su obscura
niñez, y del altísimo peñasco
voló. Al pasar, doblaron la cabeza
cien volcanes, cubiertos con su casco
de fuego; era un tributo a la grandeza
de aquel emperador. En la penumbra
indecisa y lejana del otero,
súbitamente al águila columbra
absorta en devorar tierno cordero
que robara a un pastor; el ala tiende,
cruza como un meteoro el infinito,
y a su enemiga en el festín sorprende
con un radiante y victorioso grito.
Y fue la lid salvaje, el ansia sorda
que estalla hecha tumulto, la filuda
garra contra la garra, el pico fuerte,
el aletazo, la agresión sañuda,
el encono ancestral que se desborda
y condena a la fuga o a la muerte.
Rendida al fin, entre la niebla muda,
huyó el águila olímpica…
Un poeta,
pequeño como el átomo, infelice,
pero grande y vidente porque canta
de pie sobre América, predice
la epopeya del pueblo,
que crece y se agiganta,
como el viejo profeta que el desastre
anunció de la orgullosa Tiro:
¡Oh, Titán soberbio, yo te auguro
la ruina; es tu grandeza
un opulento roble
de ramas fuertes y rotundas,
pero un gusano ha puesto en sus raíces
la justicia de Dios…
Hacia las zonas
donde duerme la América Latina
en molicie sensual, sobre coronas
de laureles antiguos, se encamina
una falange de colosos. Traen
nervios de amianto y músculos de acero,
en cada rostro la expresión felina,
de donde gotas sudorosas caen,
hay un rojizo resplandor de forja
y el gesto de un altivo aventurero,
que es un conquistador. Entre su alforja
henchida tras titánica porfía,
desbórdase un torrente de doblones,
tumultuoso y soberbio, que podría
comprar a cien Naciones,
cual si fuesen menguada mercancía.
Ellos sacaron de la férrea mina
la fuente de agua negra y luminosa,
en dos partieron la extensión marina,
encerraron en lámina divina
la palabra, con mano portentosa,
dieron al labrador armas mejores,
haciendo el fluido eléctrico fecundo,
la noche constelaron de fulgores,
multiplicaron discos y motores,
al aire dieron trenes voladores
y hablaron con los términos del mundo,
y bajo la ambición que los empuja,
cual si retar quisiesen a la brava
nube que en hoscos ímpetus revienta,
a los cielos alzaron una aguja
diamantina e inmoble, donde clava
sus flamígeros rayos la tormenta.
Un sueño de grandeza y poderío
en sus cabezas flota. Es la avalancha
que se desborda desde el Norte frío
hasta el confín de Magallanes.
Mancha de aceite multiforme
que avanza y crece, y cual si mengua fuera
ya del hombre triunfar, quiere el Coloso,
que no temió de Camoens los vestiglos,
despedazar con su martillo enorme
la gigantesca barrera
que formaron los siglos,
y rompiendo esas moles seculares
habrá de hacer, ingentes y profundos,
un idilio de amor entre dos mares
y una cita de hierro entre dos mundos.
Pero pocos han sido
herederos de Washington, el noble,
el patriarcal, el austero ciudadano
que alzara ayer con majestad de roble
el pendón del derecho americano.
Huyó la santidad de esa bandera,
y junto al haz de olivos de su escudo
el dragón que hoy impera
las fauces abre amenazante y mudo.
Hijos de los famosos bucaneros
son los imperialistas, herederos
de William Walker, el audaz bandido,
maestro insigne de estupendos robos
que a Nicaragua penetró seguido
de sus marinos lobos,
y entonces comprendió que cuando vela
por su techo y por sus hijos, la gacela
puede hacerse león. Son los traidores
tentáculos del pulpo que hoy flagela
y oprime, y chupa, en lentos torcedores
a ese inerme país. Son los hermanos
de Vernón, que al sitiar la Heroica Villa
con su corsaria flota,
huyó ante los rugidos soberanos
del León de Castilla,
y supo en su vergüenza y su derrota
que un soldado de España no se humilla
porque sabe morir. Son los histriones
del Tío Sam, que a la Antilla codiciada
le negaron los dones
que le ofreciera la latina espada,
y soñaron con burdas ambiciones
trocar su magna libertad por una
muelle y dorada servidumbre un día,
creyendo que el cubano vendería
el ideal que lo arrulló en la cuna!
Ellos, los nuevos bárbaros, fijaron
en el hogar vecino sus anhelos,
ávidos como Atila, penetraron
en la patria de Hidalgo y de Morelos,
y tras lid sin igual, lid sin decoro
de niños aplastados por gigantes,
ellos, los hijos clásicos del toro,
hicieron un festín de sangre y oro
con las rojas entrañas palpitantes.
Y oro y sangre también, sangre que canta
la vida, y oro espléndido de soles
bebieron en la herida sacrosanta
abierta en los dominios españoles.
Fue entonces nuevo heraldo
de la raza vencida, la figura
primitiva y fastuosa de Aguinaldo:
con un último gesto de locura,
cuando, con la actitud del que despoja,
a las Islas llegó la gente extraña,
al cinto puso la luciente hoja,
clavó en las cumbres su bandera roja
y cayó como el roble en la montaña!
Pero llegó a su colmo la medida:
ahogando en el alud de la materia
a la víctima incauta y sorprendida,
el jayán de la feria
compra al traidor en la almoneda obscura,
falta a la fe con imperial cinismo
y hunde a un pueblo indefenso en el abismo
de la más espantosa desventura.
Ante ese gran dolor, crucificado,
mudo, impotente, inextinguible y solo,
al crimen se han alzado
himnos de admiración de polo a polo.
Al villano que roba en el camino
-hambriento acaso- cuélgase el grillete
brutal del salteador y el asesino,
y al ladrón de naciones
que oculto en la emboscada del bufete
y amparado por barcos y cañones
llena a un pueblo de lágrimas y luto,
a ese le da las palmas del tributo
la Civilización! Clama y protesta
el idioma español, que no se presta
para hacer del honor pasto y vitualla
y pregona que es ésta
la Civilización de la canalla.
Concierto de abyección, verdugo listo
que al reo aclama y vilipendia a Cristo!
El código social fustiga y mata
a quien roba a un hogar casta doncella,
y hoy que todo lo noble se atropella
cúbrese de laureles al pirata
que hurtó a Colombia su mejor estrella!
Ella al infame castigar no pudo;
sobre las playas que el Caribe azota
recogió los pedazos de su escudo,
y sin doblar un punto la rodilla,
mostró su veste ensangrentada y rota,
pero limpia de fango y de mancilla.
Ante ese cuadro lívido,
que apenas el pincel a rasgos traza,
pálido centinela clamorea
y habla a los horizontes de la Raza,
de pie sobre la torre de la Idea.
Es la voz de la Unión. En el sosiego
de la noche pretérita y distante,
tal como un bronce que tocara a fuego,
habla el Libertador. Ya en el cuadrante
que la impasible eternidad espía,
sonó la sollozante
hora de su tremenda profecía.
Y es forzosa esa unión, dique y cimiento
para un haz de Repúblicas. En vano
irá a buscar exótico elemento
el hijo de la Loba y del Hispano;
la raza buscará cada fragmento
como busca la gota el oceano.
Mas, ¿qué son los ardientes
gritos ante la ola despeñada?
Espíritus videntes
predican paz y anuncian la llegada
del Titán que, cortando las ortigas
de nuestros viejos odios carniceros,
desatará las prósperas espigas
como un río de oro en los graneros.
¡Honor y gloria para Sancho! ¡Brote
de la prudencia suma,
guía, escudo y sostén de Don Quijote!
¡Olvidemos la pluma,
la espada y los orígenes proceros,
durmamos en molicie musulmana
el sueño de los brutos, y mañana
cuando atrapen los cármenes opimos
de la heredad, los burdos mercaderes,
tendremos que llorar como mujeres
lo que guardar como hombres no supimos!
Arde el fuego sagrado del honor
en el templo del Pasado;
jamás podrán vestir con la librea
con que visten el lacayo y el eunuco
los que fueron leones de la Idea
en Puebla, y en Junín, y en Chacabuco.
Es preciso vencer. No es ilusoria
la voz que da la juventud florida;
la pampa inmensa a laborar convida,
quien ganó las batallas de la gloria,
puede ganar también las de la vida!
Despertando vigores
y arrojando en el surco la simiente,
se acercan los latinos sembradores,
y van bizarramente
al Coloso lanzando un desafío
bajo el suntuoso pabellón del Arte,
de Chocano el apóstrofe bravío,
el arpa inmensa de Rubén Darío
y el verbo rudo y redentor de Ugarte.
Es hora de las grandes odiseas,
una bandada lírica de ideas
despierta al continente adormecido
y hace poner de pie sus avanzadas,
como el brusco graznido
de las aves sagradas
que poniendo las lanzas y rodelas
en manos de la itálica cohorte,
avisó a los dormidos centinelas
que llegaban los bárbaros del Norte!
Es preciso luchar, romper la infanda
noche, hacer fecunda la procera
y alta lección que la altivez nos diera
en la patria de Sucre y de Miranda,
y en la cuna de O’Higgins y Carrera.
Trabajo es libertad. Nuestro destino
es oro en el filón; para el Latino
el secreto del triunfo está fincado
en ser obrero y a la vez soldado,
en romper a lo largo del sendero
la valla con el filo del acero
y el surco con la reja del arado.
Pueblo que fue en la fragua modelado
no es el híbrido pueblo que en su aurora
compra trozos de patria en el mercado.
Quizá el ceñudo traficante ignora
la sangre ilustre en Lexington vertida:
al atar la Luisiana y la Florida
a su carroza de brillantes ruedas,
en lugar de un puñado de su vida
dio tan solo un puñado de monedas!
Fue el astro del Derecho en su epinicio,
sol de invierno, tardío e incoloro,
que apenas dio su resplandor propicio
cuando humeó el sangrante sacrificio
ante las aras del becerro de oro,
como aborto imposible, surgió una
república imperial, tras el prodigio
de lid recia y gigante cual ninguna,
el hombre negro redimido al cabo,
a par del gorro frigio
siguió llevando el hierro del esclavo.
Y en tanto que esa hondísima gangrena
camina en las entrañas del Coloso
y para breve plazo lo condena
a caer con estrépito espantoso,
la savia nueva, generosa y rica
que nos dieran ayer nuestros mayores
abajo el tronco nutre y fortifica
y arriba salta en eclosión de flores!
La libertad las almas señorea
y es todo libre, en monte y en llanura,
desde el boa monstruoso que en oscura
landa, la presa espía y se recrea
en su banquete de siniestras galas,
al colibrí pequeño, miniatura
del arco iris, flor que juguetea,
rayo de sol sobre columpio de alas.
De nuestra casa bajo el amplio techo
hallan el pan y el vino,
junto al pendón sagrado del derecho,
el indio, el ruso, el sirio, el africano,
y es porque encierra el ideal latino
todas las ansias del linaje humano,
como contiene el caracol marino
la voz, la inmensa voz del oceano.
Monroe lanzó su fórmula colérica
y ambigua, como un reto hacia la Europa,
Sáenz creó nuestra divisa: “América
para la Humanidad”. Bulle en su copa
la vida. La esperanza es una estrella
que conduce a la Tierra Prometida
las caravanas de emigrantes; ella
renueva la resaca empobrecida,
palpita en un compás grave y profundo
y hasta la extremidad más apartada
lanza toda esa vida desbordada,
como si fuese el corazón del mundo!
La raza está de pie. Como un vigía
que vela en los graníticos bastiones,
el Momotombo enciende sus fanales,
y como los tupidos escuadrones
de un ejército en marcha que, triunfales
pendones lleva y al combate guía,
se enfilan en la turbia lejanía
los Andes con sus cumbres inmortales.
Viene de la llanura
la fragancia otoñal que da la siembra
en sazón ya. La Tierra es una hembra
que ha dado a luz. Como la hostia santa,
incendiando los cielos se levanta
el sol del Porvenir. El azul pleno
canta: es el mismo luminar sereno
que alboreaba en el pálido infinito
cuando, desde las velas españolas,
se alzó, jocundo y poderoso, el grito
de Rodrigo de Triana
que anunció la epopeya americana
entre el estruendo salvaje de las olas!
Aurelio Martínez Mutis
Bogotá, 1913.
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EL HOMENAJE EN EL TEATRO COLÓN, EL SABOTEO Y LA RESPUESTA DEL POETA.
Con la corona de laurel ceñida sobre sus sienes, el poeta, quien curiosamente había de ir a morir cuarenta años más tarde (1954) precisamente en París, la luminosa capital francesa donde obtuvo este galardón internacional, recibió felicitaciones por parte de figuras prominentes de la poesía, como Guillermo Valencia, y en la gélida y brumosa Bogotá, de donde era inquilino, se le preparó un merecido homenaje, en solemne acto nocturno y de gala que se llevaría a cabo en el Teatro Colón. Sin embargo, periodistas de la capital de la república, inconformes con que el premio se le hubiese otorgado a un poeta provinciano, y máxime a alguien que no pertenecía a la élite social bogotana, y fieles a esa tradición infortunada del centralismo a ultranza y socialmente discriminante, que solo ve virtudes y merecimientos en los capitalinos pudientes, pretendieron sabotear el acto. A Martínez Mutis “se le salió el santandereano”, y “se le salió el Mutis”, y entonces, en aquella natural reacción de legítima defensa que conduce a que la persona ilustre injustamente atacada saque a relucir sus pergaminos, respondió airado, pero también desencantado y triste, las críticas y los ataques de que era objeto rememorándoles a sus detractores y saboteadores del homenaje que se le brindaba -o haciéndoselo saber- de qué estirpe provenía y en qué concepto, en cambio, los tenía a ellos. Lo hizo, por supuesto, con versos, más específicamente con un tríptico poético, con tres duros sonetos. Los mismos con los que hoy cerramos esta segunda entrega acerca de los Mutis, la primera sobre nuestro preclaro bardo, y con los cuales volvemos a deleitarnos, una vez más, trayendo al presente la vena poética de un santandereano ejemplar, de un verdadero hijo ilustre de Bucaramanga, de un Mutis que hizo honor a su apellido, de alguien que con su pluma supo poner los puntos sobre las íes dejando en claro que era pobre, pero que también era digno.
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Nos parece conveniente insertar los tres sonetos por separado y precisar el significado de algunas de las expresiones usadas en cada uno de ellos por el rapsoda bumangués hace un siglo.
En el primer soneto, el poeta se refiere a las duras condiciones en que ha vivido, la luz esperanzadora que le significan las oraciones de su señora madre, y el triunfo que él, y con él las letras colombianas, han obtenido más allá de los mares.
VOCABULARIO:
Covacha: Habitación pobre y oscura. El poeta no niega las condiciones paupérrimas en las que vive. Por el contrario, muestra que así es más meritorio su contundente triunfo. Atenas de la América española: se refiere a Bogotá y, por extensión, a Colombia.
“Espantosa miseria me oprimía,
pasaban y pasaban los laureles,
con su verde relámpago, en las crueles
noches sin luz de la covacha fría.
Sonaba ya sus roncos cascabeles
la desesperación, pero tenía
en continua oración dos manos fieles:
las blancas manos de la madre mía!
Invoqué a Dios para vencer. El Arte
llevó otra vez mi lírico estandarte
más allá de los tumbos de la ola;
y hoy ha mostrado en el mundial concierto
que es clásica mi pluma y que no ha muerto
la Atenas de la América española!
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En el segundo soneto, el poeta rememora toda la persecución de la que ha sido objeto, los naturales sentimientos de desprecio que ello le ha generado hacia la condición mezquina y envidiosa del ser humano, pero advierte que no odia a la humanidad, pues concluye que no toda ella muestra esa misma condición moral, ni que a sus envidiosos detractores les teme.
VOCABULARIO:
Gayos: vistosos, alegres, adornados, engalanados. El poeta resalta el lujo de los salones donde se desenvuelve la vida de los magnates. Zoilo: Hombre que critica con malevolencia las obras ajenas. La palabra deriva del nombre de un gramático de Alejandría que era crítico detractor de Homero, de Platón y de otros grandes autores de la Antigüedad. Jarales: sitio de vegetación muy espesa e intrincada. Por extensión, asunto muy enredado o complicado.
Desde el magnate que en salones gayos
mora, hasta el zoilo maldiciente, hostiles
me lanzaron, con ímpetus febriles,
múltiples, recios y encendidos rayos,
porque yo no sabía los desmayos
torpes, el gesto amable de los viles,
el tortuoso andar de los reptiles,
ni la genuflexión de los lacayos.
Aunque una horrible decepción me inunda,
odiar la pobre humanidad no puedo.
Ese humano lodazal, la charca inmunda
en cuyos jarales no me enredo,
me inspira a veces compasión profunda,
y a veces asco…pero nunca miedo!
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En el tercer y último soneto, el poeta saca, ahora sí, a relucir sus pergaminos, les espeta a sus detractores quién es él y quiénes son ellos, y al final los deja ignorados a la vera del camino mientras él sigue adelante con su vida de triunfos literarios nacionales e internacionales. Este es el soneto que mejor retrata su altivez de santandereano pobre, pero digno y orgulloso de ser quien es.
VOCABULARIO:
Blasón: abolengo noble. El poeta les enrostra a sus críticos y saboteadores de dónde procede, es decir, les advierte que no se confundan, que su pobreza es solo económica, pero su señorío se lo da el ser quien es y provenir de donde proviene. Abyección: bajeza, vileza, ruindad. Acto innoble, despreciable, rastrero, mezquino, cobarde. Hampones: en el sentido de la poesía, bravucones. Círculo: en el sentido de la poesía, medio social, ambiente social, entorno social. Mediano: en el sentido de la poesía, mediocre, carente de brillo, que no sobresale. Rastacuero: Ricachón inculto, ostentoso y grosero. Con la expresión “hampones de círculo mediano y rastacuero“, el poeta quiere decir, pues, que el grupo que está detrás del saboteo a su homenaje en el Teatro Colón está conformado por personas adineradas, pero carentes de cultura, vale decir, por patanes con plata, que solo se destacan gracias a la extravagante ostentación que hacen de su dinero. Mesnada: Grupo de personas al servicio de alguien. El poeta se refiere a que el grupo de sus detractores y críticos está al servicio de personajes ocultos que no soportan su éxito. Lebrel: perro de caza.
Sangre ilustre palpita en mis blasones,
luz la ciencia le dio, temple el acero,
gloria mil veces grande mis canciones,
nobleza el porte cívico y austero.
No sabe el caballero de abyecciones,
por eso le han negado al caballero
el agua, el pan y el fuego esos hampones
de círculo mediano y rastacuero.
Reírme puedo ya de la mesnada.
A Colombia, adorable y adorada,
una corona universal destino,
y aunque ladren y ladren los lebreles,
junto una rama al haz de mis laureles
y prosigo indiferente mi camino”.
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[CONTINUARÁ]
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NOTA DEL PORTAL: José Celestino Mutis Bosio y Manuel Mutis Bosio se vienen de España, inicialmente el primero, como médico del virrey, y luego el segundo, convencido por aquel, y se establecen en territorio santandereano. Ambos ejercen la minería en lo que hoy es Soto Norte, al norte de Bucaramanga. José Celestino no deja descendientes, pues su condición sacerdotal lo obliga al celibato. Manuel, en cambio, se constituye en el tronco común de los Mutis. Del hogar formado por Elena Mutis Villafrade y Pedro Martínez Ordóñez nace Aurelio Martínez Mutis, quien llega a ser un reconocido poeta colombiano. Pero su vida no será color de rosa. Cuando muera en París, el jueves 25 de febrero de 1954, habrá sido un hombre admirado por unos, pero odiado por otros; habrá sido un poeta premiado en concursos nacionales e internacionales, y coronado en imponente ceremonia celebrada en el Teatro Santander, pero de quien sus detractores hablarán y escribirán con acentuada hostilidad; habrá sido, en fin, uno de los poetas más famosos del siglo XX, pero que terminará sumido en el olvido. Sin embargo, hasta ahí no llegará el encono en su contra y la controversia sobre su obra y su vida. Ya muerto y prácticamente relegado al olvido, el nombre de Aurelio Martínez Mutis será revivido por algunos, pero solamente para hacerlo objeto de nuevo de una implacable persecución. Otros, en cambio, rememorarán sus versos y su parábola vital para exaltarlo como uno de los grandes exponentes de las letras en nuestra comarca.
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LOS MUTIS (III). El Poeta (II)
Por Óscar Humberto Gómez Gómez.
Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander.
[A Clarita y Robertico Villamizar Mutis, con afecto]
Los triunfos literarios que fue cosechando, a Aurelio Martínez Mutis también le fueron generando enemigos. Enemigos que no fueron capaces jamás de reconocerle méritos como poeta o que se los restaron con críticas acerbas, que echaban mano de todo, desde la falta de claridad sobre a qué escuela poética finalmente pertenecía (pues parecía pertenecer a todas y no parecía pertenecer a ninguna) hasta la de que se había dedicado a una religiosidad más digna de un cura que de un poeta y a exaltar el amor que le profesaba a su mamá, sentimiento que, para fastidio de sus adversarios, en él lucía cada vez más acentuado a medida que pasaban los años.
No faltó, desde luego, el enfoque político destructivo. Tanto de los de derecha, que lo consideraron un izquierdista infiltrado en las filas conservadoras, como de los de izquierda, que lo reputaban un derechista católico y godo. Los poemas que le dedicó al partido político al cual pertenecía y a figuras prominentes del mismo produjeron, como era de esperarse en una sociedad tan intolerante como la colombiana, una tormenta de ataques personales que pretendió hacer trizas su poesía con argumentos más inclinados a mostrar la verdadera catadura de un poeta “revolucionario” que había pasado de “La epopeya del cóndor” a hacerle versos a la Virgen María, que a valorar verdaderamente la riqueza de su prolífica obra literaria. Esta visión miope del aeda santandereano, que no es sino una expresión más de la visión miope que se tiene de la poesía en general, carece -desde luego- de fundamento y se cae por sí misma. Pero es que, además, aquellos parcializados críticos pasaban por alto —o se hacían los que pasaban por alto— que el mismo año de “La epopeya del cóndor”, poema contra el imperialismo norteamericano, fue el de “La epopeya de la espiga”, poema de exaltación de la Sagrada Eucaristía, y que el bardo bumangués, en el fondo, nunca dejó de ser el mismo católico convencido de las bondades de su religión, el mismo hispanoamericano convencido de la grandeza de España, el mismo conservador ortodoxo, el mismo buen hijo admirador de su mamá, el mismo cantor de la tierra nativa, el mismo Aurelio Martínez Mutis que nunca dijo que fuera revolucionario, ni siquiera liberal, sino que, simplemente, dedicó su pluma a la defensa y exaltación de lo que él creía bello y justo.
RETAZOS POÉTICOS
La poesía de Martínez Mutis termina abordando los más diversos temas.
El amor filial, por ejemplo. Elena Mutis Villafrades, su progenitora, pierde el sentido de la vista cuando supera los noventa años. Su hijo escribe el poema “Rosas blancas” y lo remata con los siguientes versos:
“Cerca de un siglo, heroica, y amante, y sin sosiego,
dio fe y ejemplo a todos, y a nuestro hogar dio fuego.
Ya nada ven sus ojos…mas, ciega y afligida,
es gloria de una raza su ancianidad vencida.
Rosas blancas, dejadme tejer una corona
que mi niñez restaure, de pájaros vestida,
para ceñir sus sienes, que el tiempo desmorona
y perfumar con ella la tarde de su vida!”
En procura de rebuscarse el pan, el poeta entra a trabajar en el taller de linotipia de un periódico chileno, luego de arribar a Chile como culminación de un largo y penoso viaje por mar. Allí observa las condiciones difíciles de sus compañeros de trabajo. A pesar de ello, y como siempre, conserva intactas tanto su altivez como su religiosidad y es cuando escribe el poema “A un compañero de taller“:
“Manchas de aceite y negras quemaduras
nos dejó la labor, pero la frente
está limpia, radiosa de blancuras,
y es blanco nuestro hogar, más que el Oriente.
Y pues sabemos de combates fieros
y de olvidos, rebeldes ante el yugo
que infama, no seremos pordioseros
de la honra, ni esclavos del mendrugo.
Evocando al idílico artesano
de Nazareth, cuyo taller sencillo
honró un Niño adorable en cuya mano
se embelleció el serrucho, y el martillo,
tendremos todo: la conciencia en calma,
perfumadas de amor las amarguras,
sonrisa en la mujer, fe en las alturas,
pulcra la mesa y jubilosa el alma“.
Su espíritu ecológico, la comunión entre el hombre y el medio ambiente que lo rodea, y su concepción universal, cosmopolita y errabunda de la vida, al mejor estilo de Diógenes, quien se sentía “ciudadano del mundo”, se evidencia en poemas como “Tedium vitae“:
“He sido en todas partes extranjero,
pero en todas sería ciudadano,
porque soy hombre, y porque soy hermano
del gusano, del aire y del lucero.
Tengo en la paz del alma mi sendero,
pero en los juicios del comercio humano
hay que venderle el alma al usurero
o perecer en el empeño vano.
Cantando en patria ajena sin fortuna
hago un poco de patria en cada una.
Porque soy libre, pienso en cosas grandes,
y es mi alma, obligada a lo imposible,
triste como la cumbre inaccesible,
orgullosa y azul como los Andes“.
En torno a la compleja y contradictoria personalidad de “el cura de Bucaramanga”, el poeta escribe, en “El braserillo de plata“:
“Es dos veces curandero
—de yerbas y de doctrina—
el Padre Eloy Valenzuela,
luz de su feligresía.
Cuando pasó, el año trece,
el General por la villa,
velas con gran devoción
a “San Fernando” ponía;
pero cediendo terreno
su reciedumbre realista,
asimismo a “San Simón”
otras velas encendía.
Le pone el huésped glorioso
una burlesca apostilla,
y que el credo de la América
ha de abrazar, profetiza.
Hoy ya la heroica grandeza
le embargó todas las fibras;
y el que ganó sus coronas
en cien batallas horrísonas
sabe por esa victoria
que el laurel de más valía
es el amor de las almas
que sólo el alma conquista“.
En 1913, en la dura Bogotá donde sobrevive por aquel entonces, Martínez Mutis observa, por supuesto con ojos de poeta, el drama humano de la niñez humilde, del niño que desde corta edad debe sumergirse del todo en las durezas cotidianas del trabajo callejero. Entonces, tomando como epígrafe un verso del poeta Julio Defrancisco (“Y entre el gentío se escurre con su cara negra de bola“). [“Bola: Betún para el calzado”], escribe “La canción del embolador“, sensible y hermoso poema que termina con los siguientes versos:
“Al caer de la noche, vivaz y arisco,
al cuarto en donde tiene a su madre sola,
como en el gran soneto de Defrancisco
se escurre con su cara negra de bola.
En las grietas del muro silba la racha,
y sobre la aspereza de los jergones
se duerme en el silencio de la covacha
después de haber rezado sus oraciones.
Y sueña que la dulce Virgen María
extendiendo en la sombra sus manos bellas,
le da, como en un cofre de sedería,
el caudal millonario de las estrellas!“.
Como es de suponerse, el poeta también le canta al amor. Así, por ejemplo, cuando ya ha abandonado su residencia en Santiago de Chile y la ha fijado en Madrid / España, le llega una carta de alguien. Se trata de una mujer infelizmente casada, que cree ver en él la salida a su desdicha. La respuesta es, desde luego, poética. “Mensaje inalámbrico” es el título de aquellos versos, los últimos de los cuales son los siguientes:
“Hay que callar para que se oiga el trino.
No hay que hacer ruido en la nocturna calma.
Llegó un pájaro azul, raro y divino
que está cantando en la mitad del alma.
Y una misma ansiedad nos encadena
con un lazo espectral, de polo a polo,
pues si estás triste tú por ser ajena,
yo estoy triste también porque estoy solo!”.
Y compone también madrigales. Como este, por ejemplo:
“Con la nostalgia de labrar un fino
madrigal, un tributo peregrino
de fragancia y de amor, busqué en mi anhelo,
para ensalzar tus ojos ideales,
sinfonías de luz, cromos del cielo
y temblorosas rimas siderales.
Mas hallé mi ilusión pobre y menguada
cuando en la gloria azul del mediodía
vi que otro inmenso firmamento había
más hermoso que aquél, en tu mirada;
y tan sólo colmara mis antojos
al darme tú la inspiración, María,
al darme tú la luz, y así le haría
un madrigal al cielo con tus ojos!”.
Martínez Mutis le cantó a todo. A la Patria colombiana, por ejemplo, con ocasión de la fiesta del 20 de julio de 1910, centenario del Acta de Independencia:
“Naciste ¡oh Patria!, y desde entonces nada
más que el dolor, la sangre y los vaivenes
trágicos se divisa en tu jornada;
grande es tu historia, y sin embargo vienes
llorosa y triste, exangüe y enlutada;
estás en la plena juventud, y tienes
hilos de plata en las marchitas sienes
y arrugas en la faz desencajada.
Hoy vives del ayer. Mas la memoria
de tu preclara estirpe y de tu gloria
a veces ¡ay! tu postración alegra;
pues cerca ya del espantoso abismo,
tu aliento surge del desastre mismo
como el diamante de la roca negra!”.
O a la presencia del Hacedor, que se refleja en la inmensidad de las aguas:
“Ya la noche sus fúnebres plumones
bate sobre los límites postreros.
El viejo mar despierta en los playones
música de invisibles marineros.
Cielo y agua confunden sus linderos,
y así quedan, en mutuas vibraciones,
el cielo estremecido de canciones
y el agua salpicada de luceros.
Se alza la Cruz Austral sobre la altura;
en la gran misa negra, la figura
habla en misterioso simbolismo.
El trópico hecho lira resplandece,
y ardiendo ya en la inmensidad, parece
que Dios se está asomando en el abismo”.
O al encanto de la niñez, cuando con el poema “Romance de oro y plata” le responde a la pequeña y aguda cumplimentada de diez años que, al verle su pelo completamente blanco y percibir su sensibilidad y ternura, lo llama “el niño de los cabellos plateados”:
“Dulce amiguita, en la flor
amable de tus diez años:
tienes razón, y es muy linda
la frase que has inventado:
es verdad, yo soy el niño
de los cabellos plateados.
Porque juego con las nubes,
porque juego con los astros
que en el espejo del río
son como trompos fantásticos
que bailan llenos de música
y que se duermen bailando.
(…)
Dicen que el mundo da vueltas;
yo en carrusel lo he trocado,
y mientras buscan el oro
ansiosos los hombres prácticos,
yo prendo en mi carrusel
colombinas, dromedarios,
sierras nevadas de azúcar
y caballitos de palo,
y al son de inefable música
giro y giro, y ando y ando,
y sé que son ellos los locos
y yo, el niño, soy el sabio.
Sé que las cosas del mundo
son un tejido de engaños,
que son mentiras las guerras,
que los amores son falsos,
polvo de arroz las bellezas,
hipotecas los palacios,
tahures los alguaciles,
mendigos los millonarios.
Mientras yo, prudente, doy
mis batallas con soldados
de plomo, que son invictos
y tan valientes, que cuando
caen heridos de muerte
por un certero disparo
del cañón que arroja un chorro
de confites incendiarios,
vuelvo a ponerlos de pie
y ellos prosiguen impávidos
peleando como leones,
siempre el fusil apuntando
y en el puesto de peligro
heroicamente clavados.
Preguntas por qué voy solo
y que por qué no me caso…
(…)
Pues bien: juego al casamiento,
y con las nubes me caso,
y me caso con las olas,
y a las mujeres a ratos
las quiero mucho, y después
las olvido, porque es claro
que todo pasa en el mundo
como el tiempo va pasando,
y al ver la ola y la nube
fugitivas, en su encanto,
pienso que es el matrimonio
muy bueno, pero muy largo.
(…)
Sí, soy niño, y cuando lloro,
en trovas cambio mi llanto,
y en pedrerías de luna
para ofrecerte el regalo
de un collar precioso, digno
de tu cuello de alabastro.
(…)”.
Y, como es obvio suponerlo, le cantó a su tierra, a su departamento de Santander. Así lo hizo, por ejemplo, en su “Canción de García Rovira“:
A la música colombiana también le compuso versos. He aquí los de “El pasillo“:
“Aunque no sea muy cierto,
ya me está entrando una gana:
decir que tuvo el pasillo
su cuna en Bucaramanga.
Y es que ya tenga su origen
del Orinoco en las aguas,
o en las quiebras del Tolima
o cerca del Tequendama,
en parte alguna resuena
con más honda resonancia
y más divino sollozo
y más queja enamorada,
que debajo de aquel cielo
que al de Nápoles iguala,
cuando al volver las parejas
de El Cacique o La Malaña,
después de bailar seis horas
seguidas en la parranda
y comer miel de trapiche
y chupar jugo de caña,
un dulce cansancio inunda
al par el cuerpo y el alma,
allá tras de Palonegro
el crepúsculo se apaga,
y en la orquesta de bandolas,
de tiples y de guitarras
se alza cálido el pasillo,
mezcla de risas y lágrimas,
y al Oriente, sobre el dorso
de La Judía lejana,
se entreabre la luna llena
como un estuche de nácar.
Es el pasillo un pedazo
de tierra santandereana
y hay una cesta de frutas
escondida en su tonada:
tiene el licor de la piña,
la crema de la guayaba,
las hilachas del zapote
y las copas de la guama;
hay en él carne de nísperos
y pomarrosas y champas,
y frescuras de badea
y cintillos de granada:
y, como nota soberbia
de la indígena abundancia,
tiene la pulpa riquísima
del mango, criollo monarca,
emperador de las frutas,
festín de gloria y fragancia
que, parecido a la boca
de la mujer adorada,
ríe en el fleco del sol,
nos provoca entre las ramas,
y cuando al fin lo cogemos
para besarlo con ansia,
el apetito traiciona
a las fórmulas urbanas,
y el beso se hace mordisco
de púrpura ensangrentada!
El pasillo es algo nuestro
y es bien raíz, aunque anda;
es bien inmueble, adquirido
con escritura sagrada:
lo bailó el Libertador
con las nativas muchachas
entre picantes requiebros,
madrigales y humoradas;
y el héroe oyó sus acordes
en las tardes sosegadas,
tras la clásica merienda
a la hora de las ánimas,
en que, buscando reposo
a la oreja, fatigada
por el brutal clamoreo
que venía desde Ocaña,
el palique requería
dando una tregua a la espada,
para dar tema al famoso
Diario de Bucaramanga”.
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UNA PERSECUCIÓN QUE SE PERPETÚA
Pero no se crea que la andanada crítica destructiva contra el poeta santandereano se circunscribió al 1913 de “La epopeya del cóndor” y de su resonante triunfo literario en el gran concurso internacional de poesía de la revista “Mundial”. No. Esa andanada nunca disminuyó con el tiempo; antes, por el contrario, con el paso de los años aumentó. Incluso hoy en día, cuando Aurelio Martínez Mutis lleva de fallecido más de medio siglo, sus detractores siguen apareciendo por doquier. La Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, por ejemplo, publicó, ayer no más, en plenos años dos mil, una agresiva diatriba contra el ilustre bardo santandereano, firmada ¡vaya novedad! por otro poeta (al menos eso dicen de su recargado autor, ¡vaya coincidencia! bogotano y profesor de literatura en prestigiosa universidad bogotana), artículo que se constituyó, dicho sea de paso, en una de las razones que motivaron al redactor de estas líneas para decidirse a escribir su “Historia de Bucaramanga”, porque aquel virulento ataque contra Martínez Mutis, y lo que, de otro lado, “enseñaban” los sitios de Internet según los cuales el prócer bumangués Custodio García Rovira había nacido en Cartagena, nos indicaron que era tarea de nosotros, los hijos de Bucaramanga, la de rescatar la memoria histórica de nuestra tierra natal y de sus personajes ilustres.
UNA PERSECUCIÓN CON MOTIVACIONES POLÍTICAS
Como anotamos atrás, la militancia política del vate en el Partido Conservador contribuyó, indudablemente, a que los nuevos expositores de la literatura colombiana y universal, marcados por una evidente inclinación hacia la izquierda, cuando no por una franca militancia en sus filas, lo criticaran, hasta la grosería del desconocimiento. Desconocimiento que, a su vez, en burda petición de principio, tomaron como argumento para “demostrar” que Aurelio Martínez Mutis no era, en realidad, -según ellos- un buen poeta. Si lo fuera, -argumentaron- seguiría “vigente”. Como no siguió “vigente”, como fue olvidado, ahí estaba la “prueba” de su escaso valor como poeta. En tal razonamiento se persiste aun hoy en día. Es más: uno que otro de sus detractores se refiere al “vate” santandereano, poniendo la palabra vate entre comillas con propósito claramente irónico, dando a entender que no lo era.
Por supuesto, argumentar el olvido como soporte para afirmar que algo carece de valor es sofístico. La vigencia de algo en el tiempo depende de muchos factores y también de muchos factores depende el olvido. En estos tiempos difíciles para el buen gusto, la propia Poesía, para no ir tan lejos, ha sido marginada. Y, llevando el análisis al extremo, hasta Dios mismo ha sido relegado al olvido y hasta expulsado de las constituciones políticas, donde antes era mencionado como fuente suprema del principio de autoridad y faro de la vida social.
Más bien, hay que subrayar el factor político, que ciega e impide la reflexión serena y, por ende, imposibilita la objetividad.
Y es que, contrario a lo que pudiera pensarse al leer “La epopeya del cóndor”, Aurelio Martínez Mutis, en efecto, era conservador. Conservador, sí, contrario a lo que se piensa incluso en la actualidad e inclusive dentro de las propias filas conservadoras.
Esa activa militancia política, para disgusto de sus críticos, la plasmó, como era lógico, en su poesía.
En el poema “Azul“, por ejemplo:
“Azul
“L’art c’es l’Azur”
Víctor Hugo
(A Laureano Gómez)
Cuando vine al mundo y encontré el destino
pintado en mi frente, como peregrino,
obrero y soldado del verso inmortal,
vi que era radioso y azul mi estandarte
para dar las rudas batallas del Arte
entre el claro-oscuro del Bien y del Mal.
Fue azul la ceniza de bruma y de plomo
que me dijo un día su “Memento homo,
polvo eres y al polvo tendrás que volver”;
por eso en los tiempos futuros, sería
del color del cielo mi melancolía
teñida con luces del atardecer.
Azul, vasto ensueño del monte y del llano,
tanto más hermoso cuanto más lejano,
que da la tristeza sin sombras de esplín,
y la dicha sólo nos da en lo remoto
cuando somos buenos, cuando no se ha roto
el prisma en que el mundo parece un jardín.
Cuajada en zafiros de ilustre cantera,
abracé muy niño la hermosa bandera
que le dio a Colombia doctrina y vigor
y que con un grito de angustias amargas
nació en el tremendo Pantano de Vargas
en el alma misma del Libertador.
“Salve usted la Patria!”, le gritó al Llanero
con voz que se ahonda de otero en otero.
Y entre el claro-oscuro del Bien y del Mal
siguió desflecando sus hilos de seda
en las manos fuertes de Julio Arboleda
y en las del glorioso Leonardo Canal.
Es azul el pájaro que enfermo de amores
nos habla al oído de mundos mejores,
mas, si hacemos ruido se va del vergel.
Gentil cual no hay otras y azul es la rima
de Gutiérrez Nájera, bebida en la cima
de su excelso y blanco Popocatepelt.
Azul de cobalto con niebla infanzona,
el cielo patricio de Nueva Pamplona
a mí y a mi madre nos dio su cordial,
y cuando al mirarlo mi pecho suspira,
desde los Tres Reyes mi madre me mira
llenando la noche de luz celestial.
Es azul la estrella con flecos de plata
que se abre cuando oye la mandolinata
trémula y sentida bajo del balcón,
y es azul el vuelo de las golondrinas
que a anidar retornan dentro de las ruinas
en el cementerio de mi corazón.
(…)
Es azul la orquesta de la marejada
que dio a mi poema su euforia salada;
y así, es mi poema mejor que la espada
pues lleva en sus músicas su propia laurel;
y son de turquesa los roncos chubascos
de eléctricas lumbres, cuando en los peñascos
revienta el galope, sacando en sus cascos
metálicas chispas, mi bravo corcel.
Bella en su imposible, cual la vida mía,
es azul la tarde, que en la lejanía
me da con luceros su coquetería,
no es cuerdo en las manos quererlos tomar:
flores y quijarros tejen el destino,
el paisaje es ancho y el sol diamantino,
la sola belleza la otorga el camino,
la sola ventura la da el caminar.
Fueron pedrerías y fueron bandada
de alondras los ojos de mi bien amada,
y es azul el manto de la Inmaculada
erguida en las nubes de místico tul.
Si es negro el combate y es negro el atuendo
de duendes y brujas que estoy combatiendo,
azul es la insignia sin par que defiendo
y entre tantas sombras, el Arte es lo Azul!”.
Pero, por si alguna duda subsistiera, aquí está, apuntando en el mismo sentido, su poema “Gajo de roble“:
“GAJO DE ROBLE
Al general Pedro Nel Ospina
General, mi montaña te saluda.
Vives, aunque tu voz esté ya muda.
Vives, porque tu sangre trasfundiste
a nuestra Patria vacilante y triste,
y diste, aniquilando la impotencia,
tuétanos de león a tu existencia.
(…)
Seguiremos la ruta que nos marca
tu vida, combatiendo con la charca,
venciendo a la fatiga y al desierto.
Y si a herirnos volviere el torpe fallo
de la opresión tentacular y oscura,
te sacaremos de la breña dura,
saldremos todos al camino abierto
y te pondremos sobre tu caballo:
nuevo Cid Campeador, con tu figura
desgajarás en la visión futura
nuevas victorias aun después de muerto”.
Aparte de la envidia, que no pocas veces guía la mano de los críticos cuando escriben, sin duda que esa abierta y declarada militancia política pesó decisivamente en la hostilidad que hubo contra el rapsoda. La envidia, porque lo criticaron -y lo siguen criticando- “poetas” incapaces de rimar dos versos pareados o de escribir, al menos, versos sin rima, pero sensibles y hermosos. La militancia política, porque la literatura fue otra de las cosas que cayó en manos de un izquierdismo intransigente.
Cada vez que se leen esos desapacibles y recurrentes ataques, sin embargo, vuelven a cobrar vigencia los versos del rapsoda bumangués:
“Os da mi gloria de artista
mucho pesar, os acosa
con amargura biliosa,
os desvela y os contrista.
Es inútil que me embista
el odio oscuro y vulgar:
podéis quitarme el hogar,
el pan, el techo, la miel,
¡pero el brillo del laurel
no me lo podéis quitar!”.
[CONTINUARÁ]
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NOTA DEL PORTAL: Ya los pueblos antiguos celebraban imponentes ceremonias de coronación de sus poetas más representativos. Esa costumbre se mantuvo con el tiempo en diversas naciones del orbe. Francesco Petrarca fue coronado en Italia en abril de 1341. En España lo fue José Zorrilla en 1889. En Inglaterra, fueron coronados Robert Southey, en 1813, William Wordsworth, en 1843, y Alfred Tennyson, en 1850. En Perú, José Santos Chocano en 1922. En Colombia, fueron coronados Rafael Pombo, el 20 de agosto de 1905, y Julio Flórez, este último pocos días antes de morir (14 de enero de 1923). En Santander, el sábado 21 de mayo de 1932 fue coronado Aurelio Martínez Mutis. Otro gran bardo nuestro que iba a serlo, el poeta Ismael Enrique Arciniegas, murió cuando se estaba organizando la ceremonia (23 de enero de 1938). El último rapsoda santandereano que lo fue, el poeta comunista Pablo Zogoibi (Sebastián Antolínez), coronado el sábado 23 de abril de 1966, murió, como los otros, en la más absoluta pobreza. Y es que, en el fondo, se trataba apenas de la colocación de una corona de laurel en las sienes del homenajeado. Empero, para quienes eso representaba el ascenso del poeta a la gloria, la coronación tenía que convertirse -si de por medio estaba el pesar por la gloria ajena- en el detonante de toda la carga de envidia, antipatía y odio que se guardara contra el coronado. Con Martínez Mutis no hubo excepción. Aunque tampoco, claro, faltó quién saliera en su defensa.
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LOS MUTIS (IV). El Poeta (III)
Por Óscar Humberto Gómez Gómez.
Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander.
[A Clarita y Robertico Villamizar Mutis, con afecto]
“Fue víctima de los envidiosos desde su juventud, debido a su carácter independiente, que no le dejaba asistir a las reuniones sociales”. (Héctor M. Ardila. Inés Vizcaíno v. de Méndez. Hombres y mujeres en las letras colombianas).
“BOGOTÁ 1913.
24 de julio de 1913. Alfonso, Rivas, Villafañe, Del Castillo y un poeta extremadamente engreído que se llamaba Martínez Mutis, laureado muchas veces en Colombia y engrandecido recientemente con el Premio Panamericano, de Cádiz, fueron a oír el debate sobre el proyecto de homenaje a Jesucristo que con motivo del inminente Congreso Eucarístico iba a llevarse a cabo en la Cámara de Representantes”. (Tomás González. “Para antes del olvido”, pág. 157).
“El tono “epopeyero” está dado desde allí: se trata de presentar a los colombianos uno de los poetas de más éxito, éste medido por las victorias en concursos de poesía; allí está el heroísmo del personaje, su hazaña; se trata de mantener vivos, al decir del Instituto Colombiano del Petróleo, “sus inmortales triunfos”, “sus inmarcesibles glorias”. Terminología que asume Cacua Prada de entrada, para exaltar la vida “Ejemplar, altiva, meritoria y patriótica” (siempre patriótica) del “aeda santandereano”, teniendo como deber “llevar a las nuevas generaciones los fastos de nuestra tierra”, rememorar a “quien ya está en los cielos” para “beneficio de nuestra tierra nativa”. Con lo cual, queda dicho todo. Esta debe ser la epopeya de Martínez Mutis, pero cantada por el aeda Cacua Prada, que en ello parece especializarse, a juzgar por la reciente epopeya de Germán Arciniegas. Así como Martínez Mutis es el poeta de las conmemoraciones y los festivos, Cacua Prada quiere hacer fiesta y conmemoración nacionales de la imagen del poeta. Pero hay que empezar por decir, volviendo a lo epopéyico, que la idealización del héroe no se logra mediante la exaltación (a qué exaltar -que es enfatizar, alardear— la imagen de lo que naturalmente es, de lo que naturalmente conmemora; si el pueblo colombiano se identifica con los poemas de Martínez Mutis, a qué tratar de ponerlo en su sitio?); la idealización del héroe se muestra (no es que se logre) en el paladeo inteligente de su obra. Pero aquí lo que se ensaya es una biografía antecedente a una antología: la biografía no ilumina la antología ni viceversa, entre otras cosas porque la vida del poeta no resulta tan connatural a sus poemas. ¿No será que lo que le preocupa a Cacua es el olvido en que se tiene a Martínez Mutis? Nunca lo deja entrever, pero, ¿cómo no interrogarse ante ese abandono de las nuevas generaciones (y también de las anteriores, diría yo)? Es claro que a quien le interesa la epopeya no le interesa la disidencia, pero ya es sintomático que el autor no se haya detenido en las numerosas reacciones adversas que provocó el “epolirismo” de Martínez en vida, por ejemplo aquélla escrita en algún diario nacional, a propósito de un nuevo poema de Aurelio Martínez, titulada “La epopeya del ripio”. No. La crítica no tiene cabida en este libro, y sólo se entabla diálogo con la disidencia desde el hecho irrefutable de que Martínez Mutis es un gran poeta, que ha ganado muchos concursos de poesía, que ha hecho suspirar a muchas audiencias, etc. (…) Aunque Cacua Prada no nos aclara de qué manera son virtudes o valores patrióticos la bohemia, la vagancia, el no trabajar para ninguna institución o el cultivo del propio ego”. (Óscar Torres Duque).
“Desde su juventud, Martínez Mutis ha tenido enemigos oscuros y silenciosos, pero implacables. Ellos surgieron por docenas a raíz de su primer triunfo literario. Es lo de siempre, tan humano y tan mezquino. La envidia sorda, que acecha y hiere en la oscuridad, el pesar del bien ajeno, esa cosa miserable que roe como un gusano las conciencias y las sociedades”. (Juan B. Jaramillo Meza).
“La generación de “El Centenario” es una típica generación posmodernista. Los sonetos de José Eustasio Rivera son de corte parnasiano y es parnasiana su excesiva preocupación por la forma; con un lenguaje inequívocamente modernista habla del paisaje llanero. Porque, como ya se dijo, estos poetas, como reacción a la tendencia extranjerizante de los modernistas, tienen un mayor sentido de lo nacional: la “Epopeya del Cóndor”, de Aurelio Martínez Mutis, seguidor del estilo épico impuesto por Darío, es un buen ejemplo de ello. Pero no solo Rivera y Martínez Mutis son posmodernistas, Barba-Jacob a su turno, es también un poeta posmodernista. Reacciona por la vía del romanticismo. Y aquí no debe olvidarse que el modernismo en sus comienzos tuvo una gran carga de romanticismo que posteriormente fue eliminada en parte por Rubén Darío y sus seguidores. Pero, por ejemplo, José Asunción Silva no constituye una reacción contra el romanticismo sino un puente entre esta escuela y las nuevas tendencias. Barba-Jacob con su rebeldía, su voluntad de evadir la realidad, su subjetivismo, el exotismo de sus temas, su atracción por la muerte y además su escritura netamente modernista, continúa en la órbita de esta escuela.
Otro ejemplo de la estética típicamente posmodernista es la poesía de Luis Carlos López. Según el esquema que se ha venido aplicando, López reacciona por la vía del prosaísmo sentimental, de la caricatura. Utiliza el lenguaje modernista para hablar de los pueblos de tierra caliente, de la provincia colombiana, siempre en forma crítica y sarcástica”. (María Mercedes Carranza).
“Se dice que la poesía es para los poetas. En realidad, los poetas son muy selectivos. Cada uno está interesado únicamente en lo suyo, en su falsa gloriola, en su tonta pedantería. Por eso Ciro Mendía no figura, o figura con cuatro líneas equivocadas en las antologías colombianas, que tantos lagarticos suelen albergar, mientras se desestiman poetas como Ciro Mendía o Aurelio Martínez Mutis, a quien se destierra hasta de las bibliotecas públicas porque ya no se lee, de lo cual deducen que nunca más será leído, como si Colombia se fuera a quedar analfabeta indefinidamente. Los libros deben permanecer en las bibliotecas, porque los investigadores los necesitarán. La cultura es patrimonio de todos”. (Jaime Jaramillo Escobar. Preámbulo a la Antología de Ciro Mendía. Universidad de Antioquia. 2001).
“El rasgo característico de su inspiración, como de su idiosincrasia, es el orgullo; un orgullo profundo, intransigente; el orgullo del hombre y del portalira que, asqueado de la vulgaridad humana, se encierra en la torre de marfil del arte (…), y arroja luego las llaves (…) por la ventana”. (Eduardo Castillo).
“La esfera conquistada supera a la mayor parte de los poemas épicos escritos en lengua castellana (…)”. La epopeya de la espiga es “una de las más bellas creaciones de la Musa nacional”. (Rafael Maya).
Podríamos seguir insertando citas para mostrar cuánta controversia se suscitó alrededor de la vida y la obra de Aurelio Martínez Mutis a partir de sus triunfos, de su coronación, de eso que entre los poetas se conocía como “la gloria”. Lo cierto es que la ventura, que lo catapultaba cada vez más como poeta destacado de la primera mitad del siglo XX, también lo alejaba de los círculos dominantes del mundo literario, donde era objeto de la natural envidia, con el agravante de que, en su caso, la envidia se llevó más lejos: hasta el ataque personal y destructivo.
En respuesta a esa atmósfera hostil, una contestación propia de su personalidad, pero posiblemente equivocada, el bardo bumangués se tornaba cada vez más digno y arrogante. Su temperamento polémico y altivo lo llevaba a mostrarse ante sus enemigos como alguien que, muy a pesar de ellos, había logrado alcanzar sitiales elevados dentro de la Poesía, y eso acrecentaba el odio en su contra y el que sus adversarios procuraran, a toda costa, minimizar su importancia. Se formó, pues, un círculo vicioso: mientras más lo atacaban, él más se crecía y se tornaba altivo; y entre más altivo se tornaba, más lo atacaban. No es exagerado afirmar que Martínez Mutis se pasó la vida defendiéndose y respondiendo con altivez a quienes por doquier trataban de eclipsarlo.
Pero más allá de la opinión sesgada y envidiosa que, finalmente, tanto daño terminó haciéndole a su memoria histórica y que lo desterró del sitio que merecía seguir ocupando dentro de la literatura, lo cierto es que Aurelio Martínez Mutis ganó todos los concursos de poesía en los cuales participó. Eso es algo que, como se leyó atrás, se vieron precisados a reconocer sus detractores, así fuera de mala gana. Por ejemplo, con su poema “La religión y la Independencia” ganó en Bogotá, en 1910, el concurso abierto por el Jockey Club con ocasión del primer centenario de la Independencia. En 1912, con su poema “Salve, España gloriosa”, ganó en Cádiz / España el concurso internacional convocado por la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes para celebrar el centenario de las Cortes gaditanas. En 1913, con su poesía “La epopeya de la espiga” ganó en Bogotá el concurso convocado con motivo de la celebración del Primer Congreso Eucarístico Nacional. En 1913, con un tríptico poético sobre Simón Bolívar, ganó, otra vez en Bogotá, el primer premio de los Juegos Florales Nacionales. En el mismo 1913, con “La epopeya del cóndor”, ganó el ya mencionado gran concurso internacional convocado por la revista “Mundial” de París / Francia. En 1920, con su gran poema “La esfera conquistada”, ganó en Punta Arenas / Chile el primer premio del concurso internacional convocado para conmemorar la gesta épica de Fernando de Magallanes. En 1921, en Santiago de Chile, con su poema “Vendimia de amor”, recibió por aclamación el laurel del triunfo en el Congreso Mariano Panamericano. En 1941, en Bucaramanga, su tierra natal, ganó el concurso abierto con motivo de los V Juegos Atléticos Nacionales.
No deja, por ello, de ser curioso, para decir lo menos, que mientras su poesía mereció el reconocimiento de figuras egregias de la misma Poesía y, en general, de la Literatura, como Rubén Darío, Rafael Maya, Guillermo Valencia, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, Ricardo León o Ernest Martinenche, y que todos los jurados nacionales e internacionales lo distinguían, los críticos lo vapulearan de manera tan acerba y con tanta obstinación. Y más curioso, que en Colombia se le haya condenado al olvido junto con su obra. Pero más curioso, que este Santander al que tanto quiso y al que tanto le cantó con sus versos, lo haya permitido y lo siga permitiendo.
EL FIN
En vida, Aurelio Martínez Mutis alcanzó a ver publicados sus libros Mármol y El romancero del tabaco, y poemas tan importantes como La Religión y la Independencia; Salve, España gloriosa; La epopeya de la espiga, La epopeya del cóndor, La esfera conquistada y Vendimia de amor.
Fue después de su muerte que salieron a la luz sus obras Biografía de Elena Mutis o un país alrededor de una mujer y Julio Flórez, su vida y su obra.
Aunque lo obvio es que un poeta trabaje precisamente escribiendo poesías, así como un pintor trabaja pintando o un escultor trabaja esculpiendo, y por eso es monumental la pifia de quien llega a cuestionarlo porque dizque se dedicaba a la “vagancia”, crítica que expresada por alguien que se presenta como “poeta” resulta aún más incomprensible y reprobable, lo cierto es que el distinguido rapsoda santandereano trabajó toda su vida ejerciendo diversos empleos en el sector público y en el privado, o desarrollando proyectos propios.
El jueves 25 de febrero de 1954, en París, cuando ocupaba el cargo de Vicecónsul en la Embajada de Colombia ante el Gobierno de Francia, y cuando contaba con 70 años de edad, Aurelio Martínez Mutis sufrió un infarto cardíaco y murió. El Gobierno de Colombia trajo sus despojos mortales a Bucaramanga. El sábado 13 de marzo se celebró la Misa solemne en el templo de San Laureano y se procedió a la inhumación en la ronda de la Capilla de los Dolores.
Años atrás, la noche de su coronación en el Teatro Santander, había leído su poema “Tierra nativa”, que culminaba con estos versos:
“Así también, tras de la suerte arcana
-garza triste que parte con su vuelo
la inmensidad- entre agua, sombra y cielo
de tumbo en tumbo rodaré mañana.
Y mientras torne a realizar mi anhelo
de alzar aquí la tienda y la alquería,
del ancho mar por el confín sonoro
me iré pensando, al declinar el día,
en unos ojos de mujer que adoro
y en el regazo de la madre mía”.
No dejó riquezas que alguien pudiese heredarle. De hecho, tampoco dejó posteridad. Su testamento quedó plasmado en un soneto titulado, precisamente, con ese nombre. Poema con el cual despedimos esta secuencia sobre el poeta de los Mutis, quien al igual que los demás personajes ilustres que ha dado Santander, debería ser conocido y recordado por las nuevas generaciones de santandereanos. Y es que en sus manos está, en últimas, el evitar que ocurra lo que, a juzgar por lo visto, muchos desearían que ocurriera: que nos convirtiéramos en un pueblo anónimo, sin cultura y sin historia.
“TESTAMENTO
Haz, Ciudad de los Búcaros, querida
con amor santo de filial ternura,
que se abra un hoyo en tu heredad florida
cuando vayan a cavar mi sepultura.
Que planten un rosal, cuya futura
floración perfumada y encendida
sea el símbolo enorme de mi vida
que ardió por tí bajo la tierra oscura.
Pese a ídolos de barro, y vanidades
de mujeres, caminos y ciudades,
llenó tu luz mi corazón entero:
y así, tras las jornadas fatigosas,
quiero rendirlo en holocausto, quiero
dártelo todo, convertido en rosas”.
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Excelente crónica.
Martínez Mutis le compuso también un poema a mi madre.
Magnífica semblanza del poeta santandereano, mis respetos al autor y toda mi admiración por el poeta. Quisiera conocer el poema completo “Gitana” que oí alguna vez y me impactó gratamente.
Gracias, don Guillermo. Con mucho gusto estaremos subiendo el poema “Gitana”. Cordial saludo.
Excelente semblanza del poeta búcaro, orgullo de Colombia. De pequeño, declamaba yo, a comienzos de la década del sesenta, sus extensos poemas en la escuela de mi pueblo, Filadelfia, Caldas.
La mayoría olvidó el hermoso, EPITALAMIO que le compuso AURELIO NATIVIDAD ADRIANO MARTÍNEZ MUTIS a la Tía de mi madre y su esposo ELVIRA MUTIS McCORMICK y GUSTAVO ADOLFO ARENAS HARKER, el día de su matrimonio el 21 de Abril de 1909 en Girón.
EPITALAMIO
A : GUSTAVO ARENAS y ELVIRA MUTIS
Juntos ya y enlazados de la mano
De fe sagrada el corazón henchido,
Veis sin temor el porvenir arcano,
Brilla el sol, el sendero está florido,
Y bajo el cielo ardiente de verano
De azul nupcial y rosicler vestido
formais en medio del verjel galano,
Una sola canión y un solo nido.
Es de vosotros la ventura: un hondo
Y excelso amor, cómo ese que en el fondo
De vuestras almas jóvenes encierra,
Más luz y más felicidad procura.
Aurelio Natividad Adriano Martínez Mutis
EPITALAMIO :
( A Gustavo Arenas y Elvira Mutis )
Juntos ya y enlazados de la mano
De fe sagrada el corazón henchido,
Veis sin temor el porvenir arcano,
Brilla el sol, el sendero está florido,
Y bajo el cielo ardiente de verano
De azul nupcial y rosicler vestido
formais en medio del vergel galano,
Una sola canión y un solo nido.
Es de vosotros la ventura: un hondo
Y excelso amor, cómo ese que en el fondo
De vuestras almas jóvenes encierra,
Más luz y más felicidad procura.
Que todas las estrellas de la altura
Y todos los tesoros de la tierra.
A. MARTÍNEZ MUTIS.
El Preludio a “La Tercera Salida de Don Quijote” es un delicioso trozo orquestal en aire de malagueña, del compositor costeño Adolfo Mejía Navarro (Since, Sucre, 1905-Cartagena de Indias, 1973) que, como indica su nombre fue concebido a manera de preámbulo a la obra teatral en verso, titulada La Tercera Salida de don Quijote, del poeta y escritor santandereano Aurelio Martínez Mutis (Bucaramanga, 1884-París, 1954), considerado entre los mejores y más influyentes artistas colombianos de su generación. Mejía también compuso para dicha obra teatral las piezas Danza Ritual Africana y un Canto de Amor, hoy desaparecidas, aunque se sabe que la Danza Ritual Africana fue interpretada posteriormente en Bogotá, el 15 de noviembre de 1940, como obra independiente. Se estrenó junto a la Pequeña Suite, en el concierto de clausura del Festival Iberoamericano de Música, el 31 de agosto de 1938, ofrecido en el Teatro Colón de Bogotá por la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por Guillermo Espinosa, con ocasión del Cuarto Centenario de la fundación de Bogotá.
El investigador Carlos Barreiro Ortiz nos ha brindado una excelente explicación sobre esta composición musical y el texto de Aurelio Martínez Mutis que le dio origen:
Aunque Cide Hamete Benengeli –álter ego del propio Cervantes- nos hace saber al inicio de la segunda parte de la novela que don Quijote emprenderá su tercera salida, al final del libro una pluma póstuma hará votos por el reposo del héroe que, de esta manera, se verá imposibilitado de “hacer tercera jornada y salida nueva”.
Sea como fuere, el poeta y escritor santandereano Aurelio Martínez Mutis (1884-1954) decide por su cuenta y riesgo resucitar a don Quijote en una tercera salida poética en forma de drama lírico en un prólogo, un acto y cuatro cuadros, que tendría lugar en Bogotá a finales de 1937. De ese evento escénico da cuenta el cuadernillo publicado bajo el saludable patrocinio de Cafiaspirina y tónico Bayer, en donde se dan a conocer detalles del espectáculo que, según Daniel Samper Ortega, contribuye a innovar el género teatral, pues “no es comedia, ni revista, ni imita al cinematógrafo”.
El argumento de esa tercera salida quijotesca se fundamenta como origen inmediato en los sangrientos enfrentamientos que sacudían a España por aquellos años. De esta manera, el autor, con “su visión purificada del mundo”, como lo describe J. Osorio Lizarazo, emprende el inventario histórico del territorio ibérico que nos lleva desde el estrecho de Gibraltar en el siglo VIII a la ciudad de Granada y la retirada del último rey moro en el XVI, hasta las recientes implicaciones de la política internacional, que tenían lugar en esa agitada primera mitad del siglo XX.
Antonio José Restrepo encuentra en el texto virtudes de representación simbólica y pensamiento idealista a las que la música contribuye a dar el carácter de verdadera ópera.
Cinco músicos colombianos son llamados por el autor para elaborar un ambiente sonoro de ilustraciones musicales a las peripecias intemporales de este Quijote criollo: Alberto Urdaneta, Egisto Giovanetti, Guillermo Quevedo, Emilio Murillo y Adolfo Mejía.
El joven compositor cartagenero –a quien recordamos en el primer centenario de su nacimiento- escribe para la pieza la Obertura, Canto de amor y Danza ritual africana, que complementan la acción y las “decoraciones escenográficas” diseñadas por el artista Pedro A. Quijano y el pintor español Vásquez Rojas.
La tarea era apenas adecuada para el estilo de Mejía, quien ha sido el compositor colombiano que ha mostrado más cercanía con los elementos de la tradición musical española. A manera de ilustración, mencionemos sus partituras Capricho español para arpa y orquesta, Españolerías para guitarra, ciertas secuencias de Luminosidad de aguas para arpa, además del proyecto para la película Los cuatro pasos de Gibraltar, también sobre un texto de Martínez Mutis.
La música del Preludio de Mejía, marcado in tempo di malagueña, se escucha al abrirse el telón sobre la escena, y propone algo así como el mapa musical de España con la sutileza y colorida imaginación tan peculiar en todas sus partituras para orquesta.
Muchas gracias al distinguido colaborador por su importante y documentado aporte.
Este documento llegó a mis manos por un pedido especial que le hice a un caro amigo mío, José Ramón Tarazona Gélvez (desde mi propio punto de vista otro ilustre santandereano); solo deseaba saber si en su Biblioteca se encontraba la obra de Martínez Mutis “La Epopeya del Cóndor”; él, muy amablemente me hizo llegar toda esta información, que me ha llegado al alma; conozco desde niña esas dos grandes epopeyas del autor, la ya citada y la Epopeya de la espiga; para mí, esta información es un tesoro; grande Santander y sus ilustres poetas y genios en las diferentes Artes, y me alegra que Colombia y el mundo conozcan sobre ellos. Gracias.
Majestuoso e imborrable es tu canto, Oh lírico y soberbio, Santander te reclama, amigo incomparable, tu epopeya ha sido contada y de los cimientos de mi Patria,
tú gendarme mio, caballero andante, guerrero de mil batallas, has proclamado VICTORIA del yugo opresor de mis ancestros y de la letra inerte, taciturna e inefable, “tu voz ha sido plasmada y tu pluma no ha sido callada”.
Con todo mi cariño para los lectores de este gran poeta SANTANDEREANO, no olvidemos de dónde venimos y quiénes somos. ATTE. Hugo Eliécer Parra Pérez