Hace ya algún tiempo, el periodista Pastor Virviescas me invitó a una entrevista en el canal UNE. Al final de ella, algo comenté acerca de la Bucaramanga de los años 60 y mencioné a “Miguelito”, haciendo alusión al famoso chofer de bus, más exactamente de uno afiliado a la hoy desaparecida empresa Transportes Palonegro y que hacía la ruta de “Morrorrico”, ruta que a mí me servía, pues para esa época -año 1966- vivía con mi familia en el sector oriental del barrio Álvarez Restrepo. Pastor me formuló una pregunta indirecta: “No se estará usted refiriendo -me dijo- a Miguelito Ardila“. Esa noche supe, por fin, cuál era el apellido de Miguelito. Esa noche, además, y a través de la televisión, rememoré sus calidades humanas y le di las gracias.
Hoy fui con mi familia a almorzar al restaurante Shangay y allí observé algunos ejemplares de la última edición de la revista Gente de Cabecera. Al ojearla, descubrí que a finales de diciembre ese medio había publicado … ¡una nota sobre Miguelito! Lo supe, porque aparecía una carta enviada por un lector desde Venezuela y la misiva iba acompañada de un recuadro con la nota insertada a fines de 2013. Una de las señoras del restaurante buscó, consiguió y me obsequió la revista en la cual fue publicada la nota. De paso, me hice regalar un ejemplar de la última, donde viene la carta del lector de Venezuela.
Supe más tarde que a raíz de ese artículo diversas personas escribieron sobre Miguelito, entre ellas el doctor Eduardo Pilonieta Pinilla, columnista del periódico Vanguardia Liberal, artículo que, a su vez, fue comentado por otras personas.
He querido unirme a esta exaltación, sencilla pero sincera, que se le ha hecho a Miguelito y, en tal virtud, me he permitido insertar ese material en nuestro portal, a la vez que le envío desde aquí a don Miguel Ardila mi más efusivo saludo. Yo era, en efecto, don Miguel, uno de aquellos tantos estudiantes que, aguijoneados por el hambre, se habían comido la plata del bus y que, justamente cuando estaban echando pata con rumbo hacia sus casas en sentido occidente – oriente, desde la carrera 9a con calle 37, sede de la Concentración Escolar de Varones José Camacho Carreño, hacia la zona oriental del barrio Álvarez Restrepo, atisbaban alborozados que se acercaba su bus rojo y café, y empezaban a gritar, alegres y en la más absoluta algarabía: “¡Miguelito, ¿me lleva? Miguelito, me lleva?“, y usted, don Miguel, sin dejar de sonreír, les abría la puerta de atrás y los dejaba “colar”, de manera que todos viajaban -que todos viajábamos- el resto del trayecto parados en el pasillo de su bus, asiéndonos de la varilla del techo o del espaldar de la silla más cercana, o sentados si había puestos libres, pero, en todo caso, sin pagar un centavo.
Nunca es tarde para decir “¡gracias!”. O para volver a darlas. Por eso hoy, medio siglo después, se las doy, don Miguel, se las doy de nuevo, con el mismo respeto y con el mismo afecto con que se las hubiese dado antes si la memoria, siempre infiel, de los seres humanos, me hubiera refrescado la mía antes de aquella entrevista con Pastor Virviescas en el canal UNE.
En nombre de la niñez y de la juventud santandereana que colmaba las escuelas, y los colegios públicos de Bucaramanga, y la UIS, e incluso algunos de los colegios privados, como el San Pedro Claver, muchachos entonces -hoy hombres- de todos los cuales he escuchado anécdotas que lo involucran a usted, que involucran su afamado bus y que involucran su proverbial generosidad y su perturbadora sencillez, le hago llegar, don Miguel, nuestra gratitud imperecedera. Para algunas almas mezquinas, que aquí no vamos a perpetuar nombrándolas, acciones como las suyas no ameritan exaltación ni homenaje alguno. Pienso que, al contrario, es, justamente, esta clase de actuaciones y esta clase de personas las que deberíamos destacar siempre en este país sobrecargado de violencia, de indolencia y de antivalores. Pienso que ojalá hubiera en Colombia muchos Miguelitos, muchos hombres sensibles ante el sufrimiento ajeno, ante el hambre de los demás, ante la lucha de los niños y los adolescentes pobres por salir adelante en medio de las adversidades y a quienes quizás lo único que les hacía falta para continuar y no darse por vencidos -como muchos se dieron- era una sonrisa o un detalle de humanidad. Una sonrisa como la suya, Señor Ardila; un detalle como el suyo: el hermoso y sencillo, pero aleccionador detalle de dejarlos subir por la puerta de atrás, seguro como usted estaba, don Miguel Antonio Ardila Méndez —educador sin escuela, formador sin cátedra, maestro sin tablero, que recorriendo las calles al frente de un volante y sin necesidad de dar conferencias nos enseñó cuál es la clave de la felicidad—, seguro como usted estaba, digo, de que esos muchachos con hambre que se le colaban a torrentes por la puerta de atrás de su bus representaban el mañana, el futuro, el porvenir de su tierra.
“Yo dormía
Y soñaba que la vida era alegría.
Desperté
Y vi que la vida era servicio.
Serví
Y vi que el servicio era alegría”.
RABINDRANATH TAGORE
Poeta hindú
Premio Nobel de Literatura 1913
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COLUMNA DEL DR. EDUARDO PILONIETA PINILLA
“No sabíamos que sus apellidos eran Ardila Méndez ni que también se llamaba Antonio, pues para nosotros fue, ha sido y continuará siendo Miguelito y ocupa en nuestro recuerdo el espacio que corresponde a los personajes inolvidables, es decir, aquellos que ni siquiera los grandes males de la vejez y su efecto en la memoria pueden borrar, pues son parte indeleble de esas vivencias infantiles que solo se pierden con la muerte.
Miguelito manejaba un bus de transporte público y por eso era normal encontrarlo en cualquier parte de la ciudad y a cualquier hora y lo tenemos presente como si hubiera sido ayer, porque al verlo le gritábamos “adiós Miguelito” y él contestaba el saludo como si fuéramos los mejores de sus amigos y lo que impresionaba era que así se comportaba con todo el mundo, por lo que bien puede ser el personaje inolvidable de toda aquella muchachada que lo miraba, al igual que nosotros, como un personaje propio de un cuento fantástico.
Nunca tuvimos una conversación con él, mas allá del saludo, pero siempre hemos creído que si nos hubiéramos visto en apuros de transporte en cualquier momento, habría sido la persona que nos hubiera ayudado como sabemos, porque lo vimos, lo hizo con muchas otras gentes.
Algo curioso es que nunca lo vimos bravo, nunca perdió su sonrisa amable y siempre lo veíamos conduciendo su bus como si manejara un imperio, y ya entrado en años lo vimos en la calle y no pudimos resistir el decirle con todo el corazón “adiós Miguelito” y él muy gentil y sonriente miró y dijo “adiós amigos”.
Nos alegramos que esté vivo y nos emociona poder decirle lo que sentimos cuando aún él lo puede disfrutar; por eso queremos con esta columna, rendirle un homenaje de admiración a ese personaje inolvidable que para nosotros era, es y será siempre Miguelito y que para el mundo es Miguel Antonio Ardila Méndez”. (Eduardo Pilonieta Pinilla. Miguelito, un ídolo de infancia. Vanguardia Liberal, viernes 27 de diciembre de 2013).
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INFORME DE LA REVISTA GENTE [de Cabecera]
“¿Miguelito me lleva gratis? No tengo plata, me la gasté porque tenía mucha hambre.
– Suba mijo, no se preocupe por la plata.
Estos diálogos fueron diarios en los años 60, 70 y 80 en las calles de Bucaramanga entre alumnos de varios colegios y Miguelito Antonio Ardila Méndez.
El bus permanecía lleno de pasajeros pero solo el 20% pagaba, el otro 80% eran personas que estaban allí por amor y la solidaridad de quien llamamos con cariño Milito.
Parecía como su visión desde el timón de aquel bus rojo café de Trans Palonegro. Era como un punto de contemplar las necesidades de la gente, pero en especial de los niños de primaria y secundaria.
Muchos recorridos por los barrios más humildes de la ciudad o algunos de clase media lo consternaban y le sacaban esa faceta de hombre bueno, con bastantes razones de servicio o mejor de ser altruista con gran corazón, que hasta le humedecían sus ojos.
Se volvió el ángel de la guarda o protector al volante de la clase estudiantil.
En esa época era raro ver esta clase de personas en una ciudad de gente metódica y ahorrativa, donde nadie daba nada sin puntal.
Él es ‘Miguelito’ el hombre que en su bus transportaba gratis a muchos estudiantes de los años 60 a 80
Miguelito nos impresionaba. Siendo conductor de bus trabajaba para sostener a su familia, pero a veces parecía que sin recibir dinero por los pasajes de bus, el destino le demostraba que su acción de darse a los demás jamás lo tuvo en apuros… más bien todo se le multiplicaba para bien.
Ni con esos afanes diarios perdió su fraternal sonrisa y su sentido del humor.
Algunos que ahora lo recordamos nos convencemos de que su salud y semblante eran una consecuencia de ser protegido por la divinidad, que la reflejaba en sus integrantes de su familia y muchos amigos inmediatos.
Hoy todos sus hijos son grandes profesionales y gracias a su trabajo conduciendo el bus.
En este 2013 llegó a sus 92 años y sigue lúcido, con una memoria blindada que no hay virus virtual que la pueda romper.
Este charaleño, nacido en 1922 es hoy un grato recuerdo de un ‘saber darse a la gente’.
Milito quedó imborrable para toda una generación de personas”. (Gilberto Camargo Amorocho. Miguelito, el chofer del siglo XX. Especial para Gente de Cabecera).
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MENSAJES.
“DOY GRACIAS A DIOS PORQUE TUVE LA DICHA DE CONOCER ESTE GRAN SER HUMANO, LO QUE ESTE SEÑOR SEMBRÓ LO PODRÁ COSECHAR EN EL CIELO. FELICIDADES MIGUELITO”. (Augusto Guillermo León).
“Miguelito, yo no he tenido el gusto de conocerlo personalmente, pero sí desde hace muchos años mi esposo me hablaba de usted y sus historias de simpatía y gran solidaridad; en la década de los 70 él cursaba sus estudios universitarios en la UIS y tuvo la dicha de viajar con usted en su famoso bus…Gracias, Miguelito; si todos tuviéramos el corazón y los sentimientos parecidos a los suyos este mundo sería más justo y feliz. Dios lo bendiga”. (Martha Saavedra).
“Los felicito por su revista. Soy un venezolano que estudió en la UIS entre los años 60 y 70 y me dio mucha alegría saber de Miguelito.
Muchas veces me subí a su buseta cuya réplica es la que tiene en sus manos en la foto. Con él aprendí lo que es el amor al trabajo con responsabilidad y alegría.
Recuerdo la algarabía que formaban niños, jóvenes y adultos a su paso, quienes se contagiaban con su alegría y ‘don de gente’.
Un saludo para él y su familia en nombre de todos los que fuimos testigos de este personaje ejemplar y que hoy lo recordamos con mucho cariño”. (Orlando Rosales).
“A Miguelito lo saludé más de 10 años, en mi infancia, pasaba en su bus por la calle 12 con carrera 17 del barrio Modelo, es un personaje incomparable, nos acompañó por muchos años y es ejemplo de amistad y rectitud; buena, doctor Pilonieta, por su escrito”. (Lorenzo Hinestroza).
“Desde luego estoy totalmente de acuerdo con el columnista: Miguelito, a todo señor todo honor…. sí, aún permanecen las vivencias de este gran hombre que respiraba civismo cuando aún éramos chicos; una persona totalmente servicial; más de uno de los estudiantes de la época poseía una especie de beca condonable para transportarse en su bus y como todo hombre de bien sacó adelante a su familia, en donde sus hijos son grandes profesionales. Mil gracias, Miguelito, por existir; personas como usted siempre serán gratamente recordadas; y gracias, Eduardo Pilonieta, por traerlo en su pluma”. (Jorge Moreno).
“DON EDUARDO PILONIETA, EXCELENTE RECONOCIMIENTO A UN PERSONAJE UNICO DE BUCARAMANGA DE ESTAS CUALIDADES: HUMILDE, SINCERO, BUEN AMIGO, AMABLE, EDUCADO, SIEMPRE SONRIENTE, COLABORADOR, SERVICIAL SOLO CON SALUDARLO Y SIN ESPERAR NADA A CAMBIO. MIGUELITO, NO TE PODREMOS OLVIDAR”. (Colombiano Santandereano).
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MIGUELITO EN LA HISTORIA DE BUCARAMANGA.
“Así, cargada de ilusiones y encarando el futuro con optimismo, prosigue su marcha esta Bucaramanga de hoy, esta Señora Bucaramanga que ya no oye cigarras, porque las cigarras dejaron de ser su símbolo hace mucho y se perdieron por siempre con su ulular en las brumas del pasado remoto e irrepetible; que no huele sarrapios, porque los últimos que quedan los han ido cortando sin piedad para que sobre el suelo donde se mantenían en pie pueda seguir avanzando el progreso; que tampoco recuerda chorreras, burros, bobos ni barriles, porque presume de contar con un acueducto que brinda el agua más pura del país; que ya no se alumbra con velas, faroles, antorchas o velones, porque se jacta de una gran electrificadora, que aunque recientemente vendida a empresarios paisas continúa llamándose de Santander; que se olvidó de personajes típicos como Mimimota, La Cucaracha, el General Farías o el Doctor Campbell; que ya no escucha a sus niños declamar en las “sesiones solemnes” de las escuelas, ni los ve jugar al trompo, ni los oye hablar del Juan Pagas, ni los escucha pedirles a sus padres la bendición, ni los observa yendo a Misa los domingos, ni los descubre jugando tángara; que ya no habla en las amenas tertulias nocturnas frente a las casas de las delicias ofrecidas por restaurantes que hasta hace poco inundaban con el aroma de sus viandas el aire de una ciudad todavía no contaminada, entre otras razones porque cada vez quedan en pie menos casas y cada vez hay menos gente dispuesta a conversar, amén de que la tertulia en los restaurantes ya no es posible pues es urgente desocupar la mesa; cuyos últimos emboladores se congregan a matar el tedio en el parque Santander y a rememorar allí los tiempos dorados de su oficio, cuando los caballeros bumangueses, vestidos con flux y sombrero, aún se mandaban lustrar los zapatos en señal de una distinción en el vestir que hoy, bajo los agobios del calor, ya no le importa a nadie; que ya casi no sale a ver la llegada de la Vuelta a Colombia en Bicicleta ni se pega al oído el radio transistor para escuchar la transmisión del certamen que languidece; que ya no volvió a ver a Miguelito recogiendo por la puerta trasera de su bus de Transportes Palonegro a los chicos de las escuelas que, acicateados por el hambre y la sed, se gastaron a la hora del recreo las escasas y entristecidas monedas del pasaje; que ya no alquila cuentos de vaqueros en las tiendas de los barrios, ni monta en bicicleta, ni se sienta a deleitarse con el canto de los pájaros o a rasgar el tiple sobre la mecedora de madera y mimbre, porque ya no tiene tiempo ni para almorzar, mucho menos para perderlo en esas tonterías, las mismas tonterías que acaso la rescatarían del estrés y de la irritabilidad con las que cambió su rostro amable, el mismo que la convirtió hace algún tiempo en La ciudad más cordial de Colombia.
Al verla así, con sus calles siempre rotas, como si viviera permanentemente en obra negra; con ese gentío presuroso que pareciera asfixiar los últimos reductos de su alegría; con esa invasión inmisericorde de personas y conductas que hasta hace poco le eran completamente extrañas; con esas oleadas de ruido, de calor y de incertidumbre que por momentos amenazan con enloquecerla; con sus cielos tutelares desaparecidos bajo las fauces de las edificaciones sin alma, las mismas que dieron al traste con sus casas solariegas e impusieron la moda terrífica del condominio; con su pobreza sempiterna en el norte y con su estiramiento habitacional incesante en el sur, que amenaza fusionarla con Floridablanca en un abrazo del que ya se empieza a hablar, pero del que se ignora qué tan triunfal o derrotada saldrá cuando suceda; al verla así, digo, con toda su pequeñez y toda su grandeza, no puedo menos sino rememorar que de sus entrañas broté un día y a sus entrañas habré de volver.
Por eso, a ella le he dedicado este libro, escrito con la rústica sencillez del aprendiz, sobre el decurso, casi siempre duro y triste, de su propia historia. A ella tenía que estar dedicado, claro. A mi tierra, a mi Bucaramanga. Y con los únicos sentimientos posibles”.
(GÓMEZ GÓMEZ, Oscar Humberto. Historia de Bucaramanga. 1a edición. [Sic] Editorial. Casa Editora Los Hermanos Gómez. Bucaramanga. 2009, p.p. 734 – 735).
ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ. Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander, Miembro del Colegio Nacional de Periodistas, Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia. Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.
Claro que recordar a Miguelito es volver a esa época de nuestra infancia donde en muchas ocasiones no alcanzaba para pagar el transporte porque en el recreo nos pasábamos de presupuesto y era preciso que descompletábamos lo del bus. ¡Qué tiempos que al recordarlos nos invade la nostalgia! Sin embargo, si estábamos de suerte nos topábamos con Miguelito y su buen corazón, nos salvaba de la larga caminata de regreso a casa. Muchas gracias, Miguelito, y estoy seguro de que Dios le habrá multiplicado en salud y larga vida toda esa bondad que lo caracterizó.
Lo conocí. Es parte de la familia por mi papá, su esposa era prima de mi papá. Mis hermanos y yo éramos como hermanos de sus hijos.
¡El Gran Miguelito!😇😇😇😇😇
Miguelito, ser humano de alma grande y corazón gigante; no se puede olvidar a una persona que con su cariño y su sencillez les prestaba sus servicios a los niños que se subían a su bus sin cobrarles, pues tuve el privilegio de subirme en varias ocasiones; lo recibía a uno con inmenso amor y cariño. Con su alegría contagiaba a todas las personas que iban en su recorrido con sus dichos, con sus chistes que irradiaban momentos de felicidad. Gracias, Miguelito, siempre te recordaré.
Mi infancia también está marcada por la generosidad y gentileza de Miguelito, como cariñosamente lo nombrábamos.
Muchas gracias Miguelito; yo también monté en su bus gratis; Ya tengo 67 años y recuerdo la ruta a Morrorrico.
Fui uno de los beneficiados con la bondad de “Miguelito”; muy seguramente en varias oportunidades y no olvido la satisfacción que el rostro de semejante personaje, mostraba en el momento de permitirnos subir a su bus y el cariñoso saludo que nos regalaba.
Hoy desde lo más profundo de mi corazón le digo: Gracias Don Miguelito; estoy seguro que Dios lo ha premiado por su gentileza, bondad y desprendimiento por el dinero.
Muy buenos comentarios sobre Miguelito. Pero ahora que están grandecitos y repletos de billetes, incluidos Kekar, Buen Caminante, Nuestro Pastor, Pilo, etcétera, páguenle los pasajes que dejaron de pagarle, ya no más homenajes.
Yo también disfruté de esos favores y los saludos de “MIGUELITO”, además tengo la dicha de ser amigo de sus hijos Miguel y Leonardo.
Muchas gracias por ese reconocimiento a Don Miguelito, y estamos de acuerdo que GENTE como él son las que tenemos que resaltar.
Un abrazo a la familia.
Sergio
Miguelito el conductor de bus que, siempre sonriente, condujo su bus por las calles de Bucaramanga, sin odio ni rencores. Miguelito, gracias por su bondad.
Qué interesante sería organizarle un agasajo a tan generosa persona.
A. P .G .
A Miguelito lo conocí a mediados de los años setentas cuando manejaba un bus de Unitransa que cubría la ruta Modelo que salía desde Campohermoso. Lo recuerdo porque llevaba a los niños gratis en el bus. ¡ Miguelito! le gritaban muchas veces para saludarlo y otras para que los llevara y él ya sabía. Me sorprendía ese gesto no tan común para los desprevenidos, pero para él sí lo era. Esa cara de espíritu bondadoso es inolvidable. Ojalá hubiera más seres humanos tan ejemplares como él. Millón de abrazos.