Antiguamente, la gente solo estudiaba aquella carrera para la cual tenía una inclinación natural.
A eso se le llamaba “TENER VOCACIÓN”.
Eso jamás ha debido cambiar.
Pero cambió. Al menos, en la carrera del derecho, que constituye nuestra máxima preocupación.
Hoy, en efecto, resulta cada vez más notorio que, salvo excepciones, la gente se ha metido, y se sigue metiendo, a estudiar derecho sin vocación. Y peor aún: obtenido el título de abogado, inexplicablemente resultan en el cargo de JUECES personajes sin la más mínima VOCACIÓN.
Parte de la VOCACIÓN de un juez debe ser su SENTIDO DE JUSTICIA.
Y es que si un juez carente de preparación académica es un peligro para la sociedad, sí que lo es más el juez que carece de SENTIDO DE JUSTICIA.
Insistimos en sostener que para proveer cargos como el de JUEZ, no solo deberían realizársele al aspirante pruebas ACADÉMICAS y de IDONEIDAD MORAL, sino además pruebas PSICOLÓGICAS muy serias y profundas, y por parte de un equipo científico de quilates en la materia, a fin de determinar si ese personaje que quiere impartir justicia entre los hombres, realmente tiene VOCACIÓN para ello. En otras palabras, si el aspirante a JUEZ posee SENTIDO DE JUSTICIA.
Lo que está sucediendo es deplorable y altamente peligroso: los abogados se inscriben para ser jueces, y algunos lagartean el puesto sin merecerlo académicamente, solo porque NO CONSIGUIERON EMPLEO EN OTRA PARTE y porque, además, NO LES FUE BIEN EN EL EJERCICIO PROFESIONAL INDEPENDIENTE.
Más grave todavía: algunos POLÍTICOS cogieron el cargo de JUEZ como un “ESCAMPADERO” para “MIENTRAS TANTO” o como mero “TRAMPOLÍN” que les permita CATAPULTARSE a otro puesto dentro del engranaje burocrático.
Por supuesto, el choque entre el abogado con vocación, con sentido de justicia, que estudió derecho porque realmente le nacía estudiar esa carrera, y el funcionario judicial sin la más mínima noción de lo que significa ser justo, esto es, que posee una absoluta falta de VOCACIÓN, resulta inevitable.
De ese choque inevitable, se desprende una consecuencia funesta: la imposición del más fuerte, del que detenta el poder, sobre el que no lo tiene. En otras palabras, la consecuencia son las DECISIONES Y ACTUACIONES JUDICIALES INJUSTAS y el consiguiente irrespeto contra la abogacía.
Y a esa consecuencia funesta —la de la INJUSTICIA EN LA JUSTICIA y el menoscabo de la abogacía— se suma otra no menos catastrófica: que si el abogado afectado protesta contra ese Juez sin vocación, contra ese político metido a juez, contra ese mal funcionario (o mala funcionaria) que ha incurrido, como era de esperarse, en INJUSTICIA, la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura, supuestamente el GUARDIÁN DE LA ÉTICA, DEL DECORO Y DE LA DIGNIDAD DE LA ABOGACÍA, en lugar de inclinar su balanza —como sería de esperarse— a favor del jurista que, en su desigual lucha porque la profesión que estudió y que ama sea respetada y magnificada por quienes detentan el poder, es decir, en lugar de inclinar su balanza a favor del abogado con vocación, lo hace —¡vaya paradoja!— en favor del político (o de la política) que, sin preparación académica y sin vocación alguna, llegó a escampar por un tiempo bajo la carpa de la Justicia para luego impulsarse hacia un cargo…político.
Y después nos preguntamos por qué la justicia en Colombia anda como anda.