El nuevo administrador de empresas santandereano Rodolfo Rueda Blackburn fue un niño del que me llamaba la atención lo serio que era. En una Semana Santa, por ejemplo, viajó con nosotros a la Costa Atlántica y siempre mantuvo, en pleno calor del trópico, abotonada su camisa de rayas longitudinales hasta el cuello, como si solo le faltara la corbata.
La verdad es que durante algún tiempo impuso esa moda. No el suficiente, ni de manera tan extendida —la verdad sea dicha—, como para que pudiese llegar a competir con Giorgio Armani o con mi tocayo De la Renta.
En otra ocasión, su tío Edgard vino de la Confederación Helvética y traía un peinado en forma de hongo. Fue Fito, otra vez, el que impuso aquella moda —esta vez en el corte del cabello— pues, exceptuando a su tío William, quien no solo insistía en que “el man” que la había traído había sido Edgard, sino que, de todos modos, persistía en peluquearse como si nunca hubiera dejado de ser militar de bajo rango, los varones de la familia, incluido yo, comenzamos a usar un hongo de pelo en la cabeza.
Fue Fito un niño dado a la investigación. Tanto, que una noche se puso a investigar si al meter un metro metálico y flaco —el metro más raquítico que he visto a lo largo de mi vida— dentro de unos tomas de la energía, allá en su apartamento del barrio Pan de Azúcar, pasaba corriente. Esa noche estuvo a punto de descubrir, en carne propia, que la electricidad electrocuta. Por fortuna para la Administración de Empresas, sobrevivió al fuetazo y a las chispas, y solo permaneció recluido en el servicio de Urgencias mientras le pasaba el susto.
Pero Fito no solo investigó en el campo de la Electricidad. También le dio por dárselas de biólogo y fue así como una noche, en que estaba de visita donde sus tíos Cristóbal e Iliana, se fue gateando detrás de un gusano peludo de color verde al que quiso examinar quién sabe con qué profundo interés científico. Pero el gusano no estaba dispuesto a que lo cogieran de objeto de indagación y fue entonces cuando se escuchó en todo Pan de Azúcar y en sus alrededores —algunos exagerados dijeron que dizque hasta en las estrellas— el grito desgarrador de Fito, y nuevamente el hoy flamante graduando de la Universidad Autónoma de Bucaramanga tuvo que salir a toda prisa, llevado por sus atribulados y hoy felices padres, al ya consabido Servicio de Urgencias.
Alumno destacado del jardín infantil Mis Primeras Alegrías, se destacó todavía más allá cuando, durante un juego infantil manifiestamente caracterizado por la más delicada sutileza femenina, una de sus compañeritas le atrapó los dedos de una de sus manos con la puerta. Desde entonces, dicen que el nombre del jardín cambió, y —dicen también que con el expreso beneplácito de la Secretaría de Educación— pasó a llamarse “Mis Últimas Alegrías”, nombre que conservó hasta que cualquier día un lacónico letrero que anunciaba la oferta de la casa en arrendamiento me hizo deducir que el jardín de Fito había cerrado sus puertas, y esta vez ya no solo para atraparles los dedos de las manos a sus felices alumnos, sino por siempre.
Fito, papá de Julián Rueda Simonds—el único niño santandereano que ha nacido en Barranquilla y con quien nos demostró su sorprendente idoneidad como padre— recibirá su diploma en el auditorio que lleva el nombre de ese prominente educador liberal santandereano que fue don Carlos Gómez Albarracín, uno de esos grandes hombres de Santander que nunca renunciaron a la humildad. En mi condición de testigo presencial, puedo contar que viajaba, de pie, a bordo de un bus urbano cualquiera, repleto de gente, y que mientras se agarraba de la varilla platicaba amenamente, con sus contertulios compañeros de viaje, desde la UNAB hasta el centro, acerca de temas propios de un foro como, por ejemplo, la situación de los derechos humanos bajo el gobierno de Turbay Ayala y en vigencia del controvertido Estatuto de Seguridad, último tema nacional sobre el cual le escuché charlar, con esa sencillez propia de la gente que conoce de lo que habla.
Para el doctor Rodolfo Rueda Vásquez, el hoy orgulloso papá de Fito, allá en su oficina de abogado del Edificio Tempo, en el costado norte del mal llamado “Parque de las palmas”, que realmente se llama Parque José de Martín, pues fue dedicado a la memoria del Libertador de Argentina, y para Adrianita, que limpiamente se ganó la Maestría en ser mamá, al igual que para nuestra querida Melissa, y —por supuesto— para Julián, van nuestras más efusivas felicitaciones.
Hemos dejado a propósito para el final, por ser el más importante, a don Héctor M. Blackburn Ortiz, el abuelo que tanto contribuyó a la formación de Fito como persona, y quien, por festiva coincidencia, cumple años el mismo día en que se gradúa su nieto. Él también, por supuesto, será motivo central de la celebración.
Fito sabe perfectamente con cuánta satisfacción registramos su grado. Y porque lo conocemos, porque nos constan los valores personales que lo adornan, porque podemos testificar que es un joven honesto, inteligente, estudioso, responsable y luchador, pero ante todo respetuoso y sencillo, le vaticinamos una vida profesional colmada por el éxito.
Que no consiste —dicho sea de paso— en amasar fortuna, como suele creerse, sino en alcanzar el sueño, siempre esquivo, pero siempre emocionante, de ser felices.
Óscar Humberto Gómez Gómez
Mesa de las Tempestades, viernes 26 de septiembre de 2014.