El control remoto del televisor nos pasea por una larga serie de canales dedicados a exaltar las más grotescas formas de violencia. La violencia, definitivamente, se apoderó de la televisión y, con ello, van desapareciendo del escenario televisivo los últimos vestigios de la cultura, la decencia y el buen gusto. Si no son películas de tanta brutalidad como “Cabo de miedo”, con Robert De Niro, pasada recientemente varias veces, o cualquiera de esas cintas de tercera categoría que enriquecieron las cuentas bancarias de Stallone, Norris, van Damme o Schwarzenegger —quienes infortunadamente así como desarrollaron sus músculos no fueron capaces de desarrollar su talento artístico—, son, entonces, las permanentes peleas en el ring, que ahora ni siquiera son solo a puñetazos, sino también a patadas e incluso hallándose los contrincantes en la lona, porque de lo que el público está sediento es de ver sangre. (A propósito, hay varios canales, como Fox, que parecieran estar dedicados exclusivamente a eso. Pobre gente: uno tiene que estar muy, pero muy desprogramado, y debe uno sentirse muy desgraciado en la vida, como para pasarse todo el santo día viendo a dos hombres dándose en la jeta). O las telenovelas mexicanas o venezolanas, en las que solo se habla a gritos y con agresiones verbales o a punta de bofetadas. O las colombianas, al final de las cuales hay que coger un trapo humedecido en agua para limpiar la sangre de la pantalla y revisar si las ráfagas de metralleta no averiaron, por casualidad, el aparato.
Claro que la realidad política mundial aporta, no un granito de arena, sino la playa completa. Porque no acaba usted de encender la televisión cuando ya está observando hasta dónde ha llegado el respeto por la vida y la dignidad de los otros. Aparecerán, entonces, las relajadoras escenas en las que, pongamos por caso, un encapuchado degüella a un indefenso rehén al que previamente se le ha hecho arrodillar ante la cámara, como en Francia hicieron arrodillar a los girondinos, o a María Antonieta, o a Lavoisier ante la guillotina. O puede usted cambiar de canal y ponerse a disfrutar uno de esos espectáculos soberbios de la inteligencia y el buen gusto como el que brinda Laura en América. O a educarse con los comentarios que les hacen a los atribulados concursantes los jurados en los certámenes que pretenden descubrir nuevos talentos en el canto o en la cocina o en el desfile de modas, a punta de burlas y humillaciones.
Ahí está, en fin, la violencia reinando en la televisión. Gracias a ella se llenan de plata los dueños de los canales privados y de fama los actores. Gracias a ella se reproducen en la realidad las detalladas enseñanzas que da la televisión acerca de cómo se debe robar un banco, o cómo hay que amedrentar a las autoridades durante una toma de rehenes, o cuál es la metodología que debe seguirse para secuestrar a una persona y desaparecerla de la vista del mundo, o cómo hacer estallar un automóvil, o una casa, o un edificio, o una estación de policía. En fin, con solo prender el televisor y empezar a pasar los canales con el control remoto, usted puede presenciar, mientras come crispeta y toma Coca-cola, cómo acechan a una mujer para sorprenderla, derribarla y violarla, o cómo bajan un helicóptero a tiros, o cómo torturan a un detenido para arrancarle confesiones, o cómo asesinan a una persona con una inyección en el pie, o con qué armas potentes una banda de hampones hará quedar en ridículo a la policía.
Porque esa es otra lección que están dejando ahora la televisión y el cine que por ella se difunde: la peligrosa lección de que las autoridades no existen o no sirven para nada, que no hay jueces, que no hay Estado, que no hay ley, y que, en consecuencia, la única solución para todo, para absolutamente todo, es la violencia por propia mano.
A propósito, ya están anunciando en la televisión el regreso de “Terminator”.
Lástima que Arnold Schwarzenegger, tan grandote y musculoso él, no haya sido capaz de madurar.
Aunque, la verdad sea dicha, más inmaduros que él fueron los que lo eligieron gobernador de California.
Terminator, complemento
de mala televisión,
apología del delito
y fea comunicación.
Lanzan a diestra y siniestra
las películas de “acción”,
no hay Ministro, ni Ministra,
ni filtro a la … corrupción.
Libremente por doquiera
suenan corridos “prohibidos”,
echando leña a la hoguera
con mensajes corrompidos.
Mas hay vacío de poder
y falta de autoridad,
si no se cumple el deber,
se permite la maldad.