[En memoria de László Majthényi]
El triunfo de los aliados contra la Alemania Nazi (1945) no significó para algunos de los países redimidos del yugo de Adolfo Hitler la victoria de la libertad y la independencia nacional, sino el cambio de un dominador por otro. Hungría, liberada por las tropas soviéticas, quedó bajo el dominio del Partido Comunista Húngaro y, a través de él —eso, al menos, se suponía— de la poderosa Unión Soviética.
Pero la suposición no necesariamente tenía que resultar cierta, como daba por sentado el Kremlin. El 18 de abril de 1955, la URSS —que, muerto José Stalin (1953), ya tenía como hombre fuerte al Secretario del Partido Comunista Nikita Khrushchev— obligó a renunciar al primer ministro de Hungría Imre Nagy.
Con ello, se ponía fin al proceso de cambio que Nagy había iniciado dentro de su país en abierta oposición a la ortodoxa doctrina comunista rusa.
Nagy había optado por una línea marcadamente antisoviética, al restablecer la democracia y el pluralismo político, y proclamar la neutralidad e independencia de Hungría. Llegó, incluso, al extremo de anunciar que Hungría se retiraba del Pacto de Varsovia, lo cual significaba, ni más ni menos, que su país dejaba de ser un satélite de la Unión Soviética. El sector ortodoxo de su partido denunció, entonces, al gobierno de Imre Nagy como “contrarrevolucionario” y exhortó a la Unión Soviética para una inmediata intervención, la cual —como era obvio— no tardó en producirse.
Pero los bolcheviques no contaban con que la nación húngara se atreviera a desafiar el colosal poderío del Ejército Rojo y, en actitud decididamente nacionalista, osara exigir la salida de los rusos de su territorio.
La sublevación húngara empezó en la madrugada del 24 de octubre de 1956, cuando manifestantes exaltados se enfrentaron a la policía y fuerzas del Ejército húngaro y, posteriormente, Imre Nagy volvió a ser nombrado primer ministro del país.
Un día antes de la rebelión, en Budapest un grupo de manifestantes comenzó a reunirse frente al monumento erigido en memoria del general Józef Bem, símbolo de la lucha por la independencia nacional de Hungría y héroe de la Revolución Húngara de 1848, para —entre otros actos culturales— oír poemas que exaltaban la libertad. El gentío fue creciendo hasta convertirse en una multitud de más de 200.000 personas.
La gigantesca manifestación se trasladó hasta la Plaza del Parlamento. Allí, en medio del fervor general, fue derribada una estatua de José Stalin.
La multitud pedía a gritos la salida de las tropas rusas estacionadas en Hungría, la supresión de la censura, el acercamiento a Occidente, la liberación de los presos políticos y la celebración de elecciones con la participación de todos los partidos, entre otros reclamos.
Miles de prisioneros políticos fueron liberados y el Comité Central del Partido Comunista húngaro eligió como primer ministro al popular Nagy, quien empezó a desmantelar el represivo aparato estatal.
Estimulado por las promesas de ayuda, Nagy pidió protección a las Naciones Unidas, pero la crisis del Canal de Suez en Egipto —que afectó a Francia, Gran Bretaña e Israel—, debilitó las posibilidades de que fuera socorrido por Occidente.
El 3 de noviembre de 1956, los soviéticos convocaron una conferencia entre los jefes militares húngaros y las autoridades soviéticas. Como vocero de Hungría fue enviado el ministro de defensa nacional húngaro, general Pal Maleter.
Sin embargo, el general Pal Maleter no regresó nunca de la conferencia: fue apresado, encarcelado y ejecutado por los rusos.
Un día después de la conferencia, el Ejército Rojo atacó Budapest y la fuerza aérea soviética bombardeó gran parte de la capital del país, en el marco de una ofensiva masiva dentro de la ciudad.
Por lo menos 1.000 tanques soviéticos entraron en Budapest y las tropas rusas batallaron con las fuerzas húngaras. Muchos soldados soviéticos fueron linchados por la multitud.
Entre tanto, unidades de la infantería soviética asaltaron el Parlamento y Nagy y otros miembros de su gabinete fueron capturados.
La resistencia a la invasión se mantuvo durante seis días. Finalmente, la sublevación húngara fue derrotada el 10 de noviembre de 1956 y las tropas soviéticas impusieron por la fuerza la soberanía bolchevique sobre el territorio húngaro.
La brutal intervención militar rusa devastó el país. No menos de 30.000 personas murieron sólo en Budapest y cerca de 200.000 húngaros se asilaron en Europa y Estados Unidos.
En 1957, el célebre escritor Albert Camus, autor de “La peste” y “El Extranjero”, entre otras obras, escribió: “Hungría, conquistada y encadenada, ha hecho más por la libertad y la justicia que ningún otro pueblo del mundo en los últimos 20 años”.
Tras el aplastamiento del movimiento por el ejército soviético, Imre Nagy -que se había refugiado en la embajada de Yugoslavia- se entregó, confiando en las garantías que se le ofrecieron. Sin embargo, la realidad fue otra: el primer ministro de Hungría y representante legítimo de la nación húngara, fue apresado, juzgado sumariamente y en secreto, condenado a muerte y ejecutado.
Como era de esperarse, la feroz persecución soviética se extendió a la otrora nobleza húngara.
Aunque, la verdad sea dicha, la andanada ya venía de antes.
[CONTINUARÁ…]