Voy rumbo a mi sitio de labores
y por cosas del destino
encuentro en mi camino
la casa de mi infancia y mis albores.
Si pudieran comprender hoy sus vecinos
que esas paredes, pisos y techos
fue en donde nací y tuve mi primer lecho,
vi la luz y de las aves escuché sus trinos.
Cómo olvidar los cuidados de mi madre
y la distribución de la casa por dentro,
sus paredes de tapia y el patio en cemento,
sus habitaciones y el retorno de mi padre.
Aún recuerdo esa mi primera estancia
y el árbol en medio del solar,
el perro que no dejaba de ladrar
y el miedo que me infundía a la distancia.
Allí están los fantasmas que me aterraban,
las sombras en noches y madrugadas,
el sonido de pólvora en desfiles y alboradas,
la soledad, cuando mis padres se alejaban.
Cómo olvidar aquel humilde recinto,
que para mí era un regio castillo,
en donde había cuidados y cariño,
con olor a chocolate y café tinto.
En mi mente aún está grabado
el baldosín que cubría ese basto suelo,
mis rabietas y mi llanto de desconsuelo
cuando me sentía solo y abandonado.
Ahora el pito de un auto ha sonado,
ese ruido de mi evocación me ha sacado.
Debo continuar, el semáforo ha cambiado,
la vida ha transcurrido y el tiempo ha pasado.